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El vicepresidente Pence visita América Latina mientras se recrudece la crisis venezolana

Conforme se profundizan las crisis políticas en Venezuela y Washington, el vicepresidente estadounidense, Michael Pence, viajó a América del Sur la semana pasada para dejar claro que el gobierno de Trump no ha descartado el uso de sus fuerzas militares en la región. Sus declaraciones en público iban dirigidas a reafirmar la Doctrina Monroe en defensa de la hegemonía estadounidense en el hemisferio y alrededor del mundo ante toda oposición social y la cada vez mayor influencia de potencias extracontinentales, particularmente de China y Rusia.

Su primera parada fue en Colombia el 13 de agosto, tan sólo dos días después de que Trump amenazara con recurrir a una “opción militar” contra el gobierno de Maduro en la colindante Venezuela. En respuesta a la prácticamente unánime oposición de los líderes latinoamericanos a una intervención militar, Pence manifestó que una solución “pacífica” es preferible. “Estoy aquí para construir una alianza sin precedentes para aislar a Venezuela”, dijo, pero insistió en que “todas las opciones siguen en la mesa”.

El Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) ha respondido a las amenazas y sanciones estadounidenses mediante la concentración de poder en la nueva asamblea constituyente. El viernes pasado, este órgano controlado por el PSUV marginó oficialmente a la oposición apoyada por EE. UU. al conferirse facultades legislativas totales.

Más allá de una intervención estadounidense, la principal preocupación del PSUV es la posibilidad de levantamientos sociales y el surgimiento de un movimiento independiente de la clase obrera. En respuesta, la asamblea constituyente ha formado una “Comisión de la Verdad” para investigar y enjuiciar toda oposición contra el oficialismo bajo el marco amplio de “expresiones del odio y la intolerancia”.

Las declaraciones de Pence en América del Sur constituyen una grave advertencia. Al igual que las amenazas estadounidenses de aniquilar con armas nucleares al pueblo norcoreano han demostrado que Washington ya no verá sus manos atadas por normas previas, tampoco será disuadido por la oposición de los gobiernos latinoamericanos a optar por una “opción militar” si no ve otra forma de instalar regímenes completamente subordinados a EE. UU. y hostiles al capital chino y ruso.

El jueves pasado, Pence visitó Panamá, un país que rompió relaciones diplomáticas con Taiwán a favor de China este año. Ahí, comparó la “visión, energía y el espíritu emprendedor” de Trump a esos Theodore Roosevelt, prometiendo, “reavivar la visión de nuestros antepasados… por todo el hemisferio”.

El mensaje de Pence es el siguiente: el objetivo de la burguesía estadounidense no es sólo desafiar el aumento en el comercio y las inversiones de sus principales rivales en América Latina, sino reforzar el yugo de Washington e intensificar la explotación estadounidense de los trabajadores y recursos de la región.

Desde los albores del siglo XX y del imperialismo estadounidense, Roosevelt insistía en que la consolidación de EE. UU. como una potencia global exigía reafirmar activamente la Doctrina Monroe, barriendo con todo control de las potencias europeas en América Latina y aplastando toda oposición política y social a la explotación semicolonial de la región a manos del capital estadounidense. De 1901 a 1909, el gobierno de Roosevelt presidió intervenciones de los marines en Panamá, alrededor de la construcción del Canal, además de Cuba, Honduras, República Dominicana y Nicaragua, inaugurando así un siglo de sangrienta represión imperialista de EE. UU.

Cuando Pence anunció su viaje a América del Sur en el Wilson Center el 22 de junio, colocó la visita dentro del marco de los esfuerzos de EE. UU. para reforzar su presencia económica y militar en toda América Latina como parte de una expansión de la Alianza para la Prosperidad del Triángulo Norte del gobierno de Obama. “Al enfrentar amenazas asimétricas y cada vez más amplias que se vienen desarrollando alrededor del mundo, haríamos bien en ver hacia América Central y del Sur”, declaró.

A lo largo de su viaje, Pence delineó los pasos que tomará EE. UU. en este “pivote hacia América Latina”. En Panamá, pronunció que el gobierno de Trump espera poder “desatar” el verdadero potencial de las relaciones económicas entre EE. UU. y América Latina, indicando que ya hay, “países alrededor del hemisferio que están poniendo en marcha reformas audaces para liberar sus economías”.

El vicepresidente estadounidense desarrolló este tema más a fondo en Argentina el martes previo. Ahí, felicitó al presidente de derecha Mauricio Macri por su “audaz agenda de reformas”, que ha incluido recortes sociales, un asalto violento contra los puestos de trabajo y el parasitismo financiero más rapaz a través de bonos de deuda con tasas de interés altas, calificando esto como “una inspiración para todo el mundo”.

El siguiente gran paso de Macri será impulsar una “reforma” laboral parecida a la de Brasil, la cual ataca derechos básicos como los acuerdos colectivos e incluso la jornada de las ocho horas. El influyente centro de pensamiento estadounidense Stratfor reportó con aprobación la semana pasada que la legislación brasileña, “a corto plazo, obligará a los miembros de Mercosur [Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay] a tratar de implementar propuestas similares…”.

Como compensación por esta carrera hasta el abismo en cuanto a las condiciones sociales de los trabajadores en la región, Pence prometió que “EE. UU. ante todo no significa EE. UU. solo”. Empleando esta frase de forma selectiva —hasta ahora, sólo cuando visitó a los aliados de EE. UU. en Europa del Este el mes pasado y ahora en América Latina—, Pence busca reclutar a los socios de Washington a la ofensiva estadounidense contra sus rivales económicos y militares.

El miércoles en Chile, un día después de que Donald Trump expresara su apoyo por las “excelentes personas” entre los supremacistas blancos y neonazis que protestaron en Charlottesville, Virginia, Pence fue preguntado si estaba de acuerdo con estos comentarios de Trump. Después de algunos segundos incómodos en silencio y de unos cuantos comentarios insinceros sobre la “tragedia”, afirmó: “Apoyo al presidente y apoyo esas palabras”.

En sus siete meses al mando, el gobierno de Trump ha escalado agresivamente su ofensiva contra los derechos sociales y democráticos de los trabajadores en todo el continente e internacionalmente, encontrando más y más oposición social en todas partes. El apoyo sin reparos de Pence a Trump en Chile y la falta de críticas abiertas por parte de los líderes regionales a sus esfuerzos para desarrollar un movimiento fascista en EE. UU. demuestran que hay planes en marcha para reprimir violentamente a todos los trabajadores en el continente que se irgan en defensa de sus intereses sociales.

Detrás de esta prolongada ofensiva, la aristocracia financiera y corporativa estadounidense demanda mayores ataques contra los salarios y puestos de trabajo, recortes sociales en salud y educación, arrestos masivos de inmigrantes y la militarización de las fronteras y ciudades en toda la región. Más allá, las cúpulas militares y de política exterior están promoviendo un giro más agresivo hacia América Latina.

El director del Programa de las Américas en el centro de pensamiento Center for Strategic and International Studies (CSIS), Moises Rendon, aplaudió el viaje de Pence a América del Sur en un artículo el jueves. A fin de intervenir militarmente en Venezuela, sugiere el CSIS, Washington debería utilizar el mismo pretexto de las homicidas operaciones de cambio de régimen en Irak, Siria y Libia: “la proliferación de armas de destrucción masiva”, refiriéndose a la supuesta “disposición” venezolana “a participar en el comercio de armas y en la cooperación nuclear con países que no se alinean con los intereses estadounidenses”.

Como en Oriente Medio, tal guerra en Venezuela profundizaría exponencialmente la devastación social y la crisis migratoria tanto del país como en el resto de la región. Sin embargo, el CSIS le insiste a Pence y a la administración que mantenga apuntando al blanco: “La amenaza estratégica más amplia para los intereses de EE. UU. de una Venezuela antiestadounidense con las mayores reservas de petróleo en el mundo (25 por ciento de las reservas globales) no puede ser ignorada”.

El nombramiento como jefe de personal de Trump del exgeneral marine John Kelly, quien fue el titular del Comando Sur bajo Obama, presidiendo las operaciones militares estadounidenses en América Central y del Sur, expone que la agenda nacional de la Casa Blanca de reacción social y militarización será integrada estrechamente con políticas similares en todo el hemisferio.

El último director de Asuntos del Hemisferio Occidental de Trump, Craig Deare, quien fue despedido presuntamente por conflictos con Stephen Bannon, argumenta en su libro reciente Charting a Course que la política hemisférica debería tener como meta dicha integración. Para explicar qué significa esto, cita al excomandante del Comando Sur y la OTAN, el almirante James Stavridis: “fusionen el Comando Sur y el Comando Norte en un solo Comando de las Américas. La división artificial entre México y el Comando Sur malogra nuestro propósito común por toda América Latina y el Caribe”.

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