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No, no es seguro reabrir las universidades para clases presenciales

El miércoles, la revista Atlantic publicó un artículo por profesora Emily Oster, una economista de la Universidad de Brown, titulado, “Las universidades necesitan ponerse al día con la realidad post vacuna”. Oster arguye que la decisión reciente por una cantidad de universidades de volver temporalmente al aprendizaje virtual frente al número creciente de casos de COVID-19 es un error.

Gente forma cola en un sitio de pruebas de COVID-19 cerca del campus de la Universidad de Nueva York el jueves, 16 de diciembre de 2021 [Foto: Foto de AP/Seth Wenig]

Oster emplea tres argumentos engañosos: 1) Estudiantes no corren ningún riesgo con la infección; 2) Los campuses no llevarán a la propagación comunitaria del virus; y 3) campuses deben abrirse para proteger la salud mental de los estudiantes.

Los argumentos de Oster no se basan en la ciencia ni la experiencia. Se hacen por parte de la élite política y sin ninguna consideración por la vida y el trabajo de los estudiantes que, según informa ella, le importan.

Hay que poner clara la realidad: No, las universidades no son lugares seguros del COVID-19, especialmente mientras la variante ómicron, que es resistente a la vacuna, se ha convertido en la cepa dominante por todo el país.

Los jóvenes no son inmunes de ningún modo de la infección y la muerte, y, si se infectan del virus, lo propagarán a todos con quienes entran en contacto. Mientras las cuestiones de la salud mental son una preocupación importante, Oster, que toma el ejemplo de la élite política, ha transformado en un arma la crisis severa de salud mental entre jóvenes para justificar la infección intencional de la población con el virus.

Los argumentos hechos en el artículo de Oster reflejan la estrategia completa de la administración de Biden y vale la pena responder en detalle. Pero primero debemos abordar la pregunta: ¿Quién es Emily Oster?

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Oster es una operativa académica “oficial” del Partido Demócrata con mucha experiencia que ha sido empleada durante la pandemia para abogar por la reapertura insegura de escuelas. En 2020, escribió unos artículos en los que argüía que las escuelas no fueran lugares de alta propagación de COVID-19.

Entre estos artículos hay dos para Atlantic, titulados, “Las escuelas no son súper propagadores” y “No te preocupes, planea vacaciones familiares con tus hijos no vacunados”. Otro artículo notable por Oster se publicó en la Clinical Infectious Diseases Journal bajo el título “La efectividad de un metro contra dos de aislamiento social para controlar la propagación de COVID-19 entre estudiantes y personal de primaria y secundaria”. Este “estudio” publicado el 10 de marzo de 2021, fue elegido por los CDC y usado como su evidencia primaria en la decisión de alterar las guías sobre el aislamiento social.

Notablemente, Oster no tiene ninguna formación en la salud pública, la biología, ni en ningún ámbito relacionado con la ciencia de la pandemia. Ella tiene un doctorado de Harvard en la economía, actualmente es profesora en la Universidad de Brown y la autora de libros sobre el embarazo y la crianza. Ella no tiene ninguna experiencia ni autoridad en el ámbito en que se ha metido.

Los datos que ella emplea para respaldar sus argumentos de mantener abiertas las escuelas contienen, en el mejor de los casos, muchos errores, y en el peor, son distorsionados a propósito.

En agosto de 2020, por ejemplo, Oster afirmó haber creado una base de datos de infecciones de COVID-19 en las escuelas que mostraba que solo 0,23 por ciento de estudiantes y 0,49 por ciento de docentes se habían infectado, para justificar su caso de que las escuelas no sean “eventos súper propagadores”.

Sin embargo, esta información se derivó de sólo 550 escuelas públicas y privadas, ¡y más de 200 de ellas sólo empleaban el aprendizaje virtual durante el período del estudio! Además, se excluían las escuelas más pobladas en regiones urbanas donde ha habido los brotes más grandes.

En el artículo de “un metro contra dos”, ella comete unos errores semejantes para afirmar que había poca diferencia en la transmisión entre guías de aislamiento social de un metro o dos, y por eso se podía abandonarlas. Lo más notable es que el estudio sólo comparaba las escuelas con guías oficiales distintas, sin investigar de verdad si las escuelas estuviesen cumpliendo con esas guías.

Dicho de otra forma, el estudio no contiene ninguna verdadera investigación científica para probar los dos métodos de aislamiento social. La ciencia veraz de COVID-19 ha mostrado que el virus es aéreo, y eso significa que incluso el aislamiento social de dos metros no es suficiente para detener su propagación.

Cortamente, Emily Oster no es experta sobre ni la pandemia ni la seguridad escolar en ningún sentido. Ella es la portavoz de la clase gobernante en su impulso agresivo de reabrir las escuelas para mantener a los padres en el trabajo y la economía a flote. Sus preocupaciones no son la salud y el bienestar de estudiantes y familias, sino las exigencias monetarias de Wall Street.

¿Son las aulas seguras para el aprendizaje presencial?

No hay manera de evaluar las condiciones actuales de la pandemia y concluir que las escuelas, las universidades incluidas, son seguras para reabrir sin un nivel inmenso de autoengaño o argumentos falsos. Para Oster, el caso parece ser el último.

Oster escribe en su artículo que “el mundo ha cambiado” desde el inicio de la pandemia, pero todavía “el crecimiento de la variante ómicron y el surgimiento siguiente de casos de COVID han llevado a muchos administradores universitarios a articular las mismas preocupaciones: Los estudiantes podrían propagar el virus a miembros de la comunidad, que podrían terminar en los hospitales, que podrían ser abrumados”.

Ella continúa: “Tal reacción en cadena por supuesto es posible, pero las probabilidades no son las mismas que solían ser, porque la vasta mayoría de estudiantes es ahora vacunada y el porcentaje de personas en las comunidades alrededores que están en peligro de terminar en el hospital es mucho, mucho más pequeño que solía ser”. [énfasis añadido]

Estudiantes “podrían” infectar a los demás, y los hospitales “podrían” ponerse abrumados, Oster sugiere con escepticismo. ¿Es ésta no la misma situación que está desencadenando en los pueblos y las ciudades por todo el país ahora mismo?

Es falso sugerir que el porcentaje de gente que están en peligro de encontrarse en los hospitales es más pequeño que solía ser. De hecho, la hospitalización entre personas de 18 hasta 29 años ha alcanzado un máximo récord desde el inicio de la pandemia, con un promedio de 1.433 nuevos pacientes por día. Para los entre las edades 30 y 39, el promedio es 1.532 ingresos de hospital por día, también un máximo récord.

La hospitalización de niños también está en el nivel más alto que antes, 766 por día. El hospital para niños Lurie en Chicago reportó el jueves que la hospitalización de niños ha aumentado diez veces comparada con el número de ingresos para el fin de noviembre.

Por todo el país, uno de cada cinco hospitales que reportan al Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS, por sus siglas en inglés) notó que sus unidades de cuidados intensivos estaban en un nivel de capacidad encima de 95 por ciento. Don Williamson, presidente de la Asociación de Hospitales de Alabama, dijo a CBS 42, “¡Estoy preocupado ahora! Ahora mismo, por ahí está mi preocupación principal. Sabes, tenemos muchas camas, pero no tenemos a nadie para tratar a los pacientes en ellas”.

La tasa de hospitalización ha aumentado más de 161 por ciento durante los últimos diez días en ese estado.

Patricia Maysent, directora del Centro de Salud de San Diego de la Universidad de California, dijo al San Diego Union-Tribune que el sistema universitario tenía más de 500 trabajadores sanitarios positivos por COVID-19 durante la última semana, una situación que ha forzado que unos de sus departamentos operen a la mitad de su capacidad. “Ésta es la primera vez”, dijo ella, “desde el inicio de la pandemia de COVID, que realmente estoy preocupada de que no tengamos personal suficiente para cuidar de los pacientes”.

El jueves, Beaumont Health, uno de los sistemas hospitalarios más grandes en Míchigan, con nueve hospitales en la región de Detroit, reportó que 430 empleados tenían síntomas de COVID-19 en una noticia enviada al público bajo el título, “Hemos alcanzado un punto crítico”. La noticia dijo que la tasa de hospitalizaciones ha aumentado 40 por ciento durante la última semana.

Es en este contexto, en que los enfermeros y los médicos por todo el país están en un punto crítico, que Sra. Oster insiste en que cerrar las escuelas “refleje un nivel anticuado de precaución”.

Además, ella afirma que, de hecho, cerrar las universidades expresa un “fracaso de universidades de proteger los intereses de estudiantes”. La pregunta natural que hacer después de tal afirmación es, ¿cuáles son los intereses de los estudiantes y qué es la mejor manera en que protegerlos?

La única respuesta de Oster a esta pregunta es señalar la crisis de salud mental entre jóvenes. Su afirmación es que cerrar las escuelas y temporalmente cambiar al aprendizaje en línea tiene un impacto demasiado grande en la salud mental de estudiantes, y por eso las escuelas deben quedarse abiertas sin importar el costo.

La transformación en arma de la crisis de salud mental de los jóvenes

Oster escribe, “Cambiar al aprendizaje remoto cuando la naturaleza de la situación ha cambiado tan dramáticamente es una renuncia por las universidades de su responsabilidad de educar a sus estudiantes y proteger todos los aspectos de su salud. Los estudiantes universitarios se encuentran en el medio de una crisis de salud mental”.

No se puede dudar que problemas de salud mental están afectando a un número alarmante de jóvenes. Pero los argumentos hechos por Oster de hecho no tienen en cuenta los intereses de estudiantes ni en el menor grado.

Mientras es cierto que los problemas de salud mental hayan sido acelerados por la pandemia, junto a las otras crisis sociales, no es la raíz del problema. Oster y los en nombre de los que ella habla nunca hicieron ni un ruido sobre problemas de salud mental hasta que fuera una tapa conveniente para justificar la reapertura insegura de escuelas.

Estudiantes sí necesitan acceso inmediato a servicios de tratamiento y salud mental. Pero la salud mental en declive es sólo el síntoma de un problema mucho más profundo.

La situación a que enfrenta el estudiante promedio estadounidense antes de la pandemia es una angustiante. Muchos jóvenes se encuentran estresados hasta el punto de agotamiento al tener que encontrar el equilibrio en sus estudios mientras también trabajan para hacer alcanzar el dinero. Los que viven en los campuses y los dormitorios universitarios ya tienen que lidiar con condiciones semejantes a la pobreza con instalaciones deterioradas y comida malsana.

La mayoría de los estudiantes saldrá de la escuela con miles, decenas de miles, o cientos de miles de dólares de deuda y pocos trabajos de calidad para pagar sus préstamos. Para muchos jóvenes, un viaje a la sala de emergencia o incluso una reparación del auto inesperada es suficiente para debilitarlos financieramente.

La pandemia sin duda ha añadido enormemente a estas cuestiones, y el cambio abrupto al aprendizaje en línea sin duda era un reto. ¿Pero cómo es que se deben resolver estas cuestiones? ¿Creen que creeremos que, por mantener los campuses abiertos, los estudiantes se habrán olvidado de todos estos problemas inescapables?

Oster no tiene nada que decir sobre los verdaderos retos y dificultades a que los estudiantes y jóvenes tienen que enfrentar bajo el capitalismo. Para Oster y la gente de su estrato privilegiado de la clase media, la pandemia ha sido meramente una inconveniencia en que sus rutinas han sido alteradas por cuarentenas y esfuerzos de mitigación. Su solución: fingir que nada está pasando, volver a las aulas, y reanudar lo usual.

Estudiantes necesitan alivio de su deuda abrumadora, tener acceso a recursos de salud, para que ya no necesiten contar con despensas de alimentos y otras caridades para la supervivencia. Estudiantes necesitan tener la habilidad de estudiar y aprender sin la preocupación de que puedan quedarse infectados o infectar a sus padres y queridos con COVID-19.

Si la salud mental es la preocupación, la situación que actualmente está en curso en las secundarias y las universidades que han abierto solo puede profundizarla. Recientemente, estudiantes han ido a las redes sociales con reportes de escuelas que prácticamente están vacías de docentes, porque todos están enfermos. Los estudiantes se prueban por el COVID-19 en las salas de baño, y sigue un pánico cuando solos tienen que averiguar cómo responder. ¿Cómo se suponen que forzar a los estudiantes a este tipo de ambiente aliviará su ansiedad?

No habrá ninguna resolución de la crisis de salud mental mientras la pandemia siga disparando. Y derrotar la pandemia requiere la intervención de la clase obrera, que ya está en curso.

Miles de docentes y estudiantes están en el medio de una lucha contra la reapertura, que temen por su vida y la de sus seres queridos. Docentes en Chicago valientemente han votado a no volver al aprendizaje presencial durante un período de números de casos récords y estudiantes de posgrado de la Universidad de Míchigan, docentes en San Francisco, y otras ciudades principales están siguiéndolos. Hay una ira y una indignación crecientes entre estratos amplios de la clase obrera sobre ser forzados a seguir trabajando en fábricas y otros lugares de trabajo que son centros para la transmisión de Covid.

La clase obrera es la fuerza social que tiene que ser movilizada. Defender a los estudiantes es protegerlos de la infección con COVID-19 y luchar por un programa internacional para eliminar el virus ahora y por siempre.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 7 de enero de 2022)

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