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Prefacio a la edición turca de La Revolución rusa y el siglo veinte inconcluso

Cuando se publicó este libro en 2014, la concepción de que la disolución de la Unión Soviética y de los regímenes estalinistas de Europa del Este representaban el triunfo irreversible del capitalismo todavía dominaba el discurso político. Por supuesto, la euforia y el triunfalismo burgueses de principios de la década de 1990 ya habían sido socavados sustancialmente por la debacle militar de la “guerra contra el terrorismo” de los Estados Unidos, la crisis económica de 2008, y el estallido de las manifestaciones de masas y huelgas que ocasionaron la caída del régimen de Mubarak en 2011. Pero aunque el “fin de la historia” que había sido predicho por Francis Fukuyama no se hubiera materializado, los estrategas de la burguesía —y especialmente los que trabajaban dentro de la comunidad académica— seguían desestimando la posibilidad del resurgir de un movimiento socialista de masas que amenazara la supervivencia del capitalismo mundial.

Pero los acontecimientos de los últimos cinco años han asestado un golpe demoledor a esta perspectiva complaciente y falsa. El sistema capitalista mundial se enfrenta a una crisis existencial. La renovación del interés por el socialismo y de su apoyo de masas —hasta en el bastión norteamericano del capitalismo global— se admite públicamente. La declaración histérica de Donald Trump, en la primavera de 2019, de que el socialismo nunca triunfará en los Estados Unidos, fue interpretada de manera generalizada como una expresión de miedo, y no de confianza en el futuro del capitalismo estadounidense. Las grandes contradicciones económicas, políticas y sociales que llevaron a guerras y revoluciones en el siglo veinte siguen siendo, en su esencia, los problemas centrales del veintiuno. Desde luego, las últimas décadas han sido testigo de progresos tecnológicos extraordinarios. Pero estos desarrollos solo han intensificado las contradicciones centrales que llevaron a las catástrofes del siglo pasado: a saber, la incompatibilidad de una economía mundial altamente interconectada con el sistema existente de los Estados nacionales; y el conflicto entre los procesos objetivos de la producción social y las relaciones de propiedad capitalista, basadas en la propiedad privada de los medios de producción. La perspectiva que inspiró la Revolución de Octubre de 1917 conserva una actualidad ardiente en la actual época histórica. La crisis global que surge de estas contradicciones históricas fundamentales solo se puede resolver mediante la conquista del poder político por parte del proletariado mundial.

David North hablando en la Universidad de Michigan

En el contexto de los orígenes históricos del moderno Estado turco, su lugar en la geopolítica internacional contemporánea, y las contradicciones económicas, políticas y sociales de este país vasto y complejo, la publicación de la edición turca de La Revolución rusa y el siglo veinte inconcluso es extremadamente oportuna. Las tareas “inconclusas” del siglo pasado dominan cada aspecto de la vida política contemporánea de Turquía.

La propia república turca actual es un producto de la crisis internacional desatada por la Primera Guerra Mundial. El Imperio Otomano, desgarrado por la inmensa presión económica y geoestratégica de las potencias imperialistas, había entrado en la vorágine de la Guerra Mundial en 1914 del lado de Alemania y Austria. La guerra dio como resultado la desintegración del régimen otomano. Las potencias imperialistas europeas victoriosas, Gran Bretaña, Francia e Italia, invadieron Turquía, junto con sus aliados griegos y armenios, decididos a proceder a la partición de Turquía y reducirla a un estatus colonial.

La joven república soviética, dirigida por Lenin y Trotsky, publicó los tratados secretos que revelaron los planes del imperialismo británico, francés y ruso para repartirse el Imperio Otomano. También acudió en ayuda de la lucha heroica de Turquía contra Londres y París. Sin embargo, la ayuda prestada por la Rusia soviética a Turquía no determinó el carácter de clase del Estado fundado por Mustafa Kemal Atatürk. La nueva Turquía se estableció sobre una base capitalista. Pero, como previó Trotsky en su teoría de la revolución permanente, el régimen burgués fue incapaz de resolver las intrincadas contradicciones internacionales y nacionales con las que se confrontan Estados con un desarrollo capitalista tardío en la época imperialista.

A pesar de todas las medidas desesperadas y opresivas tomadas para consolidar el gobierno burgués en Turquía y modernizar la economía, permanecen los mismos problemas históricos que produjeron la descomposición del régimen osmanlí y a los que se enfrentó el Estado establecido bajo Atatürk. Nunca fue capaz de escaparse del ciclo de dependencia ineludible de las principales potencias imperialistas, y del conflicto frustrado con estas. Se ve obligada a maniobrar entre las potencias imperialistas, y de esta manera se la obliga, en última instancia, a escoger entre una cantidad limitada de alternativas malas, antidemocráticas y contraproducentes. Las esperanzas del gobierno turco actual de poder, mediante relaciones con China y Rusia, para hacerse con un contrapeso confiable a la presión imperialista de los Estados Unidos y Europa, acabarán en nuevas decepciones.

Aquejada por la fragilidad de su Estado, la burguesía es incapaz de plantear una respuesta democrática y progresista a los agravios de las minorías nacionales dentro de Turquía, sobre todo, el pueblo kurdo. Pero la supresión de las aspiraciones democráticas de la minoría kurda expone no solo la inviabilidad del Estado capitalista existente en Turquía, sino la bancarrota histórica de todo el sistema del Estado-nación en todo Medio Oriente y Asia Central. El problema kurdo —en virtud del hecho de que su solución afecta el destino de una gran cantidad de Estados en la región— es de un carácter intrínsecamente internacional. Así, los esfuerzos por resolver esta “cuestión nacional” sobre una base nacional están condenados a fracasar. Esto se aplica no solo a las políticas perseguidas por los Estados burgueses en las regiones afectadas, sino a las estrategias de las diferentes organizaciones kurdas. Sus esfuerzos por alcanzar la autodeterminación están fatalmente comprometidos por sus tratos inescrupulosos, oportunistas y totalmente reaccionarios con los Estados Unidos y otras potencias imperialistas.

La disolución de la Unión Soviética por parte de la burocracia estalinista puso a Medio Oriente y al Asia Central en el medio de las operaciones mundiales contrarrevolucionarias del gobierno estadounidense y sus aliados imperialistas europeos. El coste humano, con millones de muertos y heridos, y decenas de millones de refugiados expulsados de sus casas, es abrumador. Irak, Afganistán, Libia, Siria y Yemen ya han sido devastados por esas intervenciones brutales.

Estas líneas están siendo escritas en Berlín, a exactamente ochenta años de la invasión de Polonia por parte de la Alemania nazi, iniciando así la segunda guerra imperialista mundial del siglo veinte. En la misma víspera de este sombrío aniversario, los líderes de las principales potencias imperialistas mundiales se reunieron en la cumbre del G7 en la ciudad turística francesa de Biarritz, que fue cerrada y rodeada por un pequeño ejército de policías antidisturbios para reprimir las protestas. Chocando entre sí por una multitud de problemas económicos, políticos y militares, estos líderes burgueses ni siquiera intentaron ponerse de acuerdo en una declaración conjunta de la cumbre. Era evidente para todo el mundo que estaban presidiendo un sistema social que es disfuncional y que se dirige rápidamente hacia un desastre económico y político.

En septiembre de 1939, el propio Trotsky abordó los enormes desafíos planteados a la clase trabajadora en una era de guerra y revolución social. Escribió, “La cuestión, en consecuencia, es como sigue: ¿Se abrirá paso la necesidad histórica objetiva a largo plazo en la consciencia de la vanguardia de la clase trabajadora, es decir, en el proceso de esta guerra y aquellos profundos impactos que debe engendrar, se formará una dirección revolucionaria genuina que sea capaz de dirigir el proletariado a la conquista del poder?”. Esta es la pregunta que hay que responder, no solo con palabras, sino en los hechos, en el siglo veintiuno.

Es mi esperanza que La Revolución rusa y el siglo veinte inconcluso contribuya a la construcción de una sección del Comité Internacional de la Cuarta Internacional en Turquía. Por fin, quisiera expresar mi aprecio por los camaradas de Sosyalist Eşitlik, que están trabajando en solidaridad política con el Comité Internacional, no solo por haber hecho posible la publicación de esta edición, sino también por sus esfuerzos decididos por llevar el programa del trotskismo, —o sea, del marxismo del siglo veintiuno— a los trabajadores y los jóvenes avanzados de Turquía.

David North

Berlín

Primero de septiembre de 2019

A ochenta años del estallido de la Segunda Guerra Mundial

(Publicado originalmente en inglés el 2 de septiembre de 2019)

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