Español
Perspectiva

La pandemia perpetua del capitalismo

El viernes, casi un millón de estadounidenses dieron positivo al COVID-19 y dos mil perdieron su vida, mientras que las hospitalizaciones por coronavirus alcanzaron nuevos máximos.

Por todo EE.UU., las salas de emergencia son zonas de guerra. Los doctores y los enfermeros, quienes están trabajando turnos consecutivos, están al borde del colapso. Llaman a las familias, una tras otra, para decirles que sus seres queridos han fallecido. Con hambre, deshidratados, sin dormir, hacen los posible para cumplir su promesa de “usar mi poder para ayudar a los enfermos”.

La enfermera Rachel Chamberlin de Cornish, New Hampshire, sale de un cuarto de aislamiento donde Fred Rutherford se recupera de COVID-19 en el centro médico Dartmouth-Hitchcock en Líbano, 3 de enero de 2022 (AP Photo/Steven Senne)

En medio de este heroico esfuerzo para salvar vidas, está en marcha otro esfuerzo: una ofensiva en la prensa y la élite política para negar la severidad de la pandemia, desensibilizar a la población en cuanto a las muertes masivas, alegar que ómicron es “leve” e insistir en que no se puede hacer nada para detenerlo.

El columnista del New York Times, David Leonhardt escribió el 5 de enero, bajo el titulo “Ómicron es más leve“ que “El Covid ahora parece que presenta una amenaza menor a los adultos mayores vacunados que la gripe estacional”. Añadió: “El Covid se parece cada vez más al tipo de riesgos de salud que las personas aceptan a diario”.

En el Wall Street Journal, el ejecutivo financiero Rob Arnott evalúa sin ironía, ¿Debería intentar contraer la variante ómicron de Covid para avanzar la causa de la inmunidad colectiva?“, en un artículo de opinión publicado el 2 de enero.

Mientras tanto, el Gobierno de Biden ya abandonó cualquier pretensión de que está intentando detener la propagación de la pandemia. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de EE.UU. ha instruido a los trabajadores a regresar a sus puestos apenas cinco días después de dar positivo, garantizando el contagio continuo de la población.

Muchos estados ya dejaron de reportar casos diarios y los CDC ha estado discutiendo medidas para finalizar el reporte de casos diarios en general.

En un intento de legitimar y dar una credibilidad pseudocientífica a esta política, el exasesor de Obama y Biden, Ezekiel Emanuel, junto con otros exasesores de salud del Gobierno de Biden, incluyendo a Michael Osterholm y Céline Gounder, llamaron el jueves a que el COVID-19 se vuelva la “nueva normalidad”.

Emanuel organizó la producción de tres artículos de opinión publicados en la revista Journal of the American Medical Association (JAMA). Las declaraciones de estos oficiales fueron aclamadas en las primeras planas del New York Times y el Washington Post y llevaron a un segmento sobre COVID-19 en las noticias vespertinas de NBC el jueves.

El ensayo principal, intitulado “Una estrategia nacional para la ‘nueva normalidad’ de vivir con el COVID' y escrito por Emanuel, Osterholm y Gounder, critica al Gobierno de Biden, pero no por permitir que cientos de miles de estadounidenses mueran, sino por afirmar del todo que la pandemia podía acabarse.

Incluso con las vacunas y “la inmunidad ante el SARS-CoV-2 de las vacunas y contagios anteriores”, la pandemia nunca podrá ser traída bajo control, argumenta la declaración.

La solución, como lo puso NBC en su entrevista con Emanuel, “significa tratar el Covid como cualquier otro virus respiratorio”. Emmanuel le dijo a NBC, “Debemos reorientar nuestro objetivo para poder llevarlo a un estado manejable y poder seguir con nuestras vidas normales mientras Covid sigue ahí, así como lo hacemos con la influenza”.

En otras palabras, así como los Gobiernos se rehúsan a llevar a cabo rastreos de contactos y aislamiento para aquellos infectados con influenza, se debe permitir que el COVID-19 se propague libremente en la población.

El artículo argumenta que ya no se debería contar el número de personas que mueren por COVID-19: “Los legisladores deberían eliminar las categorizaciones previas de salud pública, incluyendo las muertes por neumonía e influenza o neumonía, influenza, y COVID-19, enfocándose en cambio en una nueva categoría: el riesgo agregado de todas las infecciones de virus respiratorios”.

En vez de tomar medidas para poner fin a la pandemia, la élite política estadounidense está promoviendo el equivalente a un truco de contador para enterrar y ocultar las muertes.

Esta “nueva normalidad” arranca del rechazo de la política de “Cero Covid” que ha permitido a China, un país con 1,4 mil millones de habitantes, tener tan solo 5.000 muertes por COVID-19. Si China tuviera una tasa de mortalidad similar a la de EE.UU., 3,4 millones de personas en el país habrían muerto.

Los autores del artículo en JAMA escriben, “La meta de la ‘nueva normalidad’ con el COVID-19 no incluye ni la erradicación ni la eliminación, por ejemplo, la estrategia de ‘Cero Covid’… Consecuentemente, una ‘nueva normalidad con el COVID’ en enero 2022 no equivale a vivir sin el COVID-19”.

Mientras se presenta como una crítica al Gobierno de Biden, la posición articulada en los artículos de JAMA de hecho es la misma que la del Gobierno estadounidense. Biden está haciendo campaña incansablemente para reanudar las clases presenciales en las escuelas. Los intereses de clase detrás de esta política están siendo proclamados cada vez más abiertamente. El alcalde neoyorquino Eric Adams declaró la semana pasada, “Es tiempo de abrir y alimentar nuestro ecosistema, nuestro ecosistema financiero”.

En términos prácticos, la “nueva normalidad” de COVID-19 es indistinguible de la política de “inmunidad colectiva” promovida por el Gobierno de Trump y presentada en la “Declaración de Great Barrington”. La única diferencia es que la posición de estos exoficiales del Gobierno de Biden se deshace del mito de que la “inmunidad colectiva” conducirá al fin de la pandemia.

Tan solo quedan las muertes masivas por siempre o, como lo dijo el primer ministro británico Boris Johnson, “no más putos confinamientos: dejen que los cuerpos se apilen alto”.

Lo que omiten es la razón por la cual descartan salvar potencialmente a millones de personas a través de un esfuerzo para eliminar el COVID-19, como China ha hecho con éxito.

El protagonismo de Emanuel, el Jack Kevorkian de las políticas de salud pública, ayuda a explicar las razones subyacentes.

Emanuel ha promovido por mucho tiempo la idea de que el crecimiento de la esperanza de vida y la provisión de atención médica para los adultos mayores imponen costos intolerables a la sociedad y extienden la longevidad más allá de lo que debería ser permitido y tolerado. En su infame artículo de 2014 en Atlantic, intitulado Por qué espero morir a los 75', Emanuel argumento que la “sociedad… estará mucho mejor si dejamos que la naturaleza tome su curso rápido y prontamente”.

Emanuel ha librado una guerra contra los preceptos sagrados de la profesión médica: el juramento hipocrático, la promesa de “no hacer daño” y la creencia en el deber fundamental de salvar vidas y tratar todas las vidas humanas con igual valor. Este juramento, realizado por todos los profesionales de la medicina como un deber sagrado, es un impedimento para que los hospitales echen a la calle a los enfermos indigentes y a los ancianos. Debe eliminarse.

Condenando la “minuciosidad” y la “meticulosidad” de la tradición médica, Emanuel identifica el problema de la “sobreutilización” como algo arraigado en el juramento hipocrático, con su “admonición de 'usar mi poder para ayudar a los enfermos con lo mejor de mi capacidad y juicio' como un imperativo para hacer todo por el paciente sin importar el coste”.

A los que argumentan que negar la atención médica a los ancianos “discrimina a las personas mayores” y que “la asignación por edad es edadismo”, Emanuel tiene una respuesta preparada: “A diferencia de la asignación por sexo o raza, la asignación por edad no es una discriminación injusta”. Esto se debe a que “todos los que ahora tienen 65 años, antes tenían 25”.

Si hay un tufo a fascismo en torno a estas declaraciones, es porque la última sociedad que declaró la guerra al juramento hipocrático fue la Alemania nazi, donde sectores de la profesión médica se integraron en el aparato de asesinato estatal que mató a decenas de miles de discapacitados.

“¿Cómo cuadra el juramento hipocrático con un juramento al Führer?”, se pregunta un médico en la serie de televisión alemana Charité at War, que describe la influencia corruptora del programa nazi de eugenesia.

La promoción abierta de los contagios masivos se produce justo en el momento en que crece la resistencia de la clase trabajadora. Miles de profesores, desde Chicago hasta Nueva York y San Francisco, están adoptando una postura de defensa de sus vidas y de las vidas de sus alumnos y de la población en general.

Durante años, los sectores más depredadores de la clase capitalista se han dedicado a reducir sistemáticamente la esperanza de vida de los trabajadores estadounidenses. La pandemia, que solo en 2020 redujo la esperanza de vida en dos años, ha demostrado ser maná del cielo para la clase capitalista. No tiene la intención de acabar con ella. Seguirá matando, predominantemente a los que superan la edad de jubilación, junto con los enfermos crónicos y los discapacitados.

El COVID-19 amenaza con matar a millones de personas más en todo el mundo a menos que sea eliminado y erradicado. Y por muy terrible que sea el impacto inmediato de ómicron, la continua propagación del virus crea las condiciones para nuevas variantes, que potencialmente combinan la transmisibilidad de ómicron con la letalidad de delta, que tendrán consecuencias aún más devastadoras.

El ejemplo de China demuestra que el COVID-19 puede, y debe, ser erradicado. Mediante el cierre de escuelas y negocios no esenciales, junto con un programa gubernamental masivo para desplegar las pruebas de manera generalizada, mascarillas de alta calidad, cuarentenas, rastreo de contactos y aislamiento, se podría poner fin a la pandemia y la vida podría volver a la normalidad en cuestión de meses.

La lucha contra la pandemia emerge cada vez más abiertamente como una cuestión de clase, es decir, una cuestión de quién controla la sociedad y cómo se organiza. La clase capitalista ha combatido, está combatiendo y seguirá combatiendo con uñas y dientes una respuesta humana y racional a la pandemia. Es tarea de la clase obrera, organizada tras un programa socialista, luchar por acabar con la pandemia.

(Publicado originalmente en inglés el 7 de enero de 2021)

Loading