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Perspectiva

La diatriba de Trump en la ONU y la lógica del imperialismo

En 1938, León Trotsky advirtió que el imperialismo “se precipita con los ojos cerrados hacia la catástrofe económica y militar”. Dentro de un año después de haber hecho esta evaluación, Hitler desató a su ejército contra la mayormente indefensa Polonia y puso en marcha el cataclismo de la segunda guerra imperialista global.

Las repercusiones de la diatriba del presidente estadounidense, Donald Trump, en la Organización de las Naciones Unidas (ONU), donde amenazó abiertamente con librar una guerra genocida con un lenguaje no escuchado desde los días del Tercer Reich, reivindican la vigencia de las palabras de Trotsky.

Si no fuese más que el desvarío de un lunático, la amenaza de Trump de “destruir totalmente” a Corea del Norte habría conllevado a un coro de denuncias en la prensa y las instituciones políticas. Sin embargo, fue algo más. Lo más impactante ha sido la suavidad de la respuesta, particularmente de la élite política estadounidense y sus principales medios de comunicaciones. En la medida que ha habido críticas, se han limitado a objetar algunos de los excesos más grotescos de los comentarios de Trump o a poner en duda la premura de su intervención.

Las amenazas de Estados Unidos contra Corea del Norte han escalado sin cesar todo el año. No obstante, ninguna discusión pública ni oficial seria ha tenido lugar sobre las consecuencias de una guerra. El Congreso no lo ha discutido ni convocado una auditoria abierta y pública del Senado. Ante todo, no ha habido una explícita e inequívoca condena del belicismo del Gobierno estadounidense.

El ejército estadounidense y los centros de pensamientos asociados a este han realizado estudios que ofrecen una idea escalofriante del horror que produciría una guerra entre EUA y Corea del Norte. El diario británico Telegraph cita que “una guerra convencional cobraría un millón de vidas”, mientras que una con armas nucleares aumentaría ese saldo exponencialmente.

Rob Givens, un general retirado y ex subdirector adjunto de las operaciones de las fuerzas estadounidenses en Corea, estimó: “infligiríamos veinte mil bajas en el Norte en cada día de combate”, y Corea del Norte “infligiría veinte mil bajas al día sólo en Seúl en los primeros días”. El saldo mortal, advierte, opacaría completamente a los millones que fallecieron y quedaron mutilados a lo largo de “nuestros últimos dieciséis años de combate en Oriente Medio”.

La revista New Yorker incluyó en un artículo la proyección de diez mil muertes en Seúl y un millón en Corea del Sur tan sólo en la primera etapa de la guerra. Cita a un general retirado estadounidense, quien advierte: “La devastación a la península sería desastrosa, simplemente desastrosa… Y, si Estados Unidos y China son beligerantes, puede pasar cualquier cosa”.

El artículo también incluye la advertencia de Mark Fitzpatrick, director ejecutivo del centro de pensamiento International Institute of Strategic Studies en Washington, de que una derrota del régimen norcoreano incitaría una insurgencia prolongada contra el ejército estadounidense que eclipsaría las ocurridas en Irak y Afganistán.

La tormenta que desataría tal guerra contra Corea del Norte convertiría a Estados Unidos internacionalmente en un paria. Detonaría una oleada de revulsión popular dentro del país y alrededor del mundo, pero la oligarquía financiera y corporativa, junto con sus representantes políticos seguiría en procura de sus intereses con imprudencia y ceguera.

El discurso de Trump, el cual también incluyó amenazas contra Irán y Venezuela, sucedió en medio de los ejercicios militares más agresivos en la península coreana, con bombarderos nucleares estadounidenses B-1B y aviones de caza F-35 dejando caer bombas cerca de la zona desmilitarizada. La OTAN y Rusia están realizando juegos de guerra simultáneos y hostiles, mientras que, en Siria, las fuerzas indirectas de Washington están en el borde de una confrontación con el ejército sirio, el cual es respaldado por las fuerzas especiales rusas en la región desértica de Deir ez-Zor.

Ya no es una cuestión de si una nueva guerra mundial y el empleo de armas nucleares es algo posible o no, sino de cuál de los focos de conflicto alrededor del mundo servirá como la chispa.

El peligro de guerra no surge del cerebro enfermizo de Donald Trump, sino de la lógica de la crisis del capitalismo estadounidenses y global, un sistema en crisis arraigado en la propiedad privada de los medios de producción y la división del mundo en Estados nación rivales.

Las amenazas de Trump de perpetrar un genocidio son el producto final de la evolución a largo plazo del imperialismo estadounidense, que anunció su dominio imperialista del mundo en 1945 incinerando a las poblaciones de Hiroshima y Nagasaki con armas nucleares. Luego, libró guerras de estremecedora violencia en Corea del Norte y Vietnam, matando a millones.

Durante el último cuarto de siglo desde la disolución de la Unión Soviética, Estados Unidos se ha embarcado en una serie de guerras prácticamente perpetua, mientras que la burguesía del país, representada por administraciones demócratas y republicanas por igual, ha buscado contrarrestar el declive de su posición económica en el capitalismo mundial por medio del fuego de sus armas. Esta estrategia ha terminado en un fracaso abyecto tras otro, de Afganistán e Irak a Libia y Siria.

Los sucesivos debacles del militarismo estadounidense no han hecho más que volver más frenético el impulso bélico, con el Pentágono volteando su mira de países pobres y en gran medida indefensos a algunas de las principales potencias y rivales alrededor del mundo. Esto incluye a aliados desde el periodo después de la Segunda Guerra Mundial como Alemania, cuyas relaciones con EUA continúan desgarrándose.

La cuestión decisiva en la orden del día es la intervención de la clase obrera en el desarrollo de un movimiento contra la guerra.

Los eventos de la última semana han confirmado de forma clara la declaración del Comité Internacional de la Cuarta Internacional “El socialismo y la lucha contra la guerra”, publicado originalmente en febrero del 2016. “[T]odo el mundo ha sido arrastrado en un torbellino de constante expansión de violencia imperialista”, dice y elabora los principios políticos primordiales para la construcción de un nuevo movimiento antibélico.

Esta tarea con el objeto de prevenir la guerra exige la movilización política de la clase obrera estadounidense internacional, uniendo tras de ella a todos los elementos progresistas de la sociedad con base en un programa socialista dirigido contra el sistema capitalista, la causa fundamental del militarismo y la guerra.

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