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Perspectiva

La oposición en la clase obrera estalla en irán: el preludio a un convulso mundo en el 2018

Una clase obrera iraní brutalmente explotada y reprimida por muchos años ha entrado en escena conmocionando al régimen burgués-clerical del país.

Desde el 28 de diciembre, decenas de miles han desafiado el aparato represivo de la República Islámica y tomado las calles de ciudades y pueblos en todo el país. Esto lo hacen para expresar su enojo hacia el aumento en los precios de los alimentos, el desempleo masivo, el ensanchamiento de la desigualdad social, los años de recortes sociales generalizados y un sistema político pseudodemocrático tramado a favor de la élite gobernante e impermeable a las necesidades de los trabajadores.

La magnitud y la intensidad de este movimiento y su rápido acogimiento de consignas afrontando al Gobierno y a todo el sistema político autocrático han sorprendido a las autoridades iraníes y a observadores occidentales por igual. Al mismo tiempo, le precedieron meses de protestas de la clase obrera contra despidos, cierres de plantas, salarios no remunerados y beneficios no cumplidos.

En los días inmediatamente antes del estallido de protestas antigubernamentales, las redes sociales se inundaron de discusiones sobre la brecha cada vez más profunda entre el uno por ciento y diez por ciento más ricos del país y la vasta mayoría de la población que vive en pobreza e inseguridad económica. El detonante fue el último presupuesto austero del Gobierno, el cual recortará aún más la asistencia a los ingresos de la gente ordinaria, aumentará los precios de la gasolina cincuenta por ciento y congelará el gasto en desarrollo, mientras que aumentará el y un enorme cauce de dinero yendo al clero chií.

El miércoles, después de días de expandir el despliegue de fuerzas de seguridad, los arrestos masivos y los sangrientos enfrentamientos que han dejado al menos 21 muertos, el general Mohammad Ali Jafari, a cargo del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria de Irán, declaró que iba a poner fin a las manifestaciones: “Hoy podemos anunciar el fin de la sedición”.

Los gobernantes de la República Islámica procuran legitimar su brutal aplastamiento con alegatos espurios de que las protestas están siendo manipuladas por Washington y sus principales aliados regionales, Israel y Arabia Saudita, como parte de una campaña incendiaria que busca un cambio de régimen en Teherán.

La afirmación de que estas protestas se asemejan a las del Movimiento Verde en el 2009 es una calumnia para justificar un crimen mayor. El desafío que este movimiento hizo a los resultados de las elecciones presidenciales del 2009 fue una operación política preparada mucho antes siguiendo las instrucciones de otras “revoluciones de colores” orquestadas por EUA en Ucrania, Georgia, Líbano y otras partes. Lo que buscaba era llevar al poder a esos elementos de la élite iraní más deseosos de un rápido reacercamiento a los imperialismos estadounidense y europeo. Su apoyo provenía casi exclusivamente de las capas más privilegiadas de la clase media alta, movilizadas con base en denuncias neoliberales contra el mandatario populista Mahmoud Ahmadinejad por “derrochar” dinero en los pobres.

Las movilizaciones actuales contra el régimen iraní son de un carácter completamente diferente: están enraizadas en la clase obrera, incluyendo en varias pequeñas ciudades industriales y distritos urbanos; su apoyo más férreo es de los más jóvenes, cuya tasa de desempleo supera el 40 por ciento; y son impulsadas por una oposición a la desigualdad social y a la austeridad capitalista.

Sea cual fuere el destino inmediato de la actual ola de protestas, se ha estrenado una nueva etapa en la lucha de clases en Irán que se desplegará a lo largo de las próximas semanas y meses. Lo que es seguro es que la clase obrera, al reclamar este protagonismo, no será ni rápida ni fácilmente silenciada.

Las manifestaciones obreras en Irán no solo han perturbado los cálculos de la élite iraní, sino de Gobiernos alrededor del mundo. Trump, cuyo veto a viajantes musulmanes incluye a los iraníes, ha proclamado hipócrita y nocivamente su “apoyo” a las protestas, en esperanza que así pueda demonizar a Teherán e impulsar los preparativos estadounidenses para una guerra contra Irán. Las potencias europeas han sido más precavidas y no sólo porque las protestas afectan sus negocios con el Tesoro estatal iraní respecto a concesiones petroleras y su explotación de la mano de obra barata del país. Además, temen que la intensificación de la lucha de clases en Irán tenga un impacto desestabilizador en todo Oriente Próximo.

Para entender el significado del resurgimiento de la clase obrera iraní para esta región y para la política mundial, es necesario examinar su contexto histórico.

La Revolución iraní de 1979 que derrocó al tiránico régimen del sha financiado por EUA fue una explosión social antiimperialista de masas encabezada por la clase obrera. Fue una serie de huelgas políticas que quebró al régimen y en los meses siguientes, los trabajadores tomaron control de las fábricas bajo administración de comités obreros.

Sin embargo, fue bloqueada la continuación de la revolución social hacia expropiar a la burguesía iraní y establecer una república obrera en alianza con los sectores rurales oprimidos precisamente por las organizaciones nominalmente socialistas, ante todo el partido Tudeh estalinista. Este partido contaba con bases firmes en un proletariado con una larga historia de secularismo y socialismo revolucionario. No obstante, por décadas, se había orientado a la facción liberal e impotente de la burguesía nacional y, al llegar 1979, apoyó acríticamente al ayatolá Jomeini con base en que era el líder político del ala “progresista” de la burguesía y de la revolución “democrática nacional” (es decir, capitalista).

El viejo clérigo chií había sido una figura política marginal por décadas; sin embargo, supo aprovechar el vacío político creado por los estalinistas para conseguir un amplio apoyo de las masas empobrecidas urbanas y rurales y respaldarse en la histórica alianza entre los clérigos chiís y las fuerzas mercantiles de los bazares, el bastión del ala tradicional de la burguesía iraní.

Con la neutralización política de la clase obrera por parte de los estalinistas, Jomeini pudo reorganizar la maquinaria estatal tras el derrocamiento del sha, manipulando y desviando el movimiento de masas y reestabilizando el dominio burgués por medio de una represión brutal contra la izquierda política, incluyendo al partido Tudeh, y la destrucción de todas las organizaciones independientes de la clase obrera.

Estos acontecimientos dieron ímpetu al proceso en el que las traiciones de los estalinistas permitieron a las fuerzas islamistas beneficiarse políticamente del recrudecimiento de la crisis de los regímenes y movimientos poscoloniales y burgueses-nacionalistas, incluyendo la Organización para la Liberación de Palestina, y su incapacidad para realizar sus programas democrático-burgueses.

Antes de su muerte en 1989, Jomeini presidió un giro incluso más derechista de la República Islámica hacia el Fondo Monetario Internacional y el “Gran Satán”, el imperialismo estadounidense. Un año antes, este paso había sido preparado a través de otra voraz ofensiva contra la izquierda en la que miles de prisioneros políticos fueron asesinados.

Durante las últimas tres décadas, el Gobierno iraní ha sido dirigido por diferentes facciones de la élite política, incluyendo a los llamados “reformistas” y populistas chií como Ahmadinejad. Y todos se han encargado de revertir las concesiones sociales hechas a la clase obrera en la estela de la revolución de 1979 y reprimir salvajemente a los trabajadores.

La prensa occidental ha querido vilipendiar por mucho tiempo a la política y vida social de Irán. Sin embargo, la experiencia de la clase trabajadora en Irán refleja en su esencia la de los trabajadores en todo el mundo, quienes también han encarado, por décadas y privados de una representación política, un asalto intransigente contra sus derechos sociales.

En respuesta a la crisis financiera del 2008, la respuesta universal de la burguesía ha sido intensificar drásticamente esta guerra clasista. La inseguridad laboral, los niveles sin precedentes de desigualdad social, la exclusión de la vida política y la amenaza de una guerra imperialista definen la experiencia de los trabajadores en todo el mundo.

Pero este periodo en que la lucha de clases podía ser suprimida está llegando a su fin.

En país tras país alrededor del mundo, los partidos, las organizaciones y las maniobras políticas de los grupos de poder, incluyendo los partidos de la izquierda oficial y los sindicatos procapitalistas, que la burguesía ha utilizado para administrar sus asuntos y, por encima de todo, suprimir la lucha de clases, se están resquebrajando.

Los eventos en Irán reverberarán en todo Oriente Próximo, donde la clase obrera ha vivido décadas de duras experiencias, no solo con los movimientos burgueses nacionalistas y seculares, sino también con las variantes políticas islamistas, como la Hermandad Musulmana en Egipto o el Partido de la Justicia y el Desarrollo de Erdogan en Turquía.

Cuando el ignorante de Trump tuitea sobre la injusticia en Irán, ¿qué tan diferentes verán los trabajadores en EUA las condiciones en Irán a las de ellos? El mes pasado, mientras el Gobierno iraní estaba presentando un presupuesto que disminuyó el gasto social y aumentó los fondos para los mulás, el Congreso estadounidense le obsequió a los ricos y superricos billones de dólares en recortes fiscales que ahora han de ser pagados con ataques contra el seguro social jubilatorio, los servicios de salud y otros derechos sociales básicos.

Los eventos en Irán tienen que ser reconocidos como el preludio de una enorme erupción de las luchas de clases alrededor del mundo.

La tarea de los socialistas revolucionarios es dirigirse a este movimiento y armar a la clase obrera internacional con un entendimiento de la lógica de sus necesidades, aspiraciones y luchas. El capitalismo es incompatible con las necesidades de la sociedad. El proletariado, la clase que produce la riqueza del mundo, debe unir sus luchas a través de las fronteras estatales en todos los continentes para formar el poder político obrero para emprender la reorganización socialista de toda la sociedad y poner fin a las necesidades sociales y las guerras imperialistas.

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