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Perspectiva

La pandemia del coronavirus: un desastre global

El número de casos confirmados del brote de 2019-nCoV coronavirus que inició en la ciudad china de Wuhan ha superado los 43.000. El número de fallecidos es de al menos 1.013 y al menos 25 países tienen al menos a una persona con la enfermedad. Docenas de otros países están monitoreando a pacientes con fiebres y síntomas propios de la neumonía o preparándose para infecciones potenciales.

El brote ha excedió tanto el número de infecciones como de muertes de la epidemia del síndrome respiratorio agudo grave (SRAS) y continúa propagándose a pesar de las medidas de cuarentena impuestas por el Gobierno chino y a nivel mundial.

Estudiantes en línea para lavarse las manos y evitar contraer el coronavirus antes de su clase matutina en un colegio de Phnom Penh, Camboya, martes 28 de enero de 2020 (AP Photo/Heng Sinith)

Varias ciudades de China, especialmente Wuhan, el epicentro del nuevo coronavirus, permanecen bajo cierre parcial o total según el Gobierno busca contener la propagación. Millones de personas han permanecido en sus hogares y convertido grandes centros urbanos de China, incluyendo su ciudad más poblada, Shanghái, en verdaderos “pueblos fantasmas”. Aquellos que se aventuran a salir usualmente son los familiares de los infectados en busca de ayuda de hospitales abrumados o en busca de comida y otras necesidades para cuidar a los que ya fueron rechazados de las clínicas.

El brote del coronavirus se ha convertido en un desastre y una tragedia para decenas de miles de infectados y decenas de millones que permanecen en cuarentena, impactando a todo el mundo.

Ayer, Beijing y Shanghái anunciaron nuevos controles de movilidad a residentes y vehículos, incluso rastreos y cuarentenas a cualquier persona que estuvo en Wuhan o las otras áreas con alta infección en los últimos 14 días. Ambas ciudades se unieron a al menos otras 80 en 20 provincias que han impuestos cierres parciales o totales, afectando al menos a 103 millones de personas.

Al mismo tiempo, las jornadas laborales reanudaron ayer en China tras las vacaciones extendidas del Año Nuevo Lunar. A medida que la población viaja nuevamente, están haciéndolo bajo un escrutinio extraordinario. El Gobierno ha colocado cámaras infrarrojas para medir la temperatura corporal en las estaciones de transporte público, oficinas, fábricas y parques industriales. Se ha aconsejado no salir de casa sin una mascarilla facial. Múltiples ciudades, incluyendo Wuhan y Beijing, han creado zonas de cuarentena especiales donde las personas sospechadas de estar infectadas están siendo retenidas. Se han emitido amenazas de que las personas de infrinjan la cuarentena pueden enfrentarse a la pena capital.

Aún hay inquietudes de que las provisiones esenciales están escaseando en Wuhan y otras partes de la provincia de Hubei. Hasta la fecha, el Gobierno chino ha enviado a 17.000 médicos y más de 3.000 toneladas de provisiones a la provincia, lo que ha disminuido en parte la presión sobre los doctores y enfermeros, a pesar de que no hay suficientes camas en los hospitales. No obstante, lugares como Singapur, donde hay 45 casos confirmados, solo están considerando hospitalizar los peores casos. Si hospitalizamos y aislamos cada caso, nuestros hospitales van a estar abrumados”, admitió el primer ministro Lee Hsien Songon el sábado.

Los comentarios de Lee se produjeron al mismo tiempo en que emergieron reportes de que el virus probablemente se ha propagado más de lo que sabían los oficiales. Neil Ferguson, un experto en enfermedades infecciosas de la Universidad Imperial de Londres, escribió el domingo que “solo 10 por ciento o menos de todas las infecciones en China y una cuarta parte en los otros países están siendo detectadas. Una investigación publicada el lunes por el experto en enfermedades respiratorias de China, Zhong Nashan, teorizó que la incubación del nuevo coronavirus podría ser de hasta 24 días y no los 14 días reconocidos actualmente. Esta postura fue respaldada cuando un paciente de la provincia china de Henan fue diagnosticado como infectado después de pasar 17 días sin síntomas.

Ha habido grandes muestras de solidaridad de la población mundial desde la imposición de las medidas de cuarentena en China. Miles de páginas de Go Fund Me y otras similares han sido creadas para enviar dinero y provisiones a las áreas afectadas. Los doctores y profesionales médicos han comenzado múltiples esfuerzos para hallar una cura al 2019-nCoV mientras trabajan para cuidar y curar a los afectados. Asimismo, decenas de millones atrapados en las zonas de cuarentena han hecho todo lo posible para limitar la propagación, aislándose lo más posible, incluso cuando sus patrones les exigen que regresen al trabajo.

La simpatía de los trabajadores y jóvenes internacionalmente hacia China es aún más significativa en condiciones de crecientes antagonismos nacionales. En un comentario particularmente vicioso, el administrador de fondos de inversión Kyle Bass, tuiteó el domingo: “Deberíamos llevarnos nuestras provisiones a casa. Deen que el virus chino masacre las filas del GT [el periódico estatal Global Times] y el resto del Partido Comunista”.

El comentario de Bass apareció una semana después de que el secretario de Comercio, Wilbur Ross, presumiera que el brote del coronavirus podría socavar a China como competidora económica y darles a las empresas basadas en EE. UU. “otra cosa para considerar cuando revisen sus cadenas de suministro… Así que creo que ayudará a acelerar el regreso de empleos a América del Norte”. El Departamento de Comercio declaró directamente: “También es importante considerar las ramificaciones de hacer negocios con un país con una larga historia de encubrir los verdaderos riesgos a su gente y al resto del mundo”.

La respuesta del Gobierno estadounidense al coronavirus ha sido prohibir a los extranjeros que estuvieron recientemente en China a ingresar en el país, mientras colocan en cuarentena a sus propios ciudadanos por primera vez desde los años sesenta. Además, ha cobrado $1.000 como tarifa para repatriar a ciudadanos a EE. UU. y está cobrando presuntamente por cualquier tratamiento que requieran y por su estancia obligatoria en bases militares.

Las respuestas internacionalmente han seguido líneas draconianas similares. Por toda Asia, los negocios han colocado rótulos declarando que los ciudadanos chinos no son bienvenidos, obligando a las personas chinas que viven en el exterior a describirse como coreanos o “asiáticos” para obtener servicios esenciales. Los ciudadanos australianos en China que intentaban evacuar fueron enviados a la isla de Navidad, una instalación remota en el océano Índico construido para encarcelar a refugiados llamados “ilegales”.

Reino Unido declaró ayer que el coronavirus era una “amenaza inminente”, permitiéndole al Gobierno detener y poner en cuarentena a cualquier sospechoso de estar infectado.

En Brasil, que ha tenido ocho casos sospechosos, pero ninguno confirmado, el Gobierno derechista ya anunció una emergencia de salud pública. Aisló a 34 individuos en una base de la Fuerza Aérea que fueron repatriados de China, donde permanecerán durante los próximos 15 días. Una de las cosas que podrán hacer es ver la banda militar de la base tocar en vivo.

Las empresas farmacéuticas ya están buscando cómo lucrar de los intentos de hallar la cura. Las acciones de algunas ya aumentaron hasta 110 por ciento después de anunciar sus equipos para desarrollar la vacuna. Ya están apurándose, pero no para proteger a seres humanos, sino para obtener la mayor porción posible del mercado de salud global de $8,54 billones.

Las respuestas distintas de las personas ordinarias y las élites gobernantes internacionalmente suscitan la cuestión de cuál sistema social es necesario tanto para frenar como para prevenir y eliminar el peligro de las pandemias globales. Cientos de miles de millones de dólares se gastan cada año en EE. UU. y China en sus presupuestos de defensa, mientras entregan a regañadientes cantidades cada vez menores para las instituciones médicas y científicas que podrían poner fin al coronavirus y otros brotes si estuvieran apropiadamente financiadas.

Como se han dado cuenta los trabajadores y jóvenes de todo el mundo, la respuesta a las enfermedades contagiosas debe extenderse más allá de las fronteras nacionales. Como con todo otro problema social, incluyendo una desigualdad social cada vez más amplia, la aceleración del cambio climático y el mayor peligro a la guerra, la epidemia del coronavirus es un problema global que requiere una solución internacional. Más allá, el combate a la propagación de tales enfermedades no puede permanecer como rehén de corporaciones y sus acciones que tan solo trabajan para hallar una vacuna cuando pueden lucrar de los muertos o los que agonizan.

Por ende, es crucial que aquellos alarmados por el brote del nuevo coronavirus giren a la clase obrera. Es la clase trabajadora la que ha sufrido el grueso de la epidemia. Es la clase obrera la que es objetivamente una clase internacional y se define cada vez más de esta forma. Es la clase obrera cuyos intereses yacen en el derrocamiento del capitalismo, la abolición de la propiedad privada de los medios de producción y el establecimiento de un sistema económico basado en la satisfacción de las necesidades humanas, incluyendo niveles de vida más altos y atención médica a todo ser humano.

La ciencia, la tecnología y la capacidad productiva existen para resolver los grandes problemas sociales de nuestros tiempos las pandemias, el calentamiento global, la destrucción de empleos, la desigualdad social, los ataques a los derechos democráticos y el peligro de una guerra mundial. Al mismo tiempo, el planeamiento democrático, racional y coordinado de la economía mundial puede garantizar mayores niveles de vida y una calidad de vida para toda la población mundial. La única fuerza social que puede lograr este objetivo es la clase obrera internacional, por medio del método de la revolución socialista mundial.

(Publicado originalmente en inglés el 11 de febrero de 2020)

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