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Rechazo de los ferroviarios a contrato prepara el escenario para un conflicto con el Estado capitalista y la burocracia sindical

El voto de decenas de miles de jefes de tren y trabajadores de los patios de maniobras en el sindicato SMART-TD en rechazo al contrato mediado por la Casa Blanca representa un hito de la lucha de clases. Lo que se está fraguando en Estados Unidos, el centro del capitalismo mundial, es el mayor movimiento de la clase trabajadora en décadas.

SMART-TD es el cuarto y, por mucho, el más grande de los 12 sindicatos ferroviarios que ha rechazado este convenio basado en las recomendaciones de una junta de mediación seleccionada por la Casa Blanca. (Los trabajadores del sindicato International Association of Machinists [IAM] rechazaron el acuerdo el contrato en el voto inicial pero el sindicato afirmó que fue aprobado por poco en una nueva votación a inicios del mes.) Estos cuatro sindicatos suman casi dos terceras partes de todos los 120.000 trabajadores ferroviarios.

En un anuncio simultáneo el lunes, el sindicato Brotherhood of Locomotive Engineers and Trainmen (BLET) alegó que el mismo acuerdo fue ratificado por un estrecho margen.

El verdadero nivel de oposición al acuerdo es mucho mayor que el margen de 1 por ciento del rechazo. La votación se produjo después de que la burocracia sindical la postergara deliberadamente por dos meses, intentando garantizar su aprobación al dejar que bajaran los ánimos y al presentar falsamente el voto como una “elección” entre aceptar el acuerdo o que el Congreso se los imponga a la fuerza. Aquellos que votaron a favor lo hicieron porque no confían del todo en que el aparato sindical organizará una lucha. Es más, como ha ocurrido en muchas otras votaciones de los sindicatos ferroviarios en los últimos dos meses, muchos trabajadores reportaron al WSWS que nunca recibieron sus papeletas.

El voto fue un acto de desafío de las bases contra el aparato sindical, el Estado estadounidense y las empresas ferroviarias, que han respaldado el acuerdo y dedicado toda su energía por semanas a garantizar su aprobación. De hecho, el día en que fue sellado en septiembre, el presidente Biden cantó victoria en la prensa, afirmando que había atajado una huelga nacional ferroviaria.

Pero los ferroviarios se rehusaron a acatar “el mensaje”. Están decididos a no seguir luchando por sus demandas, que son impostergables, incluyendo licencias remuneradas por enfermedad y horarios de trabajo predecibles que les permitan pasar tiempo con sus familias. Están preparados para llevar a cabo una huelga nacional para luchar por lo que necesitan.

El voto es un gran golpe a la autoridad tanto de la Administración de Biden como de la propia Casa Blanca como institución. Bajo el pretexto de ser el “presidente más favorable a los sindicatos en la historia de Estados Unidos”, la Administración de Biden ha seguido una política deliberada de utilizar los servicios del aparato sindical corrupto para evitar el estallido de huelgas y frenar el crecimiento de los salarios mediante la aplicación de contratos deficientes. Biden intentó repetir en la industria ferroviaria los “éxitos” que se anotó a principios de año en las refinerías, así como en los muelles de la costa oeste, donde 20.000 trabajadores se mantienen en sus puestos de trabajo desde julio sin contrato.

Sin embargo, los ferroviarios están desafiando algo más que la política de la actual Administración. Están combatiendo toda la estructura de las “relaciones laborales” tal como ha evolucionado en los últimos 40 años, cuya característica central ha sido la completa integración de los sindicatos con el Estado y las empresas. El trabajo que los burócratas sindicales que han llevado a cabo obediente y despiadadamente y por el que han sido generosamente recompensados con miles de millones de dólares en acciones corporativas ha consistido en ayudar a imponer recortes masivos y sofocar toda oposición de la clase trabajadora.

Bajo este esquema, el nivel de vida de la clase trabajadora retrocedió un siglo, mientras que la desigualdad alcanzó los niveles más altos registrados. Ahora está cediendo bajo la tensión de décadas de ira social reprimida que ya no se puede aplazar más.

Durante la última semana del voto ferroviario, 50.000 estudiantes de posgrado en California y Nueva York iniciaron una huelga para exigir aumentos salariales masivos que cubran el alza de los alquileres y el coste de la vida. Son miembros del sindicato United Auto Workers (UAW) donde Will Lehman, un socialista y trabajador de Mack Trucks, se presenta como candidato a presidente del sindicato con una plataforma de abolición de la burocracia y el establecimiento del control de las bases.

Desde que se propuso por primera vez el contrato ferroviario en septiembre, decenas de miles de pilotos y otros trabajadores de aerolíneas han votado en contra de contratos y han autorizado las huelgas. Al igual que los ferroviarios, están sujetos a la antiobrera Ley de Trabajo Ferroviario. Mientras la prensa corporativa y la burocracia sindical presentan esto como un “desastre” que perjudicaría “la economía”, decenas de millones de trabajadores acogerían y apoyarían una huelga ferroviaria y la tomarían como la señal para impulsar sus propias demandas.

Por muy significativa que sea, la situación en los ferrocarriles es solo una parte de un desarrollo más amplio y solo uno de cualquier número de potenciales “puntos de inflexión”. El año que viene, los contratos expiran para los trabajadores de la industria automotriz, donde la oposición de las bases hizo estallar una huelga nacional en GM en 2019, y para 250.000 trabajadores de UPS, donde la burocracia del sindicato Teamsters solo fue capaz de hacer pasar un acuerdo en 2018 anulando un voto mayoritario en contra.

Esto es parte de un movimiento internacional. A principios de año se produjeron protestas masivas contra la inflación en Sri Lanka, el país insular del sur de Asia, que obligaron al Gobierno a dimitir. En los países capitalistas avanzados, los trabajadores de los ferrocarriles y los puertos han llevado a cabo huelgas en Reino Unido, al igual que los camioneros en Corea del Sur, los trabajadores de las refinerías en Francia y muchos otros. Hace dos semanas, decenas de miles de educadores en Ontario, Canadá llevaron a cabo una huelga en toda la provincia desafiando una ley antihuelga.

A medida que este movimiento crece, el Estado se ve obligado a intervenir directamente contra la clase obrera, demostrando que no es un árbitro neutral sino un instrumento de dominación de clase. Casi inmediatamente después de los resultados de la votación del lunes, los grupos sindicales ferroviarios reiteraron sus llamamientos para que el Congreso interviniera para imponer el acuerdo. El Congreso está ahora en una transición sin capacidad de maniobra, menos de dos meses antes de que los republicanos tomen el control de la Cámara de Representantes tras las elecciones intermedias. Sin embargo, ambos partidos han señalado su apoyo bipartidista a tomar acción contra los ferroviarios.

Este proceso es universal. Los continuos paros en Reino Unido fueron un factor importante en la caída de la primera ministra conservadora Liz Truss en favor de su sustituto no elegido Rishi Sunak, un gestor de fondos de cobertura súper rico. En Francia, el “presidente de los ricos” Emmanuel Macron ha desplegado a la policía antidisturbios contra los huelguistas, y en Sri Lanka, el nuevo presidente no elegido Ranil Wickremesinghe está comprometido con un programa de austeridad del FMI.

Enfrentados a la oposición desde abajo, los sindicatos no ceden a la presión sino que uniendo fuerzas con el Estado. En Ontario, los sindicatos canadienses desconvocaron la huelga de educadores precisamente en el momento en el que se estaba consolidando el apoyo para una huelga general que obligara al Gobierno provincial a dar marcha atrás en sus amenazas rompehuelgas. Mientras tanto, al sur de la frontera, la intervención del Congreso se coordina directamente con la propia burocracia, que retrasó el emplazamiento de huelga hasta después de las elecciones intermedias para ganar tiempo en el Congreso mientras invitaba al secretario de Trabajo, Marty Walsh, y a la presidenta saliente de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, a la convención nacional del BLET el mes pasado.

Sin duda, el Congreso y los sindicatos esperan que el acuerdo pueda seguir adelante sin tener que recurrir a la intervención abierta del Congreso. Los sindicatos han retrasado la huelga hasta el 9 de diciembre, en virtud de los acuerdos secretos alcanzados con los transportistas sin el consentimiento de los ferroviarios. La burocracia puede interpretar el estrecho margen de rechazo en el sentido de que pueden hacer aprobar el acuerdo en una nueva votación, como hicieron en el IAM. Sea como fuere, dada la aportación diaria de Washington, esto seguiría siendo un mandato judicial del Gobierno en todo menos en nombre.

Lo que suceda a continuación no solo dependerá de lo que hagan el Congreso y la burocracia, sino de lo que hagan los trabajadores. No pueden permitir que esta lucha siga siendo estrangulada por la burocracia. Deben tomar el asunto en sus propias manos, ampliando el trabajo del Comité de Base de los Trabajadores Ferroviarios (RWRFC, por sus siglas en inglés), que ha dirigido la oposición al aparato sindical.

El RWRFC representa el cimiento para anular las acciones que violen la voluntad de los ferroviarios y apelar al más amplio apoyo posible en la clase obrera. Cualquier intento de imponer un contrato sin el consentimiento de los trabajadores, o mediante una votación fraudulenta, es un ataque fundamental a los derechos de todos los trabajadores y un paso más hacia la dictadura en Estados Unidos. Todos los trabajadores deben oponerse.

Se están trazando las líneas de batalla. Por un lado, están los Gobiernos capitalistas, las grandes empresas y la burocracia sindical. Por otro lado, está la clase obrera, la mayoría de la sociedad mundial, que crea toda la riqueza y está unida más allá de las fronteras nacionales por intereses comunes arraigados en el propio sistema global de producción.

Los trabajadores tienen enemigos poderosos, pero ellos son más poderosos. El problema, sin embargo, es saber esgrimir ese poder. Sobre todo, lo que la lucha ferroviaria ha revelado es que los trabajadores están no solo luchan contra una u otra empresa, sino contra el propio sistema lucro basado en la explotación.

Trabajadores ferroviarios: ¡asuman la lucha porel control de las bases! Únanse al Comité de Base de los Trabajadores Ferroviarios enviando un correo a railwrfc@gmail.com o enviando un mensaje al (314) 529-1064.

(Publicado originalmente en inglés el 21 de noviembre de 2022)

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