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Perspectiva

Cien años desde la Revolución de Noviembre en Alemania

Hace cien años, el 9 de noviembre de 1918, el levantamiento revolucionario de la clase obrera alemana contra la guerra y la monarquía llegó a su cúspide, sacudiendo el sistema capitalista desde sus bases. 

Desde comienzos de 1918, pese a la opresión, la estrangulante censura, la encarcelación de líderes revolucionarios y el apoyo del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD, todas las siglas en alemán) y los sindicatos a la Primera Guerra Mundial, el Gobierno imperial demostró ser incapaz de atajar la resistencia de los trabajadores a la guerra. Los efectos devastadores del baño de sangre de tres años y medio y las derrotas militares en el frente occidental produjeron una crisis revolucionaria. 

En muchas áreas, colapsó casi completamente el suministro de alimentos. A pesar de que la producción para la guerra creció dramáticamente a partir del verano de 1914, la producción total industrial para fines de 1917 era tan solo 47 por ciento de su nivel previo a la guerra. Por su parte la producción agrícola había caído 60 por ciento. La hambruna que se vivió era inimaginable. 

Los frentes apenas se movían en los últimos años de la guerra, pero la gran matanza humana seguía a un ritmo constante. Los soldados eran enviados sin sentido alguno al matadero, se morían de hambre en las trincheras o en agonía por las epidemias. A este punto, la Primera Guerra Mundial ya se había prolongado por cuatro años. El general Ludendorff y el Mando Supremo del Ejército pospusieron las negociaciones y cuando la guerra finalizó en noviembre de 1918, 10 millones de personas habían perdido sus vidas en todo el mundo, 20 millones de soldados habían quedado heridos y, por encima, hubo 7 millones de víctimas civiles. 

En Rusia, bajo la dirección de los bolcheviques, la clase obrera había conquistado el poder y puesto fin a la participación rusa en la guerra en octubre de 1917. Su victoria inspiró a los trabajadores en Alemania. En medio de la masacre de la guerra, la Revolución Rusa comprobó que era posible un mundo más allá del capitalismo sin explotación ni guerras. 

En enero de 1918, los trabajadores de las fábricas de armamento en Hennigsdorf declararon una huelga. Su manifestación en la ciudad vecina de Berlín movilizó a 400.000 personas. “La huelga de enero es el comienzo del fin del orden wilhelmiano, una erupción volcánica de todas las contradicciones que agobiaban el régimen del Reich y que no habían sido opacadas por la tregua, sino que las agravó aún más”, escribe Joachim Käppner en su libro 1918

La resistencia en las fábricas creció y se expandió a la armada y al frente. En el otoño de 1918, la situación se intensificaba cada día. Con el objetivo de controlar la ola revolucionaria y culpar a otros por las derrotas militares, el Gobierno realizó una serie de repliegues. “Las reformas desde arriba buscaban atajar la revolución que surgía desde abajo: esa fue la idea esencial del giro consumado”, comenta Volker Ullrich en La revolución de 1918/19

El 3 de octubre, el príncipe Max von Baden fue nombrado canciller del Reich para formar un Gobierno de coalición con los socialdemócratas, quienes asumirían cargos gubernamentales por primera vez. Tres semanas después, el general Ludendorff, el hombre más poderoso del Mando Supremo del Ejército, fue despedido. 

Sin embargo, las medidas se tomaron demasiado tarde. El levantamiento revolucionario ya no podía ser detenido. El 30 de octubre, los tripulantes de la flota de mar profundo se rebelaron y se rehusaron ir a una “última batalla” que significaba una muerte segura. 

En Kiel, los marineros fraternizaron con los trabajadores y organizaron una huelga general. El 4 de noviembre, tomaron control de los barcos y del Ayuntamiento de Kiel. Formaron consejos de trabajadores y soldados. El 5 de noviembre, la revolución se extendió a Lübeck, el 6 de noviembre a Hamburgo, luego a Bremen, Hanover y Stuttgart. El 7 de noviembre, 80.000 trabajadores se manifiestan en Múnich y forman un consejo de trabajadores y soldados. Un día después, Kurt Eisner proclama el Estado Libre de Baviera. 

Luego, los eventos comenzaron a acelerarse, se llenaron de vida. Richard Müller, quien, como presidente del Comité Ejecutivo de los Consejos de Trabajadores y Soldados, protagonizó el levantamiento de Berlín del 9 de noviembre, lo describe de la siguiente manera:

“Después del descanso del desayuno, se avivaron las cosas. Las fábricas se vaciaron a una velocidad increíble. Las calles se llenaron con enormes multitudes. En las afueras, donde están las fábricas más grandes, se formaron grandes marchas de protesta hacia el centro de la ciudad”. 

Müller relata que los soldados que habían recibido órdenes de ir a Berlín a defender la monarquía y mantener el orden se unieron a las manifestaciones de trabajadores sin nadie que se los comandara. “Hombres, mujeres, soldados, un pueblo en armas, inundaron las calles hasta las barricadas más cercanas”. Fueron liberadas la prisión de Moabit y el campo de detención en Tegel. “Los grandes periódicos, la oficina del telégrafo Wolff, el departamento del telégrafo, el edificio del Reichstag [Parlamento] fueron tomados en las primeras horas de la tarde”. 

“El aspecto característico de este levantamiento gira en torno a la fuerza elemental de su estallido, en el alcance pleno de su expansión y en la acción unida, casi metódica, en todas las partes de la vasta área metropolitana de Berlín”, resume Müller.

El dominio de la monarquía, destrozado por la guerra, colapsa como un castillo de naipes ante esta tremenda ofensiva de la clase trabajadora. El canciller del Reich, Max von Baden, anuncia la renuncia del káiser Wilhelm II en la mañana. A mediodía, entrega su oficina al socialdemócrata Friedrich Ebert. En las primeras horas de la tarde, el miembro del SPD, Philipp Scheidemann proclama una república democrática desde el balcón del Palacio de Berlín en frente de una enorme multitud. Karl Liebknecht, líder de la Liga Espartaquista proclama poco después la República Socialista en la cercana plaza de Lustgarten. 

El día siguiente, el presidente del SPD, Friedrich Ebert, forma un nuevo Gobierno llamado el “Consejo de Representantes del Pueblo”, que incluye una mayoría de tres socialdemócratas (Ebert, Philipp Scheidemann y Otto Landsberg) y tres miembros de los Socialdemócratas Independientes o USPD (Hugo Haase, Wilhelm Dittmann y Emil Barth). El USPD había sido fundado en abril de 1917 por miembros del SPD que, ante la presión de las masas, se habían rehusado a aprobar nuevos créditos de guerra y consecuentemente fueron expulsados del SPD. Barth es también un representante revolucionario de gran influencia en la industria metalúrgica berlinesa. 

El Consejo de Comisarios del Pueblo asume la tarea de capturar, sofocar y aplastar sangrientamente la enorme ola revolucionaria que se había propagado en pocos días por todo el país, atentando no solo contra la monarquía, sino también la propiedad de los capitalistas y terratenientes y el poder de la casta militar. 

En el verano de 1914, los dirigentes del SPD votaron a favor de dar créditos para la guerra al Gobierno alemán y subsecuentemente enviar a millones de trabajadores a la carnicería de la guerra imperialista. Cuatro años después, confirman ser los más importantes defensores del gobierno capitalista. Ebert concluye un pacto con el Mando Supremo del Ejército bajo el general Gröner. Los ataques contra los trabajadores revolucionarios se preparan y organizan cada día en directa coordinación con el Estado mayor de la contrarrevolución. 

En sus escritos, el general Gröner describió así su alianza con Ebert: “El cuerpo de oficiales solo podía cooperar con un Gobierno que batallará contra el radicalismo y el bolchevismo. Ebert estaba listo para eso”. Le había dicho a Ebert el 10 de noviembre que el ejército estaba a las órdenes de su Gobierno, pero exigió que el bolchevismo fuera combatido. “Ebert respondió a mi propuesta de una alianza. A partir de ese momento, discutimos las medidas necesarias cada tarde en una línea secreta entre la Cancillería del Reich y el Mando del Ejército. La alianza se ha visto reivindicada”. 

Con base en esta alianza, la dirección del SPD organiza un golpe tras otro contra los trabajadores revolucionarios. El comisario del pueblo para el Ejército y la Armada, Gustav Noske, recibe órdenes de reclutar a los dispersados soldados reaccionarios de los Freikorps. Acepta esta tarea con las palabras “Alguien tiene que ser el perro policía”. En el diario del SPD Vorwärts, Noske pide la cooperación de los Freikorps, los precursores de las tropas de choque nazis, en un artículo intitulado “¡Protéjanse del Espartaco!”.

El conflicto entre la clase obrera, por un lado, y los Freikorps, las tropas contrarrevolucionarias y el Gobierno de Ebert, por el otro, se convierte en una guerra civil abierta. Pero no es hasta el 29 de diciembre que se desata la lucha armada en las calles de Berlín y que los ministros del USPD dejan el Gobierno de Ebert. Fueron una hoja de parra de izquierda sin ninguna influencia. 

Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, quienes habían luchado desde el principio de la guerra contra la traición del SPD y formaron el “Gruppe Internationale” y luego el “Spartakusbund” fundaron el Partido Comunista de Alemania a raíz de las grandes luchas revolucionarias entre 1918 y 1919. 

Luxemburgo, quien había sido liberada tan solo unas pocas semanas antes de una larga sentencia en un fuerte, pronunció el principal discurso en el congreso fundacional. Karl Radek transmite los saludos de parte del Partido Bolchevique. Dos semanas después, el 15 de enero, Luxemburgo y Liebknecht son capturados y asesinados por los Freikorps de Noske. 

¡La contrarrevolución triunfa! Con crueldad despiadada, emprende contra los trabajadores revolucionarios en Berlín y otras áreas industriales. Decenas de miles son masacrados. Las tropas del ministro socialdemócrata del Ejército ahogan la revolución en sangre. 

En la actualidad, la historiografía oficial presenta la Revolución de Noviembre como un amanecer democrático y el comienzo de la democracia en Alemania. No fue nada parecido. La Revolución de 1918 en Alemania, como lo señaló acertadamente León Trotsky en 1930, “no fue una culminación democrática de una revolución democrática”, sino una “revolución proletaria degollada por la socialdemocracia: más correctamente, es una contrarrevolución burguesa que busca preservar formas pseudodemocráticas tras vencer al proletariado”. 

La burguesía alemana ya se había despedido de cualquier aspiración democrática 70 años antes. En 1848, le había asestado una puñalada en la espalda a la revolución democrática que arrasó Alemania y gran parte de Europa, aliándose con la reacción feudal. El surgimiento de Alemania como una gran potencia imperialista luego tuvo lugar bajo el régimen Hohenzollern. El militarismo prusiano, el aparato estatal autoritario prusiano y su base social, los grandes terratenientes, le sirvieron a la aspirante burguesía alemana para oprimir a la clase trabajadora y perseguir sus objetivos imperialistas. Esto culminó con la catástrofe de la Primera Guerra Mundial, cuyo estallido se debió en gran parte a la burguesía alemana.

Los trabajadores y soldados que se levantaron en masa después de cuatro años de esta barbárica matanza e indescriptibles crímenes de guerra no se enfrentaban a la tarea de completar una revolución democrático-burguesa. La burguesía ya era desde hace mucho la clase gobernante, bajo la protección del régimen imperial y había demostrado su quiebra histórica en la guerra. La clase obrera encaraba la tarea de privar a la burguesía y la casta militar de su base material expropiando a los barones industriales, los empresarios que lucraron de la guerra y los terratenientes para establecer un Estado obrero socialista. 

La Revolución de Noviembre en Alemania formó inseparablemente una parte de la revolución proletaria mundial que estaba en marcha. Un año antes, la clase obrera había conquistado el poder en Rusia bajo la dirección de los bolcheviques. Los líderes de la Revolución de Octubre, Lenin y Trotsky, habían basado su estrategia entera en una perspectiva internacional. Entendían que la Revolución Rusa era el preludio de la revolución socialista mundial. Estaban convencidos de que las contradicciones del sistema mundial imperialista, reflejadas en la barbarie de la Primera Guerra Mundial, también impulsarían revoluciones obreras en otros países que liberarían el Estado obrero ruso de su aislamiento inicial. Los eventos en Alemania confirmaron esta perspectiva. 

Así como la Revolución de Octubre inspiró a los trabajadores alemanes, horrorizó a las élites gobernantes. “La defensa contra el bolchevismo” no solo se convirtió en un grito de guerra de los ultrarreaccionarios, sino también del SPD y secciones del USPD. “Cuando Karl Liebknecht… intentó el 9 de noviembre que la facción de independientes en el Reichstag adoptara la consigna ‘Todo el poder a los sóviets’, Eduard Bernstein, quien se encontraba ahí en ese entonces, reaccionó como si lo partiera un rayo: ‘Eso nos traerá la contrarrevolución’”, escribió Heinrich Winkler en Der Lange Weg nach Westen (Alemania: el largo camino hacia Occidente). 

La Revolución Alemana fracasó porque no había una dirección revolucionaria. Bajo August Bebel y Wilhelm Liebknecht, el SPD desarrolló el mayor partido marxista de masas en el mundo. Sin embargo, su cúpula se dejó llevar con el auge económico y traicionó su propio programa y apoyó la Primera Guerra Mundial en 1914”. 

La clase obrera no se recuperó de este golpe a tiempo. El USPD fue fundado tres años después del comienzo de la guerra y no apareció por su propia iniciativa, sino porque el SPD no le había dejado otra opción por medio de expulsiones. Sus políticas siempre permanecieron centristas, adaptándose a toda presión burguesa, como ocurrió con participar en el Gobierno de Ebert. Incluso les fue sumamente difícil a los representantes más revolucionarios y valientes de la clase obrera alemana en la Liga Espartaquista romper a tiempo con el SPD y el UPSD. 

La derrota de la Revolución de Noviembre tuvo consecuencias devastadoras. Aíslo a la Unión Soviética, contribuyendo sustancialmente al crecimiento de la burocracia estalinista. El aumento de la influencia de Iósif Stalin en la política de la Internacional Comunista fue a su vez un factor importante en las futuras derrotas de la clase obrera internacional. Consecuentemente, en 1923, el Partido Comunista Alemán (KPD) no supo aprovechar la extraordinaria situación revolucionaria y avanzó políticas falsas. Luego, en 1933, las medidas catastróficas del KPD dictadas por Stalin y opuestas a un frente unido contra los nazis, resultaron en la toma del poder por parte de Hitler sin un solo disparo. 

Sin embargo, lo más importante, la Revolución de Noviembre dejó intacto el poder y las propiedades de todas esas fuerzas que elevaron a Hitler al poder 15 años después: los barones industriales como Stinnes, Krupp y Thyssen; los Junker prusianos de los que dependían Paul von Hindenburg y otros generales; y los Freikorps, de los cuales fueron reclutadas las tropas de choque de Hitler. Ni siquiera fue expropiada o abolida la alta nobleza, una tarea que la Revolución Francesa había completado rigurosamente 120 años antes. 

Cien años después, la clase obrera en Alemania e internacionalmente se enfrenta nuevamente a los mismos desafíos de 1918. Con la intensificación de la crisis global del capitalismo —la extrema desigualdad social, la guerra comercial y las guerras militares— están regresando todos los problemas no resueltos del siglo veinte. Los partidos de extrema derecha están surgiendo nuevamente y en todas partes, incluso Alemania, al igual que el militarismo y el autoritarismo. La lucha de clases está llegando a un punto de inflexión. Sin una revolución socialista en un futuro próximo, la humanidad se sumirá otra vez en la guerra y la barbarie. 

El Sozialistische Gleichheitspartei (Partido Socialista por la Igualdad) y el Comité Internacional de la Cuarta Internacional son la única tendencia política que extrae las lecciones de las experiencias estratégicas de la lucha de clases y que avanza una perspectiva internacional socialista. La necesidad urgente de construir un movimiento políticamente independiente, revolucionario y socialista de la clase obrera es la lección esencial de la revolución alemana y sigue siendo la tarea central hoy. 

(Publicado originalmente en inglés el 9 de noviembre de 2018)

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