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La amenaza de un ataque estadounidense a Siria crece en medio de la caída de un baluarte “rebelde”

El gobierno sirio del presidente Bashar al Assad supuestamente está tomando medidas para prepararse para un ataque el ejército estadounidense contra la capital, Damasco.

Washington ha intensificado sus amenazas de un ataque militar directo mientras el ejército sirio, respaldado por el poderío aéreo ruso, ha hecho avances decisivos en su asedio al suburbio de Damasco de Guta (Ghouta) oriental, uno de los últimos bastiones de los “rebeldes” islamistas respaldados por occidente.

Durante los días pasados, decenas de miles de civiles han salido del enclave, que ha estado controlado por el sucesor del afiliado sirio de Al Qaeda, el Frente Al Nusra, y sus aliados. Fuerzas del gobierno sirio han recuperado el 80 por ciento del área, dividiendo lo que queda en tres bolsas aisladas, cada una de las cuales está rodeada.

La caída inminente de Guta oriental se desarrolla de manera paralela a la invasión del enclave kurdo de Afrin en el noroeste de Siria por parte del ejército turco y sus tropas terrestres representantes, el supuesto Ejército Sirio Libre, que está integrado en gran medida por combatientes del ISIS y del Frente Al Nusra. La victoria turca ha obligado a salir corriendo por su vida a aproximadamente un cuarto de millón de personas.

La caída de Guta oriental para el gobierno de Assad representa un hito en el fracaso de la guerra respaldada por occidente y orquestada por la CIA para el cambio de régimen iniciada por los EUA y sus aliados en Siria hace siete años, utilizando a milicias vinculadas a Al Qaeda como sus fuerzas representantes en el terreno. El territorio que mantienen los “rebeldes” ha sido utilizado para lanzar ataques con mortero y cohetes sobre la capital siria, así como para organizar explosiones con coches bomba y otros actos de terrorismo.

Con la recuperación de la zona por parte del gobierno, Washington teme una pérdida de ventaja en su intento por salvar su operación de cambio de régimen presionando por derrocar a Assad como parte de un acuerdo político negociado internacionalmente del conflicto sirio.

Esto es lo que hay detrás de la campaña renovada por las acusaciones infundadas de que fuerzas del gobierno sirio habrían usado bombas de gas cloro en su ataque a Guta oriental. Aunque Damasco, que llevó a cabo la destrucción total de sus reservas de armas químicas bajo supervisión internacional, ha negado tal ataque, destacadas figuras de la administración Trump han lanzado amenazas directas de represalias militares estadounidenses, dirigidas no solo contra Siria, sino también contra sus principales aliados militares, Rusia e Irán.

Así, el jueves pasado, el consejero de Seguridad Nacional del Presidente Donald Trump, el General H. R. McMaster, pronunció un discurso en el Museo del Holocausto en Washington D. C., insistiendo, “Todas las naciones civilizadas tienen que responsabilizar a Irán y a Rusia por su papel en permitir atrocidades y perpetuar el sufrimiento humano en Siria”. McMaster añadió, “Assad no debería quedar impune por sus crímenes, ni tampoco quienes lo patrocinan”.

De manera similar, la embajadora estadounidense en las Naciones Unidas, Nikki Haley, lanzó una advertencia la semana pasada para “ilegalizar el régimen sirio”, que Washington “sigue estando preparado para actuar si tenemos que hacerlo”. Refiriéndose al ataque con misiles de crucero del año pasado en un aeródromo sirio, añadió: “No es un camino que prefiramos. Pero es un camino que hemos demostrado que tomaremos, y que estamos listos para volver a tomar”.

La hipocresía de las acusaciones estadounidenses y las pretensiones humanitarias es descarada, dadas las enormes bajas civiles provocadas por el sitio del ejército estadounidense a Raqqa en Siria y Mosul en Irak, donde constantes bombardeos aéreos y de artillería infligieron decenas de miles de bajas civiles y redujeron a escombros a ciudades enteras.

Y, al tiempo que condena y amenaza con acción militar contra el gobierno sirio y sus aliados, la reacción de Washington a las atrocidades llevadas a cabo en Afrin por Turquía —que, como los EUA, ha enviado ilegalmente tropas a Siria, sin autorización del gobierno local ni de ninguna organización internacional— ha sido decididamente muda, y el Departamento de Estado apenas pronuncia declaraciones de “seria preocupación”.

El sentimiento de sectores del ejército estadounidense y aparato de inteligencia para una intensificación de la intervención contra el gobierno de Assad —y su aliado, Rusia— encontró expresión en una columna publicada el lunes por el Washington Post titulada, “¿Intentará Trump detener el uso de armas químicas por parte de Assad?”.

Escrito por el columnista de “opinión global” del periódico, Josh Rogin, la columna advierte de que la “credibilidad de los EUA está en juego” y que “si no pasa nada antes de que caiga Ghouta oriental, el farol de Haley y McMaster habrá sido visto. Ello implica el desastre para próximos puntos muertos diplomáticos con Assad, Rusia e Irán en otras partes de Siria”.

Estos puntos muertos no son meramente “diplomáticos”, como quedó claro en el ataque de los EUA del mes pasado a una fuerza pro-gubernamental que se cobró la vida de un grupo de contratistas militares rusos cerca de los campos estratégicos de petróleo y gas en la provincia oriental de Deir Ezzor. La acción del ejército estadounidense era en promoción del objetivo de Washington de forjarse una zona controlada por los EUA al este del río Éufrates a lo largo de las fronteras de Siria con Turquía e Irak. Esta área, que abarca casi un tercio del territorio de Siria, sería controlada por miles de soldados estadounidenses junto con su principal fuerza representante, las llamadas Fuerzas Sirias Democráticas, que consiste en gran medida en la milicia kurda siria YPG.

Moscú se tomó con una seriedad de muerte las más recientes amenazas estadounidenses. El jefe del Estado Mayor General ruso, el General Valery Gerasimov, advirtió de que Washington y sus milicias islamistas delegadas estaban preparándose para montar un ataque falso con armas químicas para usarlo como pretexto para un ataque militar estadounidense. Advirtió de que cualquier amenaza a la vida de tropas rusas en Siria tendría como respuesta “medidas en represalia sobre los misiles y los portadores que los usen”.

Asharq al-Awsat, el diario “panárabe” londinense controlado por el régimen saudí, publicó una noticia que citaba a diplomáticos occidentales diciendo que el gobierno de Assad estaba tomando medidas anticipándose a un ataque inminente de los estadounidenses. Afirmaba que personal militar ruso había sido desplegado en “emplazamientos críticos” en Damasco en un intento por disuadir ataques aéreos, y que las Naciones Unidas habían mudado a parte de su personal de zonas que temían fueran atacadas.

En medio de amenazas de una confrontación en Siria entre las dos principales potencias nucleares mundiales, la invasión de Afrin por parte del ejército turco y su milicia islamista siria aliada ha aumentado la posibilidad de un choque militar sin precedentes entre dos aliados ostensibles de la OTAN: Turquía y los EUA.

El presidente turco Recep Tayyip Erdogan alardeaba el lunes por la caída de la ciudad de Afrin ante fuerzas turcas el día anterior, declarando que combatientes kurdos habían “huido con la cola entre las patas”.

La ciudad fue abandonada en gran medida también por su población civil, que temía atrocidades a manos del ejército turco y sus milicias aliadas vinculadas a Al Qaeda. Estas fuerzas sistemáticamente saquearon negocios y hogares en la ciudad tras conquistarla, y derribaron una estatua en el centro de la ciudad de la antigua figura mítica Kaveh, el herrero, que está considerado un símbolo de la lucha kurda contra la opresión.

Los acontecimientos, que incluyeron la huida de unas 250.000 personas hacia el campo sin comida ni techo, parecen presagiar una operación de limpieza étnica sistemática, en la que se expulsará permanentemente a los kurdos de sus hogares para ser reemplazados por refugiados árabes sirios suníes que viven en Turquía.

La invasión militar de Turquía, apodada “Operación Ramo de Olivo” y comenzada hace dos meses, tiene por objetivo impedir la implantación de una zona kurdo-siria autónoma en la frontera sur de Turquía. La acción fue provocada por el anuncio de Washington de que tenía la intención de seguir su ocupación del territorio sirio indefinidamente y organizar sus fuerzas representantes dominadas por el YPG en una “fuerza de seguridad fronteriza” de 30.000 personas.

El gobierno turco ve al YPG como una extensión del PKK kurdo de Turquía, contra el cual está llevando a cabo una operación de contrainsurgencia desde hace más de tres décadas. Tanto Washington como Ankara han tachado formalmente al PKK de organización “terrorista”.

Hablando a una audiencia de jueces y fiscales en Ankara el domingo, Erdogan declaró que aunque la captura de Afrin fue “una etapa importante” de la operación turca en Siria, “Continuaremos este proceso hasta que hayamos abolido totalmente el corredor a través de Manbij, Ayn al-Arab, Tel-Abyad, Ras al-Ayn y Qamishli”.

Manbij es una ciudad de la provincia siria de Aleppo al oeste del río Éufrates, que está en manos tanto del YPG como de tropas de las Fuerzas Especiales estadounidenses. Las otras ciudades mencionadas por Erdogan están localizadas al este del Éufrates, donde el Pentágono está intentando forjarse una zona de control estadounidense, usando a la milicia kurda siria como su fuerza representante. Un avance en cualquiera de esas áreas plantea una confrontación directa entre tropas estadounidenses y turcas.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 20 de marzo de 2018)

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