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‘Un espectro se cierne sobre Europa: el mito del judeo-bolchevismo’ de Paul Hanebrink

Parte 1: Contrarrevolución y antisemitismo

Paul Hanebrink: Un espectro se cierne sobre Europa: el mito del judeo-bolchevismo, Prensa Universitaria de Harvard, 2018 (Al menos que se indique de otra manera, todas las citas son de este libro.)

El nuevo libro del historiador Paul Hanebrink (de la Universidad de Rutgers) se centra en examinar la relación entre el miedo al “espectro del comunismo” cerniéndose sobre Europa, al cual Marx y Engels famosamente aludieron en el Manifiesto Comunista de 1847, y el antisemitismo.

Un espectro se cierne sobre Europa: el mito del Judeo-Bolchevismo

En la mayoría del libro, Hanebrink analiza el rol que el mito del judeo-bolchevismo jugó en la ideología y los crímenes de la extrema derecha Europea en la primera parte del siglo veinte, culminando en el genocidio, dirigido por los nazis, de 6 millones de Judío-Europeos durante la Segunda Guerra Mundial.

Su relato comienza con la revolución en Bavaria, en la Alemania del Sur, en 1918-19. El detalla cómo la Iglesia Católica, políticos internacionales como Winston Churchill, así como el infantil movimiento Nazi en Alemania, contrarrestaron la Revolución Rusa de 1917 y la Revolución Alemana de 1918-1919 y —en particular, la efímera República Soviética de Baviera— con una explosión de antisemitismo.

El obispo Eugenio Pacelli, que estaba estacionado en Munich durante la revolución, describió los revolucionarios bávaros como “... una pandilla de mujeres jóvenes, de dudosa apariencia, Judías como el resto de ellas.” Max Levien —quien, de hecho, no era judío— fue, para Pacelli, “un hombre joven, de entre treinta y treinta cinco años, también ruso y judío. Pálido, sucio, con ojos de drogadicto, voz de afónico, vulgar y repulsivo, con una cara que es tanto inteligente como maliciosa”. 15 años después, él firmaría un acuerdo con Hitler como el Papa Pío XII.

La declaración de la república soviética bávara en un periódico de Múnich el 7 de abril de 1919

Estos sentimientos eran compartidos por intelectuales y políticos de derecha a lo largo de Europa, en respuesta a la ola de revoluciones que arrasaron el continente después de la Primera Guerra Mundial. Jean y Jérôme Tharaud, dos intelectuales franceses de derecha, viajaron a Hungría en el despertar de la revolución dirigida por Béla Kun en 1919. En su libro Cuando Israel es Rey, ellos escribieron: “En los bancos del Danubio surgió un nuevo Jerusalem, originado de la mente de Karl Marx y construido por manos judías sobre pensamientos [mesiánicos] antiguos”. La sangrienta contrarrevolución que siguió reclamó las vidas de al menos 3000 personas, aproximadamente la mitad de ellas de origen Judío.

En publicaciones de extrema derecha, figuras líderes del movimiento revolucionario fueron “desenmascaradas” como “Judíos”. Leon Trotsky, quien dirigió la Revolución Rusa junto a Vladimir Lenin, era típicamente referido como “Bronstein”, un nombre que él mismo había dejado de usar mucho tiempo atrás, mientras que el revolucionario polaco Karl Radek era referido como Sobelsohn. En su engañosa histeria antisemita, la extrema derecha frecuentemente designó como “judíos” un significativo número de revolucionarios que no eran para nada judíos, incluidos Lenin, Karl Liebknecht, y el ya mencionado Max Levien. Los términos “judeo bolchevismo” y “bolchevismo asiático” erán utilizados por estas fuerzas casi de forma intercambiable. Como Hanebrink lo explicó, “El bolchevique era al mismo tiempo un judío migrante sin raíces, el signo de una horda invasora oriental, y una bestia asiática”.

Un póster de propaganda antisemita representando a Trotsky como un monstruo judío en 1919, en la cúspide de las masacres organizadas antijudias por el Ejército Blanco y nacionalistas ucranianos

Durante la guerra civil del 1918-1922, ocasionada por la invasión de 19 ejércitos foráneos contra el joven régimen bolchevique, entre 50.000 y 200.000 judíos fueron asesinados en Ucrania solamente, mayoritariamente por contrarrevolucionarios del Ejército Blanco y fuerzas nacionalistas ucranianas. Las fuerzas armadas polacas, las cuales lucharon contra el Ejército Rojo, cometieron notorias masacres antijudías, incluyendo la famosa masacre de Pinsk, en la cual 35 judios fueron asesinados. El primer ministro y ministro de asunto exteriores de Polonia, Ignacy Paderewski justificaría esta masacre diciendo que fue “una cuestión de puro bolchevismo. Nosotros ejecutamos a las personas responsables del crimen, las cuales resultaron ser judías”.

El movimiento Nazi en la Alemania de entreguerras emergió bajo el impacto directo de estas contrarrevoluciones. Tanto Alemania como Austria se convirtieron en centros de la extrema derecha, con emigrantes nacionalistas congregandose en Viena y Berlin, en particular, en el nacimiento de la Revolución Bolchevique en Rusia y de la revolución en Hungría. En su propaganda antisemita, ellos continuamente señalaban a los “revolucionarios judíos” en la República Soviética Bávara, así como a la Unión Soviética.

Fusionados con los objetivos geoestratégicos y la maquinaria económica y militar del imperialismo Alemán, el mito del judeo-bolchevismo se convirtió en una base ideológica central para la guerra contra la Unión Soviética —con entre 27 y 40 millones de víctimas soviéticas, la más mortal y más violenta guerra en la historia humana— y el genocidio de los judíos europeos. El mito ayudó a movilizar regímenes fascistas y fuerzas de la extrema derecha a través de toda la Europa Oriental, incluyendo los gobiernos de Rumania y Hungría y la Organización de Ucranianos Nacionalistas (OUN-B), en lo que los Nazis retrataron como una cruzada antibolchevique y antijudía.

En Ucrania, la OUN-B (el ala radical de la Organización de Ucranianos Nacionalistas) cometió horrendas masacres organizadas contra la población judía —la más infame en Lviv —. Romania, bajo la dictadura de Ion Antonescu y su fascista Guardia de Hierro, llevó a cabo el más grande programa estatal de masacres antijudías (tanto organizadas como no organizadas) fuera de las naciones ocupadas de los Nazis. Mientras que la extrema derecha de Polonia era atacada por los Nazis, Polonia se convirtió en el sitio principal de la destrucción industrial del Judaísmo Europeo realizada por los Nazis, y vio varias terroríficas masacres organizadas elaboradas por fuerzas nacionalistas y capas rurales. Secciones sustanciales de la burguesía polaca y del gobierno en exilio en Londres eran vilmente antisemitas. Hanebrink señala que el gobierno en el exilio recibió reportes en los que “se fijaba extensamente en el problema de la participación judía en el nuevo régimen comunista… [y] etiquetaba colectivamente a los Judíos como traidores”.

Un cartel propagandistico antisemita de la era Nazi en Polonia. El cual dice: ¡Muerte! ¡A la peste judeo-bolchevique del asesinato!

Después del final de la guerra, el “mito judeo-bolchevique” en la Alemania Occidental fue adaptado al contexto de la Guerra Fría. Como lo explica Hanebrink, en vez de “Bolchevismo Judío”, antiguos Nazis que formalmente reingresaron al sistema de justicia, a los medios, a los cuerpos diplomáticos y al aparato militar en la Alemania Occidental, sólo tenían que decir “Bolchevismo Asiático” para parecer respetables. “Mientras que las nuevas circunstancias políticas imponen serias consecuencias profesionales a aquellos que abiertamente llamaban al enemigo Soviético como un poder Judío, la ‘Cruzada’ estadounidense para defender la civilización occidental se alineó fácilmente con otros aspectos de la ideología Nazi antisoviética.

Hanebrink menciona el conocido caso de Eberhart Taubert, la cabeza y fundadora del “Instituto para el estudio de la Cuestión Judía”, un instituto Nazi. El fue un cercano colaborador del ministro de propaganda Nazi Joseph Goebbels, escribió el libreto de la notoria película de propaganda Nazi “El Judío Eterno” y autorizo la ley que forzaba a los Judíos a vestir la “estrella amarilla.” Después de la guerra, él encabezó una organización anticomunista financiada por la CIA, la cual “dibujó fuertemente sobre temas de gran difusión durante la era Nazi, incluyendo representaciones de ‘enemigos de la gente’ como animales o insectos. … Después de 1945, Taubert descarto todas las referencias al judeo-bolchevismo, pero retuvo cada uno de los rasgos simbólicos e ideológicos de su trabajo previo”. Taubert permanece como una figura influencial en la Política alemana hasta los 1970, trabajando como consejero al líder político bávaro y una vez candidato a canciller, Franz-Josef Strauß.

Eberhart Taubert

Hanebrink provee una gran cantidad de evidencia empírica para demostrar la cercana relación entre el antisemitismo y la contrarrevolución en la primera parte del siglo veinte. Sin embargo, a pesar de centrarse en la conexión entre el antisemitismo y el anticomunismo, el deliberadamente evade definir al antisemitismo como la ideología de la contrarrevolución. En vez de eso, él insiste en ver al antisemitismo como un “código cultural” que toma diferentes formas en diferentes contextos políticos y culturales. Para Hanebrink, el judeo-bolchevismo es una específica y variación contemporánea de tempranos temas antisemitas como la “Conspiración Judía” y el “demonio Judío”.

Mientras que es cierto que los últimos temas fueron a menudo asociados con el mito del judeo-bolchevismo, este entendimiento del antisemitismo político moderno últimamente lo despoja de su específico contenido político e histórico: El antisemitismo político moderno fue, sobre todo, una reacción y una palanca ideológica contra el socialista y marxista movimiento de los trabajadores.

continuará

(Artículo publicado originalmente en inglés el 8 de julio de 2019)

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