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Perspectiva

Reporte sobre cambio climático advierte de un mundo al borde de un precipicio

Los reportes de la semana pasada del Panel Intergubernamental de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático y el Instituto de Recursos Mundiales apuntan al aumento en el riesgo de una catástrofe ambiental inducida por el cambio climático, infligiendo un sufrimiento incalculable a miles de millones de personas.

El reporte de la ONU, “El cambio climático y la tierra”, demostró que 821 millones de seres humanos que ya sufren hambre se enfrentan al peligro de morir de inanición debido a que la tierra de la cual dependen para su supervivencia está perdiendo su habilidad para tener infraestructura agrícola. Estos hombres, mujeres y niños son parte de los 3,2 mil millones de personas que están viviendo en áreas que se erosionarán, inundarán y se convertirán en desiertos o quedarán destruidas por incendios, huracanes o ciclones en las próximas décadas.

El proyecto de Acueductos del Instituto de Recursos Mundiales reportó que 17 países en Oriente Próximo, el norte de África y el sur de Asia donde habita un cuarto de la población mundial están en peligro de perder su acceso a agua dulce. Este escenario del “Día Cero” causaría sequías que son cuatro veces más costosas que las inundaciones —destruyendo cultivos, causando apagones, aumentando el peligro de enfermedades prevenibles y causando migraciones masivas de cientos de millones de personas, poniendo presión sobre la provisión de agua en partes cada vez más extensas del mundo—.

Sin duda, el calentamiento global causado por más de un siglo de quema de carbón, petróleo y gas natural ha engendrado estas crisis sociales. La transformación de las tierras arables en desiertos, la desaparición de las áreas costales por la subida en el nivel del mar, y el hundimiento de ciudades por el derretimiento del permafrost han sido todos vinculados a los cientos de estudios sobre el cambio climático. Estos son parte de procesos más amplios que han producido olas más intensas de calor en la última década y el derretimiento más rápido de los glaciares.

Tales tendencias están en línea con numerosas predicciones hechas desde 1896 que muestran que la quema de combustibles fósiles y la consecuente liberación de dióxido de carbono calientan la superficie del planeta. Esto se vio reflejado en un periódico corto de 1912 de Nueva Zelanda que afirma que los dos mil millones de toneladas de carbón siendo quemados cada año estaban añadiendo aproximadamente siete mil millones de toneladas de dióxido de carbono en la atmósfera, lo que “tiende a hacer que el aire sea una cobija más efectiva para la tierra y aumente su temperatura”.

Estos estimados tempranos de las emisiones de gases de efecto invernadero han sido verificadas y actualizadas cada año desde 1958, cuando la estación de mediciones en el observatorio Mauna Loa en Hawái comenzó a registrar un aumento continuo en la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera de la tierra. Como un reloj, la liberación de más y más gases de efecto invernadero en la atmósfera ha anticipado un aumento en la temperatura promedio del planeta, una tendencia que se ha estado intensificando desde los años ochenta.

Lo preocupante en la era moderna es que el clima de la Tierra está entrando en una etapa cualitativamente diferente. Por el último cuarto de siglo, la actividad industrial de la humanidad ha rivalizado la influencia de procesos geofísicos en los cambios en el ambiente de la Tierra. Un artículo publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States (PNAS) intitulado “Trayectorias del sistema terrestre en el Antropoceno” prevé que los cambios actuales en el clima terrestre se acelerarán.

El calentamiento global, predice el estudio, está alimentando otros procesos geofísicos que no están directamente relacionados con las emisiones de dióxido de carbono, como la liberación masiva de metano del permafrost según se derrite. Esta convergencia amenaza con producir una “Tierra invernadero”, en la que el calentamiento global se acelere y no esté directamente relacionado con la quema de combustibles fósiles. Tal escenario sería exponencialmente más difícil de contener para las técnicas modernas científicas.

Las consecuencias de tal acontecimiento serían catastróficas. Los eventos meteorológicos extremos de la última década solo serían los precursores de más devastadoras tormentas, olas de calor más largas, sequías más secas e incendios forestales interminables. Los corales en todo el mundo se morirían, eliminando partes significativas de la cadena alimentaria. El derretimiento de los glaciares y el aumento en los niveles marítimos inundarían toda ciudad costeña en el planeta, el hogar de aproximadamente una tercera parte de la población mundial, potencialmente ahogando a miles de millones de personas. Al menos un mill ón de especies en la Tierra morirían y porciones continentales de la superficie mundial se volverían inhabitables.

El reporte de PNAS es uno de los muchos publicados en la última década que llama a reorganizar la producción energética mundial y la infraestructura de transporte y a desarrollar nuevas tecnologías que detengan inmediatamente las emisiones de carbono. Estos datos no han prevenido que el presidente estadounidense Trump recorte el gasto en investigaciones climatológicas en varias agencias federales, hasta un 84 por ciento en presupuesto solicitado para el año fiscal 2020.

Los neandertales políticos en la Casa Blanca y sus copensadores fascistizantes en el resto del mundo, como Jair Bolsonaro en Brasil, no ven en las muertes de miles de millones de hombres, mujeres y niños un evento catastrófico, sino como el precio de hacer negocios para enriquecerse más a ellos mismos y a sus compañeros oligarcas.

Esto no significa que los políticos como Alexandria Ocasio-Cortez y su “Nuevo trato verde” ofrezcan solución alguna a la crisis climática. Plantean el problema como uno que puede resolverse sobre una base completamente nacional, como si el flujo de aire en la atmósfera pudiera detenerse para los controles aduaneros. Incluso el tan aclamado Acuerdo de París, supuestamente un acuerdo internacional para frenar el cambio climático, fue tan inadecuado como inservible, como lo demostró el retiro de Trump dos años luego.

Al mismo tiempo, las medidas propuestas por las élites gobernantes son vistas como armas contra sus rivales geopolíticos. Los esquemas de comercio de carbono promovidos por las Naciones Unidas están dirigidos en menor medida a limitar las emisiones de gases de efecto invernadero que a proveer nuevos medios para que los viejos países industrializados socaven a las economías en desarrollo, las cuales queman muchísimo carbón y petróleo para impulsar sus economías. Tales esquemas han desempeñado un papel clave en los esfuerzos de Estados Unidos para contener y debilitar China.

Un número de candidatos presidenciales demócratas, como Cory Booker, John Delaney, Jay Inslee y Pete Buttegieg están prometiendo la creación de “cuerpos climáticos” como una extensión del “Nuevo trato verde”. De esta manera están buscando movilizar a los jóvenes a defender la “seguridad nacional” de EUA detrás del disfraz de combatir el cambio climático. El concepto ha sido promovido como una versión del siglo veintiuno de los Cuerpos de Paz y una herramienta de “poder suave” contra Rusia y China.

Las actitudes de los representantes supuestamente “progresistas” de la clase gobernante demuestran que no existe entre ellos ninguna base de apoyo a atender el calentamiento global. Operan dentro de los límites del sistema de Estado nación y nunca desafían el control privado de la producción, los dos factores principales que bloquean el camino de una transformación internacional y científicamente guiada de las relaciones y métodos económicos para detener y revertir las emisiones de carbono.

Esto demuestra, como indicó proféticamente Frederick Engels en El papel del trabajo en la transformaci ó n del mono en hombre: “Todos los modos de producción que han existido hasta el presente solo buscaban el efecto útil del trabajo en su forma más directa e inmediata. No hacían el menor caso de las consecuencias remotas, que solo aparecen más tarde y cuyo efecto se manifiesta únicamente gracias a un proceso de repetición y acumulación gradual… En relación tanto con la naturaleza como la sociedad, el modo actual de producción está predominantemente preocupado solo con el resultado inmediato y más tangible”.

Como si fuera para hacer hincapié en el análisis de Engels, el Reporte Carbon Majors de 2017 mostró que el 70 por ciento de todas las emisiones de gases de efecto invernadero entre 1988 y 2015 provino de solo 100 empresas. Un reporte de Oxfam publicado para coincidir con la firma del Acuerdo de París mostró que el 10 por ciento más rico de la población es responsable del 50 por ciento de las emisiones de dióxido de carbono del mundo y que el 50 por ciento más pobre es responsable del 10 por ciento de emisiones.

Estos estudios exponen que las declaraciones hechas por políticos burgueses, los medios corporativos, los posmodernistas y los grupos pseudoizquierdistas de que el calentamiento global es causado por los “estilos de vida”, las “dietas” y la “cultura de consumo” de los trabajadores no son más que calumnias. El ambiente de la Tierra está siendo contaminado, envenenado y quemado por la clase capitalista y no se puede salvar al menos que esta capa social parasítica y destructiva sea abolida. La fuerza social que puede cumplir esta tarea es la clase obrera internacional. El método es la revolución socialista mundial.

(Publicado originalmente en inglés el 12 de agosto de 2019)

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