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Perspectiva

El capitalismo normaliza la muerte: del COVID-19 a la amenaza de una guerra nuclear

En 1963, Barry Goldwater, el futuro candidato presidencial republicano, publicó un libro llamado ¿Por qué no la victoria?, donde argumentaba que EE.UU. no estaba siendo lo suficientemente agresivo enfrentando a la Unión Soviética porque la población estadounidense temía demasiado una guerra nuclear.

La prueba nuclear estadounidense “Grable” de 1953 en Nevada [Photo: US government photo/WSWS]

“A la consciencia estadounidense le está entrando un temor cobarde a la muerte”, escribió Goldwater, “Por supuesto, queremos seguir vivos; pero queremos más ser libres”.

En la campaña presidencial del año siguiente, a la consigna “In your heart, you know he’s right” (En tu corazón, sabes que él tiene razón) el candidato demócrata Lyndon B. Johnson contrapuso la rima en inglés, “In your heart, you know he might” (En tu corazón, sabes que él se atrevería), sugiriendo que Goldwater podría acabar con la civilización humana empleando las armas nucleares.

La campaña de Johnson divulgó un famoso anuncio político “Daisy” con una niña que está recogiendo los pétalos de una flor, contándolos uno por uno, antes de cortar a la cuenta regresiva de un lanzamiento y una explosión nuclear.

Comentando la campaña de Goldwater, el teórico político estadounidense Richard Hofstadter indicó: “Lo que había quedado en claro paro 1964 y que no podía negarse en la campaña era la impresión del público de que la imaginación de Goldwater nunca había lidiado con las implicaciones de una guerra termonuclear”. Goldwater, señaló Hofstadter, “parecía tener una actitud extrañamente casual hacia la posibilidad de una destrucción total”.

Más de medio siglo después de la contienda presidencial de 1964, Estados Unidos y Rusia están envueltos en una sangrienta guerra por delegación para disputarse Ucrania y que amenaza con expandirse y volverse un conflicto total. Mientras la guerra se sale cada vez más fuera de control, varios sectores significativos de la élite política estadounidense nuevamente, para usar la frase de Hofstadter, “tienen una actitud extrañamente casual hacia la posibilidad de una destrucción total”.

No se trata solo de los sucesores políticos de Goldwater en la extrema derecha, sino toda la élite política la que coquetea con un apocalipsis nuclear. Sin la intervención de a población ni una discusión pública seria, el Gobierno estadounidense está tomando una serie de acciones que podrían tener las consecuencias más devastadoras.

No obstante, la amenaza hoy de una guerra nuclear entre EE.UU. y Rusia representa la erupción violenta hacia la superficie de los preparativos sistemáticos para una guerra nuclear que ha habían estado en marcha por muchos años.

Sin siquiera un debate público y ninguna oposición dentro de la élite política, tres presidentes sucesivos han realizado preparativos generales y de gran alcance para el uso de armas nucleares en combate contra Rusia y China.

En 2016, el presidente estadounidense Barack Obama inició la expansión y modernización más dramáticas de las fuerzas nucleares estadounidenses desde el final de la guerra fría, con un costo proyectado de $1,2 billones.

La carrera armamentista nuclear de Obama dio inicio a lo que los comentaristas calificaron en ese momento como una “segunda era nuclear”. A diferencia de la doctrina de una “destrucción mutua asegurada” en la guerra fría, esta “segunda era nuclear” vería a los combatientes, en las palabras de un reporte de 2016 del Center for Strategic and International Studies, “evaluando cómo utilizar un arma nuclear temprano en el conflicto y de una manera comedida”.

Para ello, el programa de modernización nuclear de Obama involucró la construcción de armas nucleares de bajo rendimiento que, según esperan los teóricos militares estadounidenses, puedan ser utilizadas en combate sin desencadenar un conflicto termonuclear total.

Además de hacer que las armas nucleares sean más pequeñas, más ligeras, menos destructivas y más portátiles, el corolario de hacer armas nucleares 'utilizables' fue la eliminación de las restricciones a las armas de menor alcance.

En 2018, el Gobierno de Trump intensificó la carrera armamentista estadounidense iniciada bajo Obama, retirándose unilateralmente del Tratado de Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio para que EE.UU. pueda cercar tanto a Rusia como a China con armas nucleares de corto rango, capaces de impactar importantes ciudades en cuestión de minutos. Esto fue acompañado por una expansión sistemática del programa de modernización, aumentando su costo a casi $2 billones.

El Gobierno de Biden ha expandido aún más los preparativos nucleares de sus predecesores y las propuestas de Biden para el presupuesto de 2023 incluyen crear nuevas versiones de cada sistema de armas en la “triada” nuclear de EE.UU. Si bien Biden ha prescindido de la retórica de “fuego y furia” de su predecesor, su Gobierno ha sido incluso más agresivo en provocar conflictos con Rusia y China que Obama o Trump.

En 2021, la Casa Blanca firmó una Asociación Estratégica de EE.UU. y Ucrania, anunciada el 1 de septiembre de 2021, en donde declara que EE.UU. “nunca reconocerá el intento ruso de anexar Crimea”. El acuerdo fue firmado apenas meses después de que Ucrania convirtiera el objetivo de retomar Dombás en una doctrina oficial de Estado, prácticamente anunciando planes para una guerra ucraniana contra Rusia.

Al mismo tiempo, el Gobierno ha sistemáticamente socavado la política de Una sola China. Biden prometió en una reunión pública que defendería a Taiwán de China. El año pasado, Nikkei publicó reportes de que EE.UU. estaba elaborando planes para colocar armas nucleares en la “primera cadena de islas”, incluyendo en Japón y Taiwán.

Pero el estallido de la guerra entre Rusia y Ucrania ha puesto en marcha los planes de gran alcance para “un conflicto entre grandes potencias” que fueron preparados a espaldas de la población, enfrentando a la humanidad con la amenaza de una aniquilación nuclear.

Haciendo eco de la declaración de 1963 de Barry Goldwater, Philip Breedlove, el excomandante supremo de la Alianza Atlántica en Europa, le dijo a Voice of America esta semana, “Hemos estado tan preocupados sobre las armas nucleares y una Tercera Guerra Mundial que nos hemos disuadido completamente a nosotros mismos. Y [Putin], francamente, no está nada disuadido”.

La conclusión inevitable es que la población debe aceptar la amenaza de una guerra nuclear y superar su “temor cobarde a la muerte”.

La manera casual e imprudente con la que la élite política estadounidense está tratando la posibilidad de una guerra que amenaza con convertirse en un conflicto nuclear de plena escala es consistente con la indiferencia de la clase gobernante a las muertes masivas durante la pandemia.

Un millón de estadounidenses han muerto por el COVID-19 desde enero de 2020. En un mes dado, 37.000 estadounidenses han perdido su vida, el equivalente a doce atentados del 11 de septiembre.

Un comentario común sobre la pandemia en la prensa estadounidense es que la lucha por proteger la vida, el primer derecho enunciado por la Declaración de la Independencia, es sinónimo de “miedo”.

El escritor del New York Times David Leonhardt se ha vuelto especialista en insinuarlo. En una columna de opinión tras otra en la que ha declarado el fin de la pandemia y alegado que el COVID-19 es menos peligroso que la gripe estacional, Leonhardt se ha referido a los “Temores irracionales al Covid”, exigiendo saber “¿Por qué tantas personas vacunadas siguen teniendo miedo?”.

Comentando sobre la relación entre la pandemia y la guerra, Bloomberg señaló el año pasado, “Sí, EE.UU. ha fracasado en su respuesta al COVID-19. Al mismo tiempo, su experiencia demuestra que EE.UU. como nación puede tolerar bajas, en realidad, demasiadas. Por mucho tiempo, una doctrina china usual era que los estadounidenses eran ‘débiles’ y no estaban dispuestos a aceptar muchos riesgos. Si fueras un planificador de ejercicios militares chinos, ¿reconsiderarías esa presuposición?”.

En otras palabras, el COVID-19 abarató la vida en EE.UU. Un millón ha muerte y la prensa y élite política del país simplemente ignoran la cifra de muertes. Hay una expectativa de que las muertes masivas simplemente serán parte del ruido de fondo.

El cambio paradigmático ni siquiera se está discutiendo, simplemente se le impone a la población por medio de propaganda. Nadie pregunta en la prensa: ¿qué ocurriría en una guerra nuclear entre EE.UU. y Rusia?

A inicios del año, James Stavridis, el excomandante supremo de la Alianza Atlántica en Europa, publicó una novela describiendo una guerra nuclear ficcional en el futuro. Describiendo un ataque enuclear estadounidense en Shanghái, Stavridis escribió: “Tantos meses después, la ciudad seguía siendo un desierto radioactivo y chamuscado. La cifra de muertes superó 30 millones. Después de cada uno de los ataques nucleares, los mercados internacionales cayeron. Se perdieron las cosechas. Las enfermedades infecciosas se propagaron. El envenenamiento por radiación contaminaría a varias generaciones. La devastación… era incomprensible”.

Los sobrevivientes estadounidenses del ataque nuclear chino contra San Diego fueron abandonados a su suerte en “campamentos precarios”, donde “frecuentemente había brotes cíclicos de tifus, sarampión e incluso viruela causados por las letrinas desbordadas y las filas de carpas plásticas”.

Desde la publicación de su libro, Stavridis ha aparecido regularmente en los programas de entrevistas de los domingos, donde denuncia los crímenes y crueldades a manos de los enemigos de EE.UU., a quienes ha apodado de “carniceros de Bucha”.

Nadie lo interrumpe para preguntarle sobre la relevancia de la descripción de una guerra nuclear en su libro en cuanto al peligro cada vez mayor de una Tercera Guerra Mundial. En cambio, las noticias están repletas de propaganda de guerra, diseñada para azuzar las emociones de la población y fomentar el apoyo a acciones que amenazan con desatar una guerra entre las dos mayores potencias nucleares.

La total devaluación de la vida humana, la indiferencia a las muertes masivas en la pandemia y la temeridad con la que el capitalismo estadounidense se precipita a un conflicto con Rusia reflejan el punto de vista y el carácter social de la clase gobernante estadounidense. Esta oligarquía parásita se da un festín con el empobrecimiento y la explotación de la población trabajadora.

La clase gobernante estadounidense, que vive de una especulación financiera dependiente de la burbuja crediticia inflada por la Reserva Federal y teme y odia a la clase obrera de EE.UU. y el resto del mundo, se encuentra tan desesperada y es tan imprudente como cruel.

La interrogante principal es qué ocurrirá más pronto: el impulso de guerra de la oligarquía capitalista o la creciente rebelión global de la clase obrera.

En todo el mundo, el aumento en los precios alimentarios y energéticos ha producido erupciones de oposición de la clase obrera, como las manifestaciones masivas contra el Gobierno de Rajapakse en Sri Lanka. Al entrar en lucha, los trabajadores deben adoptar las demandas de poner fin a la pandemia de COVID-19 y a las amenazas de guerra de la oligarquía capitalista.

(Publicado originalmente en inglés el 8 de abril de 2022)

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