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Perspectiva

Cómo luchar por los derechos democráticos en Hong Kong

Desde principios de junio, han continuado las protestas masivas en Hong Kong en las que han participado hasta dos millones de personas exigiendo que el Gobierno pro-Beijing de la directora ejecutiva Carrie Lam retire su legislación sobre extradiciones, ponga fin a la violencia policial y permita elecciones por sufragio universal. Lam, con el respaldo del régimen del Partido Comunista Chino (PCCh), se ha rehusado a hacer más que suspender la legislación que hubiera permitido las extradiciones a China continental.

Después de casi tres meses de protestas continuas, la cuestión que enfrentan los trabajadores, jóvenes e intelectuales hongkoneses es cómo avanzar la lucha por los derechos democráticos. Esto asume una urgencia aún mayor según Beijing acumula a policías fuertemente armados y paramilitares en la ciudad de Shenzhen, a la par de Hong Kong, amenazando con suprimir violentamente las manifestaciones.

Las prolongadas protestas, las cuales también están siendo impulsadas por un malestar más amplio sobre la flagrante desigualdad social y la falta de acceso a viviendas asequibles y trabajos decentes, son parte del resurgimiento global de la clase obrera, como ha sido expresado en el movimiento de “chalecos amarillos” en Francia, las manifestaciones masivas en Puerto Rico y un movimiento huelguístico cada vez más grande en todo el mundo.

Los trabajadores y jóvenes que luchan por los derechos democráticos en Hong Kong deben girar hacia este movimiento global en marcha de la clase trabajadora, la única fuerza social capaz de librar una lucha consistente por la democracia. La respuesta de las clases gobernantes en cada país al resurgimiento de la lucha de clases es virar hacia medidas policiales-estatales y la promoción de fuerzas ultraderechistas y fascistizantes.

Los trabajadores en Hong Kong necesitan apelar particularmente a sus hermanos y hermanas de clase en China que se enfrentan al mismo enemigo de clase: el régimen estalinista en Beijing, el cual no es ni socialista ni comunista, sino que defiende los intereses de la élite corporativa y los superricos.

La clase obrera debe rechazar las mentiras difundidas por Beijing de que las protestas de Hong Kong son el producto de un puñado de extremistas radicales o la “mano negra” del imperialismo estadounidense. Estas afirmaciones se desmienten por el hecho de que han participado millones de personas. Más allá, reconociendo que podrían enfrentarse a una oposición de masas internamente, la respuesta de Washington y sus aliados ha sido generalmente de simpatía, no hacia los manifestantes, sino hacia Beijing.

La principal debilidad política de las protestas en Hong Kong ha sido la ausencia de una dirección de la clase trabajadora que lucha por un programa que exprese sus intereses de clase —el internacionalismo socialista—. Como resultado, el movimiento de protesta ha estado políticamente dominado por partidos, grupos y sindicatos procapitalistas, enfocados estrechamente en los intereses provincianos de Hong Kong.

Sus demandas han sido definidas por el Frente Civil de Derechos Humanos, conformado por un conjunto de ONG, partidos políticos y grupos asociados a la agrupación pandemócrata del Consejo Legislativo hongkonés. La oposición pandemócrata representa los intereses de capas de la élite corporativa de la ciudad preocupadas sobre la intromisión de Beijing, pero que son profundamente hostiles a un movimiento de la clase obrera que amenace sus ganancias y negocios.

Decenas de miles de trabajadores participaron en una huelga general el 5 de agosto —la primera en décadas— de forma independiente de los sindicatos. La Confederación de Sindicatos (CTU, por sus siglas en inglés), la cual está alineada con los pandemócratas, apoyó nominalmente la huelga general, pero no hizo un llamado a un paro laboral entre sus casi 200.000 miembros. Los grupos pseudoizquierdistas, como Acción Socialista, el cual está afiliado con el Comité por una Internacional de los Trabajadores, han buscado ante todo mantener a los trabajadores encadenados a los sindicatos procapitalistas y los partidos oficiales de la oposición.

La perspectiva de los pandemócratas es explotar las protestas para presionar a Beijing y a la Administración en Hong Kong a darles limitadas concesiones. Al hacer esto, también están apelando a las principales potencias, especialmente a Estados Unidos y a su antiguo poder colonial, Reino Unido, para que también apliquen presión al aparato del PCCh.

Ni Washington ni Londres tienen el menor interés de defender los derechos democráticos en Hong Kong o en ninguna otra parte. Bajo la bandera de los “derechos humanos”, Estados Unidos y sus aliados han librado guerras criminales de agresión en los Balcanes, Oriente Próximo y Asia Central y han instigado operaciones de cambio de régimen en un país tras otro.

Los trabajadores en Hong Kong no deben dirigirse ni a Washington ni a Londres, sino a los cientos de millones de trabajadores en ciudades chinas como Shenzhen, Shanghái y Beijing.

Las prolongadas protestas en Hong Kong ciertamente reflejan la determinación y la valentía, particularmente entre los jóvenes, a luchar por los derechos democráticos. Sin embargo, sin un giro hacia la clase trabajadora, las protestas terminarán en desastre —un podrido compromiso de los pandemócratas y el Frente Civil de Derechos Humanos o la represión sangrienta del movimiento a manos del régimen estalinista en Beijing y sus fuerzas de seguridad—.

Para unir a la clase obrera china, es esencial oponerse a toda forma de nacionalismo y chauvinismo, incluyendo tanto el patriotismo chino del PCCh como el provincialismo hongkonés. Este último asume formas particularmente viles entre los grupos ultraderechistas como Hong Kong Indigenous y Civic Passion, los cuales han realizado provocaciones violentas contra los “continentales”. No son los chinos continentales los que tienen la culpa de la falta de trabajos y los altos precios, sino el sistema capitalista opresivo que subordina todo aspecto de la vida a las ganancias empresariales.

A fin de luchar por los derechos democráticos y sociales, es necesario construir un partido de la clase trabajadora basado en el internacionalismo socialista. Esto requiere el esclarecimiento político de las experiencias estratégicas clave del siglo veinte, ante todo el papel traicionero del estalinismo y su variante china, el maoísmo. Fue la reaccionaria teoría estalinista del “Socialismo en un solo país” que fue responsable del Estado obrero deformado que emergió de la revolución de 1949. Tras conducir a China a un callejón sin salida, el PCCh alcanzó un acuerdo a partir de los años setenta con el imperialismo estadounidense y giró a la restauración capitalista. El PCCh preside hoy un régimen capitalista que defiende los intereses de un puñado de oligarcas ultrarricos.

El hecho mismo de que Hong Kong permaneciera como un enclave colonial británico en China demuestra que la voluntad del régimen maoísta a alcanzar un compromiso con el imperialismo. No cabe duda de que la clase obrera en Hong Kong en 1949 estuviera lista para librar una lucha por derrocar a los colonialistas británicos, pero el PCCh, con sus ejércitos persiguió la supresión de cualquier acción independiente de los trabajadores en todas las ciudades chinas. Casi medio siglo después, Reino Unido estuvo dispuesto a entregarle su colonia a Beijing, bien consciente de que no había dos sistemas, sino solo uno —el capitalismo en Hong Kong y China—.

Cualquiera que crea que el PCCh y sus sirvientes políticos en Hong Kong serán presionados para realizar reformas democráticas debería recordar los eventos de 1989 que llevaron a lo que es conocida como la masacre de la plaza de Tiananmen. Enfrentándose a un movimiento de masas, no solo de estudiantes sino de la clase trabajadora en Beijing y por toda China, el régimen estalinista no dudó en llevar a cabo una represión militar sangrienta.

Sin embargo, este resultado no era inevitable. El movimiento de masas involucró a millones de trabajadores que sacudieron al régimen hasta su centro. En las semanas críticas antes de la represión militar, lo que hizo falta en China, así como en Hong Kong hoy, fue una dirección revolucionaria, empapada de las lecciones derivadas de las traiciones del estalinismo. Esta es la necesidad urgente de hoy: construir una sección del Comité Internacional de la Cuarta Internacional, el movimiento trotskista mundial, que luchó por décadas contra el estalinismo y todas las formas de oportunismo.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 22 de agosto de 2019)

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