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Las protestas de los “chalecos amarillos” en Francia y el fraude de la “revolución ciudadana” de Mélenchon

Las protestas de los “chalecos amarillos” en Francia y las huelgas organizadas en las redes sociales en Portugal le han quitado la careta al ambiente pequeñoburgués de los burócratas sindicales y los partidos de la “izquierda” oficial en Europa. El surgimiento de un movimiento en la clase trabajadora contra la desigualdad social los pilló por sorpresa, mientras estaban ocupados preparando la austeridad y la guerra en palacios presidenciales y discursos parlamentarios. No habiendo jugado absolutamente ningún papel en el movimiento contra el presidente francés Emmanuel Macron, ahora están intentando estrangularlo.

El Bloque de Izquierda (BE) —los aliados portugueses del partido Francia Insumisa (LFI) de Jean-Luc Mélenchon— no oculta su miedo y aversión hacia los huelguistas y los “chalecos amarillos”. El dirigente del BE Francisco Louçã los denunció: “Es una operación de la extrema derecha. Están usando las redes sociales para espolear una politización agresiva en los términos de la ultraderecha”.

Mélenchon, sin embargo, intenta influir a los “chalecos amarillos” declarando pomposamente que han justificado su populismo. Escribe en su blog: “Estoy jubiloso. Los acontecimientos actuales son, creo, la confirmación del modelo teórico formulado en mi teoría de la revolución ciudadana resumida en mi libro La era del pueblo”.

Si Mélenchon canta victoria en el ámbito vacuo de la teoría postmodernista, es porque para él el movimiento de los “chalecos amarillos” es en realidad una derrota. La lucha de clases estalló cuando los “chalecos amarillos”, incluyendo a decenas de miles de votantes de Mélenchon, emprendieron acciones independientemente de la LFI. Masas de trabajadores en Francia e internacionalmente han recibido una lección invalorable: que la lucha real contra la élite gobernante requiere oponerse a las fuerzas antimarxistas que durante décadas se han estado haciendo pasar por la “izquierda”.

La teoría populista de Mélenchon de la “revolución ciudadana” sirve solo para bloquear la lucha revolucionaria contra la desigualdad, el desempleo y la guerra exigida por los “chalecos amarillos”, al tiempo que denuncia al marxismo y el socialismo. Discutiendo sobre La era del pueblo, Mélenchon declara: “En todos los casos, mi trabajo no dice cómo el régimen podría caer bajo los golpes de tal movimiento. Con más razón aún, porque desde mi punto de vista el resultado tiene que ser pacífico y democrático. Es decir, en todos los casos, tenemos que encontrar una solución institucional a los acontecimientos”.

Escribe que La era del pueblo “rompe con los dogmas tradicionales de la izquierda y la extrema izquierda tradicionales”, al defender una “ruptura con la centralidad del concepto de proletariado y revolución socialista como el dúo inevitable en la dinámica de la Historia”. Haciéndose eco de la facción partidaria de los grandes negocios del Partido Socialista (PS) en la Asamblea Nacional y puliendo sus esperanzas de llegar a ser el primer ministro de Macron mediante nuevas elecciones legislativas, propone una “moción de censura en el parlamento” contra el gobierno, un posible preludio de nuevas elecciones.

La afirmación de Mélenchon de que se preservará la democracia trabajando dentro del marco parlamentario que impone los dictados de austeridad y militaristas de los bancos es un fraude político. El movimiento de los “chalecos amarillos” ha estallado precisamente porque, en Francia y en toda Europa, los parlamentos capitalistas están pisoteando la democracia y a la clase trabajadora.

El surgimiento de un movimiento en buena medida obrero contra la desigualdad social y que exige la dimisión de Macron ha demostrado una vez más el papel revolucionario del proletariado. Afirmaciones de que la restauración del capitalismo por parte de la burocracia estalinista en la Unión Soviética en 1991 marcó el “fin de la historia”, la muerte de la lucha de clases y el triunfo de la democracia capitalista, han sido desenmascaradas. En seis semanas, protestas de unos pocos miles de trabajadores, desempleados, jubilados, junto con autónomos y pequeños empresarios, sacudieron el corazón del gobierno francés.

Macron está gobernando ahora desde detrás de una muralla de decenas de miles de policías antidisturbios, apoyados por vehículos blindados y helicópteros en espera permanente, listos para evacuarlo del palacio del Elíseo o desde cualquier otro “emplazamiento seguro” que él teme que invadan los manifestantes. Los “chalecos amarillos” han dejado al descubierto la profundidad de la oposición a las políticas ilegítimas de austeridad y de guerra. Viendo que no hay otra manera de imponer sus dictados además de la represión, la aristocracia financiera está construyendo un Estado policial.

Medio siglo después de la huelga general de mayo-junio de 1968, decenas de millones de trabajadores en Francia y en Europa están observando y sacando sus propias conclusiones. El movimiento de los “chalecos amarillos” es abrumadoramente popular, y la gran mayoría de los trabajadores de Francia quiere que continúe. Esto implica atraer masas de obreras más amplias a la lucha en toda Europa —contra los intentos de los sindicatos y de populistas como Mélenchon de aislar y aminorar el movimiento— y desarrollarlo conscientemente hasta que sea una lucha en toda Europa contra el capitalismo y por el socialismo.

Las protestas también han expuesto la crisis de dirección de la clase trabajadora. Mélenchon —un antiguo estudiante radical de 1968 que se unió a la Organisation communiste internationaliste después de que esta rompiera con el trotskismo y con el Comité Internacional de la Cuarta Internacional en 1971, y que luego trabajó en el PS durante 30 años— es un contrarrevolucionario pequeñoburgués. La tarea en Francia es desenmascarar el fraude de que el PS o su periferia pequeñoburguesa representan el socialismo, construyendo el Parti de l’égalité socialiste, la sección francesa del CICI, como la vanguardia trotskista.

Esto requiere el rechazo consciente de las políticas pequeñoburguesas y antimarxistas planteadas por Mélenchon. Él dice que su libro previó las protestas de los “chalecos amarillos” reemplazando la clase trabajadora con “el pueblo” como la principal fuerza revolucionaria:

Define al pueblo como el resultado del proceso histórico de la expansión demográfica y la urbanización (menciona al homo urbanus ). Describe la dinámica de la autoconstrucción como un sujeto político bajo el látigo de la necesidad de acceder a las redes de las que depende la supervivencia de todo el mundo... Explica la oposición nosotros-ellos entre el bien común (basado en la dependencia del ecosistema común) y el bien individual, particularmente el del capital “a corto plazo” contemporáneo.

Esto es basura presuntuosa, con la que Mélenchon esconde la vacuidad de su afirmación de que el “populismo de izquierdas” puede refutar el marxismo y dar una perspectiva para la acción. Las protestas de los “chalecos amarillos” no están exigiendo acceso al internet; se organizaron en las redes sociales. Más bien, están exigiendo acceso a transporte, vivienda y comida asequibles, empleos, y el fin de la dictadura financiera y militar de los bancos y de la Unión Europea. Hacer realidad estas exigencias requiere la movilización de la clase trabajadora para tomar el control de la economía y tomar el poder.

Aunque Mélenchon se dé un barniz “verde” para parecer progresista, especialmente a su electorado de clase media-alta, de hecho, solo está discutiendo estrategias para terminar con esas protestas. Esto resulta claro de las alternativas que propone para terminar con el movimiento de los “chalecos amarillos”:

Primero está la estrategia de hacer decaer el movimiento y desmovilizarlo; demasiado arriesgado y ya demasiado visible. Segundo, disolver [el parlamento] y votar. Esta es la opción democrática, dado que ni los manifestantes ni el gobierno y su mayoría legislativa se rendirán: decidir con democracia. La tercera y última opción: dar al movimiento lo que exige. Esta sería la más fácil, pero a medida que pasa el tiempo, las exigencias son mayores. Así que en realidad votar sería la mejor opción, o en cualquier caso la más pacífica.

Estas son, todas, maneras de que Macron estrangule a los “chalecos amarillos”. Que Mélenchon ponga en la lista la posibilidad de “hacer decaer” el movimiento, presumiblemente alimentando el odio a los inmigrantes o a los musulmanes, solo evidencia el carácter derechista de sus políticas. En cuanto a la convocatoria de elecciones, su objetivo es embaucar a los manifestantes para que se rindan sin conquistar nada, lo que él considera excesivo.

El populismo antimarxista de Mélenchon es la expresión teórica de la hostilidad de la periferia pequeñoburguesa acomodada del PS y de la aristocracia financiera a las demandas legítimas de los “chalecos amarillos” y de los trabajadores en lucha en toda Europa.

(Publicado originalmente en inglés el 29 de diciembre de 2018)

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