Español

Washington saca la alfombra roja para el carnicero de El Cairo

El general Abdelfatá al Sisi, dictador de Egipto, recibió una bienvenida de alfombra roja en la Casa Blanca el lunes. Su encuentro con el presidente estadounidense, Donald Trump, marca el punto más alto de su visita de cinco días a Estados Unidos, cuyos propósitos eran estrechar los lazos entre Washington y su sangriento régimen, conseguir nuevos financiamientos del Banco Mundial y Wall Street y acordar nuevas inversiones de transnacionales estadounidenses que busquen lucrar de la explotación de la mano de obra barata y brutalmente reprimida de Egipto.

El general al Sisi considera que la visita es un triunfo para su odiado régimen, siendo el primer jefe de Estado en visitar Washington desde el levantamiento popular en febrero del 2011 que derrocó al dictador Hosni Mubarak, quien contó con el respaldo de Washington por varias décadas. Las manifestaciones de dicho año dramatizaron los extraordinarios acontecimientos en la plaza Tahrir de El Cairo y las aún más importantes huelgas de masas de la clase trabajadora egipcia.

Tras apuntalar su dictadura por treinta años, el imperialismo estadounidense despreció profundamente verla caer ante las masas egipcias. La administración de Obama hizo todo lo posible durante esos dramáticos días que comenzaron en enero del 2011 para salvar el régimen. Intentó hacer que Mubarak conservara su puesto en el palacio presidencial y luego impulsó una “transición ordenada” bajo la supervisión del jefe de inteligencia y torturador, Omar Suleiman.

Al final, el gobierno de Obama se complació cuando al Sisi, un militar entrenado en EE.UU. y exjefe del servicio de inteligencia militar de Mubarak, tomó el poder en un sangriento golpe de Estado contra el Presidente electo, Mohamed Mursi, y los Hermanos Musulmanes en julio del 2013.

Al Sisi, quien había sido nombrado ministro de Defensa por el mismo Mursi, ordenó una ofensiva despiadada contra el pueblo egipcio para reprimir cualquier manifestación de oposición al régimen militar o a los capitalistas extranjeros y nacionales cuyos intereses defiende.

El régimen militar se aferró al poder tras el baño de sangre de agosto del 2013, en el que fueron masacrados más de mil egipcios que protestaban el derrocamiento de Mursi en la plaza Rabea al Adauiya.

Desde ese episodio, el régimen ha encarcelado a alrededor de 60.000 presos políticos, bajo condiciones de tortura desenfrenada por parte de los militares y la policía. Más de 1.250 permanecen “desaparecidos” después de caer en las garras de las fuerzas de seguridad, mientras que más de 1.000 de ellos han sido condenados a muerte en juicios políticos.

Ya que el gobierno demócrata en EE.UU. estaba utilizando entonces una retórica de “derechos humanos” para justificar sus guerras de cambio de régimen en Libia y Siria, Obama y el Departamento de Estado se vieron obligados a distanciarse formalmente del carnicero de El Cairo.

El rechazo público de al Sisi nunca significó más que una fachada. Washington siguió apoyando al gobierno, viéndolo como una pieza clave para los intereses estadounidenses en la región.

A pesar de que el gobierno de Obama suspendiera cierta ayuda militar al régimen egipcio en octubre del 2013 en respuesta a la repudio público sobre las matanzas y la represión, en abril del 2015, volvió a abrir los grifos completamente, enviándole a El Cairo aviones de combate F16, helicópteros Apache, misiles y tanques y reanudando la transferencia anual de $1.300 millones en ayuda militar, más que a cualquier otro país excepto Israel.

Cuando ordenó continuar la asistencia militar, Obama hizo caso omiso del requisito legal de verificar la democratización de Egipto y no tuvo que enfrentarse a ninguna oposición seria de parte de los republicanos y demócratas. Ambos partidos justificaron los envíos al régimen asesino refiriéndose a la necesidad de combatir la “guerra contra el terrorismo”, independientemente de que la única guerra que al Sisi está luchando es una para aterrorizar al pueblo egipcio.

El gobierno de Obama también suspendió los regulares ejercicios militares conjuntos entre las fuerzas militares de Estados Unidos y Egipto, el Mando Central de EE.UU. anunció hace poco que los estarán reanudando.

Al abandonar toda pretensión de reprobar las acciones del régimen egipcio, Trump está implementando una política que sin duda habría sido la misma efectuada por su rival demócrata de las elecciones de 2016. Como secretaria de Estado, Hillary Clinton se opuso a la decisión de Obama de abandonar a Mubarak, considerándola prematura.

La visita a Washington tampoco es el debut internacional de al Sisi, quien ya ha recibido calurosas bienvenidas en visitas de Estado en Berlín, Londres, París y Roma. Los gobiernos europeos dejaron de lado su presunta defensa de los derechos humanos a fin de avanzar sus intereses estratégicos y económicos.

Más recientemente, al Sisi también se ha acercado a los dos principales rivales geoestratégicos de Washington, Rusia y China. Las fuerzas rusas han realizado ejercicios militares conjuntos con las egipcias, y varios informes indican que las fuerzas especiales rusas fueron destacadas a una base en la frontera de Egipto con Libia. China, por su parte, acaba de acordar un total de $10.000 millones en proyectos de infraestructura con el régimen de al Sisi en una visita del presidente Xi Jinping a El Cairo el año pasado.

Sin duda, la cordial bienvenida de Trump al general al Sisi está relacionada con el temor de perder influencia en el país árabe más grande, donde colisionaron EE.UU. y la Unión Soviética durante la Guerra Fría.

Un alto funcionario de la Casa Blanca, al ser preguntado si Trump discutirá cuestiones sobre derechos humanos con al Sisi, respondió, “Nuestro enfoque es manejar ese tipo de temas delicados de manera más discreta y privada”.

Este enfoque es parte de una política para ir eliminando toda retórica sobre los derechos humanos y así poder avanzar los intereses estratégicos de EE.UU. y perseguir operaciones militares más agresivamente, especialmente en Oriente Medio. La semana pasada, el secretario de Estado, Rex Tillerson, anunció que están siendo descartadas las restricciones relacionadas a los derechos humanos en la venta de armas a Bahrein, cuya monarquía suní ha reprimido brutalmente a la mayoría chiita del país. La venta de aviones de combate F-16 y otras armas es parte de una escalada en la intervención de EE.UU. en Yemen, donde Arabia Saudita, Bahrein y los otros acaudalados emiratos del Golfo libran una guerra feroz contra la población más pobre del mundo árabe.

Antes de la visita, la Casa Blanca emitió un comunicado en el que aplaude la lucha de al Sisi contra el “terrorismo”, así como por haber “iniciado reformas económicas valerosas e históricas”. Dichas “reformas” se refieren a los recortes de subsidios de productos básicos, la fluctuación libre de la moneda egipcia y otras medidas que han aumentado significativamente el desempleo, duplicado la tasa de inflación a un 30 por ciento y reducido las raciones de pan. Esto ha provocado manifestaciones en El Cairo, Alejandría y otras ciudades, donde claman, “queremos pan” y “abajo al Sisi”.

Washington puede contar con al Sisi para aplastar tales expresiones de descontento social con mano dura. Es precisamente esto lo que explica la cierta admiración de Trump hacia el dictador egipcio.

Después de una reunión con al Sisi al margen de la Asamblea General de las Naciones Unidas el otoño pasado, Trump lo describió como “un hombre fantástico”. Luego, elogió sus brutales prácticas represivas: “Logró tomar el control de Egipto, realmente tomar el control”.

Esta no es simplemente una cuestión de política exterior ni del placer personal que les pueda producir a parásitos multimillonarios como Trump relacionarse con asesinos de masas y criminales de guerra. El presidente de Estados Unidos ve reflejado el futuro del país norteamericano en los acontecimientos sangrientos de Egipto. Con una desigualdad social cada vez más extrema, Trump y la clase gobernante a la que él representa están dispuestos a desatar masacres y arrestos en masa similares para defender su riqueza y poder ante las masas obreras.

Loading