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Perspectiva

Tres años y 21 millones de muertes por la pandemia de COVID-19

Hace tres años, el 11 de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró formalmente la pandemia de COVID-19. En ese momento, se habían registrado aproximadamente 120.000 casos confirmados y menos de 5.000 muertes en todo el mundo.

La cifra oficial de muertes por la pandemia actualmente es de 6,9 millones, pero la estimación más precisa de hombres, mujeres y niños fallecidos es de al menos 21 millones o tres veces el registro oficial. Es decir, más de 21 millones de personas estarían vivas hoy si la pandemia se hubiera contenido al principio, a inicios de 2020.

En contexto, en tres años, la pandemia de coronavirus ha matado a más personas que toda la Primera Guerra Mundial. Solo en EE.UU., ha habido 1,1 millones de muertes oficiales y un exceso de mortalidad adicional de 300.000 muertes, incluyendo al menos a 1.705 niños. La tasa de mortalidad per cápita se está acercando a la de la pandemia de influenza de 1918.

Además de los fallecidos, decenas de millones siguen sufriendo una amplia gama de síntomas que han sido agrupados bajo el término COVID persistente. Solo la semana pasada, un estudio en la revista Journal of the American Medical Association descubrió que aquellos con COVID persistente tienen un riesgo más alto de “eventos cardiovasculares y un mayor exceso de mortalidad por cualquier causa”.

En una sociedad organizada racional y científicamente, la humanidad estaría celebrando hoy el comienzo del fin de la enfermedad hace tres años. La declaración de la OMS hubiera formado parte de una movilización mundial para hacer pruebas y rastrear el virus, cuidar a los infectados de COVID-19 y desarrollar tratamientos para los afligidos con síntomas persistentes y no previstos.

Se le hubiera sacado provecho al máximo a los avances científicos sin precedente de los últimos 150 años y se hubiera podido eliminar y, en última instancia, erradicar el nuevo y letal patógeno.

Sin embargo, bajo el capitalismo, el aniversario fue conmemorado poniendo fin al Centro de Recursos ante el Coronavirus de la Universidad Johns Hopkins. Durante los últimos tres años, esta base de datos ha sido la piedra angular del monitoreo en tiempo real de casos, muertes y otros datos necesarios para acabar con el coronavirus.

Johns Hopkins declaró que su cierre se debe a que los estados han dejado de reportar datos. Para el futuro, aquellos que dependían de Johns Hopkins esencialmente estarán a ciegas ante la propagación continua de la pandemia.

Lo que es más importante, desde el punto de vista de los Gobiernos capitalistas, especialmente el de Biden, el cierre del seguimiento de Johns Hopkins forma parte de una política que asume que la pandemia ya se acabó. Incluso cuando 500 personas siguen muriendo a diario, en promedio, en EE.UU. y miles internacionalmente, no hay ninguna cobertura en los medios de comunicación sobre la enfermedad.

El mandato de Biden se ha caracterizado por el esfuerzo por convencer a la población de que la amenaza ha pasado. Durante su gestión, puso fin a todas las medidas de mitigación restantes, incluido el uso de la mascarilla. EE.UU. ha liderado el abandono de todas las restricciones a la propagación del virus por el mundo.

El proceso alcanzó nuevas cotas al inicio de la ola de ómicron en noviembre de 2021, cuando la variante fue declarada “leve” y se abandonaron todas las pretensiones políticas de detener la propagación de la enfermedad. Biden atribuyó la continua propagación de la pandemia a aquellos que no estaban vacunados, afirmando que todas las personas que recibieron la vacuna estaban “protegidas de casos graves y de la muerte”.

En palabras de Politico, la Casa Blanca emprendió una campaña para “condicionar a los estadounidenses” para que aceptaran las infecciones masivas de forma permanente mediante la supresión de datos. La Casa Blanca dio instrucciones a los estados para que redujeran la frecuencia de las pruebas. En enero, el Departamento de Salud y Servicios Humanos dejó de permitir que los hospitales emitieran informes diarios de casos y muertes, y a finales de año los CDC habían puesto fin a todos los informes diarios.

En todo momento, las acciones de Biden han estado guiadas por los mismos intereses que las de su predecesor Donald Trump, de anteponer las ganancias a las vidas. Desde el comienzo, el objetivo de la élite gobernante estadounidense ha sido utilizar la pandemia para transferir cantidades astronómicas de dinero a la oligarquía financiera.

Desde el punto de vista de estos intereses sociales, las vidas de la población, y en particular de los estadounidenses de edad avanzada y los discapacitados que se han visto afectados de forma desproporcionada, carecían de valor. A esto se refería la directora de los CDC, Rochelle Walensky, cuando declaró en enero del año pasado que era “alentador” que los enfermos crónicos representaran una gran proporción de las muertes.

Los dirigentes políticos, tanto republicanos como demócratas, así como las principales figuras de los medios de comunicación, eran todos conscientes en enero de 2020 del inmenso peligro del virus que había surgido en Wuhan, China. Sin embargo, su atención no se centraba en salvar vidas, sino en salvar la riqueza de la clase dominante.

Y así se dieron un festín los capitalistas. Un informe de Oxfam de enero mostró que la riqueza de los milmillonarios del mundo aumentó en 2.700 millones de dólares al día desde que comenzó la pandemia, aumentando colectivamente su riqueza en 26 billones de dólares desde 2020.

A medida que se han disparado las ganancias empresariales, también lo han hecho las cifras de víctimas mortales. El tercer aniversario de la pandemia también coincidió con una actualización del exceso de mortalidad causado por el COVID-19 de The Economist .

La política de muertes masivas en EE.UU. se ha aplicado a escala internacional. A finales del año pasado, China, el único país que se mantenía al margen de la política de contagios masivos, abandonó sus medidas de “cero COVID”, bajo la presión del capital financiero internacional. El número de muertos es colosal, según algunas estimaciones más de un millón.

La pandemia también ha proporcionado una oportunidad para que el ideólogo fascista Steve Bannon y sus copensadores chinos expatriados inventen y promuevan la mentira del laboratorio de Wuhan, la teoría de la conspiración de que el COVID-19 fue desarrollado en un laboratorio chino, posiblemente con financiación estadounidense, y liberado en el mundo. A lo largo de la pandemia, esta mentira, que no tiene ninguna base científica, ha sido utilizada por todo el espectro político estadounidense para demonizar a China y preparar a la opinión pública para la guerra.

La mentira del laboratorio de Wuhan también se ha utilizado para fomentar ataques contra los científicos y la ciencia en general. Los peligros de la pandemia, especialmente del COVID persistente, fueron ofuscados, y los científicos que han pasado décadas como líderes en el campo de la epidemiología han sido vilipendiados.

A diferencia de la respuesta de la clase dominante a la pandemia, la clase trabajadora trató de tomar medidas para salvar vidas. Cuando se extendía la pandemia en marzo de 2020, los trabajadores encabezaron el cierre de plantas y otras medidas que finalmente forzaron la imposición de confinamientos en 2020 y parte de 2021.

El hecho de que se pusiera fin a los confinamientos antes de que se suprimiera la pandemia fue el resultado directo de las provocaciones derechistas y fascistizantes defendidas por Trump y sus afines en otros países, como Jair Bolsonaro en Brasil y el ex primer ministro británico Boris Johnson. Su objetivo era poner fin prematuramente a los confinamientos y conseguir que los trabajadores volvieran al trabajo y pagaran por los rescates financieros.

Al mismo tiempo, el fin de los confinamientos contaba con un apoyo bipartidista y fue promovido como la política correcta por los medios corporativos. Fue durante esta época cuando el columnista del New York Times, Thomas Friedman, acuñó la frase “el remedio no puede ser peor que la enfermedad”.

Resulta significativo que, a pesar de la implacable campaña propagandística de los últimos tres años para minimizar los peligros de la enfermedad, muchos sigan preocupados por el virus e intenten protegerse. Una encuesta de Gallup publicada el jueves mostraba que el 15 por ciento de los estadounidenses sigue aislándose por completo o en su mayor parte y que el 35 por ciento se aísla al menos parcialmente.

Y lo que es más importante, se está produciendo un movimiento acelerado de la clase trabajadora a escala internacional, que representa la principal base de apoyo para eliminar y erradicar el COVID-19. Millones de trabajadores en Francia, Alemania y toda Europa han hecho huelga en las últimas semanas contra los recortes a sus salarios, prestaciones y condiciones de vida. Cientos de miles se han manifestado en Frecia contra las muertes de un accidente ferroviario. Las medidas represivas de Estado policial están siendo revividas en Corea del Sur para silenciar el malestar social. Los trabajadores automotores en Estados Unidos se están movilizando contra Caterpillar, una empresa con vínculos estrechos a la maquinaria de guerra estadounidense.

Debe haber una intersección entre este movimiento y la lucha contra el COVID-19. Una pandemia requiere intrínsecamente una respuesta coordinada a escala mundial, y la clase obrera es la única fuerza social internacional que existe y es capaz de llevar a cabo esta monumental tarea. Acabar con la pandemia es, junto con la lucha contra el cambio climático y la amenaza de una guerra nuclear, una de las tareas más críticas que deben asumir los trabajadores y los jóvenes hoy en día.

Esto requiere la perspectiva política del socialismo internacional. La pandemia no puede resolverse únicamente sobre una base médica o científica. Debe haber una lucha política contra el orden social capitalista que permitió que el virus prosperara en primer lugar y que se niega conscientemente a prepararse para nuevas variantes y futuras pandemias. Los trabajadores deben alinearse con sus pares de todos los países, rechazar toda forma de prejuicio y nacionalismo y luchar por reorganizar la sociedad sobre una base superior, racional, científica y socialista.

(Publicado originalmente en inglés el 11 de marzo de 2023)

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