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Perspectiva

La máquina de propaganda de EE. UU. justifica el asesinato de Qasem Soleimani

Durante los últimos dos días, millones de personas marcharon en ciudades de todo Irán e Irak para condenar el asesinato de Qasem Soleimani. La respuesta al asesinato contradice la narrativa desarrollada por el Gobierno de Trump, el Partido Demócrata y la prensa para legitimar un acto ilegal de guerra.

A pocas horas del asesinato, la enorme máquina propagandística estadounidense comenzó a fabricar la última novedad de su teoría política interminable del “mal hombre”. Otro malhechor antiestadounidense había recibido su justo castigo.

Los cacareos idiotas y sadistas de Trump hallaron su inevitable coro. En declaraciones reproducidas cientos de veces en la televisión, Margaret Brennan, presentadora del programa “Face the Nation” de CBS, declaró, “Qasem Soleimani dirigió asesinatos masivos” y “mató a miles de personas en la región”. Este guion fue incorporado en las respuestas de incontables políticos, incluyendo los supuestos oponentes de Trump en el Partido Demócrata.

Los dolientes asisten a una ceremonia fúnebre para el general iraní Qassem Soleimani y sus camaradas, que fueron asesinados en Irak en un ataque con drones estadounidenses el viernes, en Teherán, Irán, lunes, 6 de enero de 2020. (Oficina del Líder Supremo Iraní vía AP)

La candidata presidencial Elizabeth Warren entonó: “Soleimani fue un asesino responsable de las muertes de miles”. El exvicepresidente Joe Biden añadió: “Merecía ser ajusticiado por sus crímenes contra las tropas estadounidenses y miles de inocentes en toda la región”.

A pesar de las reservas y preocupaciones sobre las consecuencias tácticas de la acción y la negativa de Trump de consultar con los apropiados líderes congresistas con autorización de seguridad y ofrecer pruebas de que EE. UU. se enfrentaba a un peligro inminente, no hubo ninguna protesta contra la flagrante criminalidad del asesinato, ni hablar de una denuncia por seleccionar a Soleimani.

La legitimización moral subyacente del asesinato es el elemento crítico de la narrativa política que no está siendo desafiado.

La razón es que presentar la vida del general mayor Qasem Soleimani con cualquier grado de honestidad requeriría reconocer el papel políticamente criminal y moralmente nocivo de Estados Unidos y sucesivos Gobiernos han desempeñado en subvertir los intereses del pueblo iraní y de todo Oriente Próximo por hasta 70 años.

En primer lugar, hay que señalar varios hechos básicos. Qasem Soleimani no era un terrorista ni asesino. Fue un alto oficial militar y líder político que viajó a Irak en capacidad oficial como representante diplomático de un Estado de 82 millones de personas.

Acababa de llegar a Irak para reunirse con el primer ministro iraquí y discutir las negociaciones de paz entre Irán y Arabia Saudita. “Supuestamente me reuniría con Soleimani en la mañana del día en que murió; vino para entregarme un mensaje”, dijo el primer ministro iraquí Adil Abdul-Mahdi al Parlamento del país el domingo

Abdul-Mahdi dijo que Trump le había agradecido personalmente por sus esfuerzos diplomáticos, dando la impresión de que Soleimani no estaba bajo la amenaza de ser atacado. A pesar de esto, en pocas horas, el general iraní está muerto, en lo que Abdul-Mahdi condenó como una grave violación de la soberanía iraquí.

Soleimani nació en una familia granjera el 11 de marzo de 1957. Cuando su padre se enfrentó a la bancarrota y un encarcelamiento por no pagar sus préstamos con el Gobierno, Soleimani se fue a trabajar en construcción a la edad de 13 para pagar las deudas de su familia.

En 1953, cuatro años antes de que Soleimani naciera, Estados Unidos había derrocado al Gobierno democráticamente electo de Irán e instalado la dictadura de Mohammad Reza Pahlavi, en un o de los golpes de Estado más notorios jamás organizados por la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Después de derrocar al líder nacionalista Mohammed Mossadegh, Estados Unidos instigó un reino de terror contra el Partido Comunista (Tudeh), que contaba con un apoyo de masas.

Miles y miles de trabajadores, intelectuales y jóvenes iraníes fueron enviados a las prisiones y caámaras de tortura de la policía secreta SAVAK.

SAVAK estuvo implicada, según la Federación de Científicos Estadounidenses, en “la tortura y ejecución de miles de prisioneros políticos”. Según la organización, sus métodos incluían “impactos eléctricos, latigueo, palizas, insertar vidrio roto y agua hirviendo por el recto, amarrando pesas a los testículos y extrayendo dientes y uñas”.

Irán, aliado con Israel, sirvió como el “gendarme del golfo Pérsico” de EE. UU. Baja la llamada “Doctrina Nixon”, EE. UU. envió enormes cantidades de armas al régimen del sha. Era visto, junto a Arabia Saudita, como uno de los “pilares gemelos” del dominio estadounidense en Oriente Próximo. Los envíos de armas estadounidenses a Irán aumentaron de $103,6 millones en 1970 a $552,7 millones en 1972. Estados Unidos estaba confiado de que el régimen de terror del sha era inexpugnable.

En diciembre de 1977, el presidente Jimmy Carter personalmente dijo en un brindis con el sha que “Irán es una isla de estabilidad en una de las áreas más conflictivas del mundo”.

Este fue el Irán en que Soleimani se crio y llegó a edad adulta.

Pero en el transcurso de 1978, un movimiento popular de masas recorrió el país. El intento del sha para mantenerse en el poder por medio de asesinatos masivos, impulsado por EE. UU., fracasó. El papel clave en la destrucción del régimen del sha lo desempeñó la clase obrera, particularmente por medio de huelgas que paralizaron el crucial sector petrolero de la economía iraní.

Debido a las traiciones del partido estalinista Tudeh, la dirección de la revolución pasó a manos del clero nacionalista bajo el ayatolá Ruhollah Jomeini. Pero no cabe duda de que la revolución fue alimentada por el odio hacia la opresión neocolonial estadounidense de Irán. Después del derrocamiento del sha y la llegada al poder del ayatolá Jomeini el 11 de febrero de 1979, Soleimani se unió a la Guardia Revolucionaria a los 22 años.

En septiembre de 1980, Estados Unidos instó a Irak, aliándose con el régimen de Sadam Huseín, para que atacará Irán, engendrando una devastadora guerra de ocho años que cobró más de un millón de vidas. Decenas de miles de iraníes murieron, incluyendo por medio del uso generalizado de armas químicas por parte de Irak y con la asistencia de EE. UU. Fue durante esa guerra que Soleimani emergió como una importante figura militar.

Decidido a prevenir la derrota de Irak, el Gobierno de Reagan le dio armas, apoyo logístico e información crítica a Irak. Pero su intervención más conocida contra Irán sucedió el 3 de julio de 1988. La Armada estadounidense apuntó deliberadamente a una aeronave civil y derribó el vuelo 655 de Iran Air, matando a todos los 290 pasajeros, incluyendo 66 niños. La guerra llegó a su fin un mes después.

La política de Qasem Soleimani era la de un nacionalista burgués. Pero, como oficial militar, participó en la defensa de un país históricamente oprimido. La realización “despiada” de sus responsabilidades como oficial militar fue, se podría asumir, una respuesta a sus experiencias en la guerra para contrarrestar las continuas amenazas de EE. UU. e Israel.

Los mismos voceros de la prensa que condenan a Soleimani como un asesino guardan silencio por los crímenes perpetrados por EE. UU. desde su invasión inicial de Irak en 1991, incluyendo las brutales sanciones del Gobierno de Clinton que mataron a cientos de miles.

Después de la segunda invasión e Irak en 2003, EE. UU. ha estado implicado en innumerables crímenes de guerra, desde tortura sadista y la violación de internos en la prisión Abu Ghraib, a la masacre en Faluya, la matanza masiva en la campaña en Mosul de 2017, dizque anti Estado Islámico, que incluyó los ataques del marine SEAL Edward Gallagher, quien acribilló a un adolescente herido hasta matarlo y posó junto a su cuerpo como si fuera un animal cazado.

En 2017, Trump comentó casualmente, “Tenemos a muchos asesinos. ¿Qué, creen que nuestro país es tan inocente?”. Dos años después tuiteó en octubre de 2019 que “millones de personas murieron” debido a las guerras estadounidenses en Oriente Próximo iniciadas bajo “una premisa falsa y ahora refutada, ARMAS DE DESTRUCCIÓN MASIVA”.

Pero, en lo que concierne a la prensa estadounidense, las acciones violentas del ejército estadounidense han de ser celebradas, como cuando aclamó al exsecretario de Defensa de Trump, James Mattis, el carnicero de Faluya conocido como “Perro rabioso”, tomando en broma su declaración de que “es divertido dispararles” a personas.

La prensa preparó el escenario para que Trump perpetrara el asesinato. El New York Times, el Washington Post y los otros principales diarios estadounidenses han justificado repetidamente los asesinatos extrajudiciales.

Hay un poema de Rudyard Kipling que concluye famosamente: “No somos gobernados por asesinos, solo sus amigos”.

Si estuviera vivo hoy, el poeta se vería obligado a cambiar la línea final para adaptarse a la realidad actual:

“El pueblo estadounidense está gobernado por asesinos, cuyos asesinatos son aprobados por sus amigos”.

(Publicado originalmente en inglés el 7 de enero de 2019)

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