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Perspectiva

Ante mayor enojo hacia la respuesta criminal a la crisis del COVID-19, Washington amenaza con guerras

El número de muertes en los EE. UU. aumentó hoy a 5.000, en medio de un creciente furor nacional por el abyecto fracaso de la Administración de Trump para proporcionar el equipo médico esencial para que los médicos y enfermeros batallen la pandemia del COVID-19 y salven las vidas de sus pacientes, por no mencionar las suyas.

Se han producido huelgas salvajes de trabajadores de Amazon, Whole Foods e Instacart que trabajan en condiciones inseguras para entregar suministros esenciales a la población estadounidense bajo un sistema totalmente anárquico gestionado de forma privada que deja la supervivencia de cada hombre y mujer a su suerte. Se han llevado a cabo otras protestas de trabajadores industriales y médicos en diferentes partes del país, según aumenta la ira popular constantemente por la incompetencia e indiferencia del Gobierno de los Estados Unidos ante una crisis que amenaza la vida de millones de personas.

El presidente Donald Trump en una rueda de prensa sobre el coronavirus en el Rose Garden de la Casa Blanca, 13 marzo 2020, Washington (AP Photo/Evan Vucci)

Estas son las condiciones en las que el presidente de los EE. UU. realizó su rueda de prensa diaria sobre la crisis del coronavirus el miércoles, iniciando con el anuncio de que está enviando buques de guerra de la Marina de EE. UU. a aguas sudamericanas en una supuesta escalada de una guerra contra “el flagelo mortal de los narcóticos”. Afirmó –sin una pizca de evidencia— que los cárteles de la droga están tratando de explotar la pandemia mortal.

“Estamos desplegando más buques destructores de la Marina, buques de combate, aviones y helicópteros, embarcaciones de la Guardia Costera y aviones de vigilancia de la Fuerza Aérea, duplicando nuestras capacidades en la región”, declaró Trump.

El secretario de Defensa de EE. UU. Mark Esper y el jefe del Estado Mayor Conjunto, el general Mark Milley, fueron llevados al podio de la Casa Blanca para dejar claro que la escalada militar está dirigida en primer lugar contra Venezuela e incluye el envío a la región de unidades de fuerzas especiales.

“Los actores corruptos, como el ilegítimo régimen de Maduro en Venezuela, dependen de las ganancias derivadas de la venta de narcóticos para mantener su opresivo control del poder”, dijo Esper.

Esto es completamente lunático. La cantidad de narcóticos que se mueven a través de Venezuela es infinitesimal en comparación con la que llega a los EE. UU., el mercado más grande del mundo para la cocaína, desde países aliados de EE.UU. como Colombia y Honduras.

El despliegue naval sigue a la imputación del Departamento de Justicia de los EE. UU. la semana pasada, sin presentar pruebas, contra Nicolás Maduro y otros altos funcionarios venezolanos bajo cargos de tráfico de drogas y lavado de dinero. Esto fue acompañado incluso con un cartel de “se busca” al estilo del salvaje oeste con una recompensa de 15 millones de dólares por la cabeza del presidente venezolano.

El imperialismo estadounidense mantiene un régimen de sanciones económicas de “máxima presión” contra Venezuela que equivale a un estado de guerra, asfixiando la economía del país al bloquear sus exportaciones de petróleo e impedir la importación de medicamentos y alimentos de vital importancia. Esto se ha intensificado desde el brote de la pandemia del COVID-19, que Washington ve como un aliado bienvenido en su campaña para someter a la población venezolana e instalar un régimen títere de EE.UU. en el país más rico en petróleo del planeta.

Apenas unas horas antes de que Trump comenzara su conferencia de prensa del miércoles, usó su cuenta de Twitter para hacer otra amenaza bélica, declarando: “Según información y sospechas, Irán o sus fuerzas indirectas están planeando un ataque furtivo contra las tropas y/o activos de EE.UU. en Irak. Si esto sucede, Irán pagará un precio muy alto, ¡ciertamente!”.

Al igual que en Venezuela, Washington ha aumentado continuamente las paralizantes sanciones económicas contra Irán, ya que se enfrenta a una de las mayores tasas de mortalidad de COVID-19 en el mundo. La Administración de Trump ha afirmado cínicamente que la medicina y los suministros médicos no están siendo sancionados, incluso cuando impide que Teherán compre nada en el mercado mundial tras colocar a su banco central en una lista negra.

El Pentágono, mientras tanto, ha desplegado baterías de misiles Patriot en Irak, a pesar de las objeciones del Gobierno iraquí, cuyo Parlamento exigió la salida inmediata y completa de los miles de tropas estadounidenses que constituyen una fuerza de ocupación en el país. Bagdad teme que los misiles se utilicen para preparar una guerra de EE. UU. contra Irán en la que Irak, que ya se encuentra devastado por guerras y que también se enfrenta a cada vez más casos de coronavirus, se convertiría en un campo de batalla.

Trump se ha descrito a sí mismo en las últimas semanas como un “presidente en tiempo de guerra” por la supuesta guerra contra el coronavirus. Si fuera una guerra, y Trump un general, ya habría sido juzgado en un consejo de guerra y sentenciado como traidor. Aunque es capaz de enviar buques de guerra contra Venezuela y misiles contra Irán, no puede reunir mascarillas, batas y guantes para proteger a los trabajadores sanitarios de primera línea, por no mencionar los respiradores para detener las muertes de los afectados por COVID-19.

Hay un aire palpable de desesperación e histeria en el descarado intento del Gobierno de EE. UU. de distraer con la escalada de amenazas militares contra Venezuela e Irán. Lejos de ser un gran plan para movilizar a la población de EE. UU. detrás de una fiebre bélica y patriótica, estas acciones imprudentes son sintomáticas de un régimen gobernante acosado por crisis e inestabilidad extremas.

¿Qué lograría una guerra de EE. UU. contra Irán o Venezuela en las condiciones actuales? Sólo podría servir para desacreditar aún más el capitalismo estadounidense, que se percibe cada vez más como un fracaso abyecto mientras la población mundial mira horrorizada las escenas de las víctimas de COVID-19 haciendo cola fuera de los hospitales y los cadáveres cargados en camiones refrigerados con carretillas. La violencia militar contra cualquiera de los dos países solo puede servir para crear un sufrimiento humano masivo, nuevos flujos de refugiados desplazados por guerras y una mayor propagación de la pandemia.

Incluso dentro del ejército de los EE. UU., hay sin duda importantes desacuerdos sobre las amenazas de guerra. Mientras se envían buques de guerra a Sudamérica, el USS Theodore Roosevelt, un portaaviones de propulsión nuclea y supuesto símbolo del poderío militar estadounidense, ha quedado paralizado por el coronavirus, con 100 marineros infectados, su tripulación de más de 4.000 personas amenazadas por la enfermedad y su capitán suplicando que se desembarquen, afirmando: “No estamos en guerra. Los marineros no necesitan morir”. La Administración de Trump es tan indiferente a sus vidas como a las de los venezolanos e iraníes en la mira de su agresión.

Las salvajes declaraciones del miércoles en la Casa Blanca se produjeron tras la publicación de un informe de las Naciones Unidas que afirmaba que la crisis de COVID-19 constituía el mayor desafío de la humanidad desde la Segunda Guerra Mundial, que se cobró la vida de más de 70 millones de personas. Advirtió sobre “la pesadilla de que la enfermedad se propague como un incendio forestal en el Sur global con millones de muertes y la posibilidad de que la enfermedad reaparezca donde fue suprimida”.

Entre los llamados a la “solidaridad” mundial y la colaboración internacional –en medio de la escalada de proteccionismo, las guerras comerciales y la xenofobia por parte de los Gobiernos capitalistas de todo el mundo— el informe pide el fin de las sanciones y un “alto el fuego” mundial, para que “todos los países depongan las armas en apoyo de la mayor batalla contra el COVID-19, el enemigo común que ahora amenaza a toda la humanidad”.

La conferencia de prensa del miércoles en la Casa Blanca deja muy en claro que esta es una quimera en el orden capitalista existente. El “enemigo común” es visto solo como otra arma para perseguir las guerras por intereses geoestratégicos y el control de los mercados y recursos.

El informe de las Naciones Unidas afirma: “La pandemia del COVID-19 es un momento decisivo para la sociedad moderna, y la historia juzgará la eficacia de nuestra respuesta no por las acciones de un solo conjunto de actores gubernamentales tomados aisladamente, sino por el grado en que la respuesta se coordine globalmente en todos los sectores en beneficio de nuestra familia humana”.

Es sin duda un movimiento definitorio, pero el juicio no se le dejará a la historia. Los trabajadores y los oprimidos de todo el planeta son testigos de la criminalidad del orden mundial capitalista ante la pandemia mundial y el consiguiente sacrificio masivo de vidas humanas. La conciencia de cientos de millones de personas está atravesando una profunda transformación. El capitalismo ha quedado expuesto como un sistema en bancarrota económica, social y moralmente. Los actos de resistencia masiva se extienden por todo el planeta, desde los trabajadores de los centros de llamadas en Brasil hasta los conductores de ambulancias en India.

Solo la clase obrera, a través de una lucha internacionalmente unificada por el socialismo mundial, puede proporcionar una alternativa a la amenaza de destrucción de la humanidad.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 2 de abril de 2020)

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