Español

‘Un espectro se cierne sobre Europa: el mito del judeo-bolchevismo’ de Paul Hanebrink

Parte 2: estalinismo, comunismo y antisemitismo

Hanebrink posiciona su libro como un intento para entender por qué, aun cuando “El comunismo ha desaparecido… la idea del Judeo-Bolchevismo se niega a desaparecer”. Este esquema, basado en la falsa ecuación del Estalinismo como comunismo, dirige a una significante y engañosa omisión en su discusión del resurgimiento del antisemitismo en la Europa Oriental después de la Segunda Guerra Mundial e internacionalmente en tiempos contemporáneos.

Haciendo eco a los trabajos de figuras como el sociólogo polaco americano anticomunista Jan Tomasz Gross, la respuesta de Hanebrink al problema de la persistencia del antisemitismo en gran medida se reduce al presumiblemente insuperable prejuicio popular contra los judíos en la Europa Oriental y Central, en el cual los estalinistas deben ser tomados en consideración. El registro histórico, sin embargo, contradice completamente este esquema. El movimiento socialista europeo tiene un largo y orgulloso registro de oposición de principios al antisemitismo, culminando en las luchas de los Bolcheviques contra las masacres organizadas antijudías en 1917-1922, una lucha que Hanebrink ignora por completo.

Las revoluciones rusas de 1917 por primera vez otorgaron a los judíos del caído imperio ruso amplios derechos democráticos, poniendo fin a décadas de discriminación patrocinada por el estado. Los revolucionarios marxistas habían entendido durante mucho tiempo que la lucha contra el antisemitismo era un componente crucial de la lucha por una conciencia socialista e internacionalista en la clase trabajadora. Lenin, en particular, escribió numerosos artículos sobre este tema e insistió en una línea bolchevique intransigente en la lucha contra el antisemitismo (Ver también: Antisemitismo y la Revolución rusa)

Muy conscientes de los prejuicios antisemitas, particularmente en la población rural, que se prestó a sí misma a la manipulación y a la movilización por fuerzas contrarrevolucionarias opuestas al Ejército Rojo, el liderazgo militar soviético persiguió drásticamente a todos los culpables de crímenes contra los judíos. El temprano Gobierno soviético también hizo significativos esfuerzos para distribuir literatura educativa sobre el tema, incluyendo a la población rural. A lo largo de los 1920, la Unión Soviética fue el único estado en el mundo que patrocino escuelas en yiddish, así como instituciones académicas dedicadas especialmente al estudio de la historia, cultura y lengua judía.

Por esta razón, los bolcheviques y la Unión Soviética establecieron su inmensa autoridad y prestigio entre las masas judías internacionalmente. Eso también fue el por qué las políticas antisemitas perseguidas por los Gobiernos estalinistas después de la guerra produjeron tanta incredulidad y horror.

Tan profundo cambio no puede ser explicado sin una discusión en el surgimiento del estalinismo. Las semillas para la resurrección del antisemitismo fueron puestas con la creciente orientación nacionalista de la política soviética, tanto doméstica como foránea, en la base del programa estalinista del “socialismo en una nación”. Aunque sólo con reticencia y lentamente, los estalinistas desplegaron antisemitismo en su lucha contra la Oposición de Izquierda bajo el liderazgo de León Trotsky, el cual se opuso a la traición nacionalista de la revolución e insistió en una orientación hacia una revolución socialista mundial.

León Trotsky

La asociación entre la Oposicion de Izquierda “Judia” y su programa de internacionalismo revolucionario fue la base política para el resurgimiento del viejo discurso nacionalista y antisemita del “Judío cosmopolita y sin raíces”. Precisamente porque el estalinismo representa, no una extensión, sino una reacción, contra la revolución comunista de 1917, el mito judeo-bolchevique encontró una base fértil entre los partidos y burocracias estalinistas.

Explicando este desarrollo en 1937, Trotsky señaló la larga tradición de chauvinismo ruso, el cual ha estado históricamente asociado con el antisemitismo, entre el campesinado ruso, secciones de la intelligentsia y de la pequeña burguesía urbana, así como en las capas más atrasadas de la clase trabajadora. Fueron estas capas que la burocracia deliberadamente avivó y movilizó contra la Oposición de Izquierda. Trotsky escribió:

Con el fin de demostrar más agudamente a los trabajadores las diferencias entre el ‘viejo’ curso y el “nuevo”, los judíos, incluso siendo completamente devotos a la línea general, fueron removidos del partido político de los puestos soviéticos y de responsabilidad. No solo en la nación sino en las fábricas de Moscú el hostigamiento a la Oposición en 1926 a menudo asumió un minuciosamente obvio carácter antisemita. Muchos agitadores dijeron descaradamente: “Los judíos se están amotinando”. Yo recibí cientos de cartas lamentando los métodos antisemitas en la lucha contra la Oposición. En una de las sesiones del Politburó le escribí a Bujarin una nota: “No se puede evitar saber que incluso en Moscú en la lucha contra la oposición, se utilizaron métodos demagogos de las centenas negras (antisemitismo, entre otros)”. Bujarin me respondió evasivamente en la misma pieza de papel: ‘Los casos individuales, por supuesto, son posibles’...

En los meses de preparaciones para las expulsiones de la Oposición del partido, los arrestos, los exilios (en la segunda parte de 1927), la agitación antisemita asume un carácter completamente desenfrenado. La consigna, “Derrota la Oposición”, a menudo tomaba el aspecto de la vieja consigna “Derrota a los judíos y salva a Rusia”. El asunto llegó tan lejos que Stalin se vio obligado a hacer una declaración impresa en la que declaraba: “Luchamos contra Trotsky, Zinóviev y Kámenev no porque sean judíos sino porque son oposicionistas”... Para toda persona que piense políticamente esta declaración equivocadamente consciente, dirigida contra los “excesos” del antisemitismo, al mismo tiempo lo nutrió con completa premeditación. “No olviden que los líderes de la Oposición son —judíos”. Este fue el significado de la declaración de Stalin, publicada en todos los diarios soviéticos.

La cuestión del antisemitismo resurgió con fuerza durante el Gran Terror de los años 30, algo que Hanebrink omite por completo. El terror liquidó prácticamente todo el cuadro y la dirección del Partido Bolchevique de 1917: unos 30,000 opositores de izquierda y cientos de miles de revolucionarios, intelectuales y trabajadores marxistas de toda Europa, incluyendo Alemania, Polonia, Yugoslavia y los estados bálticos.

Los juicios de Moscú de 1936 y 1937 contra los líderes más prominentes de la Revolución de Octubre tuvieron un claro trasfondo antisemita, como Trotsky señaló en su momento: De los 16 acusados en el primer juicio de Moscú, no menos de 10 eran judíos; en el segundo, 8 de los 17 acusados eran de origen judío. Además, en las denuncias de Lev Sedov, hijo de Trotsky y colaborador cercano, el cual fue asesinado en París por un agente estalinista, la prensa soviética empezó a usar de repente el nombre "Bronstein", un nombre que Lev Sedov nunca había usado, pero que se había convertido en una palabra clave para calumnias antisemitas contra Trotsky y el trotskismo.

Los acontecimientos posteriores confirman plenamente el análisis de Trotsky. Un desertor reveló más tarde que en 1939, un decreto confidencial del Comité Central del partido restableció las cuotas para la admisión de judíos en las instituciones educativas. (Estas cuotas se convertirían eventualmente en una política de estado oficial en la Unión Soviética.) También se expulsó a los judíos de los principales órganos representativos del gobierno soviético y de su cuerpo diplomático.

Grossman en 1945

Estas tendencias se vieron exacerbadas por la guerra. Aunque los periodistas del Ejército Rojo fueron los primeros en documentar e informar sobre el genocidio de la población judía de Europa Oriental por parte de los nazis, muchos de sus informes se publicaron sólo en forma censurada. El "Libro Negro" de los judíos de Europa Oriental, compilado por los escritores y periodistas Vasily Grossman e Ilyá Ehrenburg, fue la primera documentación completa del Holocausto en Europa Oriental. Sin embargo, casi tan pronto como se imprimió en la URSS en 1946, se prohibió y se destruyeron copias impresas.

Sin embargo, aunque la discriminación antisemita se integró cada vez más en la política del Estado, todavía no había una agitación abierta de carácter antisemita. Además, como reconoce Hanebrink, para las masas de trabajadores e intelectuales, incluidos los supervivientes del Holocausto, el hecho de que el Ejército Rojo hubiera liberado a los campos de exterminio nazis y a Europa Oriental en su conjunto del fascismo, aumentó enormemente el prestigio de la Unión Soviética.

En Polonia, el gobierno estalinista siguió inicialmente un curso que difiere marcadamente de su posterior política abiertamente antisemita. A los judíos no sólo se les concedieron los mismos derechos democráticos. Hasta 1948, el gobierno también permitió una importante autonomía cultural, patrocinó varios programas culturales en yiddish y apoyó el trabajo del Comité Central de los judíos de Polonia, que, entre otras cosas, descubrió el archivo oculto del trabajo subterráneo de Emanuel Ringelblum en el Gueto de Varsovia.

El cambio hacia el antisemitismo abierto en la URSS y en toda Europa Oriental sólo se produjo con el estallido de la Guerra Fría en 1947-48. En la Unión Soviética, Stalin lanzó una serie renovada de purgas, esta vez de carácter abiertamente antisemita, dirigidas sobre todo a los intelectuales.

Lo que quedaba de la vida yídish en la URSS fueron destruidos, con la disolución del Comité Antifascista Judío por parte del Estado y el asesinato de su jefe, el actor Solomon Mikhoels, en 1948; y el subsiguiente asesinato de los principales escritores yídish de la URSS. Los judíos fueron retratados como “cosmopolitas” y “sionistas”. En Checoslovaquia, Rumania, Yugoslavia, Hungría y otros países se produjeron acontecimientos similares. (Al mismo tiempo, la Unión Soviética apoyó la fundación del Estado de Israel, dejando claro que no se trataba de antisionismo, sino de antisemitismo.) Las purgas no terminaron hasta la muerte de Stalin en marzo de 1953.

Las purgas se produjeron en condiciones de grave crisis social y política. Durante años después de la guerra, la gran mayoría de la población soviética y de Europa Oriental siguió viviendo en la inanición o al borde de la inanición, mientras que la burocracia gozaba de grandes privilegios sociales. La causa subyacente de las purgas fue el profundo temor dentro de la burocracia de que estas condiciones llevaran a un resurgimiento de las tendencias izquierdistas dentro de la intelligentsia y la clase obrera que se dirigirían contra la burocracia estalinista. Como George Kennan, el arquitecto de la política imperialista estadounidense en la Guerra Fría, reconoció muy bien, "Trotsky, y todo lo que Trotsky representaba, era el verdadero miedo de Stalin".

Líderes de la Unión por la Lucha por la Causa de la Revolución

Y, de hecho, a finales de la década de 1940 y principios de la de 1950, surgieron en la URSS una serie de grupos juveniles de izquierda. Varios de estos grupos proclamaron como su programa y exigen el retorno de la URSS y del partido al "verdadero leninismo" que consideraban que el partido había traicionado. Políticamente, el más significativo fue la Unión de la Lucha por la Causa de la Revolución, que buscó alinear su programa con las perspectivas de León Trotsky, aunque casi ninguno de sus escritos estaba disponible para ellos.

Fundada en 1950 por un grupo de jóvenes de 16 y 17 años, leyeron Marx, Engels, El E stado y la R evolución de Lenin y Diez as que S acudieron al M undo, de John Reed. Su líder, Boris Slutsky, era el hijo de un partidario de Trotsky, que había caído en la Segunda Guerra Mundial. A través de la biblioteca de su padre, Slutsky había conseguido el testamento de Lenin, así como escritos de Trotsky a quien, según uno de los miembros sobrevivientes de ese grupo, consideraba la "figura histórica más grande". Slutsky estaba decidido a dedicar su vida a la “lucha contra el estrato estatal soviético existente y a la resurrección de la verdad histórica sobre Trotsky” que había “sufrido por la causa de la revolución mundial”. El objetivo del grupo era “preparar al cuadro para la inminente revolución mundial”. [2]

El grupo fue reprimido violentamente y sus líderes fueron ejecutados en 1952. Varios de sus miembros eran judíos, y los registros de los interrogatorios muestran que para la NKVD, las acusaciones de "trotskismo" y "cosmopolitismo" estaban estrechamente entrelazadas.

Motivaciones y dinámicas políticas similares subyacen a las campañas antisemitas de las burocracias de toda Europa Oriental. La promoción virulenta del antisemitismo, especialmente en Polonia, siempre coincidió con un resurgimiento de las luchas de la clase obrera: ya sea en 1956 –el año de la Revolución Húngara y un levantamiento en Polonia– o en 1968, cuando una ola de luchas de la clase obrera a nivel internacional sacudió tanto al imperialismo como a las burocracias estalinistas.

En otras palabras, no fue a pesar del hecho de que el "comunismo" se derrumbó que el "mito judeo-bolchevique" permanece vivo y en buen estado. Al contrario: fue precisamente porque, en forma de estalinismo, se produjo una contrarrevolución nacionalista, dirigida contra el programa marxista e internacionalista de la revolución de 1917, que se permitió que las fuerzas antisemitas y nacionalistas persistieran y prosperaran en los países gobernados por los estalinistas. Y fue porque no se derrumbó el "comunismo", sino el estalinismo, que el espectro de la revolución socialista volvió a perseguir a la burguesía, incitándola, una vez más, a recurrir a promover la combinación tóxica del fascismo, el anticomunismo y el antisemitismo.

Este proceso comenzó en la década de 1980. La segunda mitad de los años ochenta estuvo marcada, no sólo por la crisis terminal de los regímenes estalinistas en Europa Oriental y la Unión Soviética, que la burocracia resolvió aplastando los últimos restos de los estados obreros deformados y degenerados y restaurando el capitalismo. Paralelamente a este proceso, se estaban produciendo cambios ideológicos fundamentales dentro de la burguesía y la intelectualidad académica. Hanebrink los insinúa, con su muy breve discusión sobre el "Historikerstreit" en Alemania y el debate sobre el libro de Arno Mayer: Por qué no se oscurecieron los cielos (1988), pero su relato sigue siendo fundamentalmente inadecuado.

En el Historikerstreit de los años ochenta, el historiador alemán Ernst Nolte utilizó deliberadamente los mismos argumentos que los nazis habían usado para justificar sus propios crímenes: que sus políticas constituían una respuesta necesaria y legítima a la amenaza del bolchevismo "asiático". Los crímenes de los nazis, escribió Nolte, constituyeron una "reacción de miedo a los actos de aniquilación que tuvieron lugar durante la Revolución Rusa". Aunque Nolte y sus partidarios perdieron el Historikerstreit en la década de 1980, como señala Hanebrink, sus argumentos revisionistas se han convertido en la base ideológica de poderosas tendencias dentro de las burguesías y gobiernos nacionales en toda Europa Central y Oriental desde la década de 1990. Son fundamentales para la visión y la propaganda de extrema derecha de gobiernos nacionalistas como el gobierno de Orbán en Hungría y el del Partido de la Ley y la Justicia (PiS) en Polonia.

Hoy, en la propia Alemania, una figura como Jörg Baberowski de la Universidad Humboldt de Berlín puede proclamar que "históricamente Nolte tenía razón", sin encontrar ningún tipo de oposición por parte del mundo académico y de los medios de comunicación. Es una grave mancha en el libro de Hanebrink que ni siquiera menciona el nombre de Baberowski, o el neofascista Alternative für Deutschland (AfD) que se ha convertido deliberadamente en el principal partido de la oposición en el parlamento alemán. [3]

El hecho de que este tipo de revisionismo neofascista abierto se haya establecido no es menor que el dominio de las concepciones y narrativas antimarxistas y antisocialistas del siglo XX, incluidas las fuentes del fascismo y el antisemitismo. También en este sentido, los años ochenta fueron un punto de inflexión. Los despiadados ataques de figuras como Daniel Goldhagen y Christopher Browning en Por qué no se oscurecieron los cielos, de Arno Mayer, que Hanebrink resume muy brevemente, y sin tomar una posición clara sobre ellos, fueron sintomáticos de un cambio mucho más amplio.

Explotando ciertas debilidades en el relato de Mayer, que insistía en que la motivación principal para el genocidio de los judíos europeos por parte de los nazis era su antibolchevismo, Browning y Goldhagen negaron vehementemente que existiera cualquier relación entre el ascenso de los nazis y su odio genocida hacia los judíos, y la reacción de la burguesía contra la amenaza de la revolución socialista y el movimiento obrero marxista.

A mediados de la década de 1990, Browning intentó retratar el Holocausto como el resultado de las acciones y pensamientos de los "hombres comunes" en la "sociedad moderna". Mientras tanto, Goldhagen, en su libro Ejecutores Dispuestos, afirmaba que el Holocausto había sido un "proyecto nacional alemán", apoyado e implementado por "alemanes corrientes". Desde entonces, estas concepciones completamente ahistóricas y antimarxistas han llegado a dominar los círculos académicos. Han hecho mucho para desarmar a los trabajadores e intelectuales frente a la avalancha de fuerzas fascistas, incluso en las universidades. [4]

En este contexto, el intento de Hanebrink de llamar la atención, una vez más, sobre la conexión entre la contrarrevolución y el antisemitismo tiene cierta importancia. Sin embargo, este intento es, en última instancia, poco entusiasta: al no ir más allá del marco del anticomunismo y del antimarxismo que prevalece en la academia, el relato de Hanebrink no sólo es inadecuado y defectuoso, sino que sigue siendo ineficaz, frente a las mismas fuerzas derechistas a cuya ideología y resurgimiento trata de hacer frente.

Aunque el libro de Hanebrink merece ser leído, debe ser visto, sobre todo, como un medio para fomentar una mayor investigación sobre los orígenes políticos e ideológicos del antisemitismo moderno y el camino a seguir en la lucha contra el fascismo en la actualidad. Esto requerirá un examen mucho más serio y profundo que el proporcionado por el propio Hanebrink.

Notas finales

1] Tumanova, Alla, "Shag vpravo, shag vlevo", en: I. A. Mazus (ed.), Poka svobodoiu gorim. O molodezhnom antistalinininskom dvizhenii kontsa 40-kh - nachala 50-kh godov, Moskva: Nezavisimoe izdatel'stvo "Pik" 2004, pp. 223, 337.

2] Ernst Nolte, "¿Entre la leyenda histórica y el revisionismo? ¿Para siempre en la Sombra de Hitler? Documentos originales del Historikerstreit, la controversia sobre la singularidad del Holocausto, traducido por James Knowlton y Truett Cates. Nueva Jersey: Humanities Press 1993, pág. 14.

3] Cabe señalar que Paul Hanebrink no respondió a un correo electrónico del WSWS, llamando su atención sobre una subvención de 300.000 dólares que la Universidad de Princeton proporcionó recientemente al proyecto de Baberowski sobre "dictaduras en transición". Ver también: La Universidad de Princeton provee $300,000 en fondos para el historiador y propagandista de derecha Jörg Baberowski.

4] Para un análisis de Goldhagen, ver David North. "El mito de los alemanes comunes: Una reseña crítica de Los verdugos dispuestos de Hitler Daniel Goldhagen" en La Revolución Rusa y el inconcluso siglo XX, Mehring Books 2014, pp. 277-300.

(Publicado originalmente en inglés el 8 de julio de 2019)

Loading