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Perspectiva

La política estadounidense ante el COVID-19: el “asesinato social” de los adultos mayores

El tercer año de la pandemia de COVID-19 está llegando a su fin, dejando a su paso una cifra horrenda de muertes. A pesar de la declaración del presidente estadounidense Joe Biden este año de que “la pandemia ya se acabó”, el COVID-19 mató a más de 250.000 estadounidenses en 2022, una cifra varias veces mayor que las muertes de soldados estadounidenses en cualquier año de las dos guerras mundiales. Y debido al aumento actual de casos y hospitalizaciones, la cifra de muertes tan solo aumentará.

Tres cuartas partes de las víctimas estadounidenses por COVID-19 este año o 185.436 personas tenían más de 65 años. Esta cifra aumentó a 92 por ciento en la última semana reportada por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés).

Porcentaje del total de muertes por COVID-19 en personas de 65 años o más

La implementación de una política que acepta e incluso promueve las muertes masivas en las personas vulnerables no tiene precedente en un país que dice ser democrático. El desmantelamiento de cualquier medida seria y sistemática de salud pública para detener la propagación del COVID es vista por secciones poderosas de la clase gobernante como una manera efectiva de reducir la “carga” social de cuidar a grandes cantidades de adultos mayores.

En efecto, el Gobierno de Biden y aquellos en los países capitalistas más ricos de todo el mundo han adoptado de manera extraoficial pero deliberada de asesinato social que tiene en la mira a los adultos mayores. Equivale a una forma asesina de eugenesia que evoca la política del régimen nazi de asesinar a los discapacitados.

Hace casi un año, el Gobierno de Biden exigió que se aceptara la “nueva normalidad” de “vivir con” el COVID-19. Durante la ola de la variante ómicron que el Gobierno de Biden tildó de “leve”, la Casa Blanca llamó a eliminar sistemáticamente todas las medidas restantes que buscaban frenar la propagación de la enfermedad.

Los CDC pidieron que se redujera la cuarentena para los infectados con COVID-19 a cinco días, instó a los estados a dejar de hacer reportes diarios sobre el COVID-19, atacó las pruebas de PCR y desanimó el uso de las mascarillas. Todo el sistema de rastreo de contactos en EE.UU. fue desmantelado.

Los científicos y defensores de las personas discapacitadas y de los jubilados advirtieron que estas políticas matarían de forma masiva a los adultos mayores, dado que el distanciamiento social se volvió prácticamente imposible y que el virus se comenzó a propagar sin control.

Se volvió evidente que este era el resultado deseado. La “nueva normalidad” de la pandemia equivale a incluir una mortalidad sustancialmente mayor de los estadounidenses de mayor edad.

En una entrevista el 10 de enero, la directora de los CDC, Rochelle Walensky, dijo que había algo “alentador” sobre las muertes por COVID-19: que la enfermedad estaba matando principalmente a personas con discapacidades, enfermos crónicos y adultos mayores.

“La contundente mayoría de las muertes —más del 75 por ciento— ocurrió en las personas con al menos cuatro comorbilidades, así que se trata de personas que para comenzar ya estaban mal y, sí, son noticias muy alentadoras en el contexto de ómicron”, dijo Walensky.

Cuando la directora de los CDC hizo estas declaraciones, el porcentaje de muertes por COVID-19 en personas de 65 años o más cada semana era del 68 por ciento, comparado al 92 por ciento en la actualidad.

El desmantelamiento por parte de la Casa Blanca de todas las protecciones que quedaban contra el COVID-19 ha vuelto cada vez más imposible que las personas vulnerables lo eviten.

En los hogares de ancianos y los hospitales, se ha instado e incluso obligado a los trabajadores a ir a trabajar cuando están infectados con COVID-19, lo que ha ayudado a propagar la enfermedad a enormes sectores de la población, incluyendo los más vulnerables.

La declaración en enero del Dr. Anthony Fauci de que “prácticamente todos” van a contraer COVID-19 no fue un análisis sobre la naturaleza del virus, sino de las consecuencias de las políticas del Gobierno y, por ende, fue una declaración de sus intenciones.

El autor intelectual del plan de la Administración de Biden para instaurar una “nueva normalidad” fue Ezekiel Emanuel, quien redactó el tristemente célebre artículo de 2014 “Por qué espero morir a los 75 años”, en el que declaraba que “la sociedad... estará mejor si la naturaleza sigue su curso rápida y prontamente”.

Emanuel y otros miembros del panel asesor de Biden sobre el COVID-19 publicaron una serie de artículos en el Journal of the American Medical Association (JAMA) en los que pedían una “nueva normalidad” de vivir con el COVID-19 que acabara con los recuentos de casos y los rastreos de las infecciones.

En una entrevista en la NBC, Emanuel dijo: “Podemos seguir con nuestra vida normal mientras haya COVID, igual que hacemos con la gripe”.

El plan fue acogido en las portadas del New York Times y el Washington Post. Ni uno solo de los informes señaló el hecho de que Emanuel, el arquitecto del plan de “nueva normalidad”, es también un destacado defensor de la reducción de la esperanza de vida.

En una entrevista del 21 de agosto de 2019 con el Massachusetts Institute of Technology, Emanuel explicó por qué no cree que los estadounidenses mayores sean miembros valiosos de la sociedad. La pregunta central, dijo, era “si nuestro consumo vale nuestra contribución.”

Emanuel continuó

Estas personas que viven una vida vigorosa hasta los 70, 80, 90 años, cuando miro lo que esas personas “hacen”, casi todo es lo que yo clasifico como ocio. No es un trabajo valioso. Montan en moto, hacen senderismo. Todo eso puede tener valor, no me malinterpretes. ¿Pero si es lo principal en tu vida? Ummm, no es probablemente una vida valiosa.

En otras palabras, la gente solo debería vivir mientras trabaje, es decir, mientras genere ganancias empresariales. En la medida en que las personas no trabajan, son un lastre para la sociedad, y lo mejor sería que murieran lo antes posible.

El argumento de Emanuel es contrario a toda la tradición de la democracia estadounidense y al pensamiento de la Ilustración, que en la Declaración de Independencia proclamó que “la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad” constituyen, de hecho, el único objetivo “valioso” de la sociedad. Thomas Jefferson proclamó célebremente que, “El cuidado de la vida y la felicidad humanas, y no su destrucción, es el primer y único objeto legítimo de un buen Gobierno.”

Pero el aborrecible argumento de Emanuel es falso incluso por sus propios méritos. Las personas mayores que no “trabajan” contribuyen enormemente a la sociedad enseñando, cuidando y nutriendo a los niños, aportando su experiencia, habilidades y sabiduría del pasado al presente y enriqueciendo las vidas de sus seres queridos.

Como explicó el World Socialist Web Site, este argumento era fundamentalmente idéntico al del movimiento eugenista estadounidense y al del programa de eutanasia nazi, que argumentaban que matar a una persona discapacitada pondría a disposición suficientes recursos para toda una familia “sana”.

Los argumentos de los eugenistas siempre se presentan en términos de las necesidades de la “sociedad”. En realidad, expresan los intereses egoístas y depredadores de la clase capitalista. Cuanto menos dinero se gaste en atender a los jubilados y a los enfermos, se podrá encauzar más dinero directamente hacia los beneficios de la oligarquía financiera que domina la sociedad.

Hay otro objetivo igualmente crítico en la campaña para sacrificar a los ancianos. Durante años, los estrategas militares estadounidenses han exigido la reducción de la esperanza de vida de Estados Unidos para recortar el gasto en los seguros médicos federales Medicare y Medicaid.

Un documento de 2013 redactado por Anthony Cordesman del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS, por sus siglas en inglés), presentó la creciente longevidad del estadounidense promedio como un importante problema estratégico para el capitalismo estadounidense.

“Estados Unidos no se enfrenta a ninguna amenaza exterior tan grave como su incapacidad para afrontar... el aumento del coste del gasto federal en prestaciones sociales”, escribió Cordesman. Esto, dijo, está impulsado “casi exclusivamente por el aumento del gasto federal en los principales programas del seguro médico, la seguridad social y el coste de los intereses netos de la deuda”.

A medida que la Administración de Biden declara cada vez más que su mayor objetivo es “ganar” la “competición por el siglo veintiuno”, el apoyo a los ancianos se ve cada vez más como un impedimento para canalizar los recursos sociales hacia los preparativos de guerra.

Los oligarcas que dominan la sociedad declaran que no tienen dinero para pagar las promesas hechas a los trabajadores bajo el Nuevo Trato y la Gran Sociedad, que promovían la idea de que, si la gente trabajaba, viviría su vida tras jubilarse en paz, felicidad y seguridad.

Los oligarcas reivindican la pobreza mientras se atiborran, con tres milmillonarios que controlan tanta riqueza como la mitad más pobre de la población mundial.

Los parásitos que controlan la sociedad estadounidense proclaman que la sociedad no puede permitirse que sus miembros vivan en paz, felicidad y seguridad. En realidad, es la sociedad la que no puede darse el lujo de permitirse oligarcas.

A pesar de los estragos de la política capitalista de infecciones masivas, el COVID-19 sigue siendo una enfermedad prevenible. Mediante la aplicación rigurosa de pruebas masivas, cuarentenas y rastreo de contactos, se puede detener la transmisión de la enfermedad, eliminarla y erradicarla.

Acabar con la plaga del COVID-19 significa atacar frontalmente la riqueza y los privilegios de la oligarquía financiera y poner fin al orden social capitalista que enriquece horriblemente a unos pocos y mata a la mayoría.

(Publicado originalmente en inglés el 12 de diciembre de 2022)

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