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Perspectiva

¿Quién pagará por la nueva “guerra eterna” de Biden?

Esta semana, Estados Unidos y sus aliados de la OTAN prometieron multiplicar por siete la presencia de tropas en Europa para prepararse para lo que llamaron “combates de guerra contra competidores iguales con armas nucleares”, es decir, una guerra con Rusia y China.

Los miembros de la OTAN declararon que aumentarán sus “fuerzas de alta disponibilidad” de 40.000 a 300.000 efectivos. Biden anunció que EE.UU. enviará 20.000 tropas a Europa en medio de una intensificación de la guerra con Rusia, además de un despliegue permanente de buques destructores con misiles teledirigidos y aviones F-35.

Biden acompañado por el general Andrew Poppas y el general Mark Milley en 2016 (AP Photo/Steve Ruark)

EE.UU., cuyo gasto en las fuerzas armadas supera el de los siguientes diez ejércitos combinados, ha aumentado su gasto militar por seis años consecutivos. El presupuesto militar de Biden para 2023, que ya era el más alto en la historia, fue expandido 6 por ciento por medio de un voto del Comité de Servicios Armados del Senado, llevando el total a $858 mil millones.

Desde que Biden llegó al poder, EE.UU. ha prometido enviar $50 mil millones en ayuda militar y económica a Ucrania. El presidente ucraniano Zelenski declaró que el país necesita al menos $60 mil millones al año en asistencia para seguir la campaña militar, una cifra que equivale a casi la mitad de la producción económica ucraniana antes de la guerra.

El año pasado, cuando Biden anunció que EE.UU. se retiraría de Afganistán, afirmó: “Hemos sido una nación en guerra por demasiado tiempo. Si tienes 20 años en la actualidad, nunca has conocido a un EE.UU. en paz”. Declaró: “Es hora de poner fin a la guerra eterna”.

Biden está comprometiendo a la población estadounidense a una nueva guerra perpetua, afirmando que no existe ningún límite en los recursos que se dedicarán para librarla.

Cuando le pidieron el jueves en una rueda de prensa en la Cumbre de la OTAN en Madrid que “explique qué significa eso para el pueblo estadounidense” y si estaba prometiendo “un apoyo indefinido de EE.UU. a Ucrania”, Biden respondió, “Vamos a apoyar a Ucrania por el tiempo que sea necesario”.

Otro reportero aludió al “alto precio de la gasolina en EE.UU. y todo el mundo” y le preguntó, “¿Por cuánto tiempo es justo esperar que los conductores estadounidenses y de todo el mundo paguen ese recargo por esta guerra?”.

Biden repitió: “Por el tiempo necesario”.

Nadie pensó en preguntarle a Biden una pregunta obvia: ¿Cuánto es el tiempo necesario? ¿Cuál será el costo de esta guerra indefinida y cuáles serán las consecuencias?

Estados Unidos está encabezando un conflicto global que amenaza las vidas de millones de personas y, si se convirtiera en un conflicto nuclear, el futuro de toda la humanidad.

¿Puede alguien imaginar, además, que una guerra contra Rusia, cuyo objetivo es derrocar el Gobierno del país más grande del mundo, junto a una guerra contra China, la segunda mayor economía del mundo, pueda llevarse a cabo sin empobrecer totalmente a la población estadounidense?

Las consecuencias sociales y económicas de la militarización de la sociedad que prometieron EE.UU. y sus aliados en la cumbre de la OTAN son incalculables. En todos los países, el gasto en salud pública e infraestructura social va a ser destruido para hacer disponibles recursos para la guerra.

Los costes de la guerra se van a imponer a la clase trabajadora mediante el desmantelamiento de los programas sociales y la exigencia de que los trabajadores acepten una reducción de sus salarios reales en nombre del “interés nacional”.

El estallido de la guerra ha ido acompañado del abandono total de cualquier esfuerzo por detener la propagación del COVID-19. Según las estimaciones del Gobierno estadounidense, este otoño habrá 100 millones de nuevos casos de COVID-19, más que el número de todos los casos de COVID-19 registrados hasta la fecha. Y el Congreso se ha negado a aprobar ninguna financiación adicional para la pandemia, lo que significa que las personas sin seguro médico se verán obligadas a pagar de su bolsillo las vacunas, las pruebas y los tratamientos contra el COVID-19.

Esta semana, la ciudad de Nueva York ha anunciado que recortará la financiación de las escuelas públicas en 215 millones de dólares, en lo que se espera que sea una oleada de medidas de austeridad en todo el país.

La guerra ya está impulsando la demanda de recortar el gasto en “garantías sociales”. “La OTAN necesita más armas y menos manteca”, escribió Glenn Hubbard, expresidente del Consejo de Asesores Económicos, en un artículo de opinión publicado en el Wall Street Journal a principios de este año, en el que exigía recortes en el gasto en la seguridad social, y los seguros médicos Medicare y Medicaid. “Las reasignaciones de presupuesto para acomodar un mayor gasto en defensa requerirían sin duda frenar el crecimiento del gasto en la seguridad social”, escribió.

Mientras que el gasto militar descontrolado y las décadas de rescates de Wall Street han contribuido a la crisis inflacionaria, la élite política estadounidense está tratando de imponer todo el peso de la crisis sobre la clase trabajadora. La Reserva Federal ha iniciado un programa para tratar de aumentar deliberadamente el desempleo mediante el aumento de los tipos de interés, buscando restablecer el “equilibrio” del mercado laboral arrojando a cientos de miles de personas al desempleo.

La intensificación de la guerra se producirá en medio de una ola de despidos, que comenzará en el sector tecnológico e inmobiliario y se extenderá por la industria automovilística. Según una fuente, el mes pasado se produjeron 26.000 despidos en el sector tecnológico el mes pasado, frente a los 20.000 del mes anterior.

La guerra global iniciada por la Administración de Biden es al mismo tiempo una guerra contra la clase obrera de Estados Unidos. A través de la guerra, la clase gobernante estadounidense busca desviar las tensiones internas hacia el exterior mediante la creación de un enemigo externo y expandir las fuerzas represivas para aplastar las huelgas y las luchas sociales.

El compromiso de Biden con una participación ilimitada de Estados Unidos en la guerra con Rusia cuenta con el apoyo de toda la élite política estadounidense. El resultado de la cumbre de la OTAN fue aclamado por los consejos editoriales de los principales periódicos estadounidenses, desde el New York Times y el Washington Post, de orientación demócrata, hasta el Wall Street Journal, de orientación republicana.

“Pase lo que pase en el mandato del presidente Biden, y no importa lo que dure, los acontecimientos de esta semana en Europa garantizarán que su presidencia sea consecuente”, proclamó el Post .

Ni un solo miembro demócrata del Congreso ha criticado la promesa de Biden de destinar infinitos recursos a la guerra.

A pesar del incesante bombardeo de propaganda para fomentar el odio público hacia Rusia y China, la guerra en Ucrania es ampliamente impopular. En una encuesta de YouGov publicada esta semana, el 40 por ciento de los encuestados dijo que Estados Unidos debería estar “menos comprometido militarmente en los conflictos de todo el mundo”, frente al 12 por ciento que dijo que debería estar más comprometido.

A la pregunta de cuál debería ser la principal prioridad de Biden, el 38 por ciento dijo que la Casa Blanca debería tratar de abordar el creciente coste de la vida, frente al 8 por ciento que dijo que EE.UU. debería “asegurar la derrota de Rusia en Ucrania”.

El 46 por ciento de los encuestados dijo que “se opone a que el ejército de Estados Unidos participe directamente en el combate en la guerra entre Rusia y Ucrania”, frente a solo el 23 por ciento que apoya esa medida.

La población estadounidense no ha olvidado los crímenes llevados a cabo por el imperialismo estadounidense contra los pueblos de Irak, Afganistán, Libia, Siria, Yemen y docenas de otros países sometidos a las campañas de desestabilización de Estados Unidos, las guerras por delegación y las sanciones económicas asesinas.

No existe, fuera del Comité Internacional de la Cuarta Internacional, ninguna oposición política organizada a los planes de guerra del imperialismo estadounidense. La base social para la construcción de un nuevo movimiento contra la guerra es la clase obrera. Así como la guerra imperialista en el extranjero es al mismo tiempo una guerra contra la clase obrera en casa, también la lucha contra la guerra es al mismo tiempo una lucha de la clase obrera contra la desigualdad, la explotación y el sistema de lucro capitalista.

(Publicado originalmente en inglés el 1 de julio de 2022)

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