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Perspectiva

El líder de China hace el llamado a una “nación fuerte” y un “ejército fuerte”

En su extenso discurso esta semana ante el congreso del Partido Comunista de China (PCCh), el presidente Xi Jinping declaró e insistió en que China se convertirá en una “gran potencia” y una “fuerte potencia” en el periodo adelante. Esta será una “era que verá a China acercarse al centro del escenario”, declaró.

Xi se refirió como de costumbre al “gran éxito del socialismo con características chinas”. En realidad, lo que hizo fue elaborar las aspiraciones de la nueva burguesía que ha acumulado una enorme cantidad de riquezas en las cuatro décadas desde la restauración capitalista, algo que requiere para continuar que Beijing encare más firmemente a sus rivales en la palestra global.

El “sueño chino” de Xi, de una nación rejuvenecida surge inevitablemente de la colisión con los intereses de las potencias imperialistas establecidas, principalmente los de Estados Unidos, el cual busca desesperadamente apuntalar su posición dominante en el mundo por medio de su poderío militar. La “nueva era” de la que habla Xi, no será de paz ni estabilidad, sino de guerra y revolución.

El mandatario no apuntó en su discurso el cercano peligro de una catastrófica guerra estadounidense con Corea del Norte que arrastraría a China, Rusia y a otras potencias nucleares. El presidente estadounidense, Donald Trump, ha rechazado inequívocamente las propuestas de Beijing y Moscú de reentablar negociaciones y ha en cambio preparado al ejército para la “destrucción total” del único aliado militar formal de China.

La imprudente marcha a la guerra de EUA no es simplemente el producto de un individuo con una orientación fascista como Trump, sino del callejón sin salida en el que se encuentra el imperialismo estadounidense. El surgimiento económico de China durante las últimas cuatro décadas, con base en la inundación de inversiones extranjeras para aprovechar su mano de obra barata, ha venido acompañado de una mayor influencia económica y política china alrededor del mundo, conforme busca materias primas y mercados. A medida que EUA se ve incapaz de dar tanta asistencia económica como China —el llamado “poder blando”—, recurre cada vez más al poder duro o militar para desafiar a Beijing.

El “pivote hacia Asia” del Gobierno de Obama representó una estrategia comprensiva para socavar a Beijing diplomática y económicamente alrededor de la región del Indo-Pacífico y para cercar a China militarmente. Obama recrudeció deliberadamente los más peligrosos focos de conflicto, como la península coreana y creó nuevos, incluyendo el desafío de los reclamos territoriales chinos en el mar de China Meridional.

Trump procura los mismos objetivos, pero de manera más agresiva, aumentando dramáticamente el peligro de guerra. Tras haber desmantelado el plan de Obama de formar un bloque comercial y de inversiones contra China —el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica—, Trump amenazó a Beijing directamente con una guerra económica. La acumulación militar alrededor del conflicto con Corea del Norte también es un preparativo militar dirigido contra China. El cálculo de los círculos de estrategia estadounidense se reduce a que, ante el continuo declive de EUA, un enfrentamiento con China es preferible lo antes posible.

El miércoles, tan sólo horas después del discurso de Xi, el secretario de Estado, Rex Tillerson, cuestionó implícitamente las ambiciones chinas. “China, mientras que surge junto a India, lo ha hecho menos responsablemente, en tiempos socavando el orden internacional de derecho”, declaró, concentrándose en “las acciones provocativas de China en el mar de China Meridional”. Dicho “orden internacional de derecho es, por su puesto, el orden mundial establecido después de la Segunda Guerra Mundial, en el que Washington dominaba y ponía las reglas a su conveniencia.

El discurso de Xi es un signo de que los intereses económicos y estratégicos de China no se pueden acomodar más al orden global que prevalece. Les advirtió a otros países que no subestimen la voluntad de China a defenderse a sí misma. “Nadie debería esperar que China se trague cualquier cosa que mine sus intereses”, declaró Xi ante los delegados del congreso.

Lejos de abandonar sus reclamos territoriales en el mar de China Meridional, Xi declaró al principio de su intervención, considera que la consolidación del control chino de los islotes en disputa en realidad es un punto destacado de sus cinco años en el poder. Presumió, además, su iniciativa “Un cinturón, una ruta”, el masivo plan de infraestructura para integrar el continente euroasiático por medio de caminos, ferrocarriles y el mar, y así enlazar a China y Europa, esquivando el cerco estadounidense.

En respuesta a la acumulación militar estadounidense y las amenazas en Asia, Xi presagió una aceleración de la carrera armamentística, por lo que elaboró ciertas metas que culminarían con un ejército chino de “clase mundial” para el 2050. “Un ejército listo para la guerra. Todas las obras militares tienen que adherirse a los estándares de poder librar una guerra y poder ganar una guerra”, sentenció Xi.

De principio a fin, su discurso hedía a la pestilencia del nacionalismo. “La nación china es una gran nación, ha atravesado dificultades y adversidades, pero sigue siendo indomable. El pueblo chino es un gran pueblo, son industriosos y valientes y nunca pausan en su procura del progreso”, remarcó.

Al igual que Trump en Estados Unidos, Xi fomenta el patriotismo, tanto para avanzar agresivamente los intereses de la burguesía china como para subordinar a la populosa clase obrera a esos mismos intereses. Xi se encuentra agudamente consciente de las tensiones sociales que han sido generadas por la restauración del capitalismo en el país y por la profunda brecha entre la diminuta capa de ultrarriccos y la vasta mayoría de la población. Conforme se acelera la marcha hacia la guerra, esta división social tan sólo se ensanchará, alimentando el malestar social. Es por esto que Xi también hizo un llamado a reforzar el aparato represivo estatal.

Sin la intervención de la clase obrera, un conflicto es inevitable, sea en Corea del Norte, el mar de China Meridional o en el sinnúmero de otras zonas explosivas de conflicto en Asia e internacionalmente. El imperialismo estadounidense percibe a China como su principal obstáculo para la hegemonía global, mientras que el capitalismo chino pone en tensión las restricciones del orden mundial establecido y dominado por Washington.

Los trabajadores y la juventud en China, Estados Unidos, alrededor de Asia y en todo el mundo no tienen el interés de ser arrojados como carne de cañón a guerras para defender los intereses de los ultrarricos. Es sólo a través de un movimiento unificado, internacional y basado en un socialismo auténtico —lo que significa la reconstrucción de la sociedad para satisfacer las necesidades apremiantes de la mayoría, no el lucro masivo de unos pocos— que se le puede poner alto a este impulso bélico. Esta es la perspectiva por la que lucha el Comité Internacional de la Cuarta Internacional y sus secciones alrededor del mundo”.

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