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Perspectiva

La renuncia del general Mattis y la crisis de gobierno burgués en Estados Unidos

La renuncia el jueves del secretario de Defensa de Estados Unidos, James Mattis, ha provocado una reacción de pánico y casi histeria entre líderes de ambos partidos, la prensa y ex altos oficiales de las agencias de inteligencia y el ejército.

Mattis, quien era un general de cuatro estrellas del Cuerpo de Marines, anunció su renuncia en una carta que representaba una crítica abierta a las políticas del presidente Donald Trump, acusándolo esencialmente de no apoyar las alianzas establecidas por Washington después de la Segunda Guerra Mundial o de no hacer lo suficiente para confrontar a “actores malignos y competidores estratégicos”, es decir, China y Rusia.

Antes de hacer pública la carta, Mattis presuntamente hizo 50 copias y las distribuyó entre dirigentes militares del Pentágono.

La gota que derramó el vaso, ocasionando la renuncia, fue la orden de Trump anunciada el miércoles de retirar todas las más de 2.000 tropas estadounidense de Siria y reducir a por lo menos la mitad—aproximadamente 7.000 soldados— las fuerzas estadounidenses que siguen librando una guerra de más de 17 años en Afganistán.

Trump hizo campaña en 2016 bajo su programa de “EUA ante todo”, llamando a poner fin a las prolongadas guerras estadounidenses en Oriente Próximo y Asia Central. Esta retórica ganó un substancial apoyo popular para el milmillonario especulador de bienes raíces en contra de su rival presidencial, la demócrata Hillary Clinton, la candidata favorecida por Wall Street y la CIA. La carrera de Clinton se vio vinculada con varias de estas guerras estadounidenses y con preparativos avanzados para una escalada en la intervención en Siria, así como una confrontación más directa con Rusia.

La decisión de Trump de actuar con base en estas promesas de campaña se debe al recrudecimiento de la crisis de su Presidencia, la cual se encuentra asediada por múltiples escándalos e investigaciones que en sí son el producto de conflictos enconados dentro de la clase gobernante estadounidense, particularmente sobre política exterior.

Si Trump ha utilizado esta carta, es porque sabe que traer tropas a casa de Oriente Próximo y Asia Central cuenta con un amplio apoyo, mucho mayor a la base ultraderechista que ha intentado cultivar con chauvinismo antiinmigrante y sus incesantes demandas de un muro en la frontera entre EUA y México.

Dentro de EUA, la clase trabajadora siente una profunda hostilidad a las interminables guerras libradas por el imperialismo estadounidense por más de un cuarto de siglo. Siendo justificadas en nombre de la protección contra las “armas de destrucción masiva”, la “guerra contra el terrorismo” y defender “derechos humanos”, estas guerras han cobrado más de un millón de vidas, demolido sociedades enteras y costado billones de dólares.

¿Qué puede mostrar Washington como resultado? Después de 17 años de guerra en Afganistán, el Talibán controla más territorio que en ningún otro momento desde 2001, mientras que EUA se ha visto obligado a perseguir negociaciones con representantes del Talibán en los Emiratos Árabes Unidos, incluso sobre el retiro de tropas estadounidenses y extranjeras del país.

Irak permanece sumido en crisis y profundamente dividido a lo largo de líneas sectarias como resultado de la guerra estadounidense lanzada en 2003 para derrocar a Sadam Husein. Libia, donde la guerra de EUA y la OTAN por un cambio de régimen acabó en el asesinato de Muamar Gadafi, se encuentra en ruinas y sumida en continuos conflictos entre milicias rivales. Y, en Siria, el intento de EUA y sus aliados de derrocar a Bashar al Asad armando y financiando milicias vinculadas con Al Qaeda ha fracasado tras cobrar cientos de miles de vidas y convertir a millones en refugiados.

El general Mattis, quien se ganó el apodo “Perro Rabioso” encabezando la sangrienta campaña estadounidense para retomar la ciudad iraquí de Faluya en 2004 y se jactó ante sus tropas durante su periodo al mando de las fuerzas estadounidenses en Afganistán que “es tan divertido dispararles” a los afganos, está siendo aclamado como un héroe estadounidense y un lecho de estabilidad y sano juicio cuya salida ha dejado el barco el Estado a la deriva.

El Washington Post publicó un editorial el viernes intitulado “Al irse Mattis, asústense”. Señaló que la renuncia del secretario de defensa “siguió un par de decisiones precipitadas e imprudentes del presidente Trump: el retiro de todas las fuerzas estadounidenses en Siria y una reducción del 50 por ciento en la fuerza en Afganistán”, y añadió que “el Sr. Trump parece estar desequilibrado y descuidado sobre el daño que podría causar a intereses vitales”.

Asimismo, el editorial del New York Times llevaba el tenebroso titular: “Jim Mattis tenía razón: ¿quién protegerá ahora a EUA? El artículo arremete contra Trump por “desestimar” a Mattis y a otros asesores de seguridad nacional “ordenando el rápido retiro de todas las 2.000 tropas estadounidenses en suelo sirio”.

Los dirigentes demócratas prácticamente lloraron por la renuncia de Mattis y expresaron una intransigente oposición al retiro de tropas de Trump. Leon Panetta, un antiguo director de la CIA, secretario de Defensa, y jefe de personal de la Casa Blanca, fue citado en el Washington Post diciendo, “Estamos en un caos constante ahora en este país. Mientras que puede satisfacer la necesidad de atención de Trump, está armando un lío en el país”.

Victoria Nuland, una secretaria adjunta de Estado durante el Gobierno de Obama encargada de la infame intervención en Ucrania para promover un golpe de Estado antirruso y encabezado por fascistas, declaró: “Con esta decisión de retirar todas las fuerzas estadounidenses de Siria, el presidente Donald Trump le ha dado un enorme regalo de Año Nuevo al presidente Bashar Asad, el Estado Islámico, el Kremlin y Teherán”.

¿En nombre de quién hablan estos demócratas y exfuncionarios del Estado? Ciertamente no representan al pueblo estadounidense, el cual se opone contundentemente a las guerras estadounidenses en marcha.

Ninguno de ellos se refiere al carácter criminal de estas intervenciones militares. En Siria, donde afirman que las tropas estadounidenses son una “fuerza estabilizadora”, la intervención ilegal —lanzada sin aprobación del Congreso ni el permiso de las Naciones Unidas o el Gobierno sirio— ha destruido ciudades enteras y exacerbado tensiones sectarias.

Su propósito no es derrotar el Estado Islámico, sino establecer un protectorado estadounidense conformado por una tercera parte del territorio sirio y, lo más importante, los yacimientos de petróleo y gas natural del país. Al no poder derrocar al Gobierno de Asad, EUA ha continuado desangrando a Siria hasta dejarla pálida mientras se enfrenta a las fuerzas respaldadas por Rusia e Irán que han apoyado al Gobierno de Damasco.

Los demócratas y la prensa están apelando abiertamente al ejército y a las agencias de inteligencia para que actúen contra Trump. El viernes, NBC News señaló que los comandantes militares estadounidenses reportaron que los comandantes militares estadounidenses estaban “furiosos” por las decisiones de Trump, mientras que el Washington Post citó a un “ex alto oficial de la Administración” que declaró, “Va a haber una intervención. Jim Mattis acaba de dar la señal”. Este es el lenguaje de golpes de Estado militares.

Le esperan bruscas sorpresas a cualquiera que crea que las decisiones de Trump con respecto a Siria y Afganistán pregonaban una nueva era de paz en Oriente Próximo o en cualquier otra parte del planeta.

En primer lugar, la profundidad del compromiso del imperialismo estadounidense con controlar Oriente Próximo y Eurasia —una política que ha perseguido incansablemente por décadas— es demasiado grande como para verse revertida por decreto presidencial.

El senador Mark Warner, el demócrata de rango de la comisión de Inteligencia del Senado, tuiteó, “como lo hemos visto con el abordaje caótico hacia Siria, nuestra defensa nacional es demasiado importante como para estar sujeta a los caprichos erráticos del presidente”.

Más allá, Trump —reaccionando a las múltiples presiones— cambia sus políticas y tácticas de un día para otro. Lo que declara hoy lo podría rechazar mañana.

Sin embargo, en la medida en que haya un tema discernible y persistente en la política exterior de Trump es la reafirmación de la orientación tradicional de “EUA ante todo” propugnada por segmentos de la burguesía estadounidense que creen que la principal prioridad de la política exterior estadounidense debería ser el dominio de la región de Asia Pacífico, vista como esencial en preservar su posición hegemónica. En segundo lugar, percibe la red de alianzas, especialmente aquellas entre EUA y Europa, como una atadura inaceptable para las políticas estadounidenses y, cabe añadir, sus intereses financieros y comerciales.

Trump ve la política exterior de EUA desde un ángulo completamente transaccional. Percibe las intervenciones militares en Siria y Afganistán como poco efectivas desde el punto de vista de costo-beneficio. Sin embargo, está completamente preparado para emplear la máquina de guerra estadounidense en perseguir sus políticas de guerra comercial contra China, siendo el mar de China Meridional y el estrecho de Taiwán los escenarios más probables en los que podría estallar una nueva guerra de grandes proporciones.

El hecho de que Trump y su asesor fascistizante y antiinmigrante, Stephen Miller —quien apareció en CNN denunciando cínicamente las guerras estadounidenses involucrando “una generación tras otra, derramando sangre estadounidense”— puedan asumir una postura antiguerra para ganar apoyo a su agenda reaccionaria y antiobrera es gracias a la ausencia de un movimiento de masas contra la guerra.

El hecho de que tal movimiento no exista se debe de manera significativa al papel desempeñado por varias organizaciones pseudoizquierdistas, como los Socialistas Democráticos de Estados Unidos, la Organización Internacional Socialista, Alternativa Socialista y otros, las cuales han apoyado el militarismo estadounidense, particularmente en Siria. Estos grupos han promovido las milicias islamistas patrocinadas por la CIA, escribiendo que han encabezado una “revolución democrática” mientras invocan los “derechos humanos” y chillan en oposición al “imperialismo ruso”.

La renuncia de Mattis deja a estos elementos abandonados y con las manos vacías. Reflejando los intereses sociales de una capa privilegiada de la clase media-alta, cuyos aumentos de ingresos han estado vinculados al mercado bursátil y las fortunas del imperialismo estadounidense, estos grupos inevitablemente intensificarán su defensa de las guerras estadounidenses, invocando lo que les pueda pasar a los kurdos y otros pretextos.

En una señal de lo que está por venir, Mia Farrow, la madrina del movimiento derechista #MeToo, tuiteó: “Ahora que Trump retira las tropas de Siria, debemos reconocer la enormidad del fracaso mundial en prevenir una catástrofe humanitaria. La salida de EUA beneficia a Rusia, el Estado Islámico —que sigue activo— Irán y Asad”. Añadió: “el general Mattis era nuestra última fuente de confort en que había una persona ética en el Gobierno de Trump”.

La pseudoizquierda no tiene ninguna independencia política de la clase gobernante. Buscando influenciar al Partido Demócrata, inevitablemente se atrincherará detrás de las guerras imperialistas.

El Partido Socialista por la Igualdad se opone totalmente a todas las facciones de la clase gobernante estadounidense en su amarga lucha entre facciones sobre política exterior e interior. Los partidos demócrata y republicano están forcejeando por cuál camino tomar hacia el mismo destino: la dictadura y la guerra. La clase obrera debe marcar su propio camino en cara a las profundas divisiones y la crisis de la clase dominante capitalista.

Como lo ha insistido el Partido Socialista por la Igualdad, la respuesta a los conflictos dentro de la clase gobernante debe ser el desarrollo y expansión de la lucha de clases con base en una perspectiva inflexible, antiguerra, anticapitalista e internacional-socialista.

(Publicado originalmente en inglés el 22 de diciembre de 2018)

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