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Perspectiva

El baño de sangre en Bagdad

La cifra de muertos en las protestas de masas que han sacudido Irak durante las últimas siete semanas superó los 330, con un estimado de 15.000 heridos. Los jóvenes iraquíes han seguido tomando las calles en desafío a la brutal represión para exigir empleos, igualdad social y un fin al régimen indescriptiblemente corrupto creado por la ocupación estadounidense tras la invasión criminal estadounidense de 2003.

La mayoría de aquellos asesinados sufrieron heridas de bala, incluso de ametralladoras y francotiradores, en ataques contra las multitudes al azar y contra líderes específicos identificados de las protestas. Otros han sufrido horrendas heridas mortales por las granadas de gases lacrimógenos de estilo militar que han sido disparadas a quemarropa. En algunos casos, los cartuchos de gas han quedado incrustados en los cráneos y pulmones de las víctimas. Además, se han utilizado cañones de agua hirviente contra las protestas.

Hay reportes de desapariciones forzadas, mientras los familiares de los que han muerto a tiros a manos de las fuerzas de seguridad se han visto obligados a firmar declaraciones indicando que las muertes fueron “accidentales” con tal de recibir los cuerpos de sus seres queridos.

Un manifestante herido es trasladado de urgencia a un hospital durante una manifestación en Bagdad, Irak, el sábado 26 de octubre de 2019. (Foto AP/Khalid Mohammed)

Esta brutalidad solo ha movilizado a capas cada vez mayores de la población, particularmente a secciones de la clase obrera iraquí, en las protestas antigubernamentales. En Bagdad, los manifestantes han logrado tomar control de tres puentes estratégicos sobre el río Tigris que conducen a la Zona Verde, la cual está fuertemente fortificada, con edificios gubernamentales, villas de altos oficiales, embajadas y las oficinas de contratistas militares y agencias extranjeras.

Al sur del país, los manifestantes han sitiado nuevamente el principal puerto iraquí en el golfo Pérsico de Umm Qasr, cerca de Basra, disminuyendo en más de la mitad su actividad. Los trabajadores petroleros anunciaron el domingo que realizarían una huelga general en apoyo a los manifestantes, mientras que varias columnas de trabajadores organizadas por los sindicatos iraquíes entraron en la plaza Tahrir para respaldar las protestas. En el corazón chiita al sur de Irak, los sindicatos docentes han encabezado un movimiento de huelga general que ha paralizado la mayoría de las ciudades.

Solo en las áreas predominantemente suníes del norte, en la provincia de Anbar y la ciudad de Mosul que quedaron hechas trizas durante la guerra de EE. UU. supuestamente contra el Estado Islámico de Irak y Siria, no ha habido protestas masivas en las calles. Esto no se debe a una falta de apoyo, sino por la amenaza de una ofensiva militar ante cualquier señal de oposición. Incluso aquellos en la región que han expresado su solidaridad en Facebook han sido arrestados por las fuerzas de seguridad, mientras que las autoridades han dejado en claro que cualquiera que se oponga al Gobierno será tratado como “terrorista” y simpatizante del Estado Islámico.

Si en Rusia, China, Venezuela o Irán ocurriera este grado de rebelión popular de masas y represión asesina, dominaría la prensa corporativa en EE. UU. Pero los eventos en Irak han sido prácticamente ignorados por los medios principales. Esto sin duda no se debe a la falta de interés popular en el país.

Después de todo, aproximadamente dos millones de tropas estadounidenses, empleados civiles del Gobierno y contratistas privados fueron a Irak entre la invasión de EE. UU. de 2003 y el retiro de la mayor parte de las tropas estadounidenses por parte del Gobierno de Obama en 2011. Aproximadamente 4.500 efectivos estadounidenses perdieron sus vidas ahí, mientras que decenas de miles volvieron heridos y con estrés postraumático. En apenas tres años, la intervención estadounidense fue reanudada con decenas de miles de soldados estadounidenses desplegados para retomar las ciudades perdidas por las fuerzas entrenadas y equipadas por EE. UU. ante el Estado Islámico.

La reacción de la prensa estadounidense ha consistido en un silencio culpable y desvergonzado. Los eventos en Irak ponen de relieve la abyecta criminalidad y el fracaso de todo el proyecto imperialista estadounidense en ese país, así que, entre menos se diga, mejor.

Aquellos que están llenando las calles son principalmente una generación formada por la invasión y ocupación estadounidenses, junto con la continua violencia. Vivieron lo que el World Socialist Web Site ha descrito como un “sociocidio”, la destrucción de toda una sociedad que, antes de 2003, era una de las más avanzadas de Oriente Próximo. El total estimado de muertos de la guerra criminal iniciada con base en mentiras de “armas de destrucción masiva” supera el millón, mientras que aproximadamente dos millones de personas fueron desplazadas.

El régimen cuyo fin exigen las protestas es el producto directo de la ocupación estadounidense, formado con una Constitución escrita por oficiales estadounidenses. Fue diseñado para servir la estrategia de dividir y conquistar de Washington, que organizó el Gobierno títere dividido por líneas sectarias, lo que ayudó a alimentar una sangrienta guerra civil con consecuencias devastadoras.

El primer ministro iraquí, Adil Abdul Mahdi es la personificación del régimen político corrupto y en bancarrota forjado por el imperialismo estadounidense. Inició su carrera como miembro del partido baazista en el poder en Irak bajo Sadam Huseín, procediendo a convertirse en un miembro líder del estalinista Partido Comunista de Irak. Luego se fue al exilio a Irán jurando lealtad al ayatolá Jomeini. Fue devuelto a Irak en tanques estadounidenses. Se unió al Gobierno títere creado por las autoridades de la ocupación estadounidense en 2004 como ministro de Finanzas.

Así como sus predecesores desde 2004, presidió el saqueo de la riqueza petrolera iraquí para enriquecer al capital extranjero, la oligarquía local y una capa de políticos corruptos y sus socios. Mientras tanto, en un país que presume los quintos mayores yacimientos de petróleo en el mundo, la tasa oficial de desempleo para los trabajadores jóvenes es de 25 por ciento, casi un cuarto de la población vive en condiciones de extrema pobreza y cientos de miles de jóvenes, incluyendo graduados universitarios, intenta entrar en el mercado laboral cada año sin éxito.

Irónicamente, tanto Washington como Teherán están opuestos a la demanda de los manifestantes de tumbar el régimen. EE. UU. e Irán han perseguido sus intereses respectivos por medio del Gobierno de Mahdi, incluso mientras el imperialismo estadounidense lucha por cambiar el régimen iraní y eliminar lo que ve como un obstáculo a la hegemonía estadounidense en la región rica en petróleo de Oriente Próximo.

El Departamento de Estado de EE. UU., preocupado principalmente por asegurar las bases estadounidenses en las que miles de tropas estadounidenses siguen operando en Irak, inicialmente guardó silencio sobre la sangrienta supresión de las protestas. Sin embargo, a fines del mes pasado, después de que se reportó que Irán había alcanzado un acuerdo con los principales partidos políticos iraquíes para apoyar que Mahdi permanezca en el poder y reprima la oposición en las calles, Washington comenzó a mencionar que hay que respetar las demandas de los manifestantes.

El Departamento de Estado emitió una amenaza indefinida de sanciones, sin mencionar a nadie en específico, pero indicando que cualquier oficial que coopere con Irán puede ser blanco. Por el momento, EE. UU. no tiene a nadie más apto para reemplazar a Mahdi y su grupo de ladrones. Son lo mejor que Washington pudo encontrar tras derrocar a Sadam Huseín.

El New York Times, la eterna herramienta de propaganda leal a los objetivos de las guerras estadounidenses, ayudó a promover la narrativa antiiraní publicando el lunes lo que llamó un “tesoro” de cables de inteligencia iraníes secretos mostrando los lazos iraníes de varios actores en el Gobierno iraquí. Una fuente presuntamente desconocida, quizás del mismo aparato de inteligencia estadounidense, le entregó los presuntos cables al Intercept, que se los pasó al Times.

Mientras EE. UU. persigue su agenda militar regional en Irak y el Gobierno iraní procura suprimir el malestar social que teme que podría —y con las recientes protestas contra los aumentos en el precio de la gasolina ya está ocurriendo— desbordarse sobre la frontera, el levantamiento en Irak pone de manifiesto un nuevo camino hacia adelante en Oriente Próximo. Las masas han tomado las calles para perseguir sus intereses de clases y luchar por la igualdad social contra una élite política que ha promovido divisiones sectarias.

Este movimiento debe ser armado con el programa del internacionalismo socialista por el que lucha el Comité Internacional de la Cuarta Internacional para unir a los trabajadores de todo Irak, Oriente Próximo e internacionalmente en la lucha por poner fin al sistema capitalista, la fuente de las guerras y la desigualdad social.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 19 de noviembre de 2019)

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