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Perspectiva

Cien años desde la muerte de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht

Hoy marca el centenario de uno de los crímenes más horrendos y trascendentales en la historia mundial. El 15 de enero de 1919, en Berlín, los soldados de la División Garde-Kavallerie-Schützen de los Freikorps arrestaron a Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, los dos líderes del Partido Comunista Alemán (KPD, por sus siglas en alemán), a quienes habían encontrado dos semanas antes. Los soldados los transportaron al hotel Eden, donde fueron torturados antes de ser llevados a otra parte para asesinarlos.

Rosa Luxemburgo, de 48 años, pertenecía sin duda entre los revolucionarios marxistas más sobresalientes de su época. Obtuvo su fama por sus ingeniosas polémicas contra el revisionismo de Eduard Bernstein y contra las políticas en apoyo a la Primera Guerra Mundial de los socialdemócratas y era la indiscutible líder de la rama revolucionaria del SPD y luego de la Liga Espartaquista.

Karl Liebknecht, quien era hijo del fundador del SPD, Wilhelm Liebknecht, y de la misma edad que Luxemburgo, representaba una oposición irreconciliable al militarismo y a la guerra. La valentía y determinación con la que se rebeló como diputado parlamentario del SPD contra su propio partido, rechazando los créditos de guerra y, pese a la persecución y represión, luchó y agitó contra la guerra le ganaron el respeto de millones de trabajadores. En la Revolución de Noviembre de 1918, luchó por el derrocamiento del capitalismo. En un mitin de masas el 9 de noviembre proclamó la República Socialista Libre de Alemania.

La debilitada Rosa Luxemburgo fue golpeada con la culata de un rifle en el vestíbulo del hotel Eden y llevada a un auto donde le dispararon. Su cuerpo fue lanzado al canal Landwehr y no fue recuperado por varios meses. Karl Liebknecht fue ejecutado con tres tiros a quemarropa en el Tiergarten. La prensa reportó subsecuentemente que le dispararon a Liebknecht cuando intentaba huir y que Luxemburgo fue ejecutada por una turba enfurecida.

El brutal asesinato de Luxemburgo y Liebknecht marcó el inicio de una nueva etapa de violencia contrarrevolucionaria. Antes de esto, el Estado burgués había reprimido despiadadamente a sus oponentes socialistas y, como ocurrió tras la supresión de la Comuna de París en 1871 en Francia, se había vengado sangrientamente de los trabajadores revolucionarios con ejecuciones masivas. Sin embargo, el asesinato de los líderes de un partido revolucionario por órganos estatales sin un juicio o la sentencia de una corte era un nuevo fenómeno y estableció un precedente. Incluso el régimen autocrático zarista generalmente exiliaba a sus oponentes socialistas a Siberia.

La clase gobernante alemana aplicó así las lecciones de la Revolución Rusa, en la que el factor subjetivo, el papel de Lenin, Trotsky y el Partido Bolchevique fue decisivo en liderar la revolución proletaria hasta la victoria. En los días previos a los asesinatos, se distribuyeron panfletos en Berlín con la consigna “¡Asesinen a los líderes!”. Los asesinatos procedieron con el apoyo de los niveles más altos del Estado.

Gustav Noske, el ministro responsable del Reichswehr y un miembro líder del SPD, había ordenado a la División Garde-Kavallerie-Schützen, notoria por su violencia feroz, a ir a Berlín y atacar a los trabajadores revolucionarios. Durante la Navidad Sangrienta de 1918, abrieron fuego de artillería contra marineros que se habían rebelado y ocupado el castillo de Berlín y luego aplastaron brutalmente el levantamiento espartaquista.

Cuando un tribunal marcial absolvió a los oficiales directamente involucrados en los asesinatos de Luxemburgo y Liebknecht en mayo de 1919, Noske firmó personalmente la exculpación. Waldemar Pabst, quien dio la orden para ambos asesinatos como líder de la División Garde-Kavallerie-Schützen, nunca fue imputado. Pudo continuar su carrera bajo los nazis y en la República Federal tras la Segunda Guerra Mundial. Murió como un adinerado comerciante de armas en 1970.

Hasta el día de hoy, el SPD disputa su culpa en los asesinatos de Luxemburgo y Liebknecht. Pero, es un hecho que Pabst conversó con Noske por teléfono inmediatamente antes de los asesinatos. Pabst luego confirmó en varias ocasiones que recibió la luz verde del mismo Noske. Como escribió en una carta en 1969 encontrada después de su muerte, “Es obvio que no pude haber llevado a cabo la acción sin el respaldo de Noske—con Ebert en el fondo—y que tenía que proteger a mis oficiales. Sin embargo, muy pocas personas han entendido por qué nunca tuve que dar testimonio ni fui acusado de ninguna ofensa. Como kavallerie, reconocí el proceder del SPD en ese momento manteniendo mi boca callada por cincuenta años sobre nuestra cooperación”.

La clase gobernante tuvo que matar a Luxemburgo y Liebknecht para prevenir que la revolución, la cual se propagó como un incendió por toda Alemania durante noviembre, derrocara el capitalismo como en Rusia. El régimen de los Hohenzollern, el cual capituló en los primeros días de la revolución, no podía ser salvado. Pero esto solo enardeció más a su base de apoyo —el capital industrial y financiero, los grandes terratenientes, la casta militar y el reaccionario aparato judicial, policial y administrativo— a defender su posición social.

Con este objetivo en mente, llamaron a Friedrich Ebert, el líder del SPD, a formar un nuevo Gobierno el 9 de noviembre de 1918. Durante los cuatro años anteriores, el SPD le había mostrado su lealtad incondicional al gobierno burgués a través de su apoyo a la Primera Guerra Mundial. Ebert se alineó inmediatamente con el Estado Mayor del Ejército para suprimir la revolución.

Consecuentemente, la primera ola revolucionaria fue aplastada con sangre, pero esto no resolvió del todo la contienda sobre cuál clase gobernaría. Hasta octubre de 1923, cuando el KPD perdió una oportunidad revolucionaria extraordinariamente favorable y canceló un levantamiento que tenía preparado en el último minuto, surgieron constantemente conflictos de clase vacilantes y oportunidades revolucionarias.

Además, con la fundación del KPD a fines de 1918 y principios de 1919, se tomó un paso crucial hacia superar la traición del SPD y la política centrista del Partido Socialdemócrata Independiente (USPD). El USPD fue fundado a principios de 1917 por los diputados que habían sido expulsados del SPD tras rehusarse a respaldar los créditos de guerra. Sin embargo, el USPD formó parte del Gobierno de Ebert en 1918 y sirvió como su hoja de parra.

El programa fundador del KPD, redactado por Rosa Luxemburgo, dejó completamente en claro que el KPD no buscaba reemplazar el régimen de los Hohenzollern con una democracia parlamentaria burguesa, sino derrocar el gobierno burgués.

El 9 de noviembre, el régimen de los Hohenzollern había sido depuesto y se habían elegido consejos de trabajadores y soldados, indicaba el programa. “Pero, los Hohenzollern no eran más que los testaferros de la burguesía imperialista y los Junkers. El gobierno de clase de la burguesía es el verdadero criminal responsable de la Guerra Mundial, tanto en Alemania como en Francia, en Rusia como en Inglaterra, en Europa como en América. Los capitalistas de todas las naciones son los verdaderos instigadores del asesinato masivo. El capital internacional es el insaciable dios Baal, en cuyas mandíbulas son lanzados millones y millones de sacrificios humanos vaporizados”.

El programa subrayó que las alternativas no eran reforma o revolución, sino socialismo o barbarie. “La Guerra Mundial ofrece una opción a la sociedad: la continuación del capitalismo, nuevas guerras y el inminente descenso hacia el caos y la anarquía, o la abolición de la explotación capitalista… Las palabras de El manifiesto comunista son los abrasadores escritos sobre los bastiones de la sociedad capitalista en su derrumbamiento: socialismo o barbarie”.

La advertencia de Luxemburgo iba se confirmaría catorce años luego. La República de Weimar no fue el producto de una revolución democrática victoriosa, sino de la violencia contrarrevolucionaria. El asesinato de Luxemburgo y Liebknecht desató una serie de acontecimientos que culminarían en la llegada al poder de los nazis, quienes se arraigaron en las mismas fuerzas sociales que el régimen de Ebert había rescatado y fortalecido. Incluso las fuerzas paramilitares SA de Hitler emergieron de los Freikorps.

Parte de la tragedia de Luxemburgo y Liebknecht es que subestimaron la determinación contrarrevolucionaria de sus oponentes. De lo contrario, habrían adoptado procedimientos y medidas de seguridad más rigurosas para evitar caer en las manos de sus secuestradores.

La muerte de sus dos líderes más importantes fue un golpe desastroso para el KPD. Previno el proceso necesario de clarificación política y consolidación dentro del nuevo partido, el cual creció rápido hasta incorporar a un cuarto de millón de miembros en dos años. También debilitó al partido en situaciones revolucionarias críticas. Por ejemplo, abunda la evidencia de que el KPD hubiera tomado el poder en octubre de 1923 si Rosa Luxemburgo o Karl Liebknecht hubieran estado a la cabeza del partido, en vez del indeciso Heinrich Brandler.

Si Luxemburgo y Liebknecht hubieran sobrevivido en 1919, tanto la historia alemana como la mundial habrían sido diferentes. Una revolución socialista victoriosa en Alemania habría liberado a la Unión Soviética de su aislamiento y removido el factor más importante detrás del crecimiento de la burocracia y el surgimiento de Stalin.

También es inconcebible que el KPD, bajo la dirección de una internacionalista inflexible como Rosa Luxemburgo, se habría doblegado al curso nacionalista de Stalin o apoyado su política del socialfascismo que allanó el camino de Hitler al poder en 1933. La negativa de Stalin y su títere alemán Thälmann a luchar por un frente único con el “socialfascista” SPD contra los nazis dividió y paralizó a la clase trabajadora. Con base en una política correcta del KPD, el cual contaba con cientos de miles de miembros y millones de votantes, la clase obrera pudo haber prevenido que Hitler fuera instalado en el poder.

Cien años después de la muerte de Rosa Luxemburgo, muchas tendencias políticas están intentando explotar su figura para retratarla como una reformista o feminista de izquierdas.

Los líderes del partido La Izquierda (Die Linke), cuya política se asemeja más a la de Noske y Ebert que la de Luxemburgo, realizaron su procesión anual a la tumba de una revolucionaria irreconciliable para colocar claveles rojos. El senador estatal para la cultura de Berlín, Klaus Lederer de La Izquierda, le comentó a la revista Zitty que Luxemburgo “entendía el cambio social como un proceso comprensivo de democratización y transformación y buscaba democratizar todas las esferas de la sociedad, incluyendo la empresarial”. En una declaración sobre el centenario de la fundación del KPD, la comisión histórica de La Izquierda afirmó que el asesinato de Luxemburgo destruyó la posibilidad de que el “KPD se convirtiera en un partido izquierdista-socialista que no siguiera el modelo bolchevique”.

En realidad, Luxemburgo era una oponente intransigente de las políticas a las que se refiere La Izquierda como “izquierdistas-socialistas”. Gran parte de sus escritos consistieron en polémicas contra Eduard Bernstein, Karl Kautsky y los otros representantes de tales políticas que inevitablemente terminaron del lado de la burguesía en las barricadas cuando se intensificaba la lucha de clases.

Este es un ejemplo en un artículo publicado en la revista Die Rote Fahne (La bandera roja) tres semanas después de que el USPD se uniera al Gobierno de Ebert:

La socialdemocracia independiente es inherentemente un niño débil y el compromiso es la esencia de su existencia… Siempre trota detrás de los eventos y desarrollos; nunca toma la delantera… Cualquier impresionante ambigüedad que produjo confusión en las masas… todas las frases de demagogia burguesa que expanden los velos y encubren los hechos desnudos y escarpados de la alternativa revolucionaria durante la guerra recibieron su ansioso respaldo…

Cuando un partido de tal constitución se enfrenta de repente a las decisiones históricas de una revolución, fracasará miserablemente… En la hora que finalmente se planteen los objetivos socialistas como la tarea práctica del día y que convierten en el mayor deber el divorcio más inexorable posible entre el campo del proletariado revolucionario y los enemigos abiertos y disfrazados de la revolución y el socialismo, el Partido Independiente se apuró a aliarse políticamente con los bastiones más peligrosos de la contrarrevolución para confundir a las masas y facilitar su traición”.

Estas palabras bien podrían describir al partido La Izquierda, aunque este se encuentra mucho más a la derecha del USPD.

Muchos comentaristas se han visto obligados a admitir que Luxemburgo habría desdeñado el feminismo y otras formas de políticas de identidad que están de moda en círculos pequeñoburgueses. Como escribió Eike Schmitter en Der Spiegel, “La actual insistencia en las desventajas, sea por nacimiento, género, estatus o religión, la habría aburrido”. Para Luxemburgo, superar todas las formas de opresión era inseparable de derrocar el sistema capitalista.

Cien años después de la muerte de Luxemburgo, todas las contradicciones del sistema capitalista que hicieron que el periodo de 1914-45 fuera el más violento en la historia humana están estallando nuevamente. El nacionalismo, las guerras comerciales y la guerra dominan las relaciones internacionales. Las fuerzas derechistas y fascistas están en la ofensiva en muchos países, con el apoyo explícito u oculto del Estado. En Alemania, la política de refugiados está siendo dictada por la ultraderechista AfD, en cuyas filas Waldemar Pabst se sentiría en casa. En el ejército, la policía y las agencias de inteligencia, las redes de extrema derecha actúan con el apoyo y las trivializaciones ofrecidas por los niveles más altos del Estado.

Esto le da al legado de Liebknecht y Luxemburgo una relevancia candente. Como lo formuló Luxemburgo en 1918, la sociedad se enfrenta nuevamente a “la continuación del capitalismo, nuevas guerras y el inminente descenso hacia el caos y la anarquía, o la abolición de la explotación capitalista”. Ahora más que nunca, el futuro de la humanidad depende de la construcción de un partido socialista e internacionalista en la clase obrera con base en el legado del marxismo. La Cuarta Internacional, encabezada hoy por el Comité Internacional y sus secciones, los Partido Socialistas por la Igualdad, son la única tendencia política que representa estas tradiciones.

(Artículo publicado en inglés el 15 de enero de 2019)

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