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Australia: el libro “Invasión Silenciosa” aboga por la guerra contra China

Un libro muy promocionado, y publicado en marzo de este año, pide que Australia se una a una guerra liderada por Estados Unidos contra China, supuestamente como la única forma de evitar que el país se convierta en un “estado de tributo del resurgente Reino Medio”.

Invasión silenciosa: Influencia de China en Australia escrito por Clive Hamilton, un excandidato de los Verdes y ahora profesor universitario. El libro sugiere que la mayoría de los 1,2 millones de australianos de origen chino no son “leales” a Australia; arroja sospechas sobre muchos de los 130.000 estudiantes chinos del país, así como muchos académicos, científicos e investigadores “de ascendencia china” nombrados individualmente, y alega que el número de prominentes líderes políticos y empresariales son “quintacolumnistas”.

Invasión silenciosa

El libro incluso afirma que China planea entablar un reclamo territorial de forma oficial sobre Australia, en base a la falacia de que el expresidente chino Hu Jintao, al dirigirse al Parlamento australiano en 2003, dijo que los viajes de la dinastía Ming “descubrieron” y “se asentaron” en el continente en la década de 1420. Hamilton insiste que “China está utilizando la falsa historia para posicionarse y poder reclamar Australia en el futuro”.

El peligro es extremo, declara Hamilton, porque “los dos principales partidos políticos se han visto seriamente comprometidos por sus vínculos con benefactores chinos y su infiltración por personas cuya lealtad radica en Pekín”.

Hamilton también afirma que su “editor habitual”, Allen & Unwin, se retiró del contrato para publicar su libro porque “temían represalias de Pekín”, pintando así una imagen de un siniestro asalto chino a la libertad de expresión en Australia. En realidad, Allen & Unwin dijo que estaba preocupado por posibles demandas por difamación.

Las extraordinarias afirmaciones de Hamilton solo pueden entenderse en el contexto de los preparativos militares, políticos e ideológicos que se realizan para una guerra liderada por Estados Unidos contra China. La clase dominante australiana cada vez tiene más presión para aumentar su participación en estos planes, como lo subrayó el primer ministro Malcolm Turnbull en su viaje a Washington la semana pasada.

Hamilton insiste en que Australia no tiene más remedio que unirse a lo que casi con certeza sería una guerra nuclear del imperialismo estadounidense para afirmar su hegemonía sobre China.

“Un enfrentamiento militar o un compromiso entre los Estados Unidos y China es bastante posible en el futuro”, afirma Hamilton.

“Puede ser la única forma de evitar que China anexe y controle todo el Mar del Sur de China hasta la costa de Indonesia. Un conflicto en el Mar Oriental de China es quizás aún más probable, ya que China impulsa su demanda de incorporar a Taiwán y tomar las islas reclamadas por Japón. En dichas circunstancias, Australia tendría la obligación de respaldar a los Estados Unidos”.

Hamilton va más allá, acusando al Partido Comunista Chino (PCCh) de buscar la “dominación global” al “eclipsar a los Estados Unidos como el poder económico, político y, eventualmente, militar dominante”.

El lenguaje del libro asemeja al de la nueva Estrategia de Defensa Nacional de la administración de Trump, la cual apunta a la guerra contra Rusia y China. El documento del Pentágono alega que “China es un competidor estratégico que utiliza una economía depredadora para intimidar a sus vecinos mientras militariza características en el Mar de China Meridional”. Acusa a China de buscar “la hegemonía regional del Índico-Pacífico a corto plazo y del desplazamiento de los Estados Unidos para alcanzar la preeminencia mundial en el futuro”.

El libro de Hamilton se dirige primera y principalmente a los australianos de ascendencia china. Sólo del 20 al 30 por ciento de ellos son “leales a Australia”, declara (una estimación aproximada proporcionada por un par de “amigos chino-australianos” sin nombre). Hamilton advierte que, en caso de una guerra con China, el pueblo de dicho país, “ciudadanos y no ciudadanos por igual”, “crearía contiendas civiles continuas y potencialmente graves” orquestadas por “la embajada china en Canberra”.

La única conclusión que se puede extraer es que muchos miles de australianos de ascendencia china deberían ser detenidos arbitrariamente, al igual que sucedió con los australianos de ascendencia alemana, italiana y japonesa durante la Primera y Segunda Guerra Mundial.

La dependencia de Hamilton de un puñado de fuentes anti-Pekín tipifica la metodología del libro. Utilizando similares calumnias sin fundamento, califica a las “élites” de Australia, que incluyen líderes empresariales, ex primeros ministros, vicerrectores universitarios y periodistas, como los títeres de China que están robando a los australianos su “soberanía” para obtener ganancias económicas.

Cualquiera que tenga un vínculo comercial con la gran economía china o que incluso exprese su preocupación por la presión cada vez mayor de Washington por su posicionamiento incondicional tras los preparativos de guerra contra China, se le califica de “abraza-pandas”. Al exministro de Relaciones Exteriores, Bob Carr, se le llama “Bob Pekín” por instar a los Estados Unidos a adaptarse al ascenso de China y por dirigir el Instituto Universitario de Relaciones Australo-China, el cual tiene una “visión positiva” de la relación de los dos países.

Los acusados incluyen una serie de ex primeros ministros. Bob Hawke, del Partido Laborista, supuestamente sentó las “bases para los planes de Pekín de hacer que Australia cumpla con sus deseos” al otorgar asilo a estudiantes chinos después de la masacre de la Plaza Tiananmen en 1989. El sucesor de Hawke, Paul Keating, “con frecuencia se hace eco de la propaganda del PCCh”. Al firmar un acuerdo para exportar gas a la provincia de Guangdong en 2002, el primer ministro nacional liberal John Howard dio “el pistoletazo de salida para la locura de 'China es nuestro futuro' que ahora domina el pensamiento de élite en este país, exactamente como Beijing lo planeó”. Otros, como Kevin Rudd, se encuentran entre los “viajeros frecuentes de Pekín”.

La “quinta columna corporativa” de Australia presenta a la magnate minera Gina Rinehart, quien fue “la mayor defensora” de un plan de desarrollo en el norte de Australia en 2013, en el que el presidente chino Xi Jinping, dijo posteriormente que alentaría a las compañías chinas a participar. Otras “voces poderosas pro-Pekín” son el multimillonario minero Andrew Forrest y el propietario de Seven West Media, Kerry Stokes. Stokes es penado por un editorial de 2015 en su periódico, Australia Occidental, por criticar a los Estados Unidos por las “descaradamente provocativas” llamadas operaciones de libertad de navegación dentro de las aguas territoriales de los islotes chinos en el Mar Meridional de China.

Azote al chovinismo antichino

El libro de Hamilton es parte de una campaña política y mediática más amplia que se ha intensificado en los últimos 18 meses contra la supuesta “interferencia” china en Australia. Esta ofensiva ya ha acabado con un senador del Partido Laborista, Sam Dastyari, quien fue forzado a renunciar por sus vínculos con un prominente empresario chino local. En base a esta cacería de brujas, el gobierno nacional liberal de Turnbull está por presentar un paquete de cinco proyectos de ley draconianos para ilegalizar cualquier actividad política relacionada con una persona u organización en el extranjero, lo cual aniquilaría los derechos democráticos básicos y prohibiría muchas formas de disidencia antiguerra.

El tono se estableció en septiembre de 2016, cuando el principal periodista de Fairfax Media, Peter Hartcher, acusó a muchos líderes políticos y empresariales de ser “ratas, moscas, mosquitos y gorriones” pro-Pekín. Asimismo, Hamilton los denuncia de “capituladores”, “apaciguadores” y “amigos”.

El libro de Hamilton está envenenado con un lenguaje intolerante. Los periódicos chinos huelen a “gato encerrado”. Las universidades que aceptan donaciones de empresarios locales chinos están “manchadas” de “dinero negro”, “los adinerados postores chinos” están “quitando viviendas a los australianos”. Se permite la entrada de demasiados inmigrantes chinos, “de modo que partes de Sídney ya no parecen Australia”.

El propósito del libro es evidente. Es para avivar el chauvinismo antichino en preparación a la guerra, tildar de traidor a cualquier disidencia e insistir en un compromiso incondicional con Estados Unidos, sin importar el daño a las relaciones económicas con China, el mayor socio comercial de Australia.

Basándose en acusaciones no verificadas de agencias de inteligencia y centros de investigación estadounidenses y australianos, Hamilton pinta una imagen absurda de Australia, cuya institución militar, económica y política están estrechamente integradas con la de los Estados Unidos, y va camino de convertirse en un estado títere de China.

“Nos están robando nuestra soberanía”, afirma el libro. “Las instituciones australianas, desde nuestras escuelas, universidades y asociaciones profesionales hasta nuestros medios de comunicación. De industrias como la minería, agricultura y turismo a activos estratégicos tales como puertos y redes eléctricas. Desde nuestros ayuntamientos y gobiernos estatales hasta nuestros partidos políticos en Canberra, están siendo penetrados y moldeados por un complejo sistema de influencia y control supervisado por agencias que sirven al Partido Comunista Chino”.

Esto representa la realidad de sus ideas. La clase dominante australiana ha dependido militarmente de los Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos, no China, tiene “marines” girando a través de Darwin, bases como la instalación satélite Pine Gap de Australia central, que dirige bombardeos estadounidenses y otras actividades militares desde Oriente Medio hasta el Pacífico, y tienen acceso a todas las bases aéreas, navales y militares de Australia.

Washington, no Pekín, ha intervenido repetidamente en la política australiana, incluso llegando a desencadenar el despido del primer ministro Gough Whitlam en 1975, orquestando el derrocamiento de Rudd en 2010 y prohibiendo a la empresa china de telecomunicaciones Huawei suministrar equipos a redes australianas. Hamilton realmente admite la “intromisión” de Estados Unidos en la política australiana, pero la descarta como un “juego de niños” en comparación con el “amplio abordaje” de China.

Asimismo, según Hamilton, “el torrente de capital chino en Australia” es “la amenaza real a nuestra soberanía”. Sin embargo, Estados Unidos es bastante superior a China en ese frente. El Departamento de Asuntos Exteriores calcula que, en 2016, de los $3.2 billones en capital total de inversión extranjera en Australia, el 27 por ciento era de los EUA. Y el 16.1 por ciento provenía del Reino Unido. Esto empequeñeció a China y Hong Kong juntos un 5.9 por ciento, a pesar de que la inversión china había crecido en los últimos años, desde una base baja.

Hamilton afirma que la inversión china es diferente porque “cualesquiera que sean sus fallas”, las compañías estadounidenses no están condicionadas por los intereses estratégicos de Estados Unidos y, en cualquier caso, están limitadas por una democracia estadounidense “vigorosa” y unos “medios de comunicación inquisitivos” que los responsabilizan. ¡Qué mentira! La élite corporativa y financiera estadounidense, ayudada por medios de comunicación cómplices, ha estado en el centro de guerras interminables, golpes de estado, asesinatos y operaciones de cambio de régimen en todo el mundo durante décadas, y recurre cada vez más a métodos militares y autoritarios para tratar de apuntalar su posición.

Haciéndose eco de Washington, Hamilton demoniza al régimen chino como una dictadura “comunista”. De hecho, es un gobierno capitalista que representa los intereses de los multimillonarios y mantiene un estado policial sobre la superexplotada clase trabajadora del país.

Sin embargo, aunque afirma favorecer la “libertad” sobre el “autoritarismo”, hace un llamamiento para que se tomen medidas antidemocráticas contra los trabajadores y estudiantes chinos en Australia. Estas incluyen prohibiciones de residencia permanente en Australia para cualquiera que “se involucre en agitación política” que favorezca a Beijing, y la disolución de las asociaciones de estudiantes chinos en Australia.

Además, en nombre de la “democracia”, Hamilton exige leyes de “injerencia extranjera” que son incluso más represivas que las propuestas por el gobierno de Turnbull.

El libro de Hamilton muestra la trayectoria política de toda una capa social, particularmente asociada con los Verdes y su electorado de clase media alta cada vez más rica. Los Verdes una vez postularon como un partido pacifista con el fin de explotar políticamente la generalizada oposición a la invasión criminal estadounidense de Irak en 2003. Pero la oposición de los Verdes a la participación de Australia en esa guerra siempre se basó en insistir en que las tropas eran necesarias en la región de Asia y Pacífico para defender los intereses de Australia, que es una potencia imperialista con operaciones corporativas depredadoras en toda la región del Índico Pacífico.

Desde entonces, este medio ha seguido desplazándose bruscamente hacia la derecha, adoptando abiertamente el impulso a la guerra de los EUA y sus aliados contra los rivales de Washington, particularmente China. El libro de Hamilton, y su promoción en los medios de comunicación, es una advertencia del tipo de histeria que la clase dominante australiana y sus servidores políticos, incluidos los Verdes, buscarán fomentar a medida que Estados Unidos avance para eliminar a China como un “competidor estratégico”.

(Publicado originalmente en inglés el 8 de marzo de 2018)

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