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Perspectiva

El bombardeo de Siria: Un nuevo capítulo en la campaña de EE.UU. por la hegemonía global

El ataque con misiles de crucero de Estados Unidos contra Siria marca el inicio de un nuevo capítulo en su guerra por la hegemonía global que comenzó hace más de un cuarto de siglo con la invasión de Irak.

La afirmación que el ataque fue en respuesta al uso de gas venenoso por el gobierno sirio es una mentira explícita. Una vez más, como sucedió en la guerra aérea contra Serbia en 1999, la invasión de Afganistán en el 2001 e Irak en el 2003, y el ataque contra Libia en el 2011, EE.UU. fabricó un pretexto para violar la soberanía de otro país.

El bombardeo de Siria es una transgresión unilateral por parte de Estados Unidos del acuerdo negociado con Rusia en el 2013, que resultó en la cancelación de una intervención militar estadounidense directa y de largo plazo en la guerra civil siria.

Como advirtió el Comité Internacional de la Cuarta Internacional en setiembre del 2013: “El aplazamiento de la guerra no disminuye la probabilidad, de hecho, la inevitabilidad, del estallido de una gran guerra. Como muestran las declaraciones belicistas de Washington, la ‘opción militar’ se mantiene en la mesa. Tampoco es Siria el único objetivo para el ataque militar. Las operaciones estadounidenses contra Siria crearían un escenario precedente para un enfrentamiento con Irán. Y, más allá, la lógica del impulso del imperialismo estadounidense hacia el dominio global conduce a una confrontación con Rusia y China. Tampoco se puede excluir que el conflicto de intereses entre las grandes potencias imperialistas — por ejemplo, entre Estados Unidos y Alemania — pueda, en ciertas condiciones, convertirse en una lucha armada”.[1]

Esta advertencia ha sido reivindicada.

Al menos, estos ataques significan que fue resuelta parcialmente la feroz disputa interna sobre política exterior que se ha venido desenlazando en los más altos niveles del Estado estadounidense desde las elecciones presidenciales en noviembre. Con el apoyo de las facciones más poderosas del Pentágono y de la Agencia Central de Inteligencia, las exigencias del Partido Demócrata de irse a la guerra contra Siria y de escalar la confrontación contra Rusia han prevalecido. La Casa Blanca de Trump se ha visto obligada a ejecutar un cambio sorprendente de política que anunció públicamente sólo días antes.

Lo más extraordinario de estos desarrollos es su velocidad. El lanzamiento de misiles de crucero contra Siria se produjo apenas 48 horas después del primer informe de un incidente en la provincia noroeste de Idlib, en Siria, un área controlada en gran parte por la filial siria de Al Qaeda, en la cual aproximadamente setenta personas fueron presuntamente asesinadas por un gas venenoso.

Literalmente, pocos minutos después de que se conociera el incidente, los medios corporativos estadounidenses comenzaron a denunciar al presidente Bashar al Asad como culpable. Los editorialistas del New York Times y de los otros principales periódicos, junto con los directores de los noticieros, todos trabajaron del mismo guion, expresando indignación moral y exigiendo a Washington llevar a cabo represalias. Todo apunta a que los medios de comunicación fueron informados a fondo previamente para así ejecutar un ejercicio de propaganda bélica cuidadosamente orquestado.

El miércoles, Trump reiteró esta narrativa en una conferencia de prensa en la Casa Blanca, declarando que las “acciones atroces del régimen de Assad no pueden ser toleradas”, mientras que su embajadora ante la ONU, Nikki Haley, envió una amenaza abierta de que iba a haber una acción militar unilateral. Trump luego repitió la misma línea en sus declaraciones ante la prensa desde su resort Mar-a-Lago el jueves por la noche.

Las varias veces que el gobierno sirio ha negado haber estado involucrado en un ataque químico han sido ignoradas sumariamente por la Casa Blanca y los medios de comunicación, como lo han hecho con el largo historial de las fuerzas de Al Qaeda en Siria de ataques con armas químicas y culpar al gobierno.

El caso de quién fue responsable del supuesto ataque químico fue “resuelto” en menos tiempo que lo que le dedica el Departamento de la Policía de Nueva York a investigar un asalto. El veredicto ya fue anunciado y la sentencia está siendo llevada a cabo ahora.

Uno sólo tiene que comparar esta vía rápida forense con los métodos que son empleados cuando los militares estadounidenses bombardean Afganistán, Irak o Yemen y matan a cientos de civiles. El Pentágono insiste en que no hay evidencia creíble de víctimas civiles. En los casos en los que considera que una investigación es inevitable, por lo general tarda semanas antes de emitir un informe, ya sea negando la carnicería o informando una pequeña fracción de la cifra real de muertos.

En la ciudad de Mosul, a menos de 320 kilómetros del presunto ataque químico, EE.UU. ha matado a centenares de hombres, mujeres y niños iraquíes, enterrando a familias enteras bajo los escombros con bombas y misiles y destruyendo cuadras enteras en las ciudades. Es decir que los medios corporativos estadounidenses no están transmitiendo imágenes de los resultados de estos ataques, con cuerpos carbonizados y restos por todas partes. Ninguno de los portavoces que están derramando lágrimas falsas por el supuesto ataque de gas en Siria ha expresado ni una onza de indignación moral por aquellos asesinados por el ejército estadounidense.

No hay duda de que el incidente en Siria fue un pretexto inventado para poder llevar a cabo una intervención militar que tenían preparada desde hacía mucho tiempo. El primer lugar para comenzar a investigar y llegar al fondo de lo ocurrido en Idlib es el departamento de la CIA responsable de las operaciones sucias en Siria y de la coordinación con fuerzas indirectas estadounidenses organizadas alrededor de Al Qaeda.

Hemos estado aquí tantas veces antes que no vale la pena perder el tiempo para refutar la historia oficial. Hace catorce años que Estados Unidos lanzó su invasión a Irak con mentiras similares sobre armas de destrucción masiva, poniendo en marcha una inmensa masacre que mató a más de un millón de personas y ha convertido a millones más en refugiados. Utilizaron pretextos falsos similares en el 2011 para la guerra de EE.UU. y la OTAN dirigida a cambiar de régimen en Libia.

Los medios de comunicación no dicen nada sobre estos notorios precedentes, ni tampoco una pista de que esta nueva guerra de EE.UU. se está llevando a cabo en alianza con Al Qaeda. Los días en los que los periodistas se “integraban” a los eventos de la Guerra de Irak ahora parecen casi pintorescos. Los medios de comunicación han abandonado toda pretensión de hacer periodismo independiente.

La oligarquía gobernante de EE.UU. exigió otra campaña de agresión militar para asegurar su hegemonía en Oriente Medio y hacer retroceder a sus rivales regionales y globales, en particular a Irán y Rusia.

Al igual que la invasión de Irak, la intervención contra Siria es un crimen de guerra. EE.UU. está entrando en una guerra civil que provocó, armó y financió con el objetivo de derrocar al gobierno de Assad e instalar un régimen títere estadounidense. El intento de lograr estos objetivos por medio de fuerzas indirectas islamistas ha fracasado, llevándose consigo casi medio millón de vidas y convirtiendo a cinco millones de sirios en refugiados. El fracaso estadounidense no se debió sólo al apoyo ruso e iraní para Asad, sino también al miedo y el odio que siente la mayoría de los sirios hacia las fuerzas aliadas con Washington que también están vinculadas con Al Qaeda.

El cambio brusco de política de parte del gobierno de Trump refleja la inmensa presión que existe dentro de la clase dominante capitalista de EE.UU. para iniciar una guerra. Sólo días antes del presunto incidente en Idlib, los funcionarios de la administración declaraban que el control del gobierno de Assad en Siria era una realidad que debía ser aceptada. El mismo Trump expresó su desacuerdo con la política del gobierno de Obama en Siria, insistiendo en que el único objetivo estadounidense debería ser luchar contra el Estado Islámico en Irak y Siria (EI).

Los fuertes ataques contra Trump de parte de los demócratas y los medios de comunicación alineados con los mismos como el New York Times han sido precisamente sobre esta cuestión, criticando su supuesta suavidad tanto con el gobierno sirio como, más críticamente, con su principal aliado, Rusia.

Si la rival de Trump en la carrera presidencial, Hillary Clinton, hubiese ganado en noviembre, se puede asumir con seguridad que EE.UU. habría bombardeado objetivos sirios a pocos días de su elección. El retraso de Trump en perseguir tal curso explica el furor sobre sus supuestos vínculos con Moscú con los que insistió el Partido Demócrata, el instrumento político de Wall Street y del aparato militar y de inteligencia estadounidense.

Trump ha sido traído en línea. Este cambio político ha ido acompañado por una reorganización dentro del personal de la Casa Blanca. Stephen Bannon fue retirado del Consejo de Seguridad Nacional en medio de cada vez más muestras de poder por parte de los militares.

Este fue un cambio totalmente previsible. Como lo indicó el World Socialist Web Site en diciembre, cuando Trump estaba nombrando a un militar de alto rango tras otro para los puestos más importantes de su administración: “Así como Trump escoge a exgenerales, estos generales pueden estar eligiendo unirse a su gobierno, seguros que eventualmente podrán dictar políticas”.

Por su parte, la política exterior de Rusia está en ruinas, exponiendo la falsa perspectiva de aquellos dentro del gobierno del presidente Vladimir Putin, que ingenuamente creían que algo tan insignificante como un cambio de presidente podría cambiar el curso elemental del imperialismo estadounidense hacia guerras nuevas y más grandes.

La guerra contra Siria no tiene ninguna base de apoyo popular. La sacudida política en Washington y los preparativos para renovar su agresión militar se han desarrollado tras bastidores. La indiferencia de la élite política hacia el sentimiento popular se refleja en la ausencia de una encuesta de opinión sobre esta nueva guerra de agresión.

Ninguna voz crítica de la guerra, ni en el Congreso ni en la prensa, está siendo permitida hablar. Ni siquiera muestran intenciones de debatir al respecto. Los demócratas que denunciaron ayer a Trump ahora se están reuniendo en una muestra bipartidista de apoyo para su “comandante en jefe” y el resto del ejército. Un ejemplo típico de esto provino del congresista demócrata y crítico de Trump, Adam Schiff de California, quien declaró que se “sentiría más cómodo sabiendo que [Trump] está en manos del general Mattis y el general McMaster”.

Bernie Sanders, el excandidato presidencial demócrata, autodenominado “socialista democrático” y líder del ala supuestamente “progresista” del partido, no dijo nada sobre los planes de guerra, porque los apoyaba.

Toda la oposición del Partido Demócrata hacia Trump se basó en estos temas, y toda discusión sobre la persecución de Trump de los inmigrantes, las deportaciones y los ataques contra los derechos democráticos se desvanecerá rápidamente en interés de la unidad sobre la cuestión de la guerra.

Un ataque contra Siria lleva consigo la amenaza directa de una guerra catastrófica mucho más amplia y potencialmente mundial. ¿Cuál será la reacción de Rusia, una potencia nuclear, si los misiles estadounidenses matan a su personal militar en Siria?

La clase gobernante estadounidense está dispuesta a arriesgarse. Frente al prolongado declive de su dominio en la economía mundial, que antes era indiscutible, se está viendo obligada a depender cada vez más de su poder militar como medio para reafirmar su hegemonía global. Que tal curso lleve inevitablemente a una nueva guerra mundial que amenazaría la supervivencia de la humanidad no hará que cambien.

Las acciones de la oligarquía estadounidense evocan la descripción de Trotsky sobre la burguesía mundial en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, precipitándose “con ojos cerrados hacia una catástrofe económica y militar”.

El conflicto que ha sido iniciado no terminará con los misiles Tomahawk. El impulso de EE.UU. hacia retener su hegemonía global sólo puede persistir como parte de una serie interminable de escaladas militares, cada vez más imprudentes, conduciendo en última instancia a una catástrofe global.

Estos hechos expresan la ardiente necesidad de la construcción de un movimiento de masas antibélico, basado en la clase obrera, y que tenga como objetivo la abolición del orden social capitalista que es la causa fundamental de la guerra.

[1] David North, Un cuarto de siglo de guerra: la ofensiva de Estados Unidos por la hegemonía mundial: 1990-2016 .

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