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De las Jornadas de Julio al golpe de Estado de Kornílov: El Estado y la revolución de Lenin

Estamos publicando aquí el texto de la conferencia pronunciada el 14 de octubre por Barry Grey, editor nacional de Estados Unidos del World Socialist Web Site. Esta es la primera conferencia en línea de la segunda parte de la serie presentada por el Comité Internacional de la Cuarta Internacional para marcar el centenario de la Revolución Rusa de 1917.

Esta conferencia se centrará en la obra El Estado y la revolución, escrita por Lenin en el verano de 1917 mientras permanecía escondido, primero en las afueras de Petrogrado y después en Finlandia. Lenin entró en la clandestinidad para huir de la represión del Gobierno provisional contra el Partido Bolchevique a consecuencia de las manifestaciones de las masas obreras y de soldados a principios de julio.

A fines de agosto, con Lenin aun en la clandestinidad y Trotsky, Kámenev y otros líderes bolcheviques encarcelados, el general Lavr Kornílov intento un golpe militar, al principio conspirando con el jefe del Gobierno provisional, Aleksandr Kérenski. La movilización en contra del golpe por parte de la clase obrera armada y encabezada por los bolcheviques aceleró una oleada de apoyo para los bolcheviques y socavó por completo a Kٞérenski y sus colaboradores mencheviques y socialrevolucionarios.

Conferencia en línea, en inglés, de Barry Grey: El Estado y la revolución de Lenin

La cuestión fue planteada directamente: una revolución proletaria socialista, o una matanza contrarrevolucionaria que haga palidecer la masacre que siguió la derrota de la Comuna de Paris de 1871.

Trotsky relata lo siguiente acerca de El Estado y la revolución en su Historia de la Revolución Rusa:

En los primeros meses de su vida subterránea, Lenin escribe su libro El Estado y la revolución, cuya documentación había recopilado ya en su emigración durante la guerra. Con la misma atención que dedicaba a reflexionar sobre las tareas prácticas diarias, ahora elabora los problemas teóricos del Estado. No podía ser de otro modo: para él la teoría es efectivamente una guía para la acción. … Su tarea es la reconstitución de la verdadera “doctrina del marxismo sobre el Estado”.

Por el simple hecho de reconstruir la teoría de clase del Estado sobre una base nueva y superior históricamente, Lenin da a las ideas de Marx un nuevo carácter concreto y, por lo tanto, una nueva significación. Pero la importancia mayor de esta obra sobre el Estado consiste en que es una introducción científica a la insurrección más grande que haya conocido la historia. El “comentarista” de Marx preparaba a su partido para la conquista revolucionaria de la sexta parte del mundo.[1]

Trotsky enfatiza lo crítico que Lenin consideraba su “excavación histórica”, como lo dijo Lenin, de los escritos de Marx y Engels sobre la revolución proletaria y el Estado, notando que, “En julio [le] escribe a Kámenev: ‘si acaban conmigo, le ruego que publique mi cuaderno El marxismo y el Estado [i.e., las notas preparatorias para El Estado y la revolución]”.[2]

Lenin estuvo determinado a esclarecer para el partido y la vanguardia de la clase obrera los temas fundamentales de la revolución socialista. Esto requeriría de una exposición de las doctrinas de Marx y Engels acerca del Estado y un rebatimiento de las falsificaciones de la teoría marxista a manos de los oportunistas y centristas, ante todo su teórico principal Karl Kautsky, quien glorificaba la democracia burguesa y pretendía convertir el marxismo en una doctrina reformista. Lo que es más, Lenin bien sabía que estas tendencias pequeñoburguesas se encontraban manifiestas dentro de la dirigencia bolchevique. Las posiciones defensistas y centristas, las cuales prevalecieron bajo la dirección de Iósif Stalin y Lev Kámenev previo a la lucha emprendida por Lenin en defensa de sus “tesis de abril” al regresar a Rusia, aún no habían sido abatidas.

El Estado y la revolución armó teóricamente al partido y a la clase trabajadora en su conjunto con el objeto de derrocar al Gobierno provisional y pasarles el poder a los sóviets, lo cual fue subrayado en el subtítulo escogido por Lenin para la obra: “La teoría marxista del Estado y las tareas del proletariado en la revolución”.

Por más que urgieran los problemas tácticos y organizativos enfrentando al partido, para Lenin, no era una cuestión rusa, sino mundial. El Estado y la revolución solo puede ser evaluado junto a su otra grande obra teórica compuesta en el calor de la guerra y la revolución: El imperialismo.

Lenin percibió dos eventos interrelacionados –la erupción de la guerra mundial y el colapso de la Segunda Internacional– como constitutivos del inicio de una nueva etapa en la historia mundial: la época del imperialismo, la fase superior del capitalismo, la época de las guerras y revoluciones. Desde un principio, su perspectiva fundamental en torno a la guerra era que señalaba una crisis del sistema capitalista que encendería una lucha revolucionaria internacional de parte de la clase trabajadora. La traición de la Segunda Internacional, cuyos líderes apoyaron la guerra, significó que la lucha contra el imperialismo solo se podía librar junto con una lucha implacable contra la Segunda Internacional, y la fundación de una nueva Internacional Comunista.

En Rusia, la relación entre la lucha contra la democracia pequeñoburguesa dirigida por los mencheviques, y la lucha contra la guerra imperialista adquirió una forma muy concreta. Basándose en una glorificación de la democracia burguesa y el parlamentarismo, los mencheviques exigieron que los sóviets y la clase trabajadora apoyaran la guerra como una “guerra revolucionaria por la democracia” y contra el militarismo alemán y la autocracia prusiana. Fue también sobre esta base que les cedieron el poder otorgado a los sóviets por la revolución obrera que había derrocado al zar en febrero a la burguesía contrarrevolucionaria bajo la dirección de los kadetes y sus aliados en la burocracia estatal monárquica y el ejército.

Ahora, enfrentándose a una contrarrevolución abierta, los mencheviques no concentraron su fuego contra la burguesía ni las Centurias Negras, sino contra los bolcheviques –es decir, contra la clase trabajadora—.

En el sentido más fundamental, la lucha encarnada en El Estado y la revolución fue animada por la necesidad de formular el programa básico de la revolución socialista mundial, de la cual la revolución rusa era un componente fundamental, y de la nueva Internacional que se tendría que construir para dirigir dicha revolución.

En el prefacio a la primera edición de El Estado y la revolución, Lenin empieza haciendo hincapié en la urgencia y relevancia práctica de los temas que examinaría a lo largo de la obra. Sigue por ubicar la revolución rusa dentro de su contexto histórico, trazando la conexión entre el imperialismo y del Estado. Enfatiza que, con la aparición del imperialismo el aparato represivo del Estado capitalista –el ejército permanente, la policía, la burocracia estatal– cobra proporciones cada vez más monstruosas. La democracia burguesa se convierte en simplemente una hoja de parra para el militarismo y la violencia estatal. Por ende, cualquier noción de una transición pacífica del capitalismo al socialismo proveniente de la época anterior de libre competencia capitalista se ha vuelto irremediablemente obsoleta.

Estas tendencias son magnificadas por la guerra imperialista, que integra todavía más estrechamente las grandes asociaciones industriales y financieras con la maquinaria estatal, transformando el capitalismo monopolista en el capitalismo monopolista de Estado.

En su polémica El imperialismo y la escisión del socialismo, publicada en octubre de 1916, Lenin describe la putrefacción de la democracia burguesa imperialista del siguiente modo:

La diferencia entre la burguesía imperialista democrático-republicana y la monárquico-reaccionaria se borra, precisamente, porque una como la otra se pudren en vida. … La reacción política en toda la línea es un rasgo característico del imperialismo.[3]

En el inicio al prefacio a El Estado y la revolución Lenin escribe:

La cuestión del Estado adquiere actualmente una importancia singular, tanto en el aspecto teórico como en el aspecto político práctico. La guerra imperialista ha acelerado y agudizado extraordinariamente el proceso de transformación del capitalismo monopolista en capitalismo monopolista de Estado. La opresión monstruosa de las masas trabajadoras por el Estado, que se va fundiendo cada vez más estrechamente con las asociaciones omnipotentes de los capitalistas, cobra proporciones cada vez más monstruosas. Los países más adelantados se convierten –y al decir esto nos referimos a su “retaguardia”— en presidios militares para los obreros. …

La lucha por arrancar a las masas trabajadoras de la influencia de la burguesía en general y de la burguesía imperialista en particular, es imposible sin una lucha contra los prejuicios oportunistas relativos al “Estado”.

… Esta última cierra, evidentemente, en los momentos actuales (comienzos de agosto de 1917), la primera fase de su desarrollo; pero toda esta revolución, en términos generales, sólo puede comprenderse como uno de los eslabones de la cadena de las revoluciones proletarias socialistas suscitadas por la guerra imperialista. La cuestión de la actitud de la revolución socialista del proletariado ante el Estado adquiere, así, no solo una importancia política práctica, sino la importancia más candente como cuestión de explicar a las masas qué deberán hacer para liberarse, en un porvenir inmediato, del yugo del capital.[4]

De la crisis de abril al golpe de Estado de Kornílov

Pasemos ahora a la examinación del contexto político ruso de El Estado y la revolución.

El Gobierno provisional burgués, dependiente del apoyo de los líderes mencheviques y socialrevolucionarios en los sóviets, enfrentó su primera crisis política importante en abril con la publicación de la carta del líder de los kadetes y canciller, Pavél Miliukov, comprometiendo al Gobierno a los objetivos de la guerra imperialista del zar ya depuesto y de proseguir esa guerra hasta la victoria. La publicación de la carta estimuló una demonstración armada de las masas de soldados y trabajadores en Petrogrado exigiendo la renuncia de Miliukov. En esto consiste la “crisis de abril.”

Con la salida de Miliukov y con el Gobierno pendiendo de un hilo, los mencheviques y socialrevolucionarios acordaron a participar en el Gobierno y formar un régimen de coalición, lo cual sirvió en desmerecerlos ante los ojos de obreros y soldados cada vez más militantes. A fines de abril, los bolcheviques adoptan la línea revolucionaria de Lenin en oposición contra la guerra y el Gobierno provisional y en pro de la lucha por el poder obrero, centrada en la consigna “¡Todo el poder a los sóviets!”. El apoyo para los bolcheviques entre la clase trabajadora y los soldados empieza a aumentar rápidamente.

Trotsky escribe en su Historia que a fines de abril la organización bolchevique de Petrogrado contaba con 15 000 integrantes. Para fines de junio tenía más de 82 000. Alexander Rabinowitch en su Prelude to Revolution (Preludio a la revolución) ofrece cifras menores, pero aun así impresionantes. Escribe que en Petrogrado la membresía del partido subió de 2000 en febrero a 32 000 para inicios de julio.

Cualquier recuento objetivo de la Revolución Rusa, desde el derrocamiento del zar en febrero a la insurrección de octubre, desmiente los argumentos actuales en los medios y la academia que la Revolución de Octubre no fue nada más que un golpe realizado por conspiradores que actuaron por encima y a espaldas de los trabajadores. Una de las cualidades de la Historia de Trotsky se encuentra en la riqueza y el detalle de la descripción de los cambios inmensos en la consciencia de las masas y su iniciativa revolucionaria independiente a lo largo del curso complejo y contradictorio de la revolución, y la relación entre este movimiento de masas y la crítica intervención política del Partido Bolchevique y su dirigencia, sobre todo la de Lenin.

En su capítulo intitulado “Evolucionan las masas”, Trotsky escribe:

El incremento que tomaban las huelgas y la lucha de clases en general robustecía casi automáticamente la autoridad de los bolcheviques. … Así se explica que los Comités de fábrica que batallaban contra el sabotaje ejercido por la administración y por los patronos, se pusieran al lado de los bolcheviques mucho antes que el Sóviet. En la reunión celebrada a principios de junio por los Comités de fábrica de Petrogrado y sus alrededores, la proposición bolchevique obtuvo 335 votos por 421 votantes…

En todas las elecciones parciales a los sóviets triunfaban los bolcheviques. El primero de junio había ya en el Sóviet de Moscú 206 bolcheviques por 172 mencheviques y 110 socialrevolucionarios. Idénticos cambios se producían en provincias, aunque con mayor lentitud…[5]

Para junio, la dirección de los mencheviques y socialrevolucionarios del Sóviet de Petrogrado e había visto apoderada por el temor de un alzamiento de los trabajadores liderado por los bolcheviques. El Primer Congreso Panruso de los Sóviets de Diputados de los Obreros y Soldados se reunió en Petrogrado del 3 al 24 de junio. [A lo largo de esta conferencia se utilizará el calendario juliano, esto es el calendario viejo usado en Rusia durante la revolución, 13 días atrasado al calendario moderno.] Los directivos socialchauvinistas del sóviet tenían la intención que el Congreso autorizara el apoyo a la guerra y al Gobierno de coalición burgués, actualmente dirigido a todo efecto práctico por Kérenski.

Irakli Tsereteli, el líder de los mencheviques, y Víctor Chernov, líder del Partido Social Revolucionario, esperaban que la declaración de una nueva ofensiva militar, que de hecho iba a ser proclamada por Kérenski durante el congreso del 18 de junio, ocasionaría una nueva ola de patriotismo que, a su vez, descarrilaría el crecimiento del malestar social y el apoyo político de los bolcheviques.

El congreso votó por apoyar al Gobierno de coalición y ofreció su respaldo tácito a la ofensiva militar. Pero cuando los dirigentes se dieron cuenta de las intenciones de los bolcheviques de montar una demostración de las masas obreras y de soldados para el 10 de junio – sin armas– en oposición a la guerra y bajo la consigna “¡Todo el poder a los sóviets!”, consiguieron pasar un voto a favor de condenar la acción bolchevique y prohibir todas las consignas no aprobadas por los líderes del sóviet. Los bolcheviques fueron obligados a efectuar una retirada táctica y cancelar la demostración.

Tsereteli, un miembro líder del Comité Ejecutivo del Sóviet y también un ministro en el Gobierno de coalición, dio un discurso el 11 de junio al congreso de los sóviets exigiendo la criminalización efectiva de los bolcheviques, declarando:

Nada menos que una conspiración, una conspiración teniendo como objetivos el derrocamiento del Gobierno y la toma del poder por los bolcheviques, quienes saben que nunca llegarán al poder de cualquier otro modo. …Qué los bolcheviques nos acusen –cambiamos nuestros métodos de guerra. Hay que quitarles las armas a los que no saben manejarlas con dignidad. Hay que desarmar a los bolcheviques.[6]

El Congreso de los Sóviets no apoyó la propuesta de Tsereteli, pero si aprobó una demostración oficial planeada para el 18 de junio. Los bolcheviques participaron en esa demostración y, provocando pavor a los mencheviques y socialrevolucionarios, las consignas y banderas bolcheviques predominaron en la acción de masas.

El escenario estaba listo para “las jornadas de julio”. Lenin y Trotsky eran plenamente conscientes del peligro que presentaba un alzamiento aislado en la capital bajo condiciones donde aún no existía el apoyo de las masas en las provincias y entre el campesinado para una nueva revolución. Tenían en mente el destino trágico de la Comuna de Paris, cuando Adolphe Thiers y la burguesía francesa contaron con el apoyo del campesinado y el aislamiento de los trabajadores parisienses para aplastarlos en un baño de sangre, un patrón en cierta medida repetido tras la derrota de la Revolución de 1906 en Rusia.

El apoyo para los bolcheviques creció a consecuencia de la escasez de comida, los costos altos de vida, la masacre continua en el frente y la incapacidad del Gobierno para realizar cualquier reforma significativa. La tarde del 3 julio, el día antes de la cuasi insurrección del 4 de julio, los bolcheviques por primera vez ganaron una mayoría en la sección obrera del Sóviet de Petrogrado.

Lenin advirtió repetidamente acerca del peligro de las provocaciones organizadas por la derecha contrarrevolucionaria con el fin de instigar una respuesta armada que serviría como pretexto para una represión masiva. Pero la ira de secciones militantes de los soldados y marineros, incluso de aquellos influidos por los bolcheviques, no podían ser refrenados. Los bolcheviques advirtieron públicamente contra la acción armada del 4 de julio de los soldados y trabajadores en Petrogrado, pero no lo pudieron prevenir. Hasta la propia Organización Militar del partido desempeñó un papel mayor en organizar la acción.

Bajo estas condiciones, el partido decidió apoyar la acción y tratar de restringirla a una manifestación pacífica para limitar los daños políticos que seguramente resultarían.

El Gobierno, con el apoyo de los líderes del sóviet, pudo reunir y ordenar suficientes tropas leales para que entraran a Petrogrado y reprimieran la revuelta. Tomando ventaja de la derrota de la acción, procedieron a montar un ataque contra los bolcheviques con objeto de eliminarlos como una amenaza seria. Dentro de unas horas, los periódicos inundaron al pueblo con la calumnia del oro alemán –la mentira de que Lenin y los bolcheviques eran agentes en la nómina del Estado Mayor alemán—.

Las oficinas de Pravda fueron saqueadas y sus prensas de impresión destrozadas. Otras publicaciones bolcheviques fueron clausuradas y cientos de marineros de Kronstadt y tropas de la guarnición de Petrogrado tanto como trabajadores fueron arrestados y encarcelados. Se emitieron órdenes de detención para Lenin, Trotsky, Kámenev, Zinóviev y otros líderes bolcheviques. El apoyo para los bolcheviques se puso en declive en el ejército y entre ciertos sectores de clase obrera.

Las represalias tras las jornadas de julio fueron el inicio de una ofensiva contrarrevolucionaria organizada por el Gobierno de coalición. Inmediatamente, decretó una reanudación de la pena capital en el frente. Los comandantes militares fueron autorizados a abrir fuego contra unidas rusas huyendo del campo de batalla. Los periódicos bolcheviques fueron prohibidos en todos los escenarios de operaciones militares y las reuniones políticas entre las tropas también fueron prohibidas.

El 18 de julio, Kérenski nombró a Kornílov como comandante en jefe del ejército. Era conocido que Kornílov tenía vínculos con las Centurias Negras y había resignado previamente de su mando de la guarnición de Petrogrado, protestando ante la “interferencia” del Sóviet en los asuntos militares.

Rabinowitch escribe en The Bolsheviks Come to Power (Los bolcheviques llegan al poder) que para principios de agosto el gabinete del Gobierno de coalición estaba considerando varias propuestas para militarizar los ferrocarriles, las minas de carbón y todas las fábricas dedicadas al sector de defensa. En estas empresas, se prohibió cualquier tipo de huelgas, cierres, reuniones políticas y asambleas. Los obreros fueron asignados cuotas obligatorias mínimas de trabajo y todos los que no fueran capaces de realizarlas eran despedidos sumariamente y enviados al frente.

El 11 de agosto, conversando con el general Lukomski, su jefe de personal, Kornílov dijo que “ya era hora de colgar a los agentes y espías alemanes dirigidos por Lenin” y “dispersar el Sóviet de Trabajadores y Soldados de tal modo que no le sea posible reunirse en ningún otro lugar”. Le comentó a Lukomski acerca del general Krímov, el comandante recién nombrado de las tropas concentradas alrededor de Petrogado, diciendo con deleite que Krímov no vacilaría en “colgar a todos la membresía entera del Sóviet”.[7]

El Gobierno de coalición llevó a cabo la Conferencia de Estado de Moscú a mediados de agosto en un esfuerzo para intimidar el creciente sentimiento antiguerra y movilizar a la derecha contrarrevolucionaria como un contrapeso ante la oposición dirigida por los bolcheviques. Para ese momento, Kérenski tramaba con Kornílov realizar una represión militar e imponer un Gobierno dictatorial. La conferencia alabó a Kornílov como un héroe conquistador mientas que los delegados kadetes y monarquistas denunciaron a los sóviets.

Los bolcheviques no solo boicotearon la conferencia, sino que llamaron a una huelga general de trabajadores de Moscú puso en paro la ciudad durante todo el tiempo que la conferencia estaba en sesión.

El impacto de la represión durante las “jornadas de julio” y la calumnia del oro alemán se disipó en pocas semanas. El control del poder del Gobierno de coalición se debilitaba. A la vez que destrozaba las oficinas de Pravda y perseguía a los bolcheviques, sostuvo un fuerte golpe por el colapso de la ofensiva militar de Kérenski. El 6 de julio los alemanes lanzaron un contrataque que resultó en la rápida reconquista de Tarnopol en el frente suroeste.

Rabinowitch caracteriza la situación en la segunda mitad de julio y las primeras semanas de agosto del siguiente modo:

Cada día produjo nuevos reportes de la anarquía y violencia en expansión entre los campesinos necesitados de tierra en el campo; los desórdenes en las ciudades; el aumento en la militancia de los trabajadores de las fábricas; la incapacidad del Gobierno para resistir los movimientos hacia la autonomía completa de parte de los finlandeses y ucranianos; la continua radicalización de los soldados en el frente y la retaguardia; la avería catastrófica en la producción y distribución de bienes esenciales; las alzas de los costos; el resurgimiento y la creciente influencia de los bolcheviques, la única agrupación importante política, a diferencia de todas las demás, que pareció beneficiarse de estas dificultades y que, después del Sexto Congreso, parecía esperar impacientemente una oportunidad temprana para organizar una insurrección armada.[8]

Para principios de agosto, los bolcheviques habían iniciado una nueva etapa de crecimiento. El último día de agosto, siguiendo la derrota del golpe de Kornílov, por primera vez los bolcheviques ganaron una mayoría en el Sóviet de Petrogrado.

Inmediatamente después de las “jornadas de julio”, Lenin emprendió una lucha en la dirección del Partido Bolchevique para un viraje súbito. Hay una conexión explícita entre este punto decisivo en preparación para la revolución de octubre y las cuestiones planteadas por Lenin en El Estado y la revolución.

En una reunión del 6 de julio con los integrantes principales del Comité Central, Lenin enfatizó que las jornadas de julio significaron el fin de la fase relativamente pacifica de la revolución. El poder había sido consolidado en las manos de burguesía contrarrevolucionaria y el ejército y los mencheviques y socialrevolucionarios se habían comprometido irreversiblemente a una alianza con estas fuerzas. Cualquier noción de una transferencia del poder a la clase obrera tendría que ser abandonada. Lenin insistió que la consigna “¡todo poder a los sóviets” tendría que ser reemplazado con “¡todo el poder a la clase obrera dirigida por el partido revolucionario, los bolcheviques-comunistas!” Subrayó que el partido tenía que enfocarse en preparaciones para una insurrección armada que se llevaría a cabo en cuanto las condiciones políticas fueran propicias.

El 10 de julio, Lenin escribió un artículo intitulado “La situación política” que se publica el 2 de agosto en el cual elabora esta nueva línea. Afirma en parte que:

La consigna “¡Todo el poder a los sóviets!” era una consigna para el desarrollo pacífico de la revolución… Esta consigna ya no es correcta porque no toma en cuenta que el poder ha cambiado de manos y la revolución de hecho ha sido traicionada por completo por los socialrevolucionarios y mencheviques. Lo que ayudará es un entendimiento claro de la situación, la persistencia y determinación de la vanguardia obrera, la preparación de las fuerzas para el levantamiento armado… No tengamos ilusiones constitucionales ni republicanas de cualquier tipo, no más ilusiones acerca de la vía pacífica… Reunamos nuestras fuerzas, reorganicémoslas y preparémonos resueltamente para el levantamiento armado si la crisis en su curso no los permite, en una escala verdaderamente nacional y de masas… El objetivo de la insurrección solo puede ser la transferencia del poder al proletariado, apoyado por el campesinado pobre a fin de poner en práctica el programa de nuestro partido.[9]

Rabinowitch reportó que en ese momento Lenin hablaba de concentrar las preparaciones para la insurrección con base en los comités de fábrica en vez de los sóviets.

En la reunión del Comité Central celebrada el 13 y 14 de julio mientras Lenin permanecía escondido, las tesis de Lenin exigiendo quitar la consigna de “¡todo poder a los sóviets!” e iniciar las preparaciones para una insurrección fueron votadas en contra. Fue con cierta dificultad que Lenin logró persuadir al Sexto Congreso Panruso del partido, el cual se llevó a cabo del 26 de julio al 3 de agosto, que aceptó cambiar la consigna “¡Todo el poder a los sóviets!” por “¡Liquidación completa de la dictadura de la burguesía contrarrevolucionaria!”.

Siguiendo la derrota de Kornílov a fines de agosto y la conquista de una mayoría en el Sóviet de Petrogrado poco después, los bolcheviques retomaron la consigna “¡Todo el poder a los Sóviets”. Sin embargo, Lenin libró una campaña resuelta dentro de la dirigencia del partido para que concentrara todos sus esfuerzos en la preparación de una pronta insurrección armada.

Este episodio destaca la lección más decisiva de la Revolución de Octubre: el papel colosal e indispensable del partido revolucionario de la clase obrera en la revolución socialista. Lenin entendió plenamente la significancia de los sóviets no solo para la revolución socialista en Rusia, sino mundialmente. Estos eran los órganos revolucionarios a través de los cuales las masas serían capaces de derrocar a la burguesía, destrozar el Estado capitalista y reemplazarlo con un Estado obrero verdaderamente democrático.

Pero tampoco idealizó a los sóviets. Estaba dispuesto, si la revolución lo requería, a romper con los sóviets dominados por los conciliacionistas , y formar nuevos órganos de lucha como los comités de fábricas para que fueran los órganos principales de la revolución. Resultó que los sóviets fueron capaces de realizar las tareas revolucionarias debido al liderazgo de los bolcheviques y sus incesantes denuncias y exposiciones de los mencheviques y socialrevolucionarios como agentes de la burguesía, algo decisivo en el esclarecimiento político y la preparación de la vanguardia obrera para la toma y retención del poder.

Sin la lucha ejecutada por el Partido Bolchevique —y por Lenin con el apoyo de Trotsky contra el ala derecha del partido— los sóviets no habrían sido capaces de superar las presiones políticas de la burguesía trasmitidas por medio de los mencheviques y socialrevolucionarios, lo cual hubiera significado su eventual aplastamiento.

Kérenski, quien había conspirado con Kornílov para una represión militar contra los sóviets, se separó del general solo después de haber sido informado en vísperas del tentativo golpe del 27 de agosto que Kornílov también pretendía deshacerse de Kérenski. Por su parte, los líderes del Sóviet de Petrogado, temiendo que sus cabezas terminaran en el degolladero si Kornílov salía victorioso, impulsaron una campaña para armar a los trabajadores y movilizarlos con fin de derrotar al golpe . En esto, los bolcheviques desempeñaron el papel principal.

Pero los trabajadores y soldados, educados por la lucha política de los bolcheviques contra el Gobierno provisional y contra la conciliadora dirigencia del Sóviet, tomaron la iniciativa de organizar las Guardias Rojas y persuadir a destacamentos claves de tropas movilizadas por Kornílov a abandonarlo. El golpe colapsó antes de la llegada de las tropas del frente a la capital.

Al completar El Estado y la revolución en la estela del golpe fallido de Kornílov, Lenin escribió un artículo, “Una de las cuestiones fundamentales de la revolución” (escrito el 7 u 8 de septiembre y publicado el 14 de septiembre) donde expresó la conexión directa entre su trabajo teórico y las tareas prácticas a futuro. Escribió lo siguiente:

La cuestión del poder estatal no se puede evadir o dejar a un lado porque es la cuestión decisiva que determina todo aspecto del desarrollo de una revolución. …

Sin embargo, la consigna “El poder a los sóviets” muy frecuentemente, si no en la mayoría de casos, se interpreta erróneamente como “Un gabinete de los partidos de la mayoría del Sóviet…” [No es así.] “El poder a los sóviets” significa la reconfiguración radical del viejo aparato estatal, ese aparato burocrático que obstruye todo lo democrático. Significa sustraer este aparato y sustituirlo con uno nuevo y popular, esto es, un aparato verdaderamente democrático de los sóviets, en otras palabras, la mayoría del pueblo organizado y armado –los obreros, los soldados y los campesinos—. Significa otorgarle a la mayoría del pueblo la iniciativa e independencia no solo en la elección de diputados sino en la administración estatal, en la realización de reformas y varios otros cambios.[10]

La clase trabajadora, la revolución socialista y el Estado

Dirijamos ahora nuestra atención a la sustancia de El Estado y la revolución de Lenin.

Las enseñanzas fundamentales de Marx y Engels acerca del Estado y de las tareas de la revolución proletaria en relación al Estado se pueden resumir de la manera siguiente:

*El papel de todos los Estados como instrumentos de alguna clase dominante para reprimir a las clases explotadas;

*La necesidad de derrocar y destrozar la maquinaria del Estado capitalista y establecer en lugar de la dictadura de la burguesía la dictadura del proletariado, es decir, una democracia obrera;

*El requisito que la clase trabajadora utilice la fuerza en realizar esta tarea;

*El papel de la dictadura proletaria en aplastar la resistencia de la clase dominante depuesta y establecer las bases para la transición de la construcción del socialismo hacia el comunismo, en el cual las distinciones entre clases desaparecerán y el principio “de cada uno, según su trabajo” será reemplazado por el principio “de cada uno, según su capacidad; a cada uno, según sus necesidades”;

*La extinción del Estado bajo el comunismo.

Estas concepciones aún eran muy controversiales dentro del movimiento socialista cuando Lenin escribió El Estado y la revolución.

Por décadas habían estado bajo un ataque sistemático por los elementos oportunistas y centristas, empezando de manera abierta con la publicación en 1899 del manifiesto revisionista de Eduard Bernstein, Las premisas del socialismo. Bernstein explícitamente rechazó el concepto marxista de la revolución y sostuvo que la clase obrera solo podía lograr el socialismo a través de reformas sociales graduales alcanzadas con medidas parlamentarias. Atacó la fórmula de Marx de la dictadura del proletariado como el acogimiento de los métodos conspirativos y golpistas promovidos por Louis Blanqui.

Pero incluso la misma fundación del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD, Sozialdemokratische Partei Deutschlands ) en 1875 estuvo marcada por confusión acerca de la cuestión del Estado. En su famosa Crítica del Programa de Gotha, Marx vituperó el llamado de dicho programa fundacional del SPD por un “Estado libre del pueblo”. Dicha consigna no solo dejaba indefinida la naturaleza de clase del Estado establecido por la revolución, sino que, detrás del vago término de “el pueblo”, implica que el nuevo Estado sería “libre” de cualquier influencia de clase alguna: una imposibilidad para cualquier Estado.

Como Lenin indica en El Estado y la revolución, a pesar el reconocimiento formal de la dirección del SPD alemán de la exactitud de las críticas de Marx, en 1886 el jefe del partido August Bebel republicó sin cualquier cambio su folleto de 1872 intitulado Nuestros objetivos, donde incluye lo siguiente: “Y de esta manera el Estado ha de ser transformado de una basado en la dominación de clase a un Estado del pueblo.”

Como he mencionado anteriormente, las distorsiones del concepto marxista del Estado fueron utilizadas por los mencheviques para justificar tanto su apoyo a la guerra y al Gobierno provisional burgués como su oposición a la utilización de los sóviets para derrocar al Estado capitalista y establecer un Estado obrero.

Basándose en citas extensas de Engels, Lenin dedica el primer capítulo de El Estado y la revolución a una exposición positiva de la concepción del Estado derivada del empleo del materialismo histórico de Marx y Engels en la examinación de la evolución de la civilización humana.

Lenin toma citas de dos obras de Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884) y el prefacio a la edición tercera de Anti-D ü hring (1894). En el presente contexto solo se nos permitirá presentar de manera resumida las concepciones contenidas en este capítulo.

Primero: el estado no ha existido eternamente. Han existido sociedades primitivas que no conocían ningún poder estatal que estuviese por encima del pueblo. El Estado emerge de la sociedad a consecuencia de su escisión en clases sociales irreconciliablemente antagónicas. Un poder público especial se volvió necesario, en palabras de Engels, “porque desde la división de la sociedad en clases es ya imposible una organización armada espontánea de la población”. Para prevenir que la sociedad fuese devorada por la lucha entre clases, “se hizo necesario tener un poder situado aparentemente por encima de la sociedad y llamado a amortiguar el conflicto, a mantenerlo dentro de los límites del ‘orden’”.

Lenin luego argumenta contra dos tipos de distorsión y falsificación de esta concepción del Estado. Existe el tipo más crudo, avanzado por los ideólogos burgueses y pequeño-burgueses, que sostiene que el Estado es un órgano para la reconciliación de las clases. Lenin cita a Engels, quien afirma que, al contrario, “Según Marx, el Estado es un órgano de dominación de clase, un órgano de opresión de una clase por otra, es la creación del ‘orden’ que legaliza y afianza esta opresión, amortiguando los choques entre las clases”.

También existe la distorsión más sutil e insidiosa kautskista de Marx y Engels. Reconoce que el Estado es un órgano de dominación de clase, pero “se olvida” o “trata por encima” la conclusión que emerge de este hecho explícitamente extraída por Marx y Engels en su análisis de las revoluciones de 1848 y la Comuna de Paris de 1871, y establece, en palabras de Lenin, que “la liberación de la clase oprimida es imposible, no solo sin una revolución violenta , sino también sin la destrucción del aparato del poder estatal que ha sido creado por la clase dominante…”.[11]

Segundo: siendo un aparato para la represión de la clase explotada por la clase gobernante, cada Estado establece lo que Engels llama el “poder público” que, en su esencia “no está formado solamente por hombres armados, sino también por aditamentos materiales, cárceles e instituciones coercitivas de todo género, que la sociedad gentilicia no conocía”. Un ejército permanente y fuerza policial son los instrumentos principales del poder estatal.

Esto no es menos cierto bajo el capitalismo, incluso en una república democrática burguesa con un Parlamento, “libertad de prensa”, etc. que en cualquier etapa anterior de la sociedad de clases. Lenin explica: “No fueron solo el Estado antiguo y el Estado feudal los órganos de explotación de los esclavos y de los campesinos siervos: también [citando a Engels] ‘el Estado moderno representativo es instrumento de explotación del trabajo asalariado por el capital’”.

De hecho, Lenin nota: “La república democrática es la mejor envoltura política de que puede revestirse el capitalismo… Hay que advertir, además, que Engels, con la mayor precisión, llama al sufragio universal arma de dominación de la burguesía. El sufragio universal, dice Engels, … es ‘un índice que sirve para medir la madurez de la clase obrera. No puede ser más ni será nunca más, en el Estado actual’”.[12]

Tercero: Para acabar con el capitalismo e iniciar la construcción del socialismo y la abolición de toda explotación de clases, la clase obrera derroca y destroza el Estado capitalista y establece un Estado obrero. Este será el primer Estado en la historia que servirá como el instrumento de la mayoría contra una minoría. Será de la clase obrera armada y basada en órganos de poder democráticos e independientes como los sóviets en Rusia. Establece la democracia genuina para las masas, a diferencia de la farsa cruel que es la democracia bajo el capitalismo: la democracia para los ricos y para la represión de los pobres.

A diferencia de sus previas formas a lo largo de la historia, este Estado inaugura la transición a una sociedad sin clases, y consecuentemente al fin del Estado en sí, ya que no existe una necesidad social para él. Lenin cita del prefacio de Engels a la tercera edición de Anti-Dühring:

El primer acto en que el Estado se manifiesta efectivamente como representante de toda la sociedad, la toma de posesión de los medios de producción en nombre de la sociedad, es a la par su último acto independiente como Estado. La intervención estatal en las relaciones sociales se hará superflua en un campo tras otro de la vida social y se adormecerá por sí sola. El Gobierno de las personas es sustituido por la administración de las cosas y por la dirección de los procesos de producción. El Estado no será ‘abolido’; se extinguirá.[13]

Lenin ataca la distorsión que prevalecía en los que denominó los “partidos socialistas actuales” que citan este pasaje y otros similares de Marx y Engels para atacar a los anarquistas no desde el punto de vista de la clase obrera, es decir, desde la izquierda, sino desde el punto de vista de la burguesía y su Estado, lo que significa que de la derecha. Se oponen a la reivindicación anarquista de la abolición inmediata del Estado y anteponen –citando a Marx y Engels como su autoridad– que el Estado no se puede abolir: simplemente se extingue.

“En realidad,” escribe Lenin, “Engels habla aquí de la destrucción del Estado burgués por parte de la revolución proletaria, mientras que las palabras relativas a la extinción del Estado se refieren a los restos del Estado proletario después de la revolución socialista. El Estado burgués no se ‘extingue’, según Engels, sino que ‘es destruido’ por el proletariado en la revolución. El que se extingue, después de esta revolución, es el Estado o semi-Estado proletario”.[14]

Lenin le dedica una porción sustancial de El Estado y la revolución a una examinación minuciosa de los escritos de Marx y Engels sobre el Estado del punto de vista de la evolución y concretización de sus concepciones entre el Manifiesto comunista de 1847 a sus escritos sobre las luchas revolucionarias en Francia entre 1848 y 1851 (Las luchas de clases en Francia y El 18 Brumario de Luis Napoleón) y sus escritos acerca de la Comuna de París (La guerra civil en Francia) y los comentarios subsiguientes.

Enfatiza que Marx extrajo las lecciones políticas del análisis de estas experiencias estratégicas revolucionarias de la clase trabajadora, a su vez profundizando su entendimiento de la lucha de la clase trabajadora para la toma del poder estatal y de la naturaleza del Estado que se establecería. Lenin plantea explícitamente la cuestión del abordaje científico, materialista, histórico y metodológico empleado por Marx y Engels del tema del Estado. Elaborando sobre el desarrollo de los escritos de Marx sobre el Estado siguiendo la revolución francesa de 1848, observa lo siguiente:

Fiel a su filosofía del materialismo dialéctico, Marx toma como base la experiencia histórica de los grandes años de la revolución, de los años 1848-1851. Aquí, como siempre, la doctrina de Marx es un sumario de la experiencia, iluminado por una profunda concepción filosófica del mundo y por un rico conocimiento de la historia.[15]

En su repaso de los escritos de Marx sobre la Comuna de Paris en La guerra civil en Francia Lenin comenta:

Sin perderse en utopías, Marx esperaba de la experiencia del movimiento de masas mismo la respuesta a las cuestiones de cuáles formas concretas tomará esta organización del proletariado como clase dominante y de qué modo se concertará esta organización con la “conquista de la democracia” más completa y más consecuente.[16]

Este método riguroso y científico que trata la revolución socialista como un proceso histórico objetivo cuyas leyes podrían ser descubiertas y aplicadas a la estrategia y tácticas revolucionarias de la clase trabajadoras se ejemplifica en El Estado y la revolución. Fue de este modo que Lenin, en clandestinidad y enfrentado con las alternativas de revolución o contrarrevolución, trató la cuestión de la lucha por el poder soviético.

Cabe recordar ante esto la “Séptima razón” elaborada en la primera conferencia de esta serie presentada por David North, intitulada “¿Por qué estudiar la Revolución Rusa?:

La Revolución Rusa exige ser estudiada de forma seria al ser un episodio crítico en el desarrollo del pensamiento social científico. El logro histórico de los bolcheviques en 1917 demostró y actualizó la relación esencial que existe entre la filosofía del materialismo científico y la práctica revolucionaria.[17]

Lenin empieza su resumen de los escritos de Marx y Engels con respecto a las revoluciones de 1848 y 1871, citando al Manifiesto comunista escrito en la víspera de las revoluciones europeas de 1848. Habla del “violento derrocamiento de la burguesía” sentando “las bases para el poder del proletariado” y caracteriza el Estado que resultaría como “el proletariado organizado como la clase dominante”.

Desde el alzamiento de 1848 de la clase trabajadora de Paris y su represión sanguinaria por la burguesía republicana, seguido por el golpe de Estado de diciembre de 1851 de Luis Napoleón, Marx llego a conclusiones de gran alcance. En el 18 Brumario escribió: “Todas las revoluciones perfeccionaban esta máquina [estatal], en vez de destrozarla”, con la implicación de que la clase trabajadora tendría que “destrozar” el Estado burgués.

Refiriéndose a esta oración, Marx escribió una carta a Louis Kugelmann en abril de 1871 durante la vida de la Comuna en la cual dijo:

“Si te fijas en el último capítulo de mi 18 Brumario, verás que declaro que la próxima tentativa de la Revolución Francesa: no puede pasar de unas manos a otras la máquina burocrático-militar, como se venía haciendo hasta ahora, sino tiene que romperla, y ésta es justamente la condición previa de toda verdadera revolución popular en el continente. En esto, precisamente, consiste la tentativa de nuestros heroicos camaradas de Paris”.[18]

La Comuna de Paris y su represión sangrienta fortaleció la convicción de Marx de que la revolución proletaria tendrá que desbaratar el viejo Estado burgués, incluso sus estructuras corruptas del parlamentarismo burgués, poniendo en su lugar una democracia revolucionaria proletaria de un carácter totalmente distinto, tanto para suprimir la contrarrevolución burguesa como para crear las condiciones de la transición al pleno socialismo y el comunismo.

Marx primero uso el término “la dictadura del proletariado” en una carta a Joseph Weydemeyer fechada 5 de marzo de 1852, en la cual escribió:

Mi aporte nuevo fue demostrar: 1) que la existencia de las clases sólo va unida a determinadas fases históricas de desarrollo de la producción; 2) que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado; 3) que esta misma dictadura no es en sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases”.[19]

En cuanto al término “la dictadura del proletariado,” Lenin cita al prefacio de Engels a la tercera edición de La guerra civil en Francia, fechado 1891:

Pero, en realidad, el Estado no es nada más que una maquina cuyo propósito es la opresión de una clase por otra, en la monarquía y en la república democrática, por igual…

Últimamente, las palabras “dictadura del proletariado” han vuelto a sumir en santo terror al filisteo alemán. Pues bien, caballeros, ¿quieren saber qué faz presenta esta dictadura? Solo contemplen a la Comuna de París: ¡he ahí la dictadura del proletariado![20]

Como Lenin señala, en La guerra civil en Francia, Marx enfatiza las diferencias y oposiciones esenciales entre la democracia y el parlamentarismo burgueses, y el Estado que los comuneros comenzaron a construir. “El primer decreto de la Comuna … fue la supresión del ejército permanente para sustituirlo por el pueblo armado”, dijo Marx. La policía fue convertida en una agencia de la Comuna “responsable y revocable en todo momento”.

Los otros elementos subrayados por Marx incluyen el sufragio universal, el hecho de que todos los representantes electos estuviesen sujetos a una revocación de su mandato en cualquier momento, todos los funcionarios del Gobierno recibiesen un salario no mayor al nivel medio de un obrero, y que los jueces y magistrados fuesen elegibles, responsables y revocables . Lo que es más, la Comuna había de tratarse como un órgano de trabajo no parlamentario sino simultáneamente ejecutivo y legislativo.

Lenin comenta:

Aquí es precisamente donde se expresa de un modo más evidente el rompimient o entre la democracia burguesa y la democracia proletaria, de la democracia de la clase opresora a la democracia de las clases oprimidas, del Estado como “fuerza especial” para la represión de una determinada clase a la represión de los opresores por la fuerza conjunta de la mayoría del pueblo, de los obreros y los campesinos. ¡Y es precisamente en este punto tan evidente –tal vez el más importante, en lo que se refiere a la cuestión del Estado—en el que las enseñanzas de Marx han sido más relegadas al olvido![21]

El capítulo final de El Estado y la revolución desarrolla la polémica contra la degollación oportunista del marxismo en relación al Estado y su glorificación de la democracia burguesa y el parlamentarismo, enfocando su ataque contra Kautsky.

Empieza con la respuesta de Kautsky al manifiesto revisionista de Bernstein Las premisas del socialismo, notando que Kautsky evade el hecho de que Marx había insistido desde 1852 que la tarea de la revolución proletaria no consistía en la simple toma de la maquinaria estatal actual, sino también su destrucción. Citando a Kautsky, Lenin escribe:

“La solución de la cuestión acerca del problema de la dictadura proletaria —escribía Kautsky “contra” Bernstein— es cosa que podemos dejar con completa tranquilidad al porvenir”. Esta no es una polémica contra Bernstein, sino que es, en el fondo, una concesión hecha a éste, una entrega de posiciones al oportunismo…[22]

Con respecto a la obra de 1902 de Kautsky, La revolución social, Lenin se enfoca en ofuscaciones de las diferencias fundamentales entre las formas de gobernar de algún futuro Estado obrero y las de democracia burguesa parlamentaria.

Lenin concluye con una crítica de la respuesta de Kautsky a una crítica de sus posiciones por el socialista holandés Anton Pannekoek. Este último publicó un artículo en Neue Zeit en 1912 intitulado “La acción de masas y la revolución” en el cual criticó a Kautsky por su “radicalismo pasivo”. En ese entonces Pannekoek era un socialdemócrata que se identificaba con los críticos de izquierda del oportunismo, incluyendo a Rosa Luxemburgo. En los años veinte, adoptaría posiciones ultraizquierdistas y más tarde acogería opiniones antisoviéticas del capitalismo de Estado.

En su polémica de 1912, Pannekoek, según Lenin, escribió que la tarea de la revolución proletaria era destruir “los instrumentos del poder estatal” y “la organización de la minoría dirigente.”

En respuesta Kautsky acusó a Pannekoek de haber pasado al lado del anarquismo, escribiendo: “Hasta ahora la distinción entre los socialdemócratas y los anarquistas ha consistido en esto: los anteriores desean conquistar al poder estatal mientras los últimos lo desean destruir. Pannekoek quiere hacer ambos.”

Lenin escribe: “[La definición de Kautsky] de la distinción entre socialdemócratas y anarquistas es completamente errónea, dejando el marxismo plenamente vulgarizado y distorsionado”.

La insinuación que el marxismo se opone al desmantelamiento del Estado actual es completamente falsa, como lo demuestra de manera exhaustiva la examinación de Lenin de los escritos de Marx y Engels. La diferencia consiste en que los anarquistas se oponen al establecimiento de un nuevo Estado proletario por la clase trabajadora, sin el cual se encontraría incapaz de defenderse ante la represión asesina de la burguesía.

Engels provee una devastadora respuesta a la rechaza toda forma de autoridad de parte de los anarquistas en un pasaje de su ensayo de 1873 intitulado “De la autoridad” citado por Lenin en El estado y la revolución:

Pero los antiautoritarios exigen que el Estado político autoritario sea abolido de un plumazo, aun antes de haber sido destruidas las condiciones sociales que lo hicieron nacer. Exigen que el primer acto de la revolución social sea la abolición de la autoridad. ¿No han visto nunca una revolución estos señores? Una revolución es, indudablemente, la cosa más autoritaria que existe; es el acto por medio del cual una parte de la población impone su voluntad a la otra parte por medio de fusiles, bayonetas y cañones, medios autoritarios si los hay; y el partido victorioso, si no quiere haber luchado en vano, tiene que mantener este dominio por medio del terror que sus armas inspiran a los reaccionarios. ¿La Comuna de París habría durado acaso un solo día, de no haber empleado esta autoridad de pueblo armado frente a los burgueses? ¿No podemos, por el contrario, reprocharle el no haberse servido lo bastante de ella?

Así pues, una de dos: o los antiautoritarios no saben lo que dicen, y en este caso no hacen más que sembrar la confusión; o lo saben, y en este caso traicionan el movimiento del proletariado. En uno y otro caso, sirven a la reacción”.[23]

En su El estado y la revolución, Lenin resume las diferencias entre el marxismo y el anarquismo de la siguiente manera:

La diferencia entre los marxistas y los anarquistas consiste en lo siguiente: 1) En que los primeros, proponiéndose como fin la destrucción completa del Estado, reconocen que este fin sólo puede alcanzarse después de que la revolución socialista haya destruido las clases, como resultado de la instauración del socialismo, que conduce a la extinción del Estado; mientras que los segundos quieren destruir completamente el Estado de la noche a la mañana, sin comprender las condiciones bajo las que puede lograrse esta destrucción. 2) En que los primeros reconocen la necesidad de que el proletariado, después de conquistar el poder político, destruya completamente la vieja máquina del Estado, sustituyéndola por otra nueva, formada por la organización de los obreros armados, como la Comuna; mientras que los segundos, abogando por la destrucción de la máquina del Estado, tienen una idea absolutamente confusa respecto al punto de con qué ha de sustituir esa máquina el proletariado y cómo éste ha de emplear el poder revolucionario; los anarquistas niegan incluso el empleo del poder estatal por el proletariado revolucionario, su dictadura revolucionaria. 3) En que los primeros exigen que el proletariado se prepare para la revolución utilizando el Estado moderno, mientras que los anarquistas niegan esto.[24]

La vulgarizada falsificación del marxismo y la creación de ilusiones en la democracia burguesa promovidas en su nombre son resumidas en un pasaje de la respuesta de Kautsky a Pannekoek, citada por Lenin:

La tarea de la huelga general no puede ser nunca la de destruir el Estado, sino simplemente la de obligar a un Gobierno a ceder en un determinado punto o la de sustituir un Gobierno hostil a uno que esté dispuesto a llegar a un compromiso con el proletariado... Pero jamás, ni en modo alguno, puede esto [la victoria del proletariado sobre un Gobierno hostil] conducir a la destrucción del poder estatal, sino pura y simplemente a un cierto desplazamiento de la relación de fuerzas dentro del poder estatal. Y la meta de nuestra lucha política sigue siendo, con esto, la que ha sido hasta ahora: conquistar el poder estatal ganando una mayoría en el Parlamento y hacer del Parlamento el dueño del Gobierno.[25]

* * *

En su resumen de La guerra civil en Francia, Lenin escribe sobre la reacción de Marx a la Comuna de Paris:

Marx, por el contrario, no se contentó con solo entusiasmarse ante el heroísmo de los comuneros, que, según sus palabras, “tomaban el cielo por asalto”. Marx veía en aquel movimiento revolucionario de masas, aunque éste no llegó a alcanzar sus objetivos, una experiencia histórica de grandiosa importancia, un cierto paso hacia adelante de la revolución proletaria mundial, un paso práctico más importante que cientos de programas y de raciocinios. Analizar esta experiencia, sacar de ella las enseñanzas tácticas, revisar a la luz de ella su teoría: he aquí cómo concebía su misión Marx.[26]

Tal era el abordaje de Marx a la Comuna de París, el abordaje de Lenin al legado teórico del marxismo y nuestro abordaje hoy día a la Revolución Rusa. Y tanto para Marx como para Lenin, el análisis y la asimilación de las lecciones de estas grandes luchas y sonsacar los temas históricos y teóricos que entrañaban se realizó en la práctica política en la conexión más íntima con los acontecimientos políticos contemporáneos, de la misma manera procedemos en la actualidad al conmemorar la Revolución Rusa.

Las organizaciones pequeñoburguesas que se enmascaran como “izquierdistas” o hasta “socialistas” a la vez que se alinean por sus hechos con el imperialismo y el Estado capitalista o son indiferentes o abiertamente hostiles a la Revolución de Octubre porque son hostiles a la clase trabajadora y se oponen al derrocamiento del capitalismo hoy día.

Al contrario, “Las lecciones del octubre” tienen una inmensa relevancia para las tareas planteadas a la clase trabajadora por la crisis de magnitud inaudita del capitalismo mundial y la emergencia de una nueva etapa de luchas revolucionarias. La Revolución de Octubre aún sigue siendo intensamente relevante a los acontecimientos políticos de nuestros días.

Las tendencias identificadas por Lenin en El imperialismo y El Estado y la revolución –la integración cada vez más estrecha del Estado imperialista y los grandes monopolios financieros y corporativos (por ejemplo Google, Amazon, Apple, la CIA y el Pentágono) en forma del capitalismo monopolista de Estado; el monstruoso crecimiento del aparato represivo estatal y la putrefacción de las formas democráticas de gobierno (la represión en Cataluña aplaudida por todo los Gobiernos imperialistas y los imperialistas de “derechos humanos” como el New York Times, el gobierno por decreto impuesto por el estado de emergencia en Francia, la entrada de los neofascistas en el Parlamento alemán, la formación de un Gobierno de generales y millonarios de Wall Street en EUA)— se encuentran actualmente en un estado mucho más avanzado que en la época de Lenin. El imperialismo avanza de nuevo hacia una guerra mundial que pregona, nuevamente, nada menos que un holocausto nuclear y la aniquilación de la civilización.

Con la conmemoración del centenario de la Revolución Rusa, incluyendo estas conferencias, el Comité Internacional de la Cuarta Internacional sigue los pasos de Lenin y Trotsky en esclarecer, educar y armar políticamente a la clase trabajadora para la emergente revolución socialista mundial.

Notas:

[1] Trotsky History of the Russian Revolution (Chicago: 2008), pp. 709.

[2] Ibid., pp. 710.

[3] Lenin Collected Works Volume 23 (Moscú: 1977), pp. 106.

[4] Lenin State and Revolution (International Publishers, Nueva York: 1988), pp. 5-6.

[5] Trotsky History of the Russian Revolution (Chicago: 2008), pp. 304-305.

[6] Alexander Rabinowitch Prelude to Revolution, (Indiana University Press: 1991), pp. 82-83.

[7] Rabinowitch The Bolsheviks Come to Power (Chicago and Ann Arbor: 2004), pp. 109.

[8] Ibid., pp. 94.

[9] Lenin Collected Works Volume 25 (Moscú: 1964), pp. 177-78.

[10] Ibid., pp. 366, 368.

[11] Lenin State and Revolution (International Publishers, Nueva York: 1988), p. 9.

[12] Ibid., p. 14.

[13] Ibid., p. 16.

[14] Ibid., p. 17.

[15] Ibid., p. 26.

[16] Ibid., p. 36.

[17] North, et al. Why Study the Russian Revolution? Volume 1 (Oak Park, Michigan: 2017) p. 19.

[18] Lenin State and Revolution (International Publishers, Nueva York: 1988), p. 33.

[19] Ibid., p. 29.

[20] Lenin Marxism on the State (Moscú: 1972), pp. 56-57.

[21] Lenin State and Revolution (International Publishers, Nueva York: 1988), p. 38.

[22] Ibid., p. 89.

[23] Ibid., p. 53.

[24] Ibid., pp. 94-95.

[25] Ibid., p. 99.

[26] Ibid., p. 32.

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