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Perspectiva

La llamada de Trump con Taiwán: Una provocación hacia China

Al aceptar una llamada telefónica de la presidenta de Taiwán, Tsai Ing-wen, el pasado viernes el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump no se esperó hasta asumir su cargo para violar protocolos diplomáticos que han sido aplicados por décadas. La conversación fue la primera entre líderes de ambos países desde 1979, cuando Estados Unidos cortó lazos diplomáticos con Taiwán como parte de la política de “Una sola China”, según la cual Pekín es el único gobierno legítimo de toda China.

El domingo pasado, el Washington Post rebatió los comentarios del resto de la prensa de que la decisión de Trump de tomar la llamada fue un simple error. El Post indica que, más bien, fue “el producto de meses de preparación y deliberaciones silenciosas entre los asesores de Trump sobre una nueva estrategia de relaciones con Taiwán”, y que refleja “la perspectiva de los toscos asesores que están instando a Trump a tomar una línea dura en las relaciones con China desde un principio”.

La decisión de tomar la llamada, la cual era supuestamente para felicitar a Trump por su victoria electoral, fue una provocación deliberada y calculada para crear un escenario que desencadene una confrontación con China en todos los ámbitos—el diplomático, económico y militar.

Trump dejó claro el domingo, a través de un tweet, que no fue tan sólo una llamada telefónica: “¿Nos preguntó China si estaba bien devaluar su moneda (haciendo más difícil a nuestras empresas competir), gravar excesivamente nuestros productos yendo a su país (Estados Unidos no lo hace a ellos) o construir un enorme complejo militar en el medio del mar del Sur de China? ¡Creo que no!”

Trump arremetió contra China repetidamente en el transcurso de la carrera electoral, amenazando con nombrar a Pekín un manipulador de divisas e imponer aranceles del 45 por ciento a las importaciones chinas. Sin embargo, anteriormente se había referido relativamente poco al conflicto en el mar del Sur de China, donde el gobierno de Obama ha incendiado las tensiones territoriales con el fin de presionar más a China. Washington ya ha enviado buques de guerra en tres ocasiones dentro de los límites de las 12 millas náuticas alrededor de los islotes controlados por China.

Dando a entender que su gobierno podría forjar relaciones más estrechas con Taiwán y revocar su política de “Una sola China”, Trump está exacerbando uno de los conflictos más inflamatorios y peligrosos del mundo, corriendo el riesgo de iniciar una confrontación contra China. Pekín, que considera a Taiwán como una provincia rebelde, ha señalado que iría a la guerra para impedir que un gobierno taiwanés declare su independencia formal.

El Washington Post señaló que varias figuras claves en el equipo de transición de Trump y de su gabinete tienen vínculos estrechos con Taiwán, incluyendo a su jefe de gabinete, Reince Priebus. Se reporta que él visitó Taiwán con una delegación de republicanos en el 2011 y nuevamente en octubre del 2015, reuniéndose con Tsai antes de que quedara electa este año. El ministro de relaciones exteriores taiwanés, David Lee, ha llamado a Priebus un amigo y dijo que su nombramiento fue una “buena noticia” para la isla.

El Post también señaló que los aliados de Trump agregaron una cláusula en la plataforma electoral del Partido Republicano en apoyo a Taiwán, “con quienes compartimos los valores de la democracia, los derechos humanos, una economía de libre mercado y el estado de derecho”. La plataforma política es explícitamente hostil hacia Pekín, aseverando, “El comportamiento de China se ha opuesto al lenguaje optimista de nuestra última plataforma sobre nuestras relaciones futuras con China”.

Al orientarse hacia Taiwán, Trump está amenazando con revocar la política de “Una sola China” implementada por el entonces presidente, Richard Nixon, y su secretario de Estado, Henry Kissinger. El viaje de Nixon a Pekín en 1972 coincidió con un evento que señaló la decadencia histórica del imperialismo estadounidense: el fin de la convertibilidad directa del dólar con el oro, la cual había sido un eje central del orden económico de la posguerra.

Al reconocer al gobierno en Pekín y retirar su apoyo a Taipei, Nixon se cercioró de la colaboración del Partido Comunista Chino en los esfuerzos de Washington para socavar a la Unión Soviética. Esta alianza con Washington fue el preludio de la restauración capitalista en China, que se aceleró después del colapso de la Unión Soviética en 1991 con la llegada masiva de inversiones imperialistas y la transformación de China, con base en su oferta de mano de obra súper barata, en el centro de producción más grande del mundo.

La expansión de China la convirtió en la segunda economía mundial, lo cual erosionó la posición relativa de Estados Unidos y, consecuentemente, las relaciones entre ambas potencias. Al no ser capaz de proteger su hegemonía por vías económicas después del colapso de la URSS, EE.UU. ha recurrido cada vez más a su poderío militar. El último cuarto de siglo de guerras estadounidenses se está transformando ahora en enfrentamientos con otras potencias nucleares, China y Rusia, las cuales se recrudecerán con Trump.

El 7 de noviembre, el sitio web de Foreign Policy publicó un comentario importante con el título “La perspectiva de paz a través de la fuerza de Donald Trump en la región de Asia-Pacífico”, que detalla una política de confrontación no sólo hacia China en relación con Taiwán, sino con toda la región. Lejos de adoptar una postura aislacionista, Trump tiene toda la intención de redoblar los esfuerzos del ya agresivo “pivote hacia Asia” dirigido contra China del gobierno de Obama.

Sus autores, Alexander Gray y Peter Navarro—descrito por el Post como “uno de los principales asesores de Trump sobre la economía y Asia”—critican el “pivote” de Obama por prometer mucho y no cumplir. Recalcan que esta política “resultó ser un caso imprudente de hablar con fuerza pero cargando un garrote pequeño, lo cual ha conllevado a aun más, no menos, agresión e inestabilidad en la región”.

Navarro y Gray arremeten contra el gobierno de Obama por reducir el tamaño de las fuerzas militares, especialmente la Armada, “invitando a la agresión china en los mares del Este y del Sur de China”. También atacan a Obama por su “política fallida de 'paciencia estratégica' con Corea del Norte”, declarando que “sólo ha producido más inestabilidad y peligro”. Luego, aclaman a Taiwán como “un ejemplo para la democracia en Asia” e indican que Obama ha tratado al país insular de forma “igualmente atroz”.

En realidad, el “pivote” de Obama representó un cambio brusco en relación con la política exterior de su predecesor, George W. Bush, cuyo gobierno se enfocó en Oriente Medio al punto de excluir prácticamente la región de Asia-Pacífico. El gobierno de Obama ha sido el propulsor de un esfuerzo global para aislar a China, socavándola económicamente y cercándola militarmente. Esto ha incluido provocar a China en el mar del Sur de China, rehusarse a negociar con Corea del Norte y venderle armas a Taiwán, un total de $1,8 mil millones el año pasado.

En esencia, la “paz a través de la fuerza” de Trump -la cual le hace eco a la política de provocación agresiva del presidente Reagan hacia la Unión Soviética- es una enorme expansión militar acompañada por un fortalecimiento de las alianzas estratégicas de EE.UU. en Asia y la imposición de medidas de guerra comercial contra China. Trump se comprometió con reforzar a la Armada de EE.UU. expandiéndola de 274 a 350 buques de guerra con el fin de proteger su supremacía militar ante China en la región de Asia-Pacífico.

El nombramiento del general James Mattis, alias “Perro Loco” (“Mad Dog”), como nuevo secretario de defensa, confirma esta orientación militarista de Trump. Mattis ha exigido reforzar el poder naval de las fuerzas armadas y desplegar el equipo militar más avanzado a Asia para contrarrestar la supuesta “agresión” de Pekín en la región. También declaró recientemente que los esfuerzos para mejorar las relaciones con China, “deben ir acompañados por una política de contrapeso, por si acaso China continúa expandiendo su rol de intimidación en el mar del Sur de China y en otros lugares”.

En resumidas cuentas, la política de Trump en la región de Asia-Pacífico, bajo la consigna de “paz a través de la fuerza” no es una estrategia de paz sino de guerra. A través de la llamada telefónica con la presidenta taiwanesa, Trump expuso los esfuerzos de los medios de comunicación y de la clase política para minimizar los peligros verdaderos de su llegada al poder.

Este será un gobierno de extremo nacionalismo y militarismo que buscará todos los medios posibles para “hacer a EE.UU. grande de nuevo” a expensas de sus rivales, especialmente China. La “Fortaleza América” que promete Trump es el preludio a una erupción aun mayor del imperialismo estadounidense a nivel global. A no ser que la clase obrera internacional se interponga de forma revolucionaria, esta tendencia resultará inexorablemente en otra guerra mundial.

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