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Perspectiva

Las protestas globales y la lucha contra el capitalismo

Las protestas por el asesinato policial de George Floyd se han desarrollado en un movimiento global con un alcance sin precedentes.

Para el domingo por la noche, ha habido manifestaciones en casi 2,000 ciudades en todo el mundo desde el 25 de mayo. Londres, Roma, Berlín, Viena, Madrid, París, Londres, Varsovia y muchas otras ciudades presenciaron manifestaciones de gran tamaño. Más de 12.000 personas protestaron frente al Parlamento noruego en Oslo el viernes. También se organizaron protestas en Australia, India, Pakistán, Túnez y México. Decenas de miles protestaron en Nueva Zelanda la semana pasada.

Estados Unidos es el centro del movimiento global. Las protestas por todo el mundo están alcanzando su segunda semana. Ha habido importantes asambleas populares en cada región y estado. Algunas de las manifestaciones multirraciales y multiétnicas más grandes han ocurrido en el profundo sur del país, el otrora bastión de la segregación, leyes de linchamientos y reacción política.

Manifestantes contra la violencia policial en Barcelona, España, 7 de junio de 2020 (AP Photo/Emilio Morenatti)

El evento desencadenante de este levantamiento social fue el asesinato de Floyd en Minneapolis, Minnesota, el 25 de mayo. La impactante brutalidad del crimen horrorizó al público y generó una repugnancia brumadora a nivel popular. Pero este último asesinato, uno de los más de mil perpetrados por la policía estadounidense cada año, generó tal estallido de enojo popular porque EE.UU. ya era un polvorín social, esperando cualquier evento para iniciar la explosión. La misma situación existe en países de todo el mundo.

La ola global de manifestaciones está dando expresión a un enorme brote de ira social y política. Es la respuesta a décadas de guerras interminables, la destrucción de derechos democráticos básicos y la concentración masiva de la riqueza en manos de una diminuta élite gobernante.

Uno de los aspectos más destacados de este desarrollo es su carácter “sin líderes”. Sin importar el partido gobernante en cualquier país, la actitud del oficialismo hacia el aumento de la oposición social entre los trabajadores y jóvenes es fundamentalmente hostil.

En Estados Unidos, ningún político demócrata ni republicano dirige sus palabras a los sentimientos que impulsan las protestas. El puñado de demócratas que ha intentado pronunciarse ante las protestas en la última semana —los alcaldes demócratas de Minneapolis y la ciudad de Nueva York, por ejemplo— han sido abucheados, interrumpidos e incluso expulsados de la plataforma.

La actitud de la élite política a los derechos democráticos de los trabajadores y jóvenes asumió su forma más evidente con la ausencia de cualquier respuesta oficial del Partido Demócrata al intento de Trump de emprender un golpe de Estado y desplegar el ejército por todo el país para suprimir la oposición.

Uno de los principales coconspiradores de Trump, el fiscal general William Barr, reiteró en una entrevista el domingo que el mandatario tiene todo el derecho de invocar la Ley de Insurrecciones y enviar tropas federales, incluso por encima de la oposición de los gobernadores estatales y otros oficiales, pero que no lo haría ahora. Más allá, Barr defendió vigorosamente las acciones de la policía federal y las tropas de la Guardia Nacional que despejaron a los manifestantes pacíficos en el parque Lafayette, junto a la Casa Blanca, con una tormenta de gases lacrimógenos, municiones con gas pimienta y otras armas antidisturbios.

La respuesta del Partido Demócrata a la amenaza de Trump de desplegar el ejército ha consistido en retórica vacía y evasión. Ha evitado cualquier denuncia clara e inequívoca de las acciones de Trump, ni hablar de exigir su expulsión inmediata del poder. Los líderes congresistas demócratas, quienes avanzaron un juicio político contra Trump por retrasar la ayuda militar a Ucrania, no levantan ni un dedo cuando Trump exige la ocupación militar de Washington.

En la medida en que la oposición al golpe de Estado de Trump fuera expresada, provino de sectores del ejército. La prensa está amplificando las declaraciones del exgeneral James “el perro rabioso” Mattis y otros oficiales retirados. Pero el hecho de que la principal respuesta a Trump viniera de exgenerales tan solo sirve para demostrar que el ejército —no las ramas civiles del Gobierno— se ha convertido en el árbitro del futuro de la democracia estadounidense. Una democracia cuya supervivencia dependa de la tolerancia de los militares está en sus últimas.

Los peligros son muy reales. Los conspiradores en la Casa Blanca no han dejado de complotar. Las fuerzas armadas están aguardando su oportunidad y considerando sus opciones. La policía sigue estando armada hasta los dientes.

Más allá, en los estados y ciudades, los gobernadores y alcaldes demócratas han intentado hacer que una intervención del Ejército sea innecesaria utilizando la Guardia Nacional y los policías fuertemente armados para que realicen el trabajo sucio de atacar a los manifestantes. Casi una docena de manifestantes han sido asesinados y 10.000 han sido arrestados.

Es completamente natural que, en una etapa temprana del desarrollo de una crisis revolucionaria, las masas en protesta entren en lucha sin una concepción clara sobre contra quién y por cuál objetivo se protesta, sino con un entendimiento de que ya no pueden soportar el régimen actual. Pero las aspiraciones democráticas solo se pueden lograr en la medida en que la clase obrera avance como la fuerza líder y decisiva en el movimiento de masas en marcha.

El enemigo debe ser identificado apropiadamente. No es solo una cuestión de fuerzas políticas corrompidas o policías racistas. La fuente del ataque a los derechos democráticos es la oligarquía financiera y el sistema social y económico, el capitalismo, sobre el cual descansan su riqueza y poder.

Por ende, la defensa de los derechos democráticos necesita estar arraigada en un programa socialista en busca de la transferencia de poder político a la clase obrera y una reestructuración económica exhaustiva de la sociedad.

El Partido Socialista por la Igualdad llama a todos los trabajadores y jóvenes que se oponen a la violencia policial a sacar las conclusiones necesarias de sus experiencias y asuman la lucha por construir una dirección socialista en la clase obrera. La batalla contra la violencia policial necesita combinarse con el desarrollo y las crecientes luchas de los trabajadores en EE.UU. y por todo el mundo, contra la desigualdad, la explotación, la guerra, el autoritarismo y el sistema de lucro capitalista.

(Publicado originalmente en inglés el 8 de junio de 2020)

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