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En repudio a las maniobras de Macron para estrangular las protestas de los Chalecos Amarillos en Francia

Han pasado diez días desde que un cuarto de millón de personas con chalecos amarillos protestó por primera vez el 17 de noviembre contra los planes del presidente francés, Emmanuel Macron, de imponer un nuevo impuesto sobre los combustibles. La profunda oposición provocada por las políticas de austeridad, el militarismo y la arrogancia de Macron, el exbanquero y “presidente de los ricos”, se está acumulando más allá de los “Chalecos amarillos”, entre decenas de millones de trabajadores.

A pesar de la violenta represión de la protesta del domingo en parís las manifestaciones de los Chalecos amarillos están continuando y se están aliando con numerosos movimientos huelguísticos a nivel europeo. Estibadores, trabajadores en Amazon y en las refinerías, entre otros están en huelga y defendiendo los cortes de ruta de los Chalecos amarillos. Sus demandas —la renuncia de Macron, poner fin a la desigualdad social y los ataques contra los derechos sociales y rechazar el ejército europeo— están asumiendo un carácter cada vez más definido de clase trabajadora.

Ante este estallido de ira social, Macron tiene programado un comunicado esta tarde tras discutir la reacción a las protestas con los sindicatos y ONG. Al mismo tiempo, la prensa está intentando imponerles “dirigentes” a los Chalecos amarillos, un movimiento social y políticamente heterogéneo, para que “representen” a los manifestantes en negociaciones con Macron y el Estado.

Estas negociaciones son una trampa para los trabajadores y personas de la clase media en el movimiento. Cincuenta años después de la huelga general de mayo-junio de 1968, no habrá ningún resultado reformista a la lucha de clases; Macron lo más que dará son migas de pan. La única forma de avanzar es rechazando estas fraudulentas negociaciones y girando decididamente a la clase obrera. Son necesarias las organizaciones independientes de lucha y una nueva dirección política a fin de construir un movimiento que plantee ante todos los trabajadores de Francia y Europa la cuestión de la transferencia del poder estatal a la clase trabajadora.

El lunes, el asesor de Macron y líder sindical de la Confederación Francesa Democrática de Trabajo (CFDT), Laurent Berger, quien está encabezando las negociaciones hoy, propuso a Le Parisien “medidas concretas” para resolver la crisis. Tras “toparse con un muro con [el primer ministro] Edouard Philippe”, Berger ahora lucha por el alma de Macron, escribe con una cara seria Le Parisien, para determinar “si se sobrepone Macron el exbanquero o Emmanuel el candidato de la empatía”.

Lo que Berger está proponiendo “concretamente” es imponer a la fuerza el gasolinazo y seguir con la agenda de austeridad de Macron el banquero. “El Estado no puede hacer todo” y “ciertamente no puedo pedirle al jefe de Estado que dimita”, declaró Berger. Por el contrario, “Debemos asegurarnos de que, además del aumento del impuesto sobre la gasolina, haya medidas acompañantes que no cause dolor al pueblo francés”. La única medida que propuso era dar cierta ayuda financiera para “planes para viajes compartidos, transporte ecológico y renovaciones para retener el calor en las viviendas”.

Según el vocero del Gobierno, Benjamin Griveaux, Macron está proponiendo “un cambio de método, pero no un cambio de política”. Es decir, implementarán ciertas iniciativas publicitarias para promover una Presidencia que los Chalecos amarillos rechazan y que una contundente mayoría de la población desdeña. En las palabras de la AFP: “ A priori, no habrá ninguna decisión financiera decisiva o suspensión del aumento al impuesto sobre la gasolina que detonó la explosión”.

¿Cómo pueden imponerle negociaciones entreguistas a un movimiento difuso y heterogéneo? La prensa está promoviendo una “delegación” compuesta por ocho Chalecos amarillos que supuestamente representan al movimiento y quieren negociar con Macron, mientras afirman ser “apolíticos”. Los ocho incluyen varios empresarios, un veterano de la fuerza aérea y un oficial del sindicato CFDT que demanda un “rápido” inicio de las negociaciones y un fin a las protestas: “No podemos paralizar el país por tres meses, debemos celebrar negociaciones”.

El transportista Eric Drouet, quien realizó uno de los primeros llamados de manifestarse con chalecos amarillos en Facebook, también se encuentra en este grupo, aparentemente sin gran entusiasmo. Declaró: “Nada se decidirá por las ocho personas de esta delegación”.

Al mismo tiempo, Le Parisien está denunciando histéricamente el peligro de que una perspectiva revolucionaria influencia a los Chalecos amarillos: “Ciertos alborotadores profesionales se han invitado a ellos mismos al movimiento, proponiendo solo destruir todo y, por qué no, denegar e incluso aplastar el modelo democrático de elecciones. Al nutrir constantemente los mismos dogmas, los Chalecos amarillos ofrecen una plataforma para que estas aves de mal agüero escupan”.

Tales insultos merecen el mismo odio que las negociaciones con los sindicatos propuestas por Berger. No son los Chalecos amarillos o el crecimiento de la oposición a Macron en la clase obrera que atentan contra la democracia, sino el propio Gobierno, sus sindicatos y aliados políticos que buscan estrangular la oposición al mandatario con negociaciones fraudulentas.

Es tiempo de tomar un camino revolucionario. No hay nada para negociar con Macron. Tras quedar electo por default contra la neofascista Marine Le Pen, el presidente gobierna con una mayoría legislativa electa por menos de la mitad de los votantes franceses e impone los dictados explícitos de los bancos. Sus planes de austeridad basados en una ley laboral decretada sin un voto parlamentario durante un estado de emergencia que suspendió derechos democráticos básicos y frente a oposición abrumadora de la población —junto a su intención de invertir €300 mil millones para el 2024 en un ejército europeo— no tienen ninguna legitimidad.

Los chalecos amarillos no pueden presionar a Macron para que cambie de curso y defienda sus derechos sociales. Desangrado tras décadas de desindustrialización y austeridad que crearon fortunas para una aristocracia parasítica de milmillonarios y en estado de colapso bajo la presión de enormes deudas, el capitalismo europeo ya no tiene los recursos para políticas de compromiso social como ocurrió en 1968. Ahora, los sindicatos y los partidos de clase media como el Nuevo Partido Anticapitalista que emergieron del movimiento estudiantil post-1968 han permanecido todos distanciados o han denunciado a los Chalecos amarillos.

¿Qué hacer? La tarea es organizar a la clase obrera en Francia y Europa y proveerle una estrategia revolucionaria internacionalista y una perspectiva de derrocar a la aristocracia financiera y tomar poder. Esto reivindica las perspectivas formuladas por el WSWS cuando estallaron las protestas este año en Francia:

“Las batallas revolucionarias que se están desarrollando contra Macron inevitablemente harán entrar en conflicto a los trabajadores con los partidos que desde 1968 se han hecho pasar por la ‘izquierda’, lo que pone de relieve el significado de la fundación en el 2016 del Parti de l’egalité socialiste (PES; Partido Socialista por la Igualdad), la sección francesa del Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI). El PES reestableció la presencia del trotskismo en Francia, luchando por la movilización revolucionaria de la clase obrera contra la pseudoizquierda y todos los partidos capitalistas.

“Ante la participación abierta de las burocracias sindicales en la implementación de las medidas de austeridad, el PES llama a la formación de organizaciones de base en los lugares de trabajo, las escuelas, las comunidades de clase obrera en toda Francia. Estas son las plataformas críticas para que los trabajadores y la juventud discutan y organicen una oposición a los ataques sociales y planes de guerra de todos los grupos de poder”.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 27 de noviembre de 2018)

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