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Comité Internacional de la Cuarta Internacional
Cómo el WRP traicionó al trotskismo: 1973-1985

1981: el WRP acepta el frente popular

La cínica traición contra los obreros siderúrgicos estuvo ligada al alejamiento de la clase trabajadora por parte de la dirección del WRP y marcó el inicio del abandono total de principios que tuvo lugar en 1981. Habiendo abandonado impacientemente la difícil lucha política y teórica en la clase trabajadora contra la socialdemocracia, Healy estaba ahora en el proceso de desarrollar un modus operandi sumamente oportunista dentro del movimiento obrero. Todo el trabajo del WRP se dejó de concentrar en penetrar el movimiento de las masas desde “abajo” —es decir, a través del reclutamiento de jóvenes y trabajadores de fábricas, uno por uno, y su transformación en cuadros—, sino que lo comenzó a hacer desde “arriba”, es decir, cultivando amistades con los laboristas y funcionarios sindicales con cargos estratégicos.

Como Trotsky lo había advertido, basado en un análisis de las experiencias del Partido Comunista británico:

Una de las fuentes sociológicas del oportunismo es la impaciencia superficial, la falta de confianza en el crecimiento gradual de la influencia del partido, el deseo de ganar a las masas con ayuda de maniobras organizativas o de diplomacia personal. De esto surge la política de entremezclarse a puertas cerradas, la política del silencio, del secreto, del heroísmo, de adaptación a las ideas y consignas de otros; y, finalmente, el pasaje total a las posiciones del oportunismo (Trotsky, Marxism and the Trade Unions, New Park, pág. 74).

De todas las formas de oportunismo, ninguna es más peligrosa y políticamente fatal que el concepto de que el aparato del Estado capitalista puede ser capturado por medio de la sutileza y luego colocado al servicio de la clase trabajadora. La Salle fue el primero en quedar descarriado con este problema, y cada uno de los experimentos posteriores no solo produjo fracasos mayores sino crímenes y traiciones reales. Healy estaba ahora por tomar ese camino errado.

Poco después de la huelga de los siderúrgicos, Healy reestableció sus lazos con un funcionario de los laboristas en Lambeth llamado Ted Knight. Este hombre había estado asociado con Healy a comienzos de 1960, pero cuando se vio obligado a escoger entre el trotskismo y una carrera en el Partido Laborista, siguió los dictados de su consciencia y rompió decididamente con la SLL, predecesora del WRP. Ahora, después de un largo camino, sus senderos se volvían a cruzar. Descubrieron que cada uno de ellos tenía algo que el otro quería. Knight tenía conexiones importantes dentro del Partido Laborista y se llevaba bien con un político “izquierdista” de clase media que estaba aumentando su popularidad llamado Ken Livingstone. Healy, por otro lado, controlaba algunas imprentas y podía poner a disposición de Knight importantes recursos. Llegaron a un acuerdo. Healy le daría a Knight la oportunidad de ampliar su base mientras lo protegía de críticas desde la izquierda. Knight le brindaría a Healy, o eso decía “Ted el rojo”, un sustituto pasable de poder obrero mediante Lambeth y el Concejo Metropolitano del Gran Londres (GLC, por su sigla en inglés).

Habiendo abandonado la dictadura del proletariado, Healy estaba dispuesto a aceptar, acercándose a su septuagésimo cumpleaños, alguna influencia sobre estos titanes del reformismo en Londres. Habiendo partido por el camino revolucionario en 1928, Healy —como muchos de los que algún día combatió y desdeñó— fue finalmente convencido de la futilidad de la Larga Marcha. Había que cortar camino, y así llegó a una nueva idea: si no podía convencer a la clase trabajadora de reemplazar al Parlamento con sóviets, ¿por qué no tratar de convertir a los parlamentarios en comisarios del pueblo?

Ted Knight, líder del Concejo de Lambeth

Negociar con Knight era una cosa. Entregarle el partido era otra. Esa versión política de “La ópera de los tres centavos” tenía que ser disfrazada con las necesarias frases “de tono izquierdista” y fue así como el concepto del gobierno obrero revolucionario, basado en los concejos comunales, irrumpió en escena.

A pesar de las garantías dadas a los cuadros del WRP de que el gobierno obrero revolucionario basado en los concejos comunales era puramente una versión actualizada y británica de la dictadura del proletariado basada en los sóviets, el contenido real de esta especie antes desconocida de poder estatal era totalmente diferente.

Como los definían los propios documentos programáticos del WRP, los concejos comunales fueron concebidos como vástagos políticos de los gobiernos locales capitalistas, y no como órganos independientes de poder proletario. La función específica asignada a estos concejos por el WRP fue la de servir como adjuntos de los concejales laboristas atrapados entre el ajuste financiero de los conservadores y la clase trabajadora.

Fue especialmente significativo que el WRP les asignara a las organizaciones sindicales de masas solo un papel desdeñable en la formación y dirección de esos concejos, a pesar del enorme peso de los sindicatos en la vida política y social de la clase trabajadora. De acuerdo con el Manifiesto '81, aprobado por el Quinto Congreso del WRP en febrero de 1981:

En el corazón de los concejos comunales estarán los sindicatos. Pero, los concejos comunales harán de la lucha por empleos, niveles de vida y derechos democráticos básicos la responsabilidad de toda la comunidad y no solo de cuerpos locales como los consejos sindicales (pág. 8, subrayado nuestro).

Pronto el WRP estaría demandando, en la práctica, la completa subordinación de la lucha sindical a los intereses de las instituciones de los gobiernos locales dominados por los laboristas que han evolucionado durante los últimos 400 años en Reino Unido como órganos del Estado capitalista. Aunque había insistido menos de dos años antes en que los laboristas se apoyaban en los conservadores, ahora el WRP ignoraba el papel crucial que representa el “gobierno local” controlado por los laboristas en mantener la autoridad del Estado capitalista sobre la clase trabajadora. Implícita en la política desarrollada por el WRP estaba la concepción puramente reformista que los gobiernos locales, una vez que la mayoría de sus puestos estuvieran controlados por concejales laboristas, se convertirían en órganos de poder obrero. Esto no era más que revivir el viejo y desacreditado concepto del socialismo “municipal” que floreció durante la época de la Segunda Internacional y que hoy forma la pieza central de la estrategia estalinista en Italia.

El WRP había atravesado un largo trecho desde los días en que se oponía a subordinar a la clase trabajadora a la burguesía e incluso a radicales pequeñoburgueses como Castro. Pero ahora glorificaba la posibilidad de democratizar órganos del Estado capitalista y usarlos en el interés de la clase trabajadora.

La siguiente demanda es especialmente crucial para comprender el eje no proletario de los concejos comunales proyectados por el WRP:

Los concejos comunales deben incorporar los cuerpos comunales locales existentes que han surgido casi de la noche a la mañana en algunas áreas —por ejemplo, grupos comunales contra la violencia policial, contra el racismo, contra el cierre de hospitales y escuelas, contra los recortes en los servicios locales tales como lugares de ocio y bibliotecas, contra los recortes en servicios médicos y educación universitaria, y también las organizaciones de inquilinos (ibid., subrayado nuestro).

Todo sonaba muy popular y democrático, pero en realidad era un resultado del intento de virar el eje de la lucha revolucionaria para alejarlo del proletariado y de sus organizaciones de clase independientes y hacia varios “cuerpos locales” socialmente amorfos, cuyo origen fue como vástagos del Estado capitalista. Inevitablemente, el giro en dirección opuesta al eje proletario llevó directamente a la defensa abierta de la colaboración de clase al estilo del frente popular. Los concejos comunales, insistía el WRP, “deben abrirles las puertas a todos aquellos que luchen contra los conservadores —grupos laboristas locales, otras organizaciones políticas en el movimiento obrero y otra gente, independientemente de su religión, color de piel, nacionalidad e incluso aquellos que por error [!] votaran por los conservadores en las últimas elecciones generales ” (ibid., subrayado nuestro).

No se explicaba si esta “otra gente” incluía a los conservadores moderados conocidos como “mojados” que “por error” sirvieron en los gobiernos conservadores anteriores y que, como Ted Heath, tal vez habían intentado “por error” destruir los sindicatos. Eso lo dejó Healy para el área de las “preguntas sin respuestas”.