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Perspectiva

El New York Times inventa un complot asesino ruso

Desde que William Randolph Hearst le comunicó a su corresponsal en La Habana en 1898, “Proporciona las imágenes y yo proporcionaré la guerra”, ningún otro periódico se ha identificado tanto con un intento para provocar una guerra estadounidense como el New York Times esta semana.

La diferencia —y es colosal— es que Hearst estaba azuzando las llamas de la guerra hispano-estadounidense, un conflicto más pequeño y la primera aventura el imperialismo estadounidense en busca de capturar territorios en el exterior, incluyendo Cuba, Puerto Rico y Filipinas. El Times está hoy intentando agitar una fiebre de guerra dirigida contra Rusia, una que amenaza con desencadenar una tercera guerra mundial combatida con armas nucleares.

No existe ni el mínimo fundamento basado en hechos para la serie de artículos y comentarios publicados por el Times a partir del sábado pasado, alegando que el servicio de inteligencia militar ruso, el GRU, les pagó recompensas a las guerrillas talibanes para inducirlas a atacar y matar a soldados estadounidenses en Afganistán. Ni uno solo de los 31 soldados estadounidenses que han muerto en Afganistán en 2019-2020 ha sido identificado como una víctima del presunto complot. No se han presentado ni testigos ni evidencia.

La única base de los reportes del Times, los cuales se han visto reforzados por artículos similares en el Washington Post, el Wall Street Journal y el Associated Press y versiones en las redes televisivas, son declaraciones infundadas y no corroboradas de oficiales anónimos de inteligencia. Estos oficiales no han dado ninguna prueba de sus acusaciones sobre la operación de una supuesta red de agentes del GRU: cómo se transfirió el dinero de Rusia a Afganistán, cómo se distribuyó el dinero entre los combatientes talibanes, cuáles acciones llevaron a cabo los combatientes talibanes, cuál ha sido el impacto de tales acciones en el personal militar estadounidense.

Pero, tras seis días de esta campaña, no ha habido ningún reconocimiento en los medios corporativos “convencionales” de que haya algo dudoso o infundado en esta narrativa. Por el contrario, el foco principal ha sido exigirle al Gobierno de Trump que explique cuándo descubrió el presunto ataque ruso y qué propone hacer al respecto.

Los reporteros del Times que encabezaron esta campaña no son periodistas en ningún sentido real. Son conductos para transmitir el material que les entregan los altos funcionarios de la CIA y otras agencias de inteligencia, colocándole un nuevo envoltorio en aras del consumo público y utilizando su estatus de “reporteros” para darle más credibilidad que a una declaración de prensa desde la sede de la CIA en Langley, Virginia. En otras palabras, la CIA suministra la trama y el periódico crea el entramado narrativo para vendérsela al pueblo estadounidense.

El Times y los reporteros individuales como David Sanger y Eric Schmitt tienen un historial. El periódico tuvo un papel líder en asistir al Gobierno de Bush a inventar una justificación para la guerra contra Irak en 2002-2003. No fue solo la famosa Judith Miller, con sus cuentos fantásticos de tubos de aluminio siendo utilizados para construir centrifugadoras en miras de una bomba atómica iraquí. Hubo un coro entero de mentiras, en que Schmitt (21 de enero, 2001, “Irak reconstruye plantas armamentísticas bombardeadas, según oficiales”) y Sanger (13 noviembre, 2002, “EE.UU. se burla de la afirmación iraquí de no tener armas de destrucción masiva”), entre muchos artículos, fueron protagonistas.

En la campaña sobre “recompensas rusas” esta semana, Schmitt y Sanger retomaron la tarea. Ambos aparecen como autores de un artículo de primera plana publicado el jueves e intitulado “El nuevo problema ruso de Trump: informes de inteligencia sin leer y la falta de una estrategia”. Este artículo pretende avanzar la afirmación de que Trump fue negligente en su respuesta a las acusaciones contra Rusia, o bien por ser demasiado flojo como para leer el resumen informativo diario del presidente —una sinopsis de los eventos mundiales y reportes de espías producido por la CIA— o bien por elegir ignorar el reporte por su supuesto servilismo hacia el presidente ruso Vladimir Putin.

La línea política del artículo se define temprano, cuando los autores afirman que “no es necesario tener un permiso de alto nivel para acceder la información más clasificada para ver que la lista de agresiones rusas en semanas recientes rivaliza las de algunos de los peores días de la guerra fría”.

La lista es ridículamente endeble, incluyendo “ciberataques contra estadounidenses trabajando en casa” (sin evidencia alguna) y “una preocupación cada vez mayor sobre nuevos planes de los actores rusos en busca de influenciar las elecciones de noviembre” (esta es una descripción de la mentalidad de la CIA, no de ningún paso tomado realmente por Rusia). El propósito es colocar las acusaciones actuales sobre recompensas rusas en el contexto de un prolongado esfuerzo para pintar al presidente ruso Vladimir Putin como el genio maléfico y titiritero de la política global.

Schmitt, en un artículo publicado junto a Michael Crowley, se refiere a “los reportes de inteligencia de que Rusia les pagó recompensas a combatientes afiliados a los talibanes para asesinar a soldados estadounidenses en Afganistán”, como si fuera un hecho comprobado. El artículo cita a varios “exoficiales” sin nombrar de los Gobiernos de Trump y Obama que afirman que sin duda Trump hubiera sido informado sobre dicha acusación y que la falta de una respuesta debe ser visto como negligencia.

El artículo sugiere que existen “pruebas materiales” que apoyan las afirmaciones de la CIA de un complot de recompensas rusas, citando, entre otras cosas, “interrogaciones de detenidos, la recuperación de aproximadamente 500 mil dólares de un blanco relacionado con los talibanes y comunicaciones electrónicas interceptadas que muestran transferencias financieras entre la unidad de inteligencia militar rusa e intermediarios afganos”. De hecho, todos los puntos de esta lista representan afirmaciones de fuentes de inteligencia sin nombrar; no son pruebas: no se ha presentado al público ningún detenido real, fondos en efectivo o comunicaciones electrónicas interceptadas.

Otro artículo de Schmitt, junto a tres reporteros basados en Afganistán, se centra en el presunto papel de un empresario afgano, Rahmatullah Azizi, un extraficante de drogas y contratista del Gobierno estadounidense, en cuyo hogar los investigadores descubrieron una reserva de efectivo de medio millón de dólares. Nuevamente, se alude a “reportes de la inteligencia estadounidense”, que acusan a Azizi de ser “un intermediario clave entre el GRU y los militantes vinculados a los talibanes”. Nuevamente, no se menciona ninguna evidencia real y el propio Azizi no ha sido encontrado. En cuanto a la presunta reserva de dinero, esto sugiere más que son las ganancias del tráfico que cualquier otra cosa, un negocio en el que Azizi supuestamente estaba involucrado.

El artículo dice que el Gobierno ruso organizó el complot de recompensas como “venganza” por las décadas de humillación en Afganistán por parte de EE.UU., aunque es un misterio cómo el asesinato de un puñado de soldados estadounidenses lograría tal objetivo. Más allá, el Times también admite, citando a un congresista anónimo que participó en una reunión informativa sobre las acusaciones, que el reporte de inteligencia no “detalla ninguna conexión a muertes específicas de EE.UU. o su coalición en Afganistán”. Además, que “aún hay vacíos en el entendimiento de la comunidad de inteligencia del programa en su conjunto, incluyendo su motivo preciso…”.

En otras palabras, el programa de “recompensas” rusas no tiene ni víctimas identificables ni un motivo creíble. Esto convierte el coro unánime de la prensa en una condena a sí misma aún más repudiable. ¿Por qué no hay ningún artículo o comentario en la prensa corporativa desafiando las acusaciones siendo vendidas por la CIA? Estas afirmaciones no son particularmente convincentes en sí mismas. Lo determinante ha sido la fuente de las acusaciones: si el aparato de inteligencia estadounidense lo dice, la prensa estadounidense lo acoge obedientemente.

La verdadera interrogante que necesita una respuesta sobre la última provocación antirrusa es esta: ¿cuáles son las consideraciones políticas que están impulsando este episodio de inventos mediáticos?

No es ninguna consecuencia que el cuento sobre “recompensas” en Afganistán haya aparecido justo cuando el Gobierno de Trump visiblemente se tambalea después de sufrir las crisis conjuntas de la pandemia del coronavirus y la rebelión popular contra la violencia policial. La clase gobernante estadounidense se ha visto profundamente sacudida por las protestas indignadas de grandes multitudes interraciales, particularmente de jóvenes, que se han extendido a casi todas las ciudades grandes y pequeñas del país. Y la aristocracia financiera está muy al tanto de la arraigada oposición popular a su campaña de obligar a los trabajadores a regresar al trabajo en condiciones en que todas las granes fábricas, almacenes y complejos de oficina es un posible epicentro del repunte en marcha de la pandemia del COVID-19.

La respuesta de los representantes políticos y mediáticos de la élite gobernante a esta crisis ha tenido dos caras: buscar dividir a la clase obrera a lo largo de líneas raciales e intentar desviar las tensiones sociales internas en una campaña contra un antagonista extranjero, particularmente China y Rusia.

El New York Times actúa como el vocero político del Partido Demócrata, el cual está decidido a bloquear cualquier radicalización masiva de los trabajadores y jóvenes. Si el exvicepresidente Joe Biden quedare electo en noviembre y tomare el poder en enero de 2021, un Gobierno demócrata entrante llevaría a cabo políticas al menos tan reaccionarias como las de Trump.

La campaña contra el presunto “incumplimiento del deber” de Trump —una frase utilizada tres veces por Biden durante su rueda de prensa el martes— no es más que la continuación de la campaña de los demócratas para atacar a Trump desde la derecha, acusándolo de ser demasiado “suave” con Rusia y demasiado indispuesto a intervenir en Oriente Próximo. Esto tuvo su inicio en la campaña antirrusa que desató la investigación de Mueller por dos años, la cual fue seguida por la llamada telefónica ucraniana que llevó a un juicio político, y ahora reemerge en la forma de demandas cada vez más vehementes de que el Gobierno estadounidense “tome represalias” por un esfuerzo completamente inventado de Rusia para asesinar a soldados estadounidense.

(Publicado originalmente en inglés el 3 de julio de 2020)

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