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Perspectiva

El imperialismo estadounidense revive la doctrina Monroe

“Hoy, lo proclamamos orgullosamente para que todos lo escuchen: la doctrina Monroe está viva y sana”, declaró el asesor de seguridad nacional estadounidense, John Bolton, la semana pasada en Florida.

Esta fue solo una de las cada vez más frecuentes invocaciones por parte de oficiales del Gobierno de Trump de este canon de casi dos siglos de edad de la política exterior de Washington en el hemisferio occidental.

La audiencia de Bolton consistía en una conmemoración del 58 aniversario de la invasión de la bahía de Cochinos en 1961, un intento abortado y montado por la CIA de utilizar a contrarrevolucionarios cubanos y mercenarios para derrocar el Gobierno de Fidel Castro. Bolton comparó absurdamente a los participantes de esta mugrosa operación —uno de los mayores fiascos en la historia de la política exterior estadounidense— a “los valientes hombres de Bunker Hill… y Normandía”.

La doctrina Monroe fue escrita en 1823 por John Quincy Adams, uno de los oponentes más prominentes de la esclavitud y de la guerra contra México en 1846, denunciándola como una guerra para expandir el sistema esclavista. Cuando el presidente James Monroe la anunció por primera vez en 1823, iba dirigida en oposición a cualquier intento de las potencias monárquicas de Europa para recolonizar las repúblicas recientemente independientes de América Latina.

Sin embargo, la definición de la doctrina sufrió profundos cambios con el surgimiento del imperialismo estadounidense al finalizar el siglo. Esto fue consolidado cuando Estados Unidos arrebató a España el resto de sus colonias en el continente americano, mientras reprimía despiadadamente las aspiraciones revolucionarias de los pueblos de dichas colonias, particularmente en Cuba, e impuso un dominio semicolonial estadounidense que los privó de cualquier independencia auténtica.

El corolario llamado el “Gran Garrote” o “ Big Stick ” incorporado por el presidente Teddy Roosevelt en 1904 marcó los parámetros esenciales de la doctrina para el próximo siglo, dando paso a unas 50 intervenciones militares directas de Estados Unidos. Reclamó “el poder de policía internacional” para el imperialismo estadounidense por todo el hemisferio, es decir, el uso de fuerza para derrocar Gobiernos que contrariaran los intereses de los bancos y las corporaciones estadounidenses, reemplazándolos con dictadura como la de Somoza en Nicaragua y la de Trujillo en la República Dominicana.

En la segunda mitad del siglo veinte, la doctrina Monroe se volvió inextricablemente vinculada al régimen hemisférico de “seguridad nacional” y anticomunismo cuyo objetivo fue mantener América Latina como una esfera de influencia estadounidense y aplastar el movimiento revolucionario de la clase obrera latinoamericana. El resultado fue la imposición de dictaduras fascistas-militares en gran parte de América del Sur y Central que asesinaron, torturaron y encarcelaron a cientos de miles de trabajadores, estudiantes y otros opositores del dominio estadounidense y el gobierno militar.

Dada esta historia sangrienta y criminal, los Gobiernos estadounidenses que siguieron a la disolución de la Unión Soviética se referían cada vez menos a la doctrina Monroe como una política en vigor para América Latina. John Kerry, el secretario de Estado bajo el Gobierno de Obama, fue tan lejos como para declarar en un discurso ante la Organización de los Estados Americanos en 2013 que “La era de la doctrina Monroe se acabó” y afirmar, improbablemente, que Washington estaba abandonando cualquier intervención nueva y que ahora veía las tierras al sur como sus iguales.

Ahora, sin embargo, esta ensangrentada doctrina ha sido resucitada con una venganza, primero en relación con la cínica operación de cambio de régimen en torno al autoproclamado “presidente interino” de Venezuela, Juan Guaidó, y ahora con la dramática escalada de las sanciones ilegales, unilaterales y extraterritoriales contra Cuba.

En primera instancia, el Gobierno de Trump, sigue imponiendo sanciones severas que han profundizado la pobreza y el hambre en Venezuela, mientras insisten en que “todas las opciones están sobre la mesa”, amenazando con una intervención militar directa bajo condiciones en las que la trama de declarar a Guaidó, un don nadie derechista y patrocinado por EUA, como el único Gobierno “legítimo” de Venezuela ha fracasado en desencadenar el golpe militar que Washington esperaba.

“Es para que [el presidente venezolano Nicolás] Maduro se preocupe de lo que Estados Unidos es capaz”, declaró Bolton en una entrevista en el programa televisivo Newshour de PBS la semana pasada, “y también es para dejar en claro, valoramos la protección de los 40 a 45 mil ciudadanos estadounidenses en Venezuela. No queremos que ninguno se vea perjudicado”.

La protección de ciudadanos estadounidenses de supuestos “perjuicios” fue el pretexto de las dos más recientes invasiones militares de gran escala de EUA en el hemisferio: en Granada en 1983 y en Panamá en 1989.

Bolton repitió su declaración e que la doctrina Monroe estaba “viva y sana”, añadiendo que su propósito era “colocar un escudo alrededor del hemisferio” y crear “el primer hemisferio completamente libre en la historia humana”.

Libre de qué, se podría indagar. La respuesta corta es libre de cualquier impedimento a la explotación del petróleo venezolano por parte de los conglomerados energéticos estadounidenses; libre de competición por el comercio y los recursos respecto a China, Rusia y la Unión Europea y libre de cualquier desafío desde abajo al dominio del imperialismo estadounidense y sus aliados en la burguesía nacional de los distintos países latinoamericanos.

Sin duda no significa libertad para la clase obrera en América Latina. La actitud del Gobierno de Trump hacia estos trabajadores se ve reflejada en la persecución diaria de inmigrantes en la frontera sur de EUA, con los agentes de inmigración de mentalidad fascista cazándolos, enviándolos a campos de concentración y arrancando a sus hijos de sus brazos.

En cuanto a Cuba, Bolton y el secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, decidieron algo sin precedentes la semana pasada: activar lo que equivale a la “opción nuclear” de la Ley Helms-Burton, la legislación del bloqueo estadounidense contra la nación isleña. El título tres en la ley, el cual permite que las empresas y los ciudadanos estadounidenses presenten denuncias en cortes estadounidenses para recuperar la propiedad perdida en las expropiaciones tras la Revolución cubana de 1959, ha sido suspendida por un Gobierno tras otro, tanto demócrata como republicano, desde que el presidente demócrata, Bill Clinton, promulgó la ley en 1996.

Al entrar en vigor, expone a las empresas extranjeras que operan en Cuba —europeas, chinas y canadienses— a posibles denuncias involucrando miles de millones de dólares, con la amenaza de que sus activos en Estados Unidos sean incautados o que sean expulsadas de los mercados estadounidenses.

La resurrección de la doctrina Monroe está vinculada a los preparativos para una nueva guerra mundial. El imperialismo estadounidense está decidido a reafirmar su hegemonía, pero no solo en Venezuela, sino también en Irán, todo Oriente Próximo y Asia central, a fin de establecer un control indisputable de los yacimientos energéticos del mundo, dándole la posibilidad de denegarle acceso a su principal rival global, China.

Al mismo tiempo, desenterrar la desacreditada doctrina, odiada en toda América Latina, es la respuesta a un imperialismo estadounidense en declive y que se enfrenta al hecho de que en su “propio patio” la principal fuente de inversiones extranjeras es China. China ha superado a la Unión Europea como el segundo mayor socio comercial de América Latina y es el principal socio comercial de Brasil, Perú y Chile.

Por supuesto, hay un componente nacional en la mancillada banderola de la doctrina Monroe. Esta inseparablemente conectada al intento del Gobierno de Trump de librar su campaña fascistizante contra el “socialismo”, al cual busca igualar con el corrupto régimen burgués de Maduro en Venezuela, como el centro de mesa de su contienda electoral de 2020. Ominosamente, en su discurso ante los exiliados derechistas de Cuba vinculados a la invasión de la bahía de Cochinos, un grupo social que ha producido terroristas y asesinos involucrados en muchos de los crímenes del imperialismo estadounidense en el siglo veinte, Bolton declaró: “Necesitaremos su ayuda en los días venideros. Todos debemos rechazar las fuerzas del comunismo y el socialismo en este hemisferio—y en este país”.

La lucha contra los esfuerzos de la élite gobernante estadounidense de promover un movimiento fascistizante contra el aumento de la oposición social en la clase obrera haya su aliado más inmediato en la batalla de los trabajadores latinoamericanos contra los Gobiernos derechistas en la región, como el del excapitán del ejército fascistizante, Jair Bolsonaro, en Brasil, el del multimillonario derechista Mauricio Macri en Argentina y el de Lenín Moreno, quien probó su lealtad al imperialismo al abrir las puertas de la embajada ecuatoriana en Londres para que un escuadrón de secuestros de la policía británica entrara a instancias de Washington para la rendición del fundador de WikiLeaks, Julian Assange.

Como lo demostró tan poderosamente la reciente ola de huelgas de los trabajadores mexicanos en Matamoros, la clase obrera, unida objetivamente en un proceso común de producción más allá de las fronteras nacionales por medio de las operaciones de explotaciones de los bancos y corporaciones transnacionales, solo puede encontrar el camino adelante por medio de la unificación consciente de la clase obrera estadounidense y latinoamericana en una lucha por derrotar a sus enemigos comunes, el imperialismo estadounidense y las oligarquías nacionales en la región. Esto exige la construcción de una nueva dirección revolucionaria en la clase obrera, secciones del Comité Internacional de la Cuarta Internacional, en cada país del hemisferio.

(Publicado originalmente en inglés el 24 de abril de 2019)

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