La erupción de la oposición política en la clase obrera, en las protestas de los “chalecos amarillos”, está exponiendo la hostilidad vitriólica a los trabajadores de lo que ha estado pasando falsamente por “izquierda”. Estas fuerzas son hostiles a los llamados a la igualdad social y al internacionalismo que predomina entre los “chalecos amarillos”. Daniel Cohn-Bendit, la figura principal de las protestas estudiantiles de mayo de 1968 en Francia, responde en particular denunciando a los “chalecos amarillos” por su oposición a los recortes de impuestos para los ricos y calumniándolos como fascistas.
La ilimitada corrupción política de Cohn-Bendit ejemplifica la drástica evolución hacia la derecha de una capa completa de jóvenes de la clase media de la década de 1960 que aún desempeñan un papel desmedido en la política oficial de la “izquierda”. Después de haber estado en el centro de las maniobras de los sindicatos estudiantiles en 1968 y haber desempeñado este papel en el centro de la política verde en Alemania, Francia y en toda Europa, Cohn-Bendit se ha convertido en un amigo personal del presidente francés, Emmanuel Macron.
Cuando se le preguntó sobre la protesta de los “chalecos amarillos” en una entrevista reciente con el diario taz de Alemania, Cohn-Bendit dijo: “Es una revuelta contra la desigualdad social que se ha desarrollado a largo plazo”. Al preguntársele si, por lo tanto, piensa que el movimiento es algo bueno, él respondió: “No, eso no es lo que quise decir”.
Cohn-Bendit defiende abiertamente la desigualdad social. En taz, ataca dos demandas bien conocidas del movimiento: la derogación de un impuesto regresivo al combustible que golpea desproporcionadamente a los trabajadores, y la devolución del impuesto a los ricos (ISF) cancelada por el presidente Emmanuel Macron. La decisión de Macron de retirar el impuesto sobre el combustible ante las protestas masivas, declaró Cohn-Bendit, es “una catástrofe ecológica” que debe revertirse: “En el próximo año, el movimiento ecológico y el ministro de ecología deben crear un equilibrio social para que se reintroduzca el ecoimpuesto”.
Cohn-Bendit deja en claro su simpatía por la derogación del impuesto a la riqueza, declarando que “muchas personas que considero inteligentes piensan que el ISF no hizo mucho”. De hecho, aportó más de 5 mil millones de euros, una suma que, sin duda alguna más pequeña que las vastas sumas de dinero que se embolsaron los súper ricos, como el paquete de pago de 22.000 millones de euros de Bernard Arnault el año pasado. Pero la derogación del ISF claramente aumenta la desigualdad social y constituye un ataque a la clase trabajadora.
Al parecer, sin embargo, reacio a basar públicamente su política en una defensa de la riqueza y los privilegios de los ricos, Cohn-Bendit inventa una narrativa reaccionaria y fraudulenta: su política apunta a defender la democracia contra la amenaza del fascismo planteada por los trabajadores. Sobre esta base, se alinea con las políticas fascistas y policiales del Estado impuestas en Francia por su amigo Macron.
“La estrella de David que los nazis obligaban a los judíos a llevar era amarilla”, dice para justificar que se niegue a usar un chaleco amarillo, y agrega: “José Bové, el gran luchador del movimiento antiglobalización y radical agricultor, dice que una gran parte del movimiento de los chalecos amarillos proviene del Frente Nacional, que es del depósito de la extrema derecha, y que, por lo tanto, no quiere tener nada que ver con ellos”.
Cohn-Bendit luego denuncia que el apoyo de la izquierda a los “chalecos amarillos” traza un camino para que la extrema derecha tome el poder, como la que tomó Hitler antes de 1933: “La izquierda está cometiendo el error que siempre comete: pensar que las revueltas que les calientan el corazón son emancipadoras. En Alemania, la izquierda, sobre todo el Partido Comunista, pensó que después del Tratado de Versalles, a medida que se extendían las protestas contra la pobreza en Alemania, llegaría el momento de las relaciones sociales al estilo soviético. Diez años más tarde, las cosas resultaron muy diferentes, como sabemos”.
Los argumentos proporcionados por Cohn-Bendit son un fraude transparente y una provocación. No son los trabajadores sino Macron, con el apoyo de Cohn-Bendit, el que está construyendo un Estado policial fascista en Francia. Los “chalecos amarillos” han estado saliendo a las calles semana tras semana, desafiando las brutales medidas de represión policial contra lo que invariablemente comenzó como protestas pacíficas, para protestar contra la desigualdad social y la brutalidad policial.
Después de que Macron declarara su admiración por el dictador colaboracionista nazi Philippe Pétain, su gobierno está amenazando con restablecer el estado de emergencia suspendiendo los derechos democráticos y realizando arrestos en masa para aplastar la oposición a las impopulares políticas de austeridad y de guerra de Macron.
El argumento de Cohn-Bendit de que las protestas de los “chalecos amarillos” son fascistas es una calumnia. Los neofascistas franceses abandonaron rápidamente sus intentos iniciales de influir o capitalizar las protestas contra Macron, ya que adquirieron un carácter cada vez más obrero, igualitario e internacionalista. La principal presencia en las protestas de los “chalecos amarillos” es abrumadoramente la de los trabajadores que exigen más igualdad social y el fin de los privilegios de la oligarquía financiera. Al igual que en el siglo XX, las fuerzas fascistas están impulsadas por la despiadada defensa de sus privilegios por parte de la aristocracia financiera.
La denuncia derechista de Cohn-Bendit de los “chalecos amarillos” no es una ruptura con la política de su juventud, sino el resultado político del rechazo del marxismo y el trotskismo que inspiró el liderazgo del movimiento estudiantil de 1968. El registro de décadas de crímenes políticos contra la clase obrera por estas fuerzas, en el Partido Socialista de las grandes empresas, en el Nuevo Partido Anticapitalista u otras organizaciones similares, no es producto del marxismo o del socialismo, sino de su rechazo por parte de las capas de antimarxistas privilegiados, pequeñoburgueses.
Su hermano mayor Gabriel se había reunido con el grupo Socialisme ou Barbarie que rompió con la Cuarta Internacional en 1948 afirmando falsamente que la Unión Soviética era una sociedad capitalista, y también con el grupo pequeñoburgués y nacionalista Lutte ouvrière (LO). Los precursores de LO se habían negado a afiliarse a la Cuarta Internacional desde una perspectiva nacionalista. Cohn-Bendit estuvo marcado no solo por Gabriel, sino también por la influencia de Socialisme ou Barbarie sobre el grupo Internacional Situacionista, del cual era miembro.
Las pretensiones de estos grupos de ofrecer una alternativa política tanto al marxismo como al capitalismo fueron fraudulentas. Esto se desprende de manera particularmente clara del antecedente de la huelga general de mayo de 1968, cuando Cohn-Bendit no buscó una revolución, sino un acuerdo para salvar al régimen capitalista y la posición del prefecto de policía de París, Maurice Grimaud. Grimaud recordó posteriormente la historia:
Durante la gran marcha impresionante del 13 de mayo de más de 200.000 personas, con estudiantes y sindicatos de trabajadores, una vez que los manifestantes llegaron a la plaza Denfert-Rochereau, los intransigentes propusieron marchar hacia el palacio presidencial del Elíseo. ... En ese momento, Cohn-Bendit sabiamente propuso que fuéramos a los jardines del Campo de Marte para discutir qué reformas implementar. Y actuó de esta manera varias veces. Y así entendí que Cohn-Bendit no era el tipo de hombre que intenta romper todo.
Mirando hacia atrás en mayo de 1968 en su libro Forget 68, publicado por primera vez hace una década, Cohn-Bendit enfatizó que en 1968, no estaba siguiendo una línea marxista de movilizar a la clase trabajadora para tomar el poder. Más bien, como un precursor de la política de estilo de vida de hoy, quería eliminar las restricciones en su vida personal. “A diferencia de los revolucionarios que buscan tomar el poder político”, escribió, “los descontentos de 1968 solo queríamos controlar nuestras propias vidas”. Afirmó que no había otra política viable disponible.
“Qué error pensar que una huelga general podría ser seguida por la toma del poder”, agregó, afirmando que un movimiento político en la clase obrera que se moviliza contra el “proceso democrático, electoral y parlamentario es sinónimo de totalitarismo”. Cohn-Bendit rechazó el análisis de Trotsky de que los crímenes del régimen estalinista en la Unión Soviética provinieron del rechazo de la burocracia estalinista al internacionalismo y la revolución socialista. En cambio, concluyó que estos crímenes eran inherentes a cualquier lucha revolucionaria de la clase obrera.
La hostilidad vitriólica de Cohn-Bendit hacia los “chalecos amarillos” de hoy es un claro eco, 50 años después, de estos conceptos reaccionarios y antimarxistas. Medio siglo más tarde, además, la crisis del capitalismo está enormemente más avanzada que en 1968, durante el auge económico de la posguerra. A diferencia de 1968, no habrá un resultado reformista en la lucha de clases, con las reformas acordadas por el Estado y los sindicatos después de la huelga, y otorgadas a todos.
En cambio, Macron, respaldado por Cohn-Bendit, está movilizando a toda la fuerza del Estado policial francés contra la oposición política en la clase obrera. Las declaraciones de Cohn-Bendit de hoy representan poco más que una excusa propagandística para el intento de Macron de endilgar sus políticas reaccionarias contra la clase trabajadora.
(Publicado originalmente en inglés el 14 de diciembre de 2018)