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Perspectiva

El imperialismo estadounidense monta provocación en las fronteras venezolanas

El intento de Estados Unidos el fin de semana de entregar “ayuda humanitaria” a Venezuela fue una provocación tramada, con camiones de plataforma sirviendo como el equivalente moderno de un caballo de Troya siendo utilizado por el imperialismo estadounidense.

En Cúcuta, Colombia, y Pacaraima, Brasil, los oficiales de los Gobiernos derechistas de ambos países, quienes están operando bajo la dirección del Gobierno de Trump, intentaron enviar camiones con comida y suministros médicos a través de la frontera con Venezuela. A pesar de que EUA y sus aliados regionales sabían que el Gobierno venezolano no permitiría su entrada, impulsaron a los simpatizantes del autoproclamado “presidente interino”, Juan Guaidó, un miembro del partido ultraderechista, Voluntad Popular, para que embistieran contra los cruces reforzados. Cuatro personas han sido asesinadas y docenas más quedaron heridas durante los enfrentamientos.

Desde un punto de vista político, la provocación fue un fracaso. No aparecieron multitudes masivas de venezolanos aclamando una posible intervención de Estados Unidos y sus aliados de extrema derecha en Colombia y Brasil. Prácticamente no hubo deserciones de las fuerzas armadas venezolanas.

Organizaciones de ayuda independientes como la Cruz Roja se rehusaron a participar en una provocación tan desnuda. Cuando el milmillonario británico, Richard Branson, financió un concierto pro-Guaidó en la frontera entre Colombia y Venezuela el sábado, varios de los artistas más famosos simplemente se negaron a aparecer.

Sin embargo, el propósito central de la operación era crear un pretexto para una intervención militar. Aquellos que se unieron a la provocación presagian lo que Trump y sus aliados regionales tienen en mente cuando llaman a llevar “democracia” a Venezuela.

Participó el presidente chileno, Sebastián Piñera (que el año pasado anuló una ley que compensa a las victimas de la dictadura de Augusto Pinochet, con la cual Piñera había declarado su “solidaridad”), el presidente colombiano, Iván Duque (el heredero político del expresidente Álvaro Uribe, cuyos paramilitares mataron a miles de civiles inocentes en la ofensiva contra las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia o FARC), y los representantes del presidente brasileño ultraderechista, Jair Bolsonaro, un defensor abierto de la dictadura militar brasileña.

El Gobierno de Trump está utilizando el evento de esta semana para justificar una escalada de sus amenazas de guerra. El títere estadounidense, Guaidó, tuiteó el sábado que, debido a los enfrentamientos fronterizos, quería que EUA y sus aliados deben “tener abiertas todas las opciones”, es decir, preparar una invasión militar.

El lunes, el vicepresidente estadounidense, Mike Pence, viajará a Colombia para reunirse con Guaidó y los líderes de los otros países latinoamericanos más Canadá, los cuales han conformado del llamado Grupo de Lima que apoyan el golpe de Estado de Washington contra el presidente electo de Venezuela, Nicolás Maduro.

Hay reportes de actividad militar estadounidense en Colombia, hacia donde el asesor de seguridad nacional, John Bolton, amenazó recientemente con desplegar 5.000 tropas estadounidenses.

El secretario de Estado de EUA, Mike Pompeo, dijo el sábado que “los días están contados” para Maduro. El senador republicano de Florida, Marco Rubio, tuiteó dos fotografías juntas: una del líder libio, Muamar Gadafi, vivo y otra con su cuerpo muerto y desfigurado.

Tal amenaza propia de los nazis, hecha en violación del derecho internacional, es una advertencia sobre el nivel de criminalidad y devastación que descenderá sobre Venezuela durante una intervención estadounidense. Como las guerras en Afganistán, Irak, Libia y Siria lo demuestran, todo lo que EUA toca se convierte en ruinas.

Venezuela es un país con más de 30 millones de personas y es uno de los más desarrollados de América Latina, con 88 por ciento de la población en áreas urbanas.

Estados Unidos se enfrenta a la posibilidad de una catástrofe militar en Venezuela tras sus debacles en Oriente Próximo y Asia Central. Después de 17 años luchando contra milicias mal armadas en las montañas afganas, Estados Unidos ha sufrido una humillante derrota. La principal condición de Washington antes de retirarse es que el Talibán acepte negociar con el Gobierno títere de EUA en Kabul.

Por el contrario, Venezuela cuenta con un ejército de 350.000 soldados activos y 2.000.000 en reserva. Opera sistemas avanzados de armas hechos en Rusia, incluyendo el dispositivo antimisiles S-300VM y el sistema antiaéreo Buk. A diferencia de cualquier país que EUA ha invadido en décadas recientes, Venezuela también tiene una Fuerza Aérea funcional con flotillas de F-16 hechos en EUA y aviones de caza Su-30MK2 hechos en Rusia.

Una guerra sumiría a la región entera en un caos. Habría una intensa oposición popular a una intervención imperialista. Millones de refugiados huirían de Venezuela escapando por el istmo con Panamá y hacia países centroamericanos ya asolados por violencia de pandillas, pobreza y niveles récord de desigualdad. Un migrante que viaje a EUA tendría que cruzar unos 5.000 kilómetros por ocho naciones. Se hundirían flotas de barcos en el Caribe. Miles morirán en un esfuerzo desesperado por salvar a sus familias.

Existe la posibilidad de que una intervención estadounidense involucre un enfrentamiento con Rusia, otra potencia nuclear. Hay un número importante de ciudadanos rusos que trabajan en la industria petrolera venezolana. El comandante naval estadounidense, Craig Faller, le dijo a Voice of America más temprano este mes que el ejército estadounidense se estaba preparando par aun posible conflicto con Rusia en lo que Faller llamó “nuestro vecindario” de América Latina. También es posible que Nicaragua y Cuba se lleguen a involucrar en el combate, absorbiendo todo el hemisferio en guerra.

Las pretensiones humanitarias de Washington en torno a su cambio de régimen son un fraude transparente. El imperialismo yanqui quiere tomar el petróleo venezolano, las mayores reservas comprobadas en el mundo. El mes pasado, el secretario de seguridad nacional, John Bolton, le dijo a Fox News: “Haría una gran diferencia económicamente para Estados Unidos si tuviéramos a empresas petroleras estadounidenses invirtiendo y produciendo las capacidades petroleras en Venezuela”.

Prácticamente no existe ninguna oposición en la élite política estadounidense a las provocaciones descabelladas del Gobierno de Trump. Por el contrario, la prensa corporativa está repleta de historias de asombro de que Maduro utilizara gases lacrimógenos en la frontera para prevenir cruces fronterizos. No se mencionó que las tácticas del ejército venezolano contra matones derechistas que buscan atravesar las fronteras se asemejan a los métodos utilizados por la patrulla fronteriza estadounidense contra mujeres y niños indefensos que buscan ejercitar su derecho de solicitar asilo.

Más revelador aún, la autoproclamada “ala izquierda” del Partido Demócrata ha respondido dándole credibilidad a las amenazas de Trump. El senador Bernie Sanders, quien anunció su candidatura para la nominación presidencial del Partido Demócrata la semana pasada, tuiteó el sábado: “El pueblo de Venezuela está soportando una seria crisis humanitaria. El Gobierno de Maduro debe anteponer las necesidades de su pueblo, permitir que entre la ayuda humanitaria en el país y abstenerse de utilizar violencia contra los manifestantes”.

La congresista de Nueva York, Alexandria Ocasio-Cortez, quien le dijo a principios de febrero al reportero Max Blumenthal que estaba “trabajando en una respuesta” a las amenazas de guerra estadounidenses contra Venezuela, no ha emitido una declaración pública desde entonces.

En un discurso fascistizante en Miami la semana pasada, Trump declaró, “La hora crepuscular del socialismo ha llegado para nuestro hemisferio”. Las amenazas de guerra del Gobierno contra Venezuela sirven un propósito doble. La clase gobernante estadounidense está exigiendo la subyugación total de América Latina y un control irrestricto para las empresas estadounidenses sobre la explotación de los trabajadores y recursos de la región.

Al mismo tiempo, el ataque de corte nazi pronunciado por Trump contra el socialismo va dirigido contra la clase obrera en Estados Unidos, la cual está asumiendo una postura cada vez más desafiante, como lo muestra el marcado aumento en la actividad huelguística. El interés en el socialismo está aumentando entre los trabajadores y jóvenes. Al identificar el socialismo con el desastre social producido, en parte, por las políticas antisocialistas y burgueses-nacionalistas del Gobierno de Maduro, la clase gobernante estadounidense espera denigrar el socialismo y obstruir la amenaza de una revolución preparando una represión masiva en casa.

El peligro de un desastre de proporciones históricas y globales se cierne sobre Venezuela según Estados Unidos se moviliza hacia una guerra. Detener los planes militares del Gobierno de Trump requiere la movilización del mayor enemigo del imperialismo estadounidense: la clase obrera estadounidense e internacional.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 25 de febrero de 2019)

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