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Perspectiva

El arresto de la profesora en Louisiana: otro día, otro atropello

¿Qué podría ser más “estadounidense” que una reunión municipal con la junta escolar local? El tipo de escena retratado por las pinturas de Norman Rockwell—la democracia en acción, una oportunidad de los ciudadanos ordinarios para plantear sus reclamos y ser escuchados, la imagen del “deber civil” y la rendición de cuentas—. En los Estados Unidos de hoy, testigo de lo acontecido a Deyshia Hargrave, Rockwell podría haber terminado adoptando el estilo de Francisco Goya o Hieronymus Bosch.

En una reunión de la junta escolar el lunes pasado, esta valiente profesora de la escuela intermedia Rene A. Rost de la parroquia Vermilion al sur de Louisiana, tuvo la osadía de cuestionar, con calma pero firme insistencia, el hecho que la junta electoral había aprobado un aumento para el superintendente del distrito, Jerome Puyau, de $38.000 por encima de su salario de $110.000.

Hargrave, quien da clases de artes del lenguaje en inglés y fue nombrada la profesora del año escolar 2015-2016 en su escuela intermedia, manifestó que la decisión era “una cachetada en el rostro para los profesores, trabajadores de la cafetería y todo el personal auxiliar”, quienes “no recibirán ni diez céntimos”. El tamaño de las clases en el distrito ha brincado en años recientes de 21 a 29 estudiantes, notó, mientras que los profesores no han recibido un aumento salarial en una década.

Al igual que en muchos otros distritos escolares, la parroquia Vermilion, dentro de la zona petrolera del estado de Louisiana, se enfrenta a un déficit multimillonario tras ser saqueada por medio de recortes de gastos y una caída en los ingresos tributarios. Con respecto al alza salarial, Hargrave preguntó: “¿Cómo va a llevarse ese dinero? Porque es básicamente sacárselo de los bolsillos de los profesores”.

Le ordenaron callarse y, cuando protesto, un policía bajo instrucciones del presidente de la junta escolar le pidió que se fuera. Después de que cumplió con lo que pedía, la empujó al suelo, le puso esposas y la metió a una patrulla, acusándola de “quedarse después de haber sido expulsada” y de “resistencia a un oficial”. Todo el proceso quedó grabado en cámara y ha sido visto por millones de personas.

Cada día, atropellos como estos suceden en incontables formas. La cobertura mediática de lo sucedido en Louisiana estaban en su punto máximo cuando un nuevo video comenzó a circular en las redes sociales de una mujer discapacitada y evidentemente empobrecida siendo dejada en una parada de bus en Baltimore con temperaturas congeladas y de noche. La dejó ahí el personal de seguridad del Centro Médico de la Universidad de Maryland, aparentemente echando a una paciente sin seguro a la fuerza.

El caso de Hargrave ha tocado al público. Una petición en línea, “Por qué apoyo a Deyshia Hargrave”, ya ha sido firmada por 20.000 personas, incluyendo 4.000 en Louisiana. Los firmantes son tanto de EUA como del resto del mundo, incluyendo Europa Occidental y Oriental, Rusia, Brasil, India, Australia, Sudáfrica, Argelia.

La declaración de la profesora de que “Nosotros estamos haciendo el trabajo” y “Ustedes están haciendo que nuestro trabajo sea más difícil” resuena con las experiencias diarias de muchos trabajadores en EUA y alrededor del mundo.

¿Qué les da derecho a los miembros de la junta escolar saquear recursos y callar las protestas? Sus robos mezquinos son inspirados por robos mucho mayores, mientras que sus disposiciones autoritarias se apoyan en su entorno social.

Decenas de millones de trabajadores sufren una caída en sus niveles de vida al mismo tiempo en el que el principal índice del mercado bursátil cruza 25.000 puntos y la élite corporativa estadounidense celebra un nuevo y enorme recorte fiscal. La población se enfrenta a un desastre tras otro, junto a la indiferencia de Gobiernos controlados por las corporaciones. Los servicios esenciales como la educación y la salud languidecen por la falta de recursos, mientras que los representantes políticos de la élite corporativa y financiera, llámense demócratas o republicanos, encuentran medios ilimitados para rescatar a los bancos, dar enormes obsequios fiscales y financiar guerras.

Las élites dominantes están tan acostumbradas a hacer lo que quieran sin resistencia alguna que responden a las primeras señales de oposición con la porra de la policía. Este desdén clasista hacia las preocupaciones y derechos democráticos de los trabajadores se extiende desde la Casa Blanca y las cámaras del Congreso en Washington, al nivel del pequeño burócrata encargado de aplicar los recortes presupuestarios y austeros.

Si esta es la respuesta de una junta escolar local al desafío de un pequeño grupo de maestros, ¿cuál sería la respuesta de multimillonarios como el CEO de Amazon, Jeff Bezos, a una rebelión real de la clase obrera y un movimiento de masas que amenace su riqueza y el dominio dictatorial de su clase? Bezos no llamaría a algún oficial adjunto de la policía o agentes de seguridad, llamaría al ejército de Estados Unidos.

Tales injusticias y ofensas a la dignidad personal, todas con una causa en común, la desigualdad social, comienzan a tomar forma en la conciencia de la clase obrera. Cuando este sentimiento surge con una forma política, el blanco no serán solo oficiales escolares locales.

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