La “coalición” encabezada por Estados Unidos reivindicó su responsabilidad del bombardeo del 17 de marzo en Mosul en el que asesinaron al menos a doscientos civiles, incluyendo a niños, en un presunto ataque contra Estado Islámico (EI). La admisión surgió a raíz de evidencia que los mismos sobrevivientes compartieron con los periodistas iraquíes y que fue reproducida por secciones de la prensa occidental.
En los distintos medios, la masacre está siendo descrita como el ataque aéreo más mortal de la llamada coalición desde la invasión de Irak en el 2003. Sin embargo, la cruda realidad es que se sabe poco sobre el impacto que ha tenido la ofensiva en Mosul, la cual fue iniciada en octubre por el gobierno iraquí bajo la presión del de Obama. El carácter propagandístico de los reportajes y la fuerte censura han afectado la cobertura de los ataques, los cuales han sido presentados como parte de una lucha “heroica” de las fuerzas iraquíes contra el “barbárico” EI. Sin embargo, apenas se le ha prestado atención a los cientos de miles de civiles que se encuentran atrapados dentro de la ciudad sitiada.
Las noticias de la matanza del 17 de marzo comenzaron a hacerse públicas al mismo tiempo en que el secretario de Estado estadounidense, Rex Tillerson, se jactaba junto con los funcionarios de 62 otros países en Washington del “éxito” de su “campaña por derrotar a EI”. Una declaración con la fecha del 22 de marzo indica cínicamente que la “Coalición Global” contra Estado Islámico vela por “la necesidad de proteger a civiles” y aplaudió “al gobierno iraquí por proteger a los civiles en las zonas de conflicto”.
De hecho, en febrero el gobierno de Trump dejó claro que intensificaría la sangría en Mosul sin importar cuántas vidas se puedan perder. Ciertos funcionarios estadounidenses anónimos le comentaron al Wall Street Journal que hay planes para “atenuar las restricciones del campo de batalla” y “suavizar las reglas diseñadas para minimizar las bajas civiles”.
Es claro que dichos planes ya están en marcha. En las últimas semanas, la intensidad de los ataques aéreos ha aumentado drásticamente, conforme las fuerzas iraquíes se adentran en los suburbios al este de la ciudad aún bajo control de EI. Según el Pentágono, fueron utilizadas 1.400 municiones en dos semanas. En un informe detallado del viernes pasado, el diario Los Angeles Times escribió que, “Varios pilotos estadounidenses describen que hay decenas de aviones de combate dando vueltas a una gran altura sobre Mosul, esperando su turno para tirar una bomba”.
El fin de semana pasado, oficiales del ejército estadounidense anunciaron que estarán enviando a cientos de tropas más de la 82 división aerotransportada para “asesorar y dar asistencia” a las fuerzas del gobierno iraquí en Mosul. Una de las principales tareas de estos “asesores” es solicitar los bombardeos aéreos, de artillería o con drones.
El Observatorio Iraquí de Derechos Humanos anunció este fin de semana que ha recolectado testimonios de la muerte de 3.846 civiles desde que comenzó en febrero la ofensiva en el este de Mosul. Tiene reportes de diez mil viviendas destruidas. Cada día, miles de civiles aterrorizados y hambrientos arriesgan sus vidas para intentando cruzar las líneas de batalla para escapar de la ciudad. El número de refugiados ya sobrepasó los doscientos mil, con más de diez mil desplazados nuevos llegando a los campamentos en la mayoría de los días. Las agencias de socorro ya están abrumadas y advierten que no van a poder atender a las cuatrocientas mil personas que todavía están escondidas en los sectores controlados por EI.
Se están llevando a cabo esfuerzos enormes para ocultarle a la población estadounidense y mundial las brutales consecuencias de las operaciones militares lideradas por EE.UU. en Oriente Medio. En comparación con la enorme atención que ha recibido el atroz atentado en Londres cometido de forma individual por un extremista de origen británico, los comentarios sobre el bombardeo han sido escasos en la prensa norteamericana y más aún sobre la catástrofe humanitaria en Mosul.
En la medida en que se haya reportado sobre Mosul, se ha hecho para culpar a EI por la penumbra y devastación. El senador republicano, Tom Cotton, le comentó a CBS News: “Sin embargo, en última instancia, la culpa la tiene Estado Islámico. Son ellos los salvajes que están combatiendo desde ubicaciones civiles, como edificios de apartamentos, casas, mezquitas, hospitales, escuelas, etcétera. La culpa no le pertenece ni a los pilotos de la coalición ni a las fuerzas iraquíes”.
La hipocresía de los gobernantes estadounidenses no conoce límites. Hace apenas algunos meses, estaban exigiendo un alto al fuego inmediato y reaccionando con acusaciones de crímenes de guerra ante los reportes de muertes civiles en la ofensiva rusa y del gobierno sirio contra las fuerzas rebeldes apoyadas por EE.UU. En comparación, las muertes de civiles en Mosul son puestas a un lado como eventos “desafortunados” pero no como razones para suspender ni mucho menos detener la ofensiva.
EE.UU. y sus aliados siguen utilizando la misma mentira en relación con los ataques en Mosul y en las otras ciudades que EI logró tomar en el 2014. La supuesta “guerra contra Estado Islámico” constituye una serie de evidentes castigos colectivos infligidos sobre las poblaciones civiles que vivan donde EI tiene cierta influencia. En los primeros meses del 2016, las ciudades iraquíes de Ramadi y Faluya fueron reducidas a escombros con el propósito de “ser liberadas”. El asedio de Mosul ha seguido esta política.
Ante todo, la élite política y mediática está buscando encubrir el hecho de que la aparición del grupo Estado Islámico en sí es el resultado directo de la invasión y ocupación estadounidenses de Irak, seguidas por la destrucción de Libia y la guerra indirecta de EE.UU. y sus aliados en Siria.
Desde el 2003, la ocupación estadounidense de Irak siguió una política consciente: dividir y socavar toda resistencia atizando las tensiones sectarias entre las comunidades suníes y chiítas. Esto condujo a una sangrienta guerra civil en el 2006 y el 2007 en la que murieron decenas de miles de personas. Millones tuvieron que dejar sus hogares para escaparse de los escuadrones de la muerte de una u otra secta que estaban “depurando” suburbios y ciudades enteras.
Mediante la promesa de que iban a defender a los suníes de la represión del gobierno iraquí que cuenta con el respaldo estadounidense y es controlado por fuerzas chiítas, EI logró asegurarse una base de apoyo para su reaccionario movimiento islamista. No adquirió sus fuerzas en Irak, sino en Siria. Comenzando en el 2012, recibió un impulso crucial gracias al apoyo que Estados Unidos, las potencias europeas, Arabia Saudita y las monarquías del Golfo les dieron a las milicias suníes para que combatieran contra el gobierno sirio de Bashar Al Assad que, por su parte, es respaldado por Irán y Rusia. Con las bases militares, armas y efectivos que consiguió en Siria, ISIS penetró Irak en el 2013, capturando la región occidental de Ambar y Mosul en junio del 2014.
La brutal campaña contra EI surge de la determinación del imperialismo estadounidense de defender su control sobre Irak ante cualquier desafío. Han pasado veinticinco años y sucesivas administraciones de la Casa Blanca y todas han utilizado guerras e intrigas políticas para reafirmar su dominio sobre la región rica en petróleo de Oriente Medio. El costo de vida humana alcanza los millones, mientras que el sufrimiento es incalculable, particularmente en Irak.
Sin embargo, la realidad es que el ataque en Mosul está ocurriendo al mismo tiempo que EE.UU. intenta asegurar su control en otras regiones del mundo y frente a rivales mucho más significativos que un movimiento islamista mal equipado.
En Asia, las discusiones sobre una acción militar contra Corea del Norte han aumentado en las últimas semanas. Además, las tensiones con China están comenzando a desbordarse, no sólo en la península coreana, sino también en el mar de China Meridional, Taiwán y en relación con las amenazas del gobierno de Trump de iniciar una guerra comercial. El régimen ruso está cada vez más inquieto por la pesada atmósfera de histeria antirrusa en Washington y por el provocador despliegue militar de EE.UU. y la OTAN en sus fronteras. Por otra parte, las subyacentes tensiones entre EE.UU. y sus rivales históricos en disputa por la hegemonía mundial, como Alemania y Japón, también están saliéndose a la superficie.
Los trabajadores de todo el mundo deben defender de forma clara e inequívoca al pueblo oprimido de Iraq y a todos los otros países que sean objeto de las intervenciones imperialistas. Además, deben combinar esto con una lucha decidida contra el descenso del capitalismo mundial hacia una guerra entre Estados nucleares o potencialmente nucleares.