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La masacre de la Plaza Tiananmen, 30 años después

Han pasado treinta años desde que tropas chinas fuertemente armadas, apoyadas por tanques, se desplazaran a través de los suburbios de Beijing en la noche del 3 al 4 de junio de 1989, matando a cientos, o quizás miles, de civiles desarmados. Las fuerzas militares apabullaron las barricadas improvisadas con la fuerza bruta mientras se abrían paso hacia la Plaza Tiananmen —el lugar de semanas de protestas masivas de estudiantes y trabajadores.

Esos hechos bárbaros, que demostraron la disposición del régimen del estalinista Partido Comunista Chino (PCC) a hacer cualquier cosa con tal de quedarse en el poder, entraron a la historia como la masacre de la Plaza Tiananmen. Pero la mayor parte de las muertes ocurridas durante ese ataque mortal fueron de trabajadores que intentaron valientemente detener el avance de las tropas hacia el centro de Beijing. Las estimaciones varían, pero hasta 7.000 personas perdieron la vida y 20.000 resultaron heridas.

Es más, en el reino del terror que siguió en toda China fueron los trabajadores quienes recibieron los castigos más duros, incluyendo largas penas de cárcel y condenas a muerte. Cerca de 40.000 personas fueron arrestadas solo en junio y julio, principalmente miembros de las Federaciones Obreras Autónomas que habían surgido a lo largo de las protestas.

Manifestantes en la Plaza Tiananmen

Lo que generalmente se describe como el aplastamiento de estudiantes que protestaban fue de hecho una ola de represión dirigida abrumadoramente contra un movimiento de masas de la clase trabajadora. Lo que había empezado en abril como protestas estudiantiles que exigían reformas democráticas se infló hasta llegar a millones a medida que los trabajadores se unían a las manifestaciones para mediados de mayo, planteando sus propias exigencias de clase.

La Federación Obrera Autónoma de Beijing se estableció el 20 de abril con un puñado de trabajadores y rápidamente se expandió para llegar a ser un importante centro organizador para mediados de mayo. El 17 de mayo, hasta dos millones de personas marcharon por el centro de Beijing —la mayoría eran trabajadores y sus familias bajo las banderas de sus centros de trabajo o empresas. Reflejando el impacto de los acontecimientos en Beijing, Federaciones Obreras Autónomas se establecieron en un montón de grandes ciudades, incluyendo a Changsha, Shaoyang, Xiangtan, Hengyang y Yueyang.

Aunque dirigentes estudiantiles moderados estaban resueltos a presionar a la burocracia del PCC para obtener concesiones a los derechos democráticos, los trabajadores estaban animados por preocupaciones por el deterioro de los niveles de vida, una inflación en alza y una oleada de despidos y cierres. La aceptación por parte del régimen del mercado capitalista desde los '70 había conducido a una desigualdad social creciente, corrupción burocrática, y usura. Los trabajadores eran irreconciliablemente hostiles a la acumulación de privilegios y riqueza por parte de los principales dirigentes del PCC, tales como Deng Xiaoping, Li Peng, Zhao Ziyang, Jiang Zemin, Chen Yun y los miembros de sus familias, y desdeñaban que afirmaran ser comunistas y socialistas.

Una declaración de los trabajadores publicada el 25 de mayo expresaba las corrientes indómitas de la clase trabajadora. “Nuestra nación fue creada por la lucha y el trabajo de nosotros los obreros y todos los otros trabajadores intelectuales o manuales. Somos los legítimos amos de esta nación. Se nos debe oír en asuntos internacionales. No debemos permitir que esta pequeña pandilla de la escoria degenerada de la nación y la clase trabajadora usurpe nuestro nombre y reprima a los estudiantes, mate a la democracia y pisotee los derechos humanos” [1].

El primer ministro Zhao Ziyang se había solidarizado con las demandas de los dirigentes estudiantiles y había aconsejado hacer pequeñas concesiones a exigencias de derechos humanos básicos. Sin embargo, ningún compromiso era posible con la clase trabajadora, cuya agitación amenazaba la propia existencia del régimen. A medida que crecía el movimiento de protesta en tamaño y en confianza, el líder supremo Deng Xiaoping destituyó a su aliado Zhao como primer ministro, nombró en su lugar al duro Li Peng y ordenó que el ejército reprimiera violentamente las protestas en Beijing y en todo el país.

La crisis del estalinismo

El recurso a tales medidas extremas estaba ligado a la profunda crisis del estalinismo, no solo en China sino en todo el mundo. En respuesta a la crisis económica y social que se profundizaba, se había puesto en marcha un giro en China, Europa del Este y la Unión Soviética, hacia el desmantelamiento de los mecanismos de planificación burocrática centralizada, el estímulo a la empresa privada y el establecimiento de mecanismos de mercado.

Después de asumir el liderazgo del Partido Comunista de la Unión Soviética en 1985, Mijaíl Gorbachev introdujo sus políticas clave de perestroika (reestructura) y glasnost (apertura y transparencia) que brindaron el marco para una mayor autonomía de las empresas por fuera de los mecanismos de planificación central y, bajo la forma de reforma democrática, buscaba establecer una base de apoyo social para el régimen entre la pequeñoburguesía.

La reestructuración de Gorbachev hacia el mercado también animó a los regímenes estalinistas de Europa del Este en sus planes de restauración capitalista, que hacían intentos desesperados por resolver sus crisis económicas y políticas crecientes. Estos procesos se aceleraron dramáticamente cuando Gorbachev indicó que la Unión Soviética no intervendría militarmente para sostener a sus aliados del bloque soviético, como lo había hecho en Hungría en 1956 para aplastar el levantamiento obrero y en Checoslovaquia en 1968 para acabar con las reformas liberales. En diciembre de 1987, anunció la retirada de 500.000 soldados soviéticos de Europa del Este.

En un lapso muy breve, durante 1989 y 1990, las burocracias estalinistas en un país de Europa del Este tras otro se desplazaron hacia restaurar el capitalismo, desmantelando lo que quedaba de las relaciones de propiedad nacionalizada y de planificación centralizada.

En Polonia, conversaciones entre el gobierno y dirigentes de la opositora Solidaridad desembocaron en un acuerdo en abril de 1989 para celebrar elecciones limitadas. Esto allanó el camino para la asunción en agosto del dirigente de Solidaridad Tadeusz Mazowiecki como primer ministro. Este desató una reestructuración promercado de gran alcance.

Negociaciones semejantes en Hungría, donde los procesos de la reestructuración de mercado estaban ya avanzados, llevaron a una nueva constitución en agosto de 1989. Las elecciones pluripartidistas de mayo de 1990 dieron un gobierno que desechó lo que quedaba de la planificación centralizada y llevó a cabo privatizaciones a gran escala.

En medio de una crisis económica y política creciente, Gorbachev visitó Berlín en octubre de 1989 para instar al gobierno de Alemania del Este a que acelere las reformas de mercado. Erich Honecker dimitió como líder dos semanas más tarde. El 9 de noviembre, el gobierno anunció el fin de todas las restricciones fronterizas y los ciudadanos de Berlín derribaron el odiado Muro de Berlín. Antes de que terminara el mes, el canciller de Alemania Occidental Helmut Kohl comunicó un plan para integrar a Alemania Oriental con la capitalista Alemania Occidental —un proceso que estaba completado para octubre de 1990.

El colapso de los regímenes estalinistas en Checoslovaquia, Rumanía y Bulgaria se sucedieron rápidamente. Para finales de 1990, los gobiernos de toda Europa del Este estaban dando rienda suelta al saqueo de la propiedad estatal, un influjo de capital extranjero y el desmantelamiento de los servicios sociales, lo que llevó a un deterioro empinado de los niveles de vida.

Las políticas de Gorbachev en la Unión Soviética hicieron surgir intensas presiones dentro de la burocracia estalinista y la capa naciente de emprendedores por un desmantelamiento mucho más rápido de todos los grilletes en la propiedad privada y las relaciones de mercado. Esto encontró expresión en la llegada al poder de Boris Yeltsin en julio de 1991 y la implementación de la “terapia de shock” promercado. En diciembre de 1991, la Unión Soviética se disolvió formalmente.

La disolución de la Unión Soviética y el colapso de los Estados estalinistas en Europa del Este llevó a una orgía de triunfalismo en los medios capitalistas que proclamaban el fin del socialismo. Comentaristas, políticos y académicos, que no habían previsto nada ni podían explicar nada, se regocijaban por el triunfo del mercado, llegando incluso a sentenciar el fin de la historia. En otras palabras, el capitalismo supuestamente representaba la etapa más alta y última del desarrollo humano. Nacería una nueva época de paz, prosperidad y democracia, decían todos ellos.

El Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI), basado en el análisis que hiciera León Trotsky del estalinismo, había rechazado la adulación universal de Gorbachev y advirtió que sus políticas estaban llevando rápidamente al desmantelamiento de las conquistas del primer Estado obrero. Su resolución de perspectivas titulada “La crisis capitalista mundial y las tareas de la Cuarta Internacional”, publicada en agosto de 1988, dejaba claro que la descomposición de la Unión Soviética no era producto del socialismo, sino más bien del estalinismo y su concepción autárquica reaccionaria del “socialismo en un solo país”:

La crisis muy real de la economía soviética está arraigada en su aislamiento impuesto de los recursos del mercado mundial y la división internacional del trabajo. Hay solo dos maneras en las que se puede abordar esta crisis. La manera que propone Gorbachev implica el desmantelamiento de la industria estatal, la renuncia del principio de la planificación, y el abandono del monopolio estatal del comercio exterior, es decir, la reintegración de la Unión Soviética en la estructura del capitalismo mundial. La alternativa a esta solución reaccionaria requiere el aplastamiento del dominio del capitalismo sobre la economía mundial enlazando a la clase trabajadora soviética y la internacional en una ofensiva revolucionaria con objeto de extender la economía planificada en las ciudadelas europea, norteamericana y asiática del capitalismo [2].

Tras la disolución de la Unión Soviética, el CICI identificó la raíz de la crisis del estalinismo en los procesos de la globalización de la producción que estaban en marcha desde finales de los '70, que había socavado todos los programas basados en la regulación económica nacional. Aunque la crisis del estalinismo era la expresión más inmediata y aguda, estos mismos procesos se encuentran tras la aceptación internacional de la reestructuración de mercado por parte de los partidos socialdemócratas y laboristas, y los sindicatos, y su abandono de cualquier defensa de los derechos sociales de la clase trabajadora.

La restauración capitalista en China

Los acontecimientos de Europa del Este y la Unión Soviética tuvieron un profundo impacto en China, donde los procesos de la restauración capitalista estaban en marcha desde los '70. La decisión del PCC en junio de 1989 de usar al ejército para reprimir brutalmente a la clase trabajadora estuvo en no pequeña medida condicionada por su viejo temor de una reedición en China de un movimiento huelguístico de masas como el de Polonia en 1980-81 que llevó a la formación del sindicato Solidaridad.

El especialista en China Maurice Meisner explicó que la implicación de las masas de trabajadores en las protestas de la Plaza Tiananmen el 17 de mayo “hizo mucho por volver a encender el ‘temor polaco’ entre los dirigentes del partido, su obsesión de décadas con el surgimiento de una alianza del tipo de Solidaridad entre trabajadores e intelectuales en oposición al Estado comunista. Y ese temor, a su vez, contribuyó a su decisión fatídica de imponer la ley marcial” [3].

Aunque Deng Xiaoping reconoció la afinidad de la perestroika de Gorbachev con las políticas que él ya había impuesto, no aceptó la liberalización política de la glasnost, temiendo que pudiera socavar los cimientos del régimen del PCC. Cuando Gorbachev visitó Beijing a mediados de mayo de 1989 para cimentar unos vínculos sinosoviéticos más estrechos, la dirección china lo mantuvo apartado de la vista pública, nerviosa porque su presencia pudiera dar más ímpetu a las protestas de la Plaza Tiananmen. El rápido desplome de los regímenes estalinistas en Europa del Este solo acentuó la determinación de la burocracia del PCC de reprimir cualquier oposición.

Las raíces de la crisis en China están en el resultado de la revolución china de 1949. Los acontecimientos monumentales que llevaron al Partido Comunista Chino al poder pusieron fin a más de un siglo de opresión imperialista que había empantanado al país de más de 500 millones de habitantes en la miseria y el atraso. Expresaba las aspiraciones de la vasta mayoría de la población por seguridad económica, derechos democráticos y sociales básicos, y un nivel de vida decente. Décadas de agitación política y una guerra contra el imperialismo japonés de 1937 a 1945 habían hecho estragos en el país y dejaron a unos 14 millones de soldados y civiles chinos muertos.

Como la burocracia soviética, sin embargo, así el nuevo aparato del PCC estaba basado en el programa nacionalista reaccionario del “socialismo en un solo país”, que era un repudio del internacionalismo socialista y de la teoría de la Revolución Permanente de León Trotsky que fue la base de la Revolución de Octubre en Rusia en 1917.

Como resultado, el rumbo de la revolución y la evolución ulterior de la República Popular China (RPC) proclamada por Mao Zedong en 1949 fue distorsionado y deformado por el estalinismo, que dominó al PCC tras la traición de Stalin de la Segunda Revolución china de 1925-27. Stalin subordinó al jovencísimo PCC al nacionalista burgués Kuomintang, resultando en golpes aplastantes a los comunistas chinos y a la clase trabajadora china en abril de 1927, y de nuevo en mayo de 1927. Fueron expulsados dirigentes del PCC y miembros que apoyaban el análisis de Trotsky de la tragedia.

Tras la Revolución china de 1949, la ideología pragmática y nacionalista del maoísmo llevó a China rápidamente a un callejón sin salida. La perspectiva de Mao de una “Nueva Democracia” buscaba mantener un bloque con la burguesía nacional, pero el gobierno del PCC fue empujado, bajo las condiciones de la Guerra de Corea y el sabotaje interno por parte de elementos burgueses y pequeñoburgueses, a ir más lejos de lo que era inicialmente su intención. Para 1956, casi todos los aspectos de la economía estaban nacionalizados y sometidos a la planificación burocrática siguiendo el modelo de la Unión Soviética, pero la clase trabajadora no participaba en las decisiones mediante órganos democráticos propios.

La hostilidad orgánica del régimen maoísta a la clase trabajadora quedó expresada en su represión a los trotskistas chinos, todos los cuales fueron encarcelados en 1952 en medio de la resistencia creciente de los trabajadores. Como en el caso de los Estados de la Europa del Este, la Cuarta Internacional caracterizó a China como un Estado obrero deformado, una fórmula altamente condicional que hacía hincapié en el carácter deformado y burocrático del régimen.

La autarquía nacional del “socialismo en un solo país” generó una confusión económica y social que iba a peor, y crisis para las cuales la burocracia del PCC no tenía solución, lo que llevó a una implacable guerra interna de facciones. La argucia rocambolesca de Mao para una sociedad socialista, que apoyara su “Gran Salto Adelante”, terminó en una catástrofe económica y una hambruna masiva. Sus opositores de facción, dirigidos por Liu Shaoqi, siguieron el modelo soviético de planificación burocrática con su énfasis en la industria pesada, pero esto no brindó ninguna alternativa.

La crisis económica empeoró seriamente a causa de la ruptura en 1961-1963 con la Unión Soviética y la retirada de la ayuda y los asesores soviéticos, a medida que los dos regímenes estalinistas pujaban por sus intereses nacionales incompatibles. En un último intento desesperado por desbancar a sus rivales, Mao desató la Revolución Cultural en 1966, que se le fue de control rápidamente, y que llevó a luchas sociales confusas y convulsivas que amenazaron la propia existencia del régimen. Mao se volvió hacia los militares para reprimir a los trabajadores que se habían tomado literalmente su edicto de “Bombardear las sedes”, que resultó en huelgas de masas en Shanghai y la formación de una Comuna Popular de Shanghai independiente en 1967.

Incapaz de resolver los inmensos problemas económicos y sociales que devastaban el país, y exponiéndose a una confrontación militar con la Unión Soviética, la burocracia del PCC forjó una alianza antisoviética con el imperialismo estadounidense que sentó las bases para la integración de China en el capitalismo mundial. Aunque generalmente se atribuye a Deng Xiaoping el iniciar las reformas de mercado, el acercamiento de Mao con el presidente estadounidense Richard Nixon en 1972 fue la precondición política y diplomática esencial para la inversión extranjera y el incrementado comercio con Occidente.

El proceso de “apertura y reforma” iba de la mano con la imposición de una disciplina estricta y un énfasis en estimular la producción en los lugares de trabajo. Maurice Meissner comentó: “Los gestores de fábrica echados durante la Revolución Cultural fueron restituidos en sus antiguos cargos, acompañados por llamamientos a reforzar la autoridad de los gerentes, la disciplina laboral, y las normas y reglas de la fábrica —y para luchar contra el ‘anarquismo’ y el ‘ultraizquierdismo’. Hubo incrementos dramáticos en comercio exterior y en importaciones de tecnología extranjera. Líderes de partido veteranos atacados durante la Revolución Cultural eran ‘rehabilitados’ a un ritmo cada vez mayor; para 1973, se ha observado, ‘los cuadros anteriores a la Revolución Cultural estaban dirigiendo los ministerios del gobierno’” [4].

Desde 1969 hasta 1975, el valor del comercio exterior se incrementó de 4 mil millones de dólares estadounidenses a $14 mil millones por año. Desde finales de 1972 hasta mediados de 1975, China importó plantas industriales enteras, valoradas en $2,8 mil millones, principalmente desde Japón y Europa occidental.

Deng Xiaoping, que había sido relegado al ostracismo durante la Revolución Cultural como el “capitalista gorrón nr. 2”, fue rehabilitado, y se lo nombró uno de los viceprimeros ministros del consejo de Estado bajo Zhou Enlai. Deng dirigió la delegación china a una sesión especial de la ONU en 1974 donde declaró que el “bloque socialista” ya no existía y que China era parte del Tercer Mundo. En la lucha por el poder entre facciones que siguió a la muerte de Mao en 1976, Deng surgió como la figura dominante de la burocracia estalinista. Acogió al imperialismo estadounidense cada vez más estrechamente, formalizando relaciones diplomáticas en 1979, lanzando una guerra fronteriza contra su vecino Vietnam, y defendiendo a aliados de los EUA como el dictador chileno Augusto Pinochet.

Desde 1978, Deng aceleró enormemente las reformas de mercado “reforma y apertura”. Se establecieron cuatro Zonas Económicas Especiales (ZEE) en 1979 en Shenzhen, Zhuhai, Shantou y Xiamen, donde emprendedores extranjeros y empresas conjuntas producían bienes para la exportación y gozaban de beneficios fiscales y otras concesiones. Un sistema similar se implementó después en ciudades portuarias clave como Shanghái. En el campo, las comunas colectivizadas fueron desmanteladas y se eliminaron las restricciones a la operación de las empresas privadas. Se levantaron los precios para los productos agrícolas. En las ciudades, se tomaron medidas para transformar miles de empresas estatales en corporaciones con ánimo de lucro. Se permitieron empresas privadas, al mercado se le permitió cada vez más determinar los precios de los bienes de consumo, se inició un “mercado laboral”, y permitieron la contratación y el despido de trabajadores.

Las reformas de mercado llevaron al rápido aumento de la desigualdad social. Millones de antiguos campesinos se quedaron sin tierra y se vieron obligados a buscar trabajo en las ciudades. En las ZEE, donde se le dio rienda suelta al mercado capitalista, la corrupción y la actividad criminal estaban descontroladas, incluyendo el contrabando, sobornos y el robo de propiedad estatal. Los hijos e hijas de los altos dirigentes del partido se aprovechaban plenamente de sus conexiones políticas para establecer sus propios imperios de negocios. Con el levantamiento de las restricciones a los precios, la inflación se disparó al 18,5 por ciento en 1988, a lo cual el régimen respondió reduciendo drásticamente el crédito y reimponiendo restricciones a la importación. Cientos de miles de trabajadores perdieron su trabajo, a medida que las empresas privadas reducían su plantilla o directamente cerraban. El desempleo, la pérdida de la seguridad laboral, así como los precios por las nubes, combinado ello con el asco hacia la corrupción y el enriquecimiento de los burócratas del PCC, alimentaron la agitación social que surgió en las protestas de masas de los trabajadores al año siguiente.

La restauración capitalista tras la masacre de Tiananmen

Después de la represión sangrienta en la Plaza Tiananmen y de las emboscadas policiales por todo el país, la batalla de facciones dentro de la conducción del PCC se agudizó en los tres años siguientes por el programa de Deng de restauración capitalista. Al enviar a las tropas contra los trabajadores y los estudiantes, Deng había destituido a su principal aliado en la reestructuración de mercado, Zhao Ziyang, como primer ministro. El antiguo dirigente del partido de Shanghái, Jiang Zemin, fue nombrado como una elección de compromiso en el más alto cargo del PCC, el de secretario general. La iniciativa pasó a los supuestos duros —Li Peng y Chen Yun, quienes, criticando a Zhao, estaban criticando al mismo tiempo las políticas de Deng.

Sin embargo, al defender restricciones a las relaciones de mercado, Li y Chen basaron sus políticas en el sistema anterior y la perspectiva nacionalista del “socialismo en un solo país”, que ya había demostrado ser una vía muerta. Estaban mirando hacia la Unión Soviética, incluso mientras los Estados obreros deformados de Europa del Este estaban desplomándose y las políticas de Gorbachev estaban socavando la planificación centralizada y las relaciones de propiedad nacionalizadas. Su supuesta “facción soviética” representaba a sectores de la burocracia china cuyo poder y privilegios residían en su control de sectores clave de la industria estatal y el aparato central en Beijing.

En el Quinto Pleno de noviembre de 1989, Li presentó el informe principal, basado en las recomendaciones de una resucitada Comisión de Planificación Estatal. El plan adoptado exigía recortar la inflación al 10 por ciento en 1990 y el crecimiento económico al 5 por ciento manteniendo controles estrictos al crédito y equilibrando el presupuesto nacional. A las industrias rurales no se les permitiría competir con empresas estatales. Aunque mantenía en vigor las ZEE y la política de “puertas abiertas”, las nuevas restricciones golpearon a las industrias rurales y provinciales, particularmente en el sur del país.

Aunque Deng ya no ostentaba ningún cargo oficial ni en el partido ni en el Estado, todavía tenía una influencia política considerable, especialmente en las provincias meridionales donde se concentraban las nuevas industrias con fines de lucro. Deng se había puesto del lado de los duros oponiéndose a cualquier liberalización política y, sobre todo, apoyó la represión militar de 1989, pero se mantenía firme en que las restricciones a las empresas privadas y la inversión extranjera fueran eliminadas completamente.

La crisis de bola de nieve en la Unión Soviética llevó las cosas a su punto crítico. Un intento de golpe estalinista en agosto de 1991 para desbancar a Gorbachev y Yeltsin y dar marcha atrás a su programa de restructuración de mercado terminó en un fracaso estrepitoso. El experto en China, Michael Marti, explicó: “Este acontecimiento cambió el pensamiento sobre la ecuación política dentro de la conducción china, incluyendo el de Deng Xiaoping. La incapacidad del Ejército Rojo soviético en apoyar al Partido Comunista de la Unión Soviética en su intento por recuperar el control hizo que cundiera el pánico en el PCC. La dirección china temía que se hubiera sentado un precedente” [5].

Se trazaron las líneas de la batalla entre facciones. Mientras la “facción soviética” empezó a cuestionar toda la agenda de las reformas de mercado, incluyendo el establecimiento de las ZEE, Deng insistía en que los niveles de crecimiento económico eran demasiado bajos para mantener el empleo y la estabilidad social. “Si no se puede impulsar la economía por mucho tiempo”, dijo en una reunión de personalidades del partido ya a finales de 1989, “[el gobierno] perderá el apoyo popular a nivel doméstico y otros países lo oprimirán y abusarán de él. La continuación de esta situación llevará al colapso del Partido Comunista” [6].

A Deng también le preocupaba que la crisis en la Unión Soviética, siguiendo el colapso del estalinismo en Europa del Este, cambiara enormemente las relaciones geopolíticas. No solo la estrategia de Deng había perseguido hacer equilibrio entre los EUA y la Unión Soviética, sino además sus políticas económicas dependían de un gran influjo de inversión extranjera, lo que podría potencialmente pasar a explotar nuevas oportunidades que se abrían en las antiguas repúblicas soviéticas.

Junto con los dirigentes provinciales en las provincias sureñas, Deng contaba con el apoyo del Ejército de Liberación Popular (ELP). Los generales habían quedado atónitos por la manera en la que el imperialismo estadounidense y sus aliados habían desplegado armamento de alta tecnología en la Guerra del Golfo de 1990-91 para destruir en poco tiempo al ejército irakí. Su conclusión fue que China tenía que invertir mucho para modernizar el ELP y solo las políticas de Deng podían transformar la economía y producir el crecimiento que hacía falta para abastecer tal inversión.

Deng se puso en camino en su “gira sureña” en enero y febrero de 1992, a apenas 20 días de la liquidación formal de la Unión Soviética en diciembre de 1991, acompañado de importantes generales, el jefe de la seguridad estatal Qiao Shi y el veterano del partido Bo Yibo. Mientras visitaba las ZEE y las ciudades del sur, declaró que no se revertirían las políticas económicas ante el colapso soviético. Desestimando preocupaciones sobre la creciente desigualdad social, se dice que declaró: “Primero que se enriquezcan algunos”.

En un careo con Chen Yun en Shanghai, se atribuye a Deng haber gritado: “Cualquier dirigente que no pueda impulsar la economía que deje su cargo”. Respaldando abiertamente la restauración capitalista, declaró: “Deberíamos absorber más capital extranjero y más experiencia y tecnología extranjera y avanzada, y montar más empresas con inversión extranjera. No temáis cuando otros digan que estamos aplicando el capitalismo. El capitalismo no es nada temible” [7].

Prevaleció Deng, que abrió las puertas a la restauración capitalista completa que transformó a todo el país en una gigantesca zona de libre comercio para la explotación de la mano de obra china barata. Las lágrimas de cocodrilo derramadas por los políticos occidentales por la masacre de la Plaza Tiananmen fueron rápidamente dejadas de lado al reconocer los inversores extranjeros que el régimen de Estado policial de Beijing estaba dispuesto a usar cualquier método, por más brutal que sea, para disciplinar a la clase trabajadora. En 1993, el PCC proclamó que su objetivo era una “economía de mercado socialista”, dándole un disfraz “socialista” andrajoso a su aceptación del capitalismo.

En 1994, el PCC estableció formalmente un “mercado laboral” legitimando la venta y la compra de la fuerza de trabajo. Empresas estatales fueron transformadas en compañías con ánimo de lucro. Las que no eran rentables fueron reestructuradas o cerradas. Las mejor equipadas, en sectores no designados como estratégicos, fueron vendidas o convertidas en subsidiarias de transnacionales extranjeras. Una pequeña cantidad fueron preservadas como “insignias nacionales” estatales.

Entre 1996 y 2005, el número de empleados en empresas estatales y colectivas se redujo a la mitad, de 144 millones a 73 millones de trabajadores. Junto con el empleo de por vida garantizado, el “tazón de arroz de acero” de servicios para todas las edades también fue desmantelado. Servicios esenciales que antes habían sido brindados por empresas estatales —cuidado infantil, educación, sanidad y jubilaciones— fueron entonces dejados a los trabajadores individuales.

El capitalismo chino hoy

La restauración del capitalismo en China a lo largo de los 30 últimos años solo ha empeorado las tensiones sociales subyacentes en la sociedad china y agravaron los dilemas políticos y geopolíticos con los que se confrontaba el aparato del PCC.

La expansión económica extraordinaria de China para llegar a ser la segunda mayor economía del mundo descansa, en primer lugar, en las enormes conquistas de la Revolución de 1949 que unificó a China por primera vez en décadas, creó una fuerza de trabajo educada y calificada, y desarrolló industrias básicas e infraestructura esencial. El aluvión de inversión extranjera en el país transformó a China en la maquiladora del mundo y produjo un aumento masivo de once veces de la economía entre 1992 y 2010. Este rápido crecimiento, sin embargo, no reflejó una fuerza inherente de la economía china, sino más bien su papel en la economía mundial, dependiente de la inversión y la tecnología extranjeras.

Las potencias imperialistas, sobre todo los Estados Unidos, estaban más que gustosas de explotar la mano de obra barata china siempre que la expansión económica de China no desafiara sus propios intereses geopolíticos establecidos. Sin embargo, la vasta cantidad de materia prima y energía que las industrias chinas requieren de todas partes del mundo la han llevado cada vez más a un conflicto con los EUA y otras importantes potencias, en Asia, África, Medio Oriente y en otras partes. Es más, al intentar China crear sus propios “campeones nacionales” tecnológicos tales como Huawei y ZTE, los EUA, bajo la administración de Trump, le ha declarado la guerra económica a Beijing, y no solo en asuntos de comercio. Se ha opuesto abiertamente a los planes de China de desarrollar y expandir sus industrias de alta tecnología y a vincular más estrechamente a Eurasia con China a través de proyectos masivos de infraestructura bajo la Iniciativa Cinturón y Camino de Beijing.

La fantasía promocionada por los dirigentes del PCC de que China podría, a través de un “ascenso pacífico”, llegar a ser una potencia mundial en pie de igualdad con los EUA, ha sido hecha pedazos. La expansión de China la ha llevado al conflicto con el orden imperialista global dominado por los Estados Unidos. Bajo Obama y ahora Trump, los EUA han empezado a usar todos los medios a su disposición para asegurar la continuidad de su hegemonía mundial. La guerra económica va de la mano con un fortalecimiento militar en el Índico y el Pacífico, intensificando provocaciones navales en el sur del Mar de China, a modo de “libertad de operaciones de navegación”, y preparativos más abiertos para una guerra entre dos potencias nucleares.

La dirección del PCC no tiene respuesta para el creciente peligro de guerra, excepto buscar desesperadamente un acuerdo con el imperialismo, al tiempo que se implica en una frenética carrera armamentística que solo puede terminar en catástrofe para la clase trabajadora de China y del mundo. La restauración capitalista, lejos de fortalecer la capacidad de China de contrarrestar a los EUA, la ha debilitado enormemente. El régimen es orgánicamente incapaz de hacer ningún llamamiento a la clase trabajadora internacional, ya que ello llevaría inevitablemente a luchas sociales por parte de la clase trabajadora doméstica.

Habiendo abandonado hasta su compromiso nominal anterior con el socialismo y el internacionalismo, el PCC se ha estado apoyando cada vez más en incitar el nacionalismo chino para intentar crearse una base social en capas de la clase media. No hay nada progresista en el chovinismo y patriotismo chino, que divide a los trabajadores de sus hermanos de clase de los otros países, y dentro de China de las minorías que no son de la etnia china han. Sus medidas represivas contra los uigures, los tibetanos y otros grupos étnicos han brindado una brecha que los EUA están intentando explotar. Bajo la bandera engañosa de los “derechos humanos”, Washington está promoviendo grupos separatistas como parte de su ambición de fracturar y subordinar a China a sus intereses.

A treinta años de la masacre de la Plaza Tiananmen, la conducción del PCC está aterrada por la renovación de una oposición obrera, cuyos primeros arrebatos se han visto en los numerosos reportes de las huelgas y protestas obreras y, de manera significativa a lo largo del año pasado, en un giro por parte de una capa de estudiantes universitarios hacia asistir a los trabajadores en sus luchas. Desde 1989, la clase trabajadora en China se ha expandido vastamente hasta unos 400 millones y como proporción de la población. Un indicador es el crecimiento de la población urbana del país desde solo el 26,4 por ciento del total en 1990 hasta el 58,5 por ciento en 2017.

El liderazgo del PCC se jacta de haber sacado a cientos de millones de personas de la pobreza, usando las muy austeras medidas de pobreza de la ONU. Tales referentes ignoran los muchos factores que están alimentando el descontento entre los trabajadores, incluyendo la práctica común de los salarios con retraso o impagos, condiciones de fábrica insalubres o peligrosas, duras prácticas disciplinarias corporativas, y la falta de derechos sociales básicos para decenas de millones de inmigrantes internos en las ciudades. Todas estas condiciones opresivas son monitorizadas y controladas por la Federación Sindical de Toda China, que funciona como un brazo de la burocracia del PCC en los lugares de trabajo.

La restauración capitalista ha producido un aumento dramático de la desigualdad social: de ser una de las sociedades más igualitarias del mundo, China se ha vuelto uno de los países más desiguales. Es hogar de más mil millonarios en dólares que cualquier otro país excepto los Estados Unidos. Mientras los trabajadores chinos luchan por sobrevivir con un salario mínimo de $370 al mes, la persona más rica, el director de Tencent, Pony Ma, tiene una fortuna personal de casi $40 mil millones. Estos oligarcas súper ricos, que en muchos casos han construido sus fortunas mediante la pura corrupción y el saqueo de la propiedad estatal, están representados en el Partido Comunista Chino y se sientan en poderosos órganos asesores.

El abismo entre los súper ricos y la vasta mayoría de los trabajadores y los pobres está generando enormes tensiones sociales que, más temprano que tarde, explotarán a una escala que eclipsará la rebelión de los trabajadores y los estudiantes de hace 30 años. La lección que extrajo el liderazgo estalinista de los acontecimientos de 1989 fue que tenía que reprimir, por todos los medios disponibles, cualquier expresión de oposición que pudiera volverse el foco de un movimiento más amplio contra el régimen. Incapaz de satisfacer las necesidades sociales apremiantes de la mayoría de la población, el PCC ha expandido muchísimo su aparato de Estado policial, ahora gastando más cada año en sus fuerzas de seguridad interna que en defensa exterior.

La clase trabajadora también tiene que extraer las lecciones políticas necesarias de la derrota de aquel movimiento de 1989, que estaba asumiendo rápidamente dimensiones revolucionarias. Lo que faltaba no era determinación, audacia y valentía, ni cifras, que estaban creciendo rápidamente en toda China, sino el problema esencial de la clase trabajadora internacional del siglo XX —la ausencia de una dirección revolucionaria.

James Cogan resumió el tema en su análisis “Diez años desde la masacre de la Plaza Tiananmen”, declarando:

Sin experiencia política y desprovistos de perspectiva política fuera de la oposición al régimen existente, los líderes de los trabajadores no plantearon alternativas a los cuerpos estudiantiles y aceptaron su autoridad. Los trabajadores de China sabían en su experiencia de vida contra qué estaban —el estalinismo y el capitalismo— pero no fueron capaces de articular ninguna perspectiva para un orden social alternativo.

Décadas de dominio del estalinismo y la supresión activa del marxismo genuino en China significaron que no hubiera una tendencia socialista revolucionaria, es decir, trotskista, en la clase trabajadora. Ninguna organización del país podía plantear espontáneamente el programa que estaba implícito en las acciones y sentimientos de la clase trabajadora china —una revolución política para derrocar al régimen estalinista e introducir grandes reformas en la economía para el beneficio de la clase trabajadora. [8]

Queda la tarea política esencial de construir un liderazgo trotskista en la clase trabajadora china como sección del Comité Internacional de la Cuarta Internacional. Ninguna de las tendencias opositoras que surgieron de las protestas de 1989 ofrece una perspectiva política viable para la clase trabajadora. Defensores de sindicatos independientes como Han Dongfang, que se destacó en la Federación Obrera Autónoma de Beijing en 1989, han subrayado la bancarrota política del sindicalismo girando hacia la derecha y yendo a los brazos del aparato sindical estadounidense, en otras palabras, del imperialismo estadounidense.

Una capa de la juventud, los intelectuales y los trabajadores se han vuelto al maoísmo, y sus consignas “revolucionarias” banales, buscando respuestas. La restauración capitalista en China, sin embargo, no fue una ruptura con el maoísmo. Se concluía orgánicamente del punto muerto del “socialismo en un solo país”. El maoísmo podría ser descrito correctamente como el estalinismo con características chinas, con su hostilidad hacia la clase trabajadora, su énfasis en la voluntad subjetiva, y sobre todo su nacionalismo pútrido. Se opone diametralmente al marxismo genuino, que es la perspectiva del internacionalismo socialista, que solo el movimiento trotskista defendió, incluyendo a los trotskistas chinos.

El establecimiento de un partido genuinamente revolucionario en China, como parte del CICI, requiere la asimilación de las experiencias estratégicas esenciales de la clase trabajadora internacional, de las cuales las revoluciones chinas del siglo XX son un componente crítico. A los dirigentes del PCC les petrifica que los trabajadores y los jóvenes empiecen a repasar las lecciones de la historia. Intentan censurar y silenciar cualquier reconocimiento y discusión de los hechos de 1989, y siguen perpetrando las mentiras del estalinismo sobre el rumbo del siglo XX.

Las lecciones políticas cruciales de la larga lucha del trotskismo contra el estalinismo están integradas en el programa, perspectiva y documentos del Comité Internacional de la Cuarta Internacional. Los trabajadores y los jóvenes deberían estudiar seriamente los temas políticos implicados, empezando por los documentos del CICI sobre la masacre de la Plaza Tiananmen, reeditados esta semana en el World Socialist Web Site. Les emplazamos a contactar al Comité Internacional de la Cuarta Internacional, que es el primer paso hacia forjar un liderazgo trotskista en la clase trabajadora china.

Notas:

[1] Citado en “Workers in the Tiananmen protests: The politics of the Beijing Workers Autonomous Federation,” por Andrew G. Walder y Gong Xiaoxia, publicado primero en el Australian Journal of Chinese Affairs, Nr. 29, enero de 1993.

[2] The World Capitalist Crisis and the Tasks of the Fourth International: Perspectives Resolution of the International Committee of the Fourth International, agosto de 1988, Labor Publications, págs. 30-31.

[3] Maurice Meisner, Mao’s China and After: A History of the People’s Republic, The Free Press, tercera edición, 1999, pág. 508.

[4] Ibid, pág. 389.

[5] Michael Marti, China and the Legacy of Deng Xiaoping: From Communist Revolution to Capitalist Evolution, Brassey’s Inc, 2002, págs. 47-48.

[6] Citado en John Chan, “Twenty years since Deng Xiaoping’s ‘Southern tour’—Part 1”, 26 de noviembre de 2012.

[7] Citado en John Chan, “Twenty years since Deng Xiaoping’s ‘Southern tour’—Part 2”, 27 de noviembre de 2012.

[8] James Cogan, “Ten years since the Tiananmen Square massacre: Political lessons for the working class,” 4 de junio de 1999.

(Publicado originalmente en inglés el 8 de junio de 2019)

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