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Cien años de la fundación de la Internacional Comunista

Hace cien años este mes, del 2 al 6 de marzo de 1919, tuvo lugar en Moscú el congreso fundacional de la Tercera Internacional, Comunista. Aunque la travesía fue difícil debido a la violenta guerra civil y al bloqueo imperialista, 51 delegados asistieron al congreso, 35 con plenos derechos a voto representando a 17 organizaciones, y 16 con voto consultivo representando a otras 16 organizaciones. A lo largo de los años siguientes, millones de trabajadores revolucionarios de todo el mundo se unirían a los partidos comunistas de la Tercera Internacional.

El colapso de la Segunda Internacional

La fundación de la Tercera Internacional fue la respuesta al colapso de la Segunda Internacional a principios de la Primera Guerra Mundial. El 4 de agosto de 1914, su sección más poderosa e influyente, el Partido Socialdemócrata alemán (SPD), votó los créditos de guerra en el Reichstag y con ello dio su apoyo a los objetivos de guerra del imperialismo alemán. Con la excepción de las secciones rusa y serbia, todas las otras secciones siguieron el ejemplo del SPD y apoyaron el baño de sangre imperialista.

Con su apoyo a los créditos de guerra, los líderes socialdemócratas traicionaron los principios más elementales del internacionalismo socialista. Apenas unas semanas atrás habían condenado la guerra y prometían en discursos ceremoniosos movilizar a la clase trabajadora contra ella. Luego se unieron al bando imperialista, concluyendo una tregua de trabajo con sus propias burguesías, suprimieron la lucha de clases, y empujaron a sus miembros a las trincheras, donde se masacraron los unos a los otros.

No se podría explicar una traición política de tal magnitud histórica mediante motivos subjetivos. Tenía raíces objetivas muy profundas. Las diferentes internacionales no aparecieron por casualidad, sino que su surgimiento, su política y sus métodos de trabajo estaban vinculados estrechamente con las etapas específicas del desarrollo social.

La fundación de la Asociación Internacional de los Trabajadores en Londres en 1864 (Marx, sentado, a la izquierda del orador)

La Primera Internacional, que surgió con la participación activa de Marx y Engels en 1864, tuvo un carácter preparatorio. Anticipó futuros desarrollos y los preparó política y teóricamente. Tras la supresión de la Comuna de París, el primer intento heroico de tomar el poder por parte de la clase trabajadora, se disolvió a lo largo de los años 1870.

La Segunda Internacional se fundó en 1889 y correspondía a una época diferente. Bajo condiciones de una rápida expansión económica, se desarrollaron y se consolidaron poderosas organizaciones obreras. Aunque declaraban su apoyo al internacionalismo, las condiciones objetivas imponían un carácter nacional a sus puntos de vista políticos y a sus actividades prácticas. Su praxis se centraba en la lucha por reformas democráticas y sociales, y el fortalecimiento organizativo de partidos y sindicatos.

Era una época de desarrollo gradual y orgánico, que no brindó a los partidos socialdemócratas la oportunidad de una lucha revolucionaria contra el poder estatal. La famosa frase de Karl Kautsky, “El partido socialista es revolucionario, pero no un partido hacedor de revoluciones”, que formuló en Die Neue Zeit en 1893, sin dudas reflejaba la relación entre el factor subjetivo y el objetivo de la época.

La tensión entre la perspectiva revolucionaria y la práctica reformista creó un terreno fértil para tendencias oportunistas opuestas a una perspectiva revolucionaria. Encontraron apoyo entre los funcionarios privilegiados del partido, burócratas sindicales, y sectores obreros acomodados. Como explicó Lenin, la burguesía, en una época de expansión relativamente pacífica les daba “migajas de las ganancias del capital nacional”, que “los alejaba de la miseria, el sufrimiento y el talante revolucionario de las masas arruinadas”.

Rosa Luxemburgo hablando en una asamblea en el congreso de 1907 de la Segunda Internacional en Stuttgart

Esta “aristocracia obrera” identificaba cada vez más sus intereses, en tiempos de paz y de guerra, con los éxitos económicos y políticos de su “propio” imperialismo. En los congresos del SPD, quedaban, junto a su portavoz más destacado, Eduard Bernstein, en minoría. No obstante, se los toleraba como parte legítima del SPD y ganaron gran influencia en el aparato del partido y los sindicatos.

El estallido de la Primera Guerra Mundial en el verano de 1914 marcó el comienzo de una nueva etapa de desarrollo capitalista, la época del imperialismo, una época de guerras y revoluciones. La política mundial dominaba la política nacional; se volvía imposible mantener una orientación revolucionaria dentro del marco del Estado-nación. Esta fue la razón del colapso de la Segunda Internacional. El oportunismo, que ante la guerra defendía el reformismo y la colaboración de clases, ahora mostraba sus colores verdaderos, abrazaba el chovinismo y el entusiasmo bélico, y capturó a todos los elementos indecisos y desanimados.

“El significado real, objetivo, de la guerra es la ruptura de los centros económicos nacionales actuales, y poner en su lugar una economía mundial”, escribió Trotsky resumiendo el significado de la guerra varias semanas antes de su estallido. “Los partidos socialistas de la epoca ahora concluida eran partidos nacionales. Se habían incrustado en los Estados nacionales con todas las diferentes ramas de sus organizaciones, con todas sus actividades y con su psicología. A pesar de las declaraciones solemnes, en sus congresos salían a defender al Estado conservador, cuando el imperialismo, que se había vuelto grande en suelo nacional, empezó a demoler las anticuadas barreras nacionales. Y en su caída histórica los Estados nacionales arrastraron hacia abajo consigo también a los partidos socialistas nacionales”.

Las tareas de la Tercera Internacional

Lenin y Trotsky estaban por lo tanto convencidos de que no era cuestión de revivir la Segunda Internacional tras su colapso. La tarea política más urgente era la construcción de una Tercera Internacional, cuyas tareas y métodos fueran fundamentalmente diferentes de los de su predecesora.

En primer lugar, ya no era posible trabajar en la misma organización que los oportunistas. Aunque los marxistas dentro de la Segunda Internacional combatieron a los oportunistas durante años, el revisionismo “era visto, no obstante, como parte legítima” de la socialdemocracia. Lenin hacía hincapié en que esto no podía seguir así, y escribió, “La unidad con los oportunistas hoy significa de hecho subordinar a la clase trabajadora a ‘su’ burguesía nacional, una alianza con ella con el cometido de oprimir a otras naciones y de luchar por privilegios de gran potencia; significa dividir al proletariado revolucionario de todos los países”.

En segundo lugar, la relación entre los factores objetivos y subjetivos había cambiado radicalmente. Mientras que la Segunda Internacional meramente planteaba la cuestión de la toma del poder a nivel teórico, la revolución socialista era para la Tercera Internacional una tarea práctica, no un objetivo general para el futuro lejano. El dicho de Kautsky de que los socialdemócratas no eran un partido “hacedor de revoluciones”, y que “No es parte de nuestro trabajo instigar una revolución ni prepararle el camino”, que tenía cierta justificación en los años 1890, ahora era un obstáculo a la revolución y una afirmación enteramente falsa.

El congreso fundacional de la Internacional Comunista en 1919

La Tercera Internacional defendía una concepción diferente del liderazgo revolucionario. Sus tareas consistían no simplemente en predecir la inevitabilidad de la revolución, sino prepararla y dirigirla. Esto surgió del carácter imperialista de la época, en la que todos los prerrequisitos económicos para la revolución socialista estaban maduros. El conflicto entre la propiedad privada y la producción socializada, entre la economía mundial y el Estado-nación producían tensiones sociales agudas. Pero su inevitable explosión solo podría resultar en una revolución socialista si intervenía conscientemente un partido marxista revolucionario.

“La Primera Internacional anunció el curso futuro de los acontecimientos e indicó el camino. La Segunda reunió y organizó a millones de trabajadores. Pero la Tercera es la Internacional de la acción de masas abierta, la Internacional de la realización revolucionaria, la Internacional del hecho”, declaraba el manifiesto del congreso fundacional de la Tercera Internacional, que redactó Trotsky.

Y en tercer lugar, la Tercera Internacional no era una federación de secciones nacionales, sino un partido mundial que perseguía una estrategia global. Esto no quería decir que las condiciones en cada país fueran las mismas, que la revolución fuera a tener lugar en todas partes al mismo tiempo, ni que no fueran necesarias tácticas específicas para un país dado. Quería decir que una política nacional correcta se podía desarrollar solo en base a un análisis global, que cada sección “debe proceder directamente desde un análisis de las condiciones y tendencias de la economía mundial y del sistema político mundial tomado en su conjunto”, como observó Trotsky, quien escribió en 1928, “En la época presente, en mucho mayor medida que en el pasado, la orientación nacional del proletariado debe y puede fluir solo desde una orientación mundial y no viceversa. Aquí yace la diferencia básica y primaria entre el internacionalismo comunista y todas las variedades de socialismo nacional”.

Esto explica la increíble riqueza política y teórica del trabajo de la Tercera Internacional en los primeros años de su existencia. Era una escuela de estrategia internacional que se concentraba en los problemas y las tareas de los partidos comunistas de todo el mundo. A través de ello, la clase trabajadora podría seguir la teoría y la práctica del movimiento obrero internacional en su conjunto, implicarse con sus complejos problemas políticos, y aprender de ellos. Las resoluciones y actas de los primeros cuatro congresos, que ocupan varios volúmenes, brindan una guía inagotable de estrategia y táctica revolucionaria.

La Revolución de Octubre de 1917

Que había que construir la Tercera Internacional fue la conclusión más importante que sacó Lenin de las traiciones de 1914. Esta no era una cuestión abstracta y académica. Determinó la perspectiva y el programa del Partido Bolchevique en el año revolucionario de 1917. Junto con la teoría de Trotsky de la revolución permanente, formó la base de la victoria de la Revolución de Octubre.

Desde el estallido de la guerra, Lenin defendió una ruptura completa con los oportunistas, y exigió la transformación de la guerra en una guerra civil, es decir, en una revolución socialista. Pero hasta en la primera conferencia internacional contra la guerra, que se reunió en la aldea suiza de Zimmerwald en septiembre de 1915, estaba en minoría con esta posición. La mayoría de los socialistas contrarios a la guerra exigían la paz sin anexiones, es decir, volver al status quo anterior a la guerra. Pero la perspectiva de Lenin iba a recibir una confirmación dramática solo dos años después.

Los mencheviques y los socialistas revolucionarios, que llegaron al poder en Rusia en febrero de 1917 tras un levantamiento de masas revolucionario contra el régimen zarista, se negaron a cumplir una sola de las demandas revolucionarias de las masas, demostrando así que no había salida de la guerra sobre una base capitalista. Continuaron la guerra imperialista, se opusieron a la reforma agraria, y lanzaron una represión despiadada contra los obreros revolucionarios. La clase trabajadora se desplazó hacia la izquierda y se dirigió a los bolcheviques. Bajo la dirección de Lenin y Trotsky, tomaron el poder en octubre de 1917, y establecieron el primer Estado obrero de la historia.

El Segundo Congreso de la Internacional Comunista (Trotsky es el tercero desde la izquierda, junto a Paul Levi y Zinoviev)

Lenin y Trotsky creían firmemente que el poder obrero en la Rusia económicamente atrasada solo podría consolidarse a largo plazo si servía de preludio a la revolución socialista mundial. Esta perspectiva era realista. Los años siguientes estuvieron dominados por luchas obreras de masas por toda Europa, y luchas anticoloniales en China, India, y otros países. Estos movimientos no fueron capaces de producir revoluciones victoriosas solamente debido a la falta de un liderazgo revolucionario experimentado, o su inadecuada conexión con las masas.

En noviembre de 1918, la revolución alemana se propagó como el fuego por todo el país, obligando al káiser a abdicar y llevando al surgimiento de consejos obreros y de soldados por todas partes. Los socialdemócratas llegaron al poder y suprimieron la revolución formando una alianza con el alto mando militar y matando a los dirigentes revolucionarios Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. Existieron repúblicas soviéticas en Baviera durante varios días y en Hungría durante varios meses, pero fueron reprimidas brutalmente por tropas contrarrevolucionarias. Con este trasfondo, la Internacional Comunista se elevó rápidamente como el centro de la revolución mundial.

La degeneración estalinista

El papel central del factor subjetivo en la época imperialista fue también el problema principal que la Tercera Internacional tuvo que resolver. Tenía que superar el abismo que existía entre la madurez de la situación política y la inmadurez de la dirección revolucionaria. Este problema, que era el legado de los acontecimientos anteriores, se podría haber superado con el tiempo. Sin embargo, un proceso de degeneración política dentro del Partido Comunista ruso contrarrestaba cada vez más tales esfuerzos.

Para cuando se reunió el cuarto congreso de la Internacional Comunista en noviembre de 1922, Lenin ya había sufrido su primer ataque. Muy poco después, en marzo de 1923, otro ataque le impidió emprender más trabajos políticos. Trotsky, el destacado teórico de la revolución socialista mundial, era presionado por un partido y una burocracia estatal orientados nacionalmente bajo el liderazgo de Stalin.

En 1924, Stalin proclamó la teoría del “socialismo en un solo país”, que afirmaba que era posible construir el socialismo independientemente de la economía mundial y dentro del marco nacional de la Unión Soviética. Pasó a ser la doctrina estatal del régimen estalinista. Teóricamente, esto implicaba un regreso al socialismo nacional de la derecha socialdemócrata, y políticamente la subordinación de la Internacional Comunista a los intereses nacionales de la burocracia soviética.

Trotsky y la Oposición de Izquierda libraron una batalla de años de duración contra esta degeneración. En 1928, Trotsky, que había sido expulsado de la Internacional Comunista un año antes, escribió una crítica devastadora del borrador de su programa. Demostró que la teoría del “socialismo en un solo país” tenía implicaciones horrendas para la economía política de la Unión Soviética. La toma del poder por el proletariado “no había excluido para nada a la república soviética del sistema de la división internacional del trabajo”, escribió Trotsky. Enfatizó además que el “socialismo en un solo país” fue la causa de desastrosas derrotas de la clase trabajadora internacional, que culminó en la destrucción del Partido Comunista chino en 1927.

Trotsky y cualquier otra persona que defendiera la perspectiva de la revolución socialista mundial eran primero excluidos de los partidos comunistas, luego encarcelados, exiliados, y finalmente asesinados por decenas de miles durante el Gran Terror de 1937-38. Trotsky fue asesinado en agosto de 1940 por un agente de la policía secreta estalinista.

La Cuarta Internacional

Hasta 1933, Trotsky y la Oposición de Izquierda Internacional pretendían corregir las políticas de la Internacional Comunista. Pero después de que el Partido Comunista alemán, bajo la influencia de Stalin, se negara a formar un frente único con los socialdemócratas contra los nazis y así allanarle el camino a Hitler para que tomara el poder sin luchar, y después de que ninguna sección de la Internacional Comunista protestara contra esto, Trotsky planteó la construcción de la Cuarta Internacional.

La Cuarta Internacional se basaba en los primeros cuatro congresos de la Tercera Internacional. Durante un período en el que el mundo se hundía en la barbarie, el fascismo y la guerra, la Cuarta Internacional mantuvo la continuidad del marxismo y preparó una nueva época de luchas revolucionarias. Pero no solo continuó el trabajo de su predecesora. En primer lugar, las contradicciones sociales se habían agudizado más desde la fundación de la Tercera Internacional. El mundo estaba al borde de la Segunda Guerra Mundial. Trotsky hablaba de la “agonía del capitalismo”. Por otro lado, la resolución de la crisis de la dirección revolucionaria era complicada por el ascenso del estalinismo.

Después de la catástrofe alemana, la Internacional Comunista surgió como una fuerza abiertamente contrarrevolucionaria. En nombre del “frente popular”, formaba alianzas con partidos burgueses y reprimía cualquier esfuerzo revolucionario de la clase trabajadora que intentara desafiar el régimen burgués. En Francia, el frente popular reprimió la huelga general de 1936, allanándole el camino al mariscal Pétain, quien estableció un régimen autoritario y pronazi cuatro años más tarde. En España, la policía secreta soviética mató a luchadores revolucionarios detrás de la vanguardia de la guerra civil, posibilitando la victoria del fascista Franco. En la Unión Soviética, el régimen estalinista exterminó a casi toda la dirección de la Revolución de Octubre en el marco de los Juicios de Moscú. Stalin al final disolvió la Internacional Comunista en 1943 porque se había vuelto un obstáculo a su alianza con el imperialismo estadounidense y el británico.

León Trotsky en México

Desde 1939, la Cuarta Internacional también ha tenido que combatir las tendencias oportunistas en sus propias filas, las cuales, bajo la presión de la guerra y del fascismo, se adaptaron al bando “imperialista democrático” o al estalinista. Esta presión se intensificó tras la Segunda Guerra Mundial, cuando el papel contrarrevolucionario del estalinismo y el vasto poder económico del imperialismo estadounidense le aseguró un espacio vital al capitalismo.

El Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI) se fundó en 1953 para impedir la disolución de la Cuarta Internacional en la burocracia estalinista y varios movimientos de liberación nacionalistas burgueses por parte de una tendencia revisionista dirigida por Michel Pablo y Ernest Mandel. Desde entonces, ha mantenido constantemente la perspectiva de la revolución socialista mundial bajo condiciones extremadamente difíciles contra varias tendencias oportunistas que pretendían de manera deshonesta hacerse pasar por trotskistas en el período postbélico.

Esta lucha alcanzó su punto álgido en 1985. En el conflicto con los renegados del Workers Revolutionary Party británico, el CICI confirmó su continuidad con toda la historia de la Cuarta Internacional y las luchas libradas contra el estalinismo, el nacionalismo burgués y el oportunismo pequeñoburgués.

En un documento de perspectivas de 1988 que recapitulaba la importancia de su historia, el Comité Internacional señaló a la globalización de la producción, el surgimiento de corporaciones transnacionales, y el impacto que ello tendría en la revolución socialista. Predijo que la siguiente etapa de la lucha de clases se caracterizaría por una internacionalización sin precedentes, haciendo a la lucha de clases no solo internacional en su contenido, sino también en su forma. Basándose en esta evaluación, el CICI constituyó sus secciones como Partidos Socialistas por la Igualdad, y desarrolló el World Socialist Web Site, un órgano internacional que se publica en 20 idiomas, se lee en todo el mundo, y brinda día a día orientación política a los trabajadores.

Mientras que todas las numerosas tendencias pseudoizquierdistas se han integrado en las burocracias y el aparato estatal, apoyaron gobiernos burgueses, y respaldaron guerras imperialistas, el CICI es la única tendencia hoy que defiende un programa socialista e internacionalista basado en las tradiciones de los primeros cuatro congresos de la Tercera Internacional, y la Cuarta Internacional.

Cien años después de la fundación de la Tercera Internacional, no se ha resuelto ninguna de las contradicciones que hicieron al siglo XX el más violento en la historia de la humanidad. Desigualdad social flagrante, crisis económicas globales agudas, la subordinación de países enteros a potencias imperialistas, el colapso de la democracia parlamentaria, el ascenso de movimientos fascistas, los encarnizados conflictos entre las principales potencias y el peligro inmediato de una guerra mundial amenazan a la humanidad una vez más.

Después de décadas en las que la lucha de clases fue reprimida por las organizaciones burocráticas, la clase trabajadora una vez más está entrando en la lucha y planteando sus propias exigencias independientes. El surgimiento de luchas sociales de masas en Francia, Argelia, los EUA, y numerosos otros países jalona el comienzo de un nuevo período revolucionario.

La clase trabajadora tiene ante sí las mismas tareas que la Tercera Internacional se propuso resolver hace cien años: el derrocamiento del capitalismo, la superación del Estado nacional, y la reorganización de los vastos recursos de la economía mundial en el interés de la sociedad en su conjunto, en vez de la búsqueda de la ganancia por una pequeña y rica minoría. Existen los prerrequisitos objetivos para la resolución de estas tareas. Las filas de la clase trabajadora son muchas veces más grandes, la economía mundial está mucho más integrada, y los recursos técnicos están mucho más desarrollados que hace un siglo.

Todo depende hoy de la construcción de una dirección revolucionaria capaz de dominar estas tareas. Debido a su historia, tradiciones y programa, esta solo puede ser el Comité Internacional de la Cuarta Internacional y sus secciones, los Partidos Socialistas por la Igualdad.

(Publicado originalmente en inglés el 20 de marzo de 2019)

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