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Reseña de libro

El proyecto 1619 del New York Times: Una nueva historia del origen: La historia como la emanación de la raza

The 1619 Project: A New Origin Story, editado por Nikole Hannah-Jones, Caitlin Roper, Ilena Silverman y Jake Silverstein. New York, One World, 2021.

Un viejo dicho aconseja no juzgar nunca un libro por su portada. Pero la portada de la recientemente publicada versión en libro del Proyecto 1619 del New York Times dice tanto en unas poquitas palabras como las siguientes 600 páginas de texto. El Proyecto, como dice el subtítulo, es “Una nueva historia del origen”, que ha sido “Creada por Nikole Hannah-Jones”. La solapa añade un toque de clarividencia, explicando que el volumen “ofrece una visión profundamente reveladora del pasado y el presente estadounidense”.

El Times, que quiere que sus lectores se tomen en serio el Proyecto 1619 como una “reformulación de la historia estadounidense”, ha dicho más de lo que se proponía.

Las historias de los orígenes se sitúan en el ámbito del mito, no de la historia. Las sociedades premodernas produjeron, pero no “crearon”, historias de orígenes. Eran obra de culturas enteras, que surgían de tradiciones orales que primero humanizaban la naturaleza y luego naturalizaban las relaciones sociales. Pero en tiempos modernos, las historias de los orígenes han sido creadas de verdad. Conectadas estrechamente con el nacionalismo en política y el irracionalismo en filosofía, las historias de los orígenes tienen por objetivo fusionar grupos de personas elevando “la raza” por encima de las relaciones de clase de la historia. De hecho, desde la posición privilegiada racial, la historia es meramente “la emanación de la raza”, como se expresó Trotsky en palabras que dirigió a la creación de mitos raciales de los nazis, pero que sirven igual de bien para condenar el Proyecto 1619, que clasifica a los actores de la historia en dos categorías: “blancos” y “negros”, y deduce motivos y acciones de esta clasificación racial a priori. [1]

Que el Proyecto 1619 era una falsificación racial de la historia fue la crítica central que el World Socialist Web Site le dirigió apenas hubo sido publicado en agosto de 2019, un momento escogido ostensiblemente para conmemorar la llegada de los primeros esclavos a Virginia 400 años antes. Todos los errores, desproporciones y omisiones del Proyecto 1619 —su insinuación de que la esclavitud era un “pecado original” solo estadounidense; su afirmación de que la Revolución Estadounidense fue una contrarrevolución lanzada para defender la esclavitud contra la abolición británica; su uso selectivo de citas para sugerir que Abraham Lincoln era un racista indiferente a la esclavitud; su censura del carácter interracial de los abolicionistas, el movimiento de los derechos civiles y el movimiento obrero; su insistencia en que todos los problemas actuales son fruto de la esclavitud; su postura de que los historiadores han ignorado la esclavitud— todo esto fluyó del esfuerzo singular del Times por imponer un mito racial al pasado, para “enseñar [mejor] a nuestros lectores a pensar un poco más” de modo racial, en las palabras filtradas del editor del Times, Dean Baquet. [2]

La exposición del Proyecto 1619 por parte del WSWS, y por parte de los destacados historiadores que entrevistó, nunca fue bien recibida por el Times. En vez de ello, Hannah-Jones, la periodista-celebridad “creadora” del Proyecto, alentó a atacar en redes sociales agitando el racismo y la caza de comunistas en contra de los críticos, mientras que el editor del New York Times Magazine, Jake Silverstein, les restó importancia en las páginas del Time como carreristas celosos, aunque alteró de manera furtiva el Proyecto. Al mismo tiempo, quienes apoyaban al Proyecto 1619 decían, “Simplemente esperen el libro. Eliminará las dudas”. Este redoble de tambores duró dos años.

Las montañas entraron de parto y nació un ratón.

Parece ser que el logro central de la versión en libro del Proyecto 1619, publicado en diciembre, es que es más grande. Pesará un kilo y cuesta $23, y es probablemente diez veces más pesado que la revista que se da gratis por millares, con errores y todo, a las escuelas públicas que tienen poco efectivo. Desafortunadamente para el Times, el peso añadido no le da nueva gravitas al contenido que, a pesar de toda la retórica altisonante sobre “por fin decir la verdad”, “nuevas narrativas” y “reconsiderar”, sigue siendo no original hasta la banalidad. El libro no se adentra demasiado más allá del esencialismo racial acalorado que es desde hace mucho tiempo el recurso del nacionalismo negro, y que siempre ha tenido un agarre especial en los sentimientos de culpa de los liberales acomodados. El finado editor de Ebony, Lerone Bennett hijo, sigue siendo inequívocamente la influencia intelectual dominante de Hannah-Jones y de todo el proyecto. [3]

El Times no ha escatimado en gastos para mantener a flote su proyecto insignia. Eso se nota. El volumen se presenta bonito. Los 18 capítulos del libro incluyen siete nuevos ensayos históricos, intercalados con 36 poemas e historias breves, así como 18 fotografías. Si algo justifica el libro, son esas fotografías, que es lo único del contenido que logra transmitir algo veraz de la sociedad estadounidense. Aun así, en su representación artística de los hombres, las mujeres y los niños negros cotidianos, las fotografías de hecho expresan lo común de la humanidad, lo que contradice los objetivos raciales del Proyecto 1619.

El resto del volumen, la poesía y la ficción que incluye, lleva las marcas fatales de la perspectiva racial. Lo que surge es una interpretación todavía más oscura e inflexible de la raza en Estados Unidos de la que había en la revista. El libro está repleto de pasajes abiertamente antihistóricos, como: “ Nunca ha habido un momento en la historia estadounidense en el que las rebeliones negras no desataran un temor existencial entre los blancos …” (pág. 101); “ a ojos de los blancos, la criminalidad negra estaba ampliamente definida” (pág. 281). Se podría seguir. Todos los colaboradores se dedican a este tipo de reduccionismo racial crudo. No hay páginas sobre inmigrantes, asiáticos, judíos, católicos, ni musulmanes, y apenas unas pocas sobre los nativos americanos. El Proyecto 1619 solo ve “estadounidenses blancos” y “estadounidenses negros”. Y estos monolitos, no divididos por clase ni por ningún otro factor material, ya habían aparecido en la Virginia colonial de 1619 en su forma actual, listos para representar sus destinos racialmente definidos.

Un nuevo prefacio por Hannah-Jones intenta justificar el libro señalando que los estadounidenses saben poco sobre la esclavitud. Menciona un estudio del Centro Legal Pobreza Sureña que encontró que solo el 8 por ciento de los estudiantes de instituto de secundaria pueden citar la esclavitud como la causa central de la Guerra Civil. Esta estadística no es sorprendente. Tampoco sería sorprendente enterarse de que menos del 8 por ciento de los graduados recientes de secundaria saben, siquiera aproximadamente, cuándo ocurrió la Guerra de Vietnam, o si The Great Gatsby es una novela o un bocadillo submarino. No es culpa de los estudiantes ni de los profesores. A las escuelas públicas no las han financiado ni los republicanos ni los demócratas. La historia del arte ha sido especialmente atacada en beneficio de “prioridades de financiación” supuestamente más prácticas.

En cualquier caso, el Proyecto 1619 no ayudará a nadie a entender por qué sucedió la Guerra Civil. El tema predominante del libro es que todos los “estadounidenses blancos” eran (y siguen siendo) los beneficiados de la esclavitud. Esto hace la Guerra Civil incomprensible. ¿Por qué el país se partió en 1861? ¿Por qué libró una guerra sangrienta durante los cuatro años siguientes, en batallas cuyas cifras de muertos asombraron al mundo? ¿Por qué murieron o quedaron minusválidos 50.000 hombres en Gettysburg en los primeros tres días de julio de 1863? El historiador James McPherson, en obras tales como Abraham Lincoln and the Second American Revolution y For Cause and Comrades, responde a estas preguntas. El Proyecto 1619 no.

Lincoln pronunciando el Discurso de Gettysburg. Se le ve arriba a la izquierda, sin sombrero

La negación que hace el Proyecto 1619 del papel de la esclavitud en la Guerra Civil es probablemente más claro en los ensayos de Matthew Desmond, Martha S. Jones e Ibram Kendi. El ensayo de Desmond, “El Capitalismo”, que apareció en la versión original y ahora reaparece en una forma un poco más larga, argumenta que la esclavitud en el sur fue la parte dinámica de la economía antebélica, y que la riqueza generada de este también fortaleció al capitalismo norteño. Desmond lo ha pillado al revés. La demanda de algodón en el norte, y especialmente en Gran Bretaña —una demanda en sí misma contingente en el crecimiento económico capitalista— le dio un nuevo impulso a la esclavitud del sur, y no al revés. Cuando los dueños de esclavos se escindieron y lanzaron la Guerra Civil, entre sus errores de cálculo estaba la estimación exagerada de su valor en la economía global, un error que Desmond repite.

A lo largo de los años 1861-1865 los dueños de plantaciones sureñas fueron destruidos como clase. Pero sus clientes en Gran Bretaña y el norte [de EEUU] encontraron nuevas fuentes de algodón y salieron todavía más ricos. Desmond, un sociólogo de Princeton, fue cooptado por el Proyecto 1619 para hacerle algo de caso a la economía. Pero él acaba por negar una causa material y un efecto material a la Guerra Civil. La teoría de Desmond no puede explicar por qué sucedió la guerra, por qué el norte derrotó al sur esclavista supuestamente más avanzado, y por qué es que hoy vivimos en un mundo dominado por la explotación de trabajadores asalariados, no por el trabajo esclavo.

Frederick Douglass, aprox. 1879

En su ensayo, titulado “Citizenship” [Ciudadanía], Martha S. Jones reduce la lucha antebélica por la igualdad a la actividad de la pequeña población negra libre del norte, centrándose en el movimiento de las Convenciones de Color que empezó en 1830. Simplemente borra de la existencia el movimiento abolicionista, que era mayoritariamente blanco y al final llegó hasta a pequeños pueblos por el norte. El movimiento abolicionista fue sin duda un importante factor en la expansión de los derechos civiles a los negros libres —ostensiblemente el tema de Jones— y en la venidera Guerra Civil al final se fusionó con el antiesclavista Partido Republicano mediante figuras tales como Frederick Douglass. Poco importa esto a Jones y a historiadores como ella. Levantan una pared entre la agitación contra la esclavitud, que desestiman como mera tapadera de los intereses raciales blancos, y lo que ellos llaman “antirracismo”, una postura moral-política contemporánea que le imponen a la historia. A los “estadounidenses blancos” del pasado, hasta los más dedicados e igualitarios opositores de la esclavitud, nunca les alcanzará para aprobar con estos examinadores.

Esta “inmensa subestimación de la posteridad”, para tomar prestada una frase del finado historiador inglés E. P. Thompson, alcanza nuevas profundidades en el ensayo de Kendi, cuya carrera como “antirracista” ha sido tan desafiante para las autoridades que le han llovido millones de dólares de las “instituciones blancas” del mundillo de los financiadores editoriales, académicos y corporativos. Kendi cree que ha descubierto que el abolicionista pionero William Lloyd Garrison fue un hipócrita condescendiente que “de hecho reforzó el racismo y la esclavitud” (pág. 430). Nadie en tiempos de Garrison, ni amigo ni enemigo, pensaba así. Hay que recordar que al propio Garrison casi lo lincha una muchedumbre racista en 1835. Frederick Douglass en su bella elegía pronunciada en 1879, dijo que Garrison

no se movía con la marea, sino contra esta. Se elevó no por el poder de la Iglesia ni del Estado, sino en oposición valiente, inflexible y desafiante al gran poder de estos dos. Fue la gloria de este hombre el que pudiera destacarse con la verdad, y esperar en calma el resultado… Conservemos su memoria como una herencia preciosa, enseñemos a nuestros hijos la historia de su vida.

William Lloyd Garrison

Después de mancillar la “preciosa herencia” de Garrison, Kendi pasa a Lincoln. Repite la afirmación totalmente desacreditada de que la Proclamación de la Emancipación, el documento revolucionario más importante de la historia estadounidense después de la Declaración de Independencia, fue una simple táctica militar. Según la manera de Kendi de ver las cosas, la orden de Lincoln solo hizo “que emanciparse a sí mismos fuera el deber de los negros”. Prosigue, “Y eso es precisamente lo que hicieron, huyendo de los esclavistas a las líneas de la Unión…” (pág. 431).

Kendi parece no pillar que la Proclamación de Emancipación hizo a esos hombres y mujeres legalmente libres cuando corrían a líneas de la Unión, y no esclavos fugitivos con la reclamación de la propiedad de sus amos aún vigente. Pero por otro lado, Kendi ni siquiera se pregunta qué estaba haciendo el ejército de la Unión en el sur. Su ensayo se llama “Progreso”. Debe de haber querido ser irónico. Kendi no ve progreso en la historia.

La incorporación de Jones, de la Universidad Johns Hopkins, y a Kendi, de la Universidad de Boston, tiene como propósito revestir al Proyecto 1619 de una inmensa autoridad. Se hicieron otro par de intentos por el estilo. Aquí también, parece haberse impuesto la ley de los rendimientos decrecientes en el Times.

Ibram Kendi

Lastimada por la crítica de que no había puesto fuentes en la publicación original, Hannah-Jones puso, ex post facto, 94 notas a su “ensayo para enmarcar”, al que los editores han dado ahora el título “Democracia”. No han cambiado muchas otras cosas desde la versión original, que recibió el premio Pulitzer en comentario —no en historia— por lo que el comité del premio llamó el estilo “altamente personal” de Hannah-Jones. Las pocas notas al pie llevan a muchas URLs así como a conversaciones personales con historiadores, incluido Woody Holton de la Universidad de Carolina del Sur, quien puso su reputación en juego con el Proyecto 1619.

Enviado para dar autoridad, Holton es responsable del más clamoroso error nuevo introducido en el presente volumen. Hannah-Jones cita a Holton diciendo que la Proclamación Dunmore del 7 de noviembre de 1775, una oferta británica de libertad a los esclavos respecto a sus amos que ya se estaban rebelando, “encendió el giro a la independencia” para los padres fundadores de Virginia, George Washington, Thomas Jefferson, y James Madison (pág. 16), supuestamente porque temían perder su propiedad humana. Desafortunadamente para Holton, en ese momento Washington ya estaba comandando el Ejército Continental en la guerra, Jefferson había redactado su tratado “Una declaración de las causas y la necesidad de tomar las armas”, y Madison, de solo 24 años de edad en aquel entonces, se había unido a un órgano revolucionario, el Comité de Seguridad del Condado Orange de Virginia.

Este no es un error inocente. Holton y el Proyecto 1619 se equivocan en el orden de los acontecimientos para apoyar otra ficción: que la verdadera motivación nunca antes revelada (¡y nunca documentada!) de los Padres Fundadores en 1776 era defender la esclavitud. Esos son errores fatales. Y sin embargo hay un asunto todavía más importante. Más allá de los motivos individuales de Washington, Jefferson y Madison —aunque una sola carta, artículo o entrada de diario se encontrara algún día entre sus voluminosos escritos que demostrara que “comprometieron la vida y su honor sagrado” para defender la esclavitud— en valorar la importancia de la Revolución Americana muchos más que esto debe todavía ser tomado en consideración. ¿Por qué fue que la gran mayoría sin esclavos de los colonos apoyaron la segunda guerra más sangrienta de Estados Unidos durante seis largos años? ¿Por qué miles de negros libres se alistaron? Y, más aún, ¿cuál era la relación entre la Revolución Estadounidense y la Ilustración, cuyo pensamiento los contemporáneos creyeron que personificaban? ¿Cuál fue su relación con lo que el historiador R. R. Palmer llamó “la edad de la revolución democrática” que barrió al Atlántico después? ¿Cuál era su conexión con la destrucción de la esclavitud en los EEUU y en otras partes a lo largo del siglo siguiente? ¿Cómo se relacionó, ideológicamente, con las ulteriores luchas anticoloniales? Una total falta de curiosidad sobre esta y otras cuestiones críticas caracterizan a todo el volumen.

Pocos colaboradores logran señalar algunas cosas históricas válidas. El columnista del Times Jamelle Bouie aborda al vocal defensor de la esclavitud John C. Calhoun de Carolina del Sur “quien no veía diferencia entre la esclavitud y otras formas de trabajo en el mundo moderno” (pág. 199). Khahlil Gibran Muhammad da un sondeo útil del sistema de las plantaciones de azúcar. Pero en su conjunto, y a pesar de Bouie y de Muhammad, los varios capítulos del libro son extremadamente poco originales. Identifican problemas actuales sociales, políticos y culturales en términos exclusivamente raciales, y luego, cada uno haciendo el mismo salto mortale, imponen el diagnóstico presente a la historia.

La atención sanitaria, la población carcelaria masiva, la violencia con las armas, la obesidad, los atascos de tráfico —estos y muchos otros problemas, el Times quiere que creamos, se arraigan en un “racismo antinegro” “endémico” fijado primero en un “ADN” nacional en 1619. El Times, una corporación multimillonaria en dólares estrechamente vinculada a Wall Street y al aparato de inteligencia y el militar, no quiere que los lectores consideren causas más obvias, y mucho más próximas, de los males sociales y políticos de EEUU —por ejemplo, la polarización extrema de la riqueza que ha reducido el 70 por ciento de la población a una existencia de nómina a nómina, mientras crece el número de los milmillonarios, y su riqueza se ha duplicado con una frecuencia sorprendente.

Resulta que se trata de la riqueza y, de manera más específica, dinero en efectivo, como admite Hannah-Jones en un ensayo de conclusión: “lo que roba oportunidades es la falta de riqueza … el rasgo definitorio de la vida negra”, escribe (pág. 456). Este ensayo se titula “Justicia”. Un llamamiento por las reparaciones basadas en la raza para los negros —cualquier individuo que pueda mostrar “documentación de que se identifica como negro desde hace por lo menos diez años…” (pág. 472)— apareció originalmente en el New York Times Magazine el 30 de junio de 2020, con el título “Lo que es debido”.

La “falta de riqueza” no es el rasgo definitorio de la “vida negra” en EEUU. Define la vida de la vasta mayoría de la población de EEUU y del mundo. Pero Hannah-Jones no exige ningún tipo de redistribución de la riqueza basada en la clase. Por el contrario, si se aplicara su propuesta, el gobierno federal, que no ha creado ninguna reforma social sustancial desde los años ’60, inevitablemente desviaría dinero de lo poco que queda para apoyar a los estudiantes, los pobres, los enfermos y los ancianos de todas las razas. Los ingresos irían a los negros indiferentemente de su riqueza, incluyendo a gente como ella misma, para quien “la falta de riqueza” no es un “rasgo definitorio” de la vida. Solo recientemente, por ejemplo, Hannah-Jones le cobró a un colegio comunitario de California $25.000 por una videoconferencia de una hora —que era un descuento caritativo de su tasa por charlas.

Al dar su visto bueno a una llamada por reparaciones basada en la raza, al Times no se le podría haber ocurrido un “tema” más favorable al Partido Republicano dirigido por Trump que si lo hubiera soñado el propio Stephen Bannon. Hannah-Jones, por supuesto, afirma que su propuesta no se propone poner a las razas unas contra otras. Ella simplemente da por supuesto que “las razas” tienen intereses separados y opuestos. En esto, los nacionalistas negros y los supremacistas blancos siempre han estado de acuerdo. De hecho, Hannah-Jones parece ignorar plenamente las implicaciones peligrosas del “gobierno federal”, que distribuiría el dinero, dividiendo a los estadounidenses por raza (pág. 472). La categorización de la gente por raza por parte del Estado ha sido el punto de partida de algunos de los peores crímenes de la historia —la aniquilación del Tercer Reich de los judíos alemanes fue apenas el ejemplo más espantoso.

La existencia de la esclavitud es también uno de los crímenes más monumentales de la historia. Pero fue un crimen de una manera inusual, premoderna. La esclavitud fue heredada a ciegas, sin cuestionar, del pasado colonial. Fue el estatus más degradado en un mundo donde la dependencia personal y el trabajo no libre eran la regla, y no la excepción —un mundo de servidumbre, los trabajos forzados para pagar deudas, trabajo como castigo, corvea, y servidumbre como condena. La Revolución Estadounidense, por primera vez en la historia mundial, elevó la esclavitud como problema histórico —en el sentido de que ahora podía ser identificada como tal, tanto porque su existencia era detestable para la afirmación revolucionaria de la igualdad humana y porque la esclavitud estaba en contradicción con el trabajo asalariado “libre”, que creció rápidamente inmediatamente después. Estas contradicciones dieron vida a varios intentos por acabar pacíficamente con la esclavitud. Tales esfuerzos fracasaron. En una paradoja cruel, el crecimiento del capitalismo, y su demanda insaciable de algodón, alimentó el desarrollo de lo que los historiadores han llamado una “segunda esclavitud” en el período previo a la guerra. Problemas históricos como la esclavitud profundamente arraigada no se prestan a soluciones simples.

Reos ingleses, hombres, mujeres y niños, encadenados y llevados a la colonia para "términos de servicio"

Aún así, “cuatro veintenas y siete años” después, la Guerra Civil, la Segunda Revolución Estadounidense, acabó con la esclavitud, acelerando su ocaso en Brasil y en Cuba también. En la longue durée de la historia de la esclavitud, que se remonta al mundo antiguo, este es un período notablemente corto. Hay mucha gente viva hoy que tiene 87 años de edad, un período que nos separa de 1935. Ese año, el punto cúlmine del reformismo social del New Deal de Franklin Roosevelt, se aprobaba la Ley Wagner, que garantizaba el derecho legal de los trabajadores a formar sindicatos de su propia elección. El New Deal nunca logró garantizar un sistema nacional de atención médica, una reforma relativamente modesta que desde entonces fue realizada por muchas naciones, pero que ha estado esquivando a los EEUU durante los 87 años intermedios. A modo de comparación, en los 87 años que separaron la Declaración de Independencia del Discurso de Gettysburg, los Estados Unidos destruyeron la esclavitud, un completo sistema de propiedad privada en el hombre. Lo hizo pagando un precio terrible. Lincoln no se equivocaba mucho al decir en su Segundo Discurso Inaugural que “cada gota de sangre con el látigo” podría ser “pagada por otra causada por la espada”. Unos 700.000 estadounidenses ya habían muerto cuando él dijo esas palabras.

Lincoln

El genio político de Lincoln reside en su capacidad única de vincular la crisis enorme de la Guerra Civil con la Revolución Estadounidense, y con la cuestión todavía más general de la igualdad humana —es decir, extraer de la vorágine de acontecimientos lo verdadero, lo esencial. Lo hizo de la manera más conocida en Gettysburg, cuando explicó que la guerra era un test de si el principio fundacional de “que todos los hombres son creados iguales … desaparecerá de la tierra” o no. Lincoln sabía bien, como planteó en otro discurso, que “la ocasión está llena de dificultades y tenemos que levantarnos —con la ocasión” antes de añadir en seguida, “No podemos escapar de la historia”.

Nuestra época también está “repleta de dificultades” y, no menos que los que vivían en los años 1860, nosotros tampoco podemos escapar a la historia. Casi un millón de estadounidenses han muerto ya por la pandemia de COVID-19, parte de una cifra de muertos global de unos 6 millones, según los recuentos oficiales. Hay un peligro claro y presente de guerra con Rusia y China, que tienen armas atómicas. La desigualdad social ha alcanzado niveles casi indescifrables. Se están atacando los principios democráticos básicos. El cambio climático producido por el ser humano amenaza la ecología, y en última instancia la habitabilidad del planeta. Estos son grandes problemas históricos, por decir poco. Antes era común —y ciertamente no solamente entre los marxistas, como muestran las palabras de Lincoln— apreciar que no se puede siquiera comprender los grandes problemas, y mucho menos actuar sobre ellos, sin un abordaje de la historia objetivo y veraz.

[1] “Leon Trotsky: What Is National Socialism? (1933).”

[2] “ Inside the New York Times Town Hall .” Slate. Accedido el 8 de febrero de 2022.

[3] Hannah-Jones ha reconocido repetidamente la influencia de Bennett. Ver Before the Mayflower: A History of Black America. Chicago, Ill.: Johnson Pub. Co., 2007; y Forced into Glory: Abraham Lincoln’s White Dream. Chicago: Johnson Pub. Co., 2007.

(Publicado originalmente en inglés el 21 de febrero de 2022)

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