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Perspectiva

La pandemia del COVID-19 y la crítica situación global de los refugiados y trabajadores migrantes

En la medida en que la pandemia de COVID-19 sigue asolando a la población mundial, su impacto ha sido especialmente devastador para las decenas de millones de personas desplazadas por todo el mundo.

Más del 1 por ciento de la humanidad —alrededor de 79,5 millones de personas— vivían en condición de desplazamiento forzado en 2019, el máximo registrado. Esta impactante cifra, que es casi el doble que hace una década y 10 millones más que a fines de 2018, fue reportada en el último reporte anual de Tendencias Globales de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), publicado la semana pasada.

Si las personas desplazadas en el mundo se consideraran como un país, su población sería casi equivalente a la de la mayor economía europea, Alemania, o de Irán.

Roland Jean, un haitiano deportado de los Estados Unidos, se arrodilla sobre la pista después de llegar al aeropuerto Toussaint Louverture en Puerto Príncipe, Haití. (Foto AP / Dieu Nalio Chery)

La gran mayoría de los refugiados provienen de cinco países, todos de los cuales han sido objetivos directos de las agresiones e intrigas imperialistas de EE.UU. o han sufrido como resultado de décadas de dominio colonial y ocupación neocolonial. Afganistán, Myanmar, Sudán del Sur, Siria y Venezuela componen el 68 por ciento del total. Siria, que ha sido devastada por la sangrienta guerra civil instigada por EE.UU. por casi una década, registra más de 13 millones de personas desplazadas, más de la mitad de su población de 22 millones antes de la guerra.

Los países más pobres están soportando el mayor peso de la crisis, en la medida en que las potencias imperialistas de Norteamérica y Europa sellan sus fronteras contra los refugiados, les disparan con guardias fronterizas fuertemente armadas y fascistizantes o les permiten ahogarse en el mar. El reporte de ACNUR señala que el 73 por ciento de las personas desplazadas fuera de su país de origen se han refugiado en un país vecino, es decir, viven en países que frecuentemente están tan mal preparados como sus empobrecidas tierras natales para sostener su supervivencia y bienestar.

El reporte aludió en este contexto a la situación de los rohingya, quienes fueron expulsados de Myanmar en una campaña viciosa de terrorismo por parte del régimen militar respaldado por EE.UU. Decenas de miles de ellos permanecen confinados a campamentos miserables e inhóspitos en Bangladesh. Desde el brote de la pandemia de coronavirus, ACNUR ha registrado que cada vez más personas rohingya se están trasladado a Malasia y otros países del sureste asiático por las mayores dificultades producidas por los confinamientos y la menor posibilidad de poder volver a casa.

Los refugiados y las personas desplazadas que intentan llegar a países más ricos en Europa y América del Norte se enfrentan a una represión brutal y amenazas mortales por las políticas criminales de las élites gobernantes. En Estados Unidos, el Gobierno de Trump ha establecido una amplia red de campos de internamiento, donde las personas desesperadas y empobrecidas que escapan de condiciones sociales horrendas en Latinoamérica, incluyendo mujeres y niños separados de sus familias, son detenidos en condiciones tan malas con las de animales. Hay guardias militarizadas y milicias que patrullan la frontera entre EE.UU. y México, que se ha convertido en el escenario de cientos de muertes de migrantes cada año.

En la “fortaleza de Europa”, a Unión Europea ha prácticamente abolido del derecho al asilo y destruido las protecciones adoptadas en el Convenio de Ginebra sobre Refugiados, un elemento del derecho internacional instituido tras la ilimitada barbarie del régimen nazi. Siete décadas luego, los Gobiernos europeos, con Alemania al frente, están encaminados a resucitar prácticas igual de barbáricas. Decenas de miles de refugiados se encuentran confinados a campos de concentración infernales en Libia y otras partes de África del Norte, donde son sometidos a tortura, violaciones, esclavitud o cosas peores a manos de las milicias financiadas por el Unión Europea (UE). En las islas griegas, decenas de miles de personas han sido atestadas en campos sobrepoblados prácticamente sin instalaciones sanitarias en medio de una virulenta pandemia global. Cada año, se permite que miles de refugiados se ahoguen en el Mediterráneo, frente a las puertas de Europa.

La crueldad y venganza demostrada hacia los refugiados por el capitalismo europeo es tan descarado que incluso los oficiales de la ONU se ven obligados a criticarlo. Durante la presentación del reporte de Tendencias Globales, el Alto Comisionado de Naciones Unidas para Refugiados, Filippo Grandi, dijo que, como europeo, se sentía “avergonzado” del abordaje de la UE hacia la crisis de refugiados.

Por horrendas que sean las cifras del reporte de ACNUR, apenas se refiere a la situación en 2019. No ha tomado en cuenta el impacto devastador de la crisis de coronavirus, la cual ha empeorado dramáticamente las condiciones de los refugiados y trabajadores migrantes en cada continente.

Los migrantes y personas desplazadas típicamente pertenecen a los sectores más oprimidos y explotados de la clase obrera. Los brotes de coronavirus los han golpeado particularmente fuerte, y son abandonados a su suerte por las autoridades cruelmente indiferentes y frecuentemente hostiles, desde la India de Modi y la Alemania de Merkel hasta los EE.UU. de Trump.

En Alemania, donde la fascistizante Alternativa para Alemania cuenta con papel importante en definir la política gubernamental, cifras grandes de trabajadores migrantes de Rumanía, Bulgaria y otros países de Europa del este, son arreados a edificios dilapidados y frecuentemente inapropiados para la habitación humana, reciben salarios de pobreza y no cuentan con derechos ni protecciones laborales. Han sufrido muchos contagios en frigoríficos y el sector agrícola, mientras muchos más han sido colocados efectivamente bajo guardia policial en edificios desesperadamente hacinados y cuarteles abandonados, que luego se convierten en hervideros para la propagación del virus.

En India, millones de trabajadores migrantes fueron dejados para morir de hambre por el Gobierno supremacista hindú de Narendra Modi, que no les ofreció una asistencia adecuada cuando anunció su confinamiento nacional, dando un aviso de tan solo cuatro horas en marzo. Debido al hecho de que la gran mayoría de los trabajadores migrantes son jornaleros en el llamado “sector informal”, los dejaron prácticamente de noche a la mañana sin ingresos para comida y otros bienes básicos y vitales. Cientos de miles comenzaron a caminar a sus comunidades, muchas veces cubriendo cientos de kilómetros y llevándose al virus con ellos. Muchos más fueron detenidos en campamentos.

En EE.UU. los trabajadores migrantes componen gran parte de los 25.000 trabajadores frigoríficos infectos con COVID-19. Cientos de miles de inmigrantes indocumentados no han recibido ninguna asistencia durante los confinamientos, debido al temor de que contactar a las instituciones estatales resulte en su detención o deportación. Edificando sobre la Presidencia de Obama, que presidió deportaciones récord, el fascistoide Trump lanzó una serie de allanamientos de estilo militar, llevados a cabo por los matones del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, para detener y expulsar a inmigrantes. En julio de 2019, Trump realizó allanamientos a nivel nacional contra 2.000 familias en 10 importantes ciudades para deportarlas.

La defensa de los refugiados y trabajadores migrantes es una tarea que está en manos de la clase trabajadora. El chauvinismo antiinmigrante y nacionalismo han sido promovidos sistemáticamente por todas las facciones de la élite política en cada país para justificar las políticas derechistas de la ley y orden y los ataques contra los derechos democráticos. También buscan hacer de los inmigrantes y refugiados chivos expiatorios para los problemas sociales engendrados por décadas de medidas salvajes de austeridad y ataques contra las condiciones laborales, que en realidad han sido implementados para aumentar la riqueza de los superricos y pagar por el militarismo imperialista y la guerra.

“El mundo del capitalismo decadente esta sobrepoblado”, escribió León Trotsky en el Manifiesto de la Cuarta Internacional de 1940, “La cuestión de admitir a cien refugiados más se torna un gran lío para potencias mundiales como EE.UU. En una era de la aviación, el telégrafo, el teléfono, la radio y la televisión, los viajes de un país a otro se ven paralizados por los pasaportes y las visas. El periodo del debilitamiento del comercio exterior y el declive del comercio interior es al mismo tiempo el periodo de la intensificación monstruosa del chauvinismo y especialmente del antisemitismo… En medio de las vastedades de territorio y las maravillas tecnológicas, que han conquistado tanto los cielos como la tierra para el hombre, la burguesía ha manejado convertir nuestro planeta en una inmunda prisión”.

Ochenta años desde que fueron escritas estas líneas, su poderosa condena a la burguesía es, si acaso, aún más potente hoy que en 1940. Mientras que la burguesía de cada país retoma la política reaccionaria del nacionalismo, el militarismo y la ultraderecha, la clase obrera a escala mundial está más interconectada y unida que nunca. Las protestas multirraciales de masas en semanas recientes y en docenas de países, desatadas por el brutal asesinato policial de George Floyd son testigo de las experiencias comunes de despiadada explotación y represión estatal que enfrentan los trabajadores de todo origen y en todo el mundo bajo el capitalismo.

En rechazo al nacionalismo y el veneno antiinmigrante de la élite gobernante, el pueblo obrero necesita asumir la defensa de los refugiados y trabajadores migrantes a escala global. Necesita defender los derechos de los trabajadores de cualquier nacionalidad a trabajar, vivir y tener acceso pleno a los servicios sociales y de salud en el país de su elección, sin temor alguno a la persecución y las deportaciones.

La defensa de los derechos democráticos de los refugiados y trabajadores migrantes únicamente es posible como parte de la movilización más amplia de trabajadores y jóvenes contra la desigualdad social, la represión estatal capitalista, el militarismo y la guerra. Tal lucha debe estar guiada por una perspectiva socialista e internacionalista y establecer como su objetivo la transferencia de poder político a un Gobierno obrero comprometido a las políticas socialistas.

(Publicado originalmente en inglés el 24 de junio de 2020)

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