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El WSWS publica de nuevo las declaraciones del CICI sobre la masacre de la Plaza Tiananmen del 4 de junio de 1989

Hoy se cumplen 30 años de la brutal represión militar de estudiantes y trabajadores desarmados en Beijing bajo las órdenes de la conducción del estalinista Partido Comunista Chino (PCC). Estimaciones independientes colocan la cifra de muertos hasta en 6.000, con decenas de miles de heridos: cualquier resistencia de los trabajadores y estudiantes en la Plaza Tiananmen y en suburbios obreros fue aplastada brutalmente por 40.000 soldados fuertemente armados, apoyados por tanques y vehículos blindados.

Aunque se hace referencia a estos acontecimientos como la masacre de la Plaza Tiananmen y en los medios internacionales los principales actores son los estudiantes, el alcance de las prrotestas fue mucho más allá de la capital china y abarcó a amplias capas de la clase trabajadora. A las protestas estudiantiles iniciales en abril pidiendo reformas democráticas se unieron pronto trabajadores y sectores de los pobres de las ciudades que plantearon sus propias demandas contra la corrupción, la elevada inflación y el desempleo creciente que eran consecuencia de la reestructuración hacia el mercado dirigida por Deng Xiaoping.

Para mediados de mayo, manifestaciones compuestas por cientos de miles de personas estaban teniendo lugar en la Plaza Tiananmen, culminando en una manifestación de dos millones de personas el 17 de mayo. Después de que el régimen declarara la ley marcial el 20 de mayo, un millón de personas se volcaron a la plaza, mientras otros levantaban barricadas en las proximidades.

El Sindicato Autónomo Obrero de Beijing, establecido independientemente del régimen del PCC, fue reproducido en las grandes ciudades a lo largo del país. Según documentos gubernamentales filtrados y publicados como Los papeles de Tiananmen, entre abril y junio de 1989, se informó de manifestaciones en 341 ciudades chinas.

“Fue en todo el país. No fue solo una manifestación grande. Eso fue lo que la hizo mucho más aterradora para el gobierno y fue una de las razones por las que necesitaba hacer una exhibición de fuerza”, le dijo al Guardian el fin de semana pasado Jonathan Unger, un académico de la Universidad Nacional Australiana.

No era solo la escala de las protestas, sino el cambio en su carácter de clase, lo que había tras la determinación del régimen de aplastar la oposición y desencadenar una campaña nacional de represión policial estatal para aterrorizar a toda la población. Aunque la conducción del PCC había estado considerando las propuestas del premier Zhou Ziyang de conciliar a dirigentes estudiantiles más conservadores ofreciéndoles reformas democráticas, el régimen estaba alarmado por la entrada de la clase trabajadora en la lucha, que amenazaba su propia existencia.

A partir de hoy, el World Socialist Web Site va a estar publicando una serie de declaraciones y comentarios que documentan la respuesta del Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI) así como un artículo trascendental escrito diez años después de la masacre de la Plaza de Tiananmen y otro artículo evaluando los acontecimientos, 30 años después.

La declaración del CICI aquí abajo, titulada “Victoria a la revolución política en China”, fue publicada el 8 de junio de 1989, a apenas días de la represión militar en Beijing, mientras protestas contra el régimen asesino estaban estallando en muchas ciudades. Al mismo tiempo que ofrecía un entendimiento penetrante de los acontecimientos y del carácter del PCC, brindaba una perspectiva política a la clase trabajadora china sobre la cual luchar.

Mientras los EUA y sus aliados condenaban hipócritamente la masacre y equiparaban al régimen del PCC con el socialismo y el comunismo, el CICI insistía en que el estalinismo, que estaba en crisis no solo en China sino también en Europa del Este y en la Unión Soviética, era el responsable. La declaración rastrea la evolución del PCC después de la Revolución china de 1949, que puso fin al dominio directo del imperialismo en China. Basado en la concepción estalinista reaccionaria del “socialismo en un solo país”, el régimen chino nacionalizó sectores clave de la industria e implementó la planificación burocrática centralizada según el modelo de la Unión Soviética, en la que la clase trabajadora no tomaba absolutamente ninguna decisión. El CICI caracterizaba a China como un Estado obrero deformado.

En los años '30, León Trotsky insistía en que la clase trabajadora tenía que defender las relaciones de propiedad nacionalizadas en la Unión Soviética establecidas por la Revolución rusa de 1917, a pesar de su degeneración bajo Stalin y sus gángsters. Exigió una revolución política para derrocar a la burocracia estalinista y restaurar la democracia obrera como parte de la lucha por la revolución socialista mundial. Este era también el camino político a seguir para la clase trabajadora china en 1989.

La declaración del CICI explicaba que la brutalidad de tipo fascista del régimen del PCC se originaba en su aguda consciencia de que la restauración capitalista no se podía lograr sin la supresión de la clase trabajadora. Con gran presciencia, advertía:

“Las consecuencias de una derrota decisiva del proletariado chino a manos del régimen estalinista —y esto de ninguna manera ha sido logrado— sería la liquidación completa de todas las conquistas sociales que quedan de la Revolución china y la reorganización sin restricciones de la economía sobre nuevos cimientos capitalistas. Necesariamente, el régimen que presida sobre tal transformación contrarrevolucionaria sería de carácter fascista. De hecho, los rasgos de tal régimen ya son visibles, aunque sea en forma embrionaria, en el terror militar que gobierna Beijing hoy”.

Aunque los políticos capitalistas vertieron lágrimas de cocodrilo por los muertos de la Plaza Tiananmen, se entendió en las capitales y salas de reuniones occidentales que la masacre era una garantía de mano de obra barata y disciplinada para los inversores extranjeros. Tras la gira sureña de Deng en 1992, se precipitaron las inversiones extranjeras, mientras todo el país era transformado en la maquiladora del mundo.

El régimen de Beijing estableció bolsas de valores, modernizó el sistema monetario y bancario, recogió el derecho a la propiedad privada junto a la capacidad de contratar y despedir trabajadores, y vendió, saqueó o cerró empresas estatales, y abrió el partido a miembros ricos de la clase capitalista incipiente.

Altos cargos del PCC se jactan hoy del crecimiento abrumador de la economía china, que se multiplicó por 11 entre 1992 y 2010 para volverse la segunda mayor economía del mundo. Sin embargo, ese crecimiento, basado en la súper explotación de la clase trabajadora china, ha costado un alto precio. El régimen ahora se confronta con problemas para los cuales no tiene soluciones progresistas.

La perspectiva de un ascenso pacífico de China para llegar a ser una potencia mundial, promocionada por Deng Xiaoping y sus sucesores, demostró ser un espejismo. Las potencias imperialistas, sobre todo los Estados Unidos, estaban preparadas para coexistir con un crecimiento de China siempre que fuera fuente de enormes ganancias y no desafiara su hegemonía. Sin embargo, la administración de Trump, con el respaldo del establishment político, militar y de inteligencia en Washington, ve a China como el principal desafío al dominio global estadounidense. La guerra económica creciente de los Estados Unidos contra China, junto con un fortalecimiento militar masivo por todo el Índico y el Pacífico, demuestra que el imperialismo estadounidense no parará ante nada, ni siquiera ante una guerra entre potencias nucleares, para bloquear a su rival.

Dentro de China, la restauración capitalista ha generado tensiones sociales enormes. En espacio de cuatro décadas, el país ha pasado de ser uno de los más igualitarios del mundo, a ser uno de los más desiguales. Tiene la cantidad más grande de milmillonarios en dólares fuera de los Estados Unidos, mientras decenas de millones de trabajadores luchan por sobrevivir con salarios de pobreza. Los males sociales que habían sido casi abolidos tras la revolución de 1949 —esclavitud, trabajo infantil, drogadicción y prostitución— han florecido todos bajo el mercado capitalista, aquejando la vida de millones de personas.

Treinta años después de la masacre de la Plaza Tiananmen, los dirigentes del PCC mantienen la mentira de que la supresión violenta de “disturbios contrarrevolucionarios” o “agitación” política estaba justificada. Este año, como todos los otros, el vasto aparato policial estatal se moviliza para asegurarse de que los disidentes políticos estén mantenidos bajo estrecha vigilancia o echados de Beijing, que las redes sociales estén desinfectadas para bloquear cualquier discusión sobre esos acontecimientos y el acceso a sitios web críticos con el régimen chino. La propia Plaza Tiananmen estará sin dudas inundada de policías y agentes de paisano hoy para cerciorarse de que se pueda silenciar rápidamente cualquier protesta.

Tales medidas represivas no son una señal de fuerza, sino de debilidad política. Los corruptos y aislados dirigentes chinos viven con un temor mortal al estallido de un movimiento de masas de la vastamente expandida clase trabajadora a una escala que inevitablemente eclipsará el levantamiento de 1989. Las lecciones políticas esenciales que hay que extraer para las luchas revolucionarias venideras están contenidas en las declaraciones y artículos que están siendo publicados en el World Socialist Web Site esta semana. Merecen que los estudien en serio todos los trabajadores, jóvenes e intelectuales que busquen una alternativa socialista a la guerra, la desigualdad social y la dictadura. Sobre todo, ello significa establecer una sección del CICI en China.

(Publicado originalmente en inglés el 4 de junio de 2019)

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