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Perspectiva

Ante una crisis agravada, EE.UU. emprende contra China

Esta semana hubo una importante escalada en la campaña militar estadounidense contra China. Al enfrentarse a una crisis económica y social profunda en casa y el empeoramiento de sus chances electorales, el presidente Trump está confrontando agresivamente a China en una amplia gama de cuestiones potencialmente explosivas.

En una señal ominosa, el secretario de Estado de EE.UU., Mike Pompeo tachó formalmente todos los reclamos de China en el mar de China Meridional como “ilegales”, denunciando su presunto “matonismo” contra potencias más pequeñas y supuesta infracción del “sistema internacional regido por normas”. Esta es la primera vez que Estados Unidos se alinea oficialmente con los reclamos de los otros países en la región que desafían los reclamos chinos en el mar de China Meridional.

La hipocresía involucrada es pasmosa. Estados Unidos se ha rehusado a ratificar la Convención sobre el Derecho al Mar de las Naciones Unidas que ahora Pompeo utiliza para condenar a China. El llamado sistema regido por normas es uno en el que Washington dicta las normas para el resto mientras viola el derecho internacional a voluntad. El historial de matonismo imperialista estadounidense, involucrando invasiones ilegales, intervenciones militares y golpes de Estado, se remonta más de un siglo.

La declaración de Pompeo prepara el escenario para una acumulación dramática del poderío militar estadounidense en el mar de China Meridional, que Beijing ha declarado un “interés central”, es decir, uno en el cual no hay campo para concesiones. Más temprano este mes, la Armada de EE.UU. realizó ejercicios de guerra de “alto nivel” involucrando dos grupos de ataque con portaviones en estas mismas aguas estratégicas, acercándose provocadoramente a bases militares chinas clave en el sur de China. Esta semana, para subrayar el pronunciamiento de Pompeo, un destructor estadounidense realizó una dizque operación de “libertad de navegación” cerca de los islotes controlados por china en el mar de China Meridional.

En una rueda de prensa el martes, Trump reafirmó la postura bélica de su Gobierno hacia China anunciando una serie de medidas punitivas contra Hong Kong, incluyendo acabar su trato comercial preferencial hacia el territorio chino y una prohibición a las exportaciones de tecnologías sensibles. También se retiró de la Ley de Autonomía de Hong Kong, sentando las bases para sanciones contra los oficiales chinos que participen en imponer una nueva ley de seguridad nacional en Hong Kong.

El Gobierno de Trump también ha impuesto sanciones recientemente contra oficiales chinos involucrados en presuntos abusos de derechos humanos contra los uigures musulmanes en la provincia occidental de Xinjiang y dentro del Tíbet. Si bien el Partido Comunista Chino (PCCh) utiliza medidas de Estado policial de forma amplia, especialmente contra la clase obrera, Estados Unidos no está del todo preocupado por los derechos democráticos de la población en Hong Kong, Xinjiang ni el Tíbet. Por el contrario, en un ajado modus operandi, Washington está explotando el tema de los “derechos humanos” para avanzar sus propios intereses predatorios. En este caso, se trata de socavar y fragmentar a un rival que percibe como la principal amenaza a su hegemonía global.

En la rueda de prensa, Trump arremetió salvajemente contra China, repitiendo la letanía de acusaciones infundadas y mentiras abiertas que se han vuelto parte de su repertorio. Acusó a China de “robar” las tecnologías estadounidenses, “saquear nuestras fábricas” y “estafar” la economía estadounidense. Para distraer de la negligencia de su propia Administración hacia la pandemia del COVID-19, que ha cobrado casi 140.000 vidas en EE.UU., Trump volvió a acusar a China de “ocultar el virus y desatarlo contra el mundo” —sin presentar ni una pizca de evidencia—.

Las divagaciones y los comentarios a veces incoherentes de Trump nominalmente iban dirigidos contra su presunto rival demócrata en las elecciones presidenciales, Joe Biden. No obstante, el hecho de que Trump y Biden ambos se acusen el uno al otro de ser “débiles” contra China tan solo recalca el carácter bipartidista de la campaña agresiva de EE.UU. contra Beijing.

Trump ha continuado y acelerado el “pivote hacia Asia” del Gobierno de Obama, cuyo objetivo era subordinar a China a los intereses estadounidenses. Un comentarista del Financial Times señaló esta semana: “Estar en Washington es sentir a una nación deslizándose hacia un conflicto abierto contra China con una cantidad inquietantemente mínima de debate”.

Trump está aumentando sus apuestas contra China casi a diario. El New York Times reportó esta semana que la Casa Blanca está considerando una prohibición sin precedentes al ingreso de todos los 90 millones de miembros del PCCh y sus familias. Esta medida extraordinaria efectivamente vetaría a todo el aparato administrativo y político de la segunda mayor economía mundial. Las leyes previamente utilizadas sobre una base racialista para prohibir el ingreso de personas de países musulmanes sería explotada para imponer un ataque descaradamente político contra China.

Tales medidas extremas, cuya intensión es provocar represalias por parte de China, son una medida de la profundidad de la crisis en Washington y la desesperación tanto del Gobierno de Trump como toda la élite política. Tras no poder reafirmar su dominio a través de un cuarto de siglo de brutales ocupaciones militares en Oriente Próximo, el norte de África y Asia central, el imperialismo estadounidense se encamina ciegamente hacia una guerra contra una potencia nuclear que sumiría al resto del mundo.

La pandemia del COVID-19 ha expuesto y exacerbado todas las contradicciones subyacentes del capitalismo. En medio de un resurgimiento de las luchas de clases globalmente, el Gobierno de Trump no es el único Gobierno viéndose presionado a proyectar imprudentemente las crecientes tensiones sociales en casa hacia un enemigo externo.

Mientras los comentaristas preocupados advierten sobre una nueva Guerra Fría, el enfrentamiento entre Washington y Beijing no será una repetición de la rivalidad entre EE.UU. y la Unión Soviética. Lidiando con su declive histórico, el imperialismo estadounidense no puede tolerar una “coexistencia pacífica” con una potencia económica en auge que, por su mera existencia, amenaza su dominio global.

Por su parte, Beijing no tiene ninguna respuesta progresista a los intentos agresivos de EE.UU. de desafiarlo y socavarlo en todos los frentes, tanto diplomáticos como económicos y militares. El frágil régimen del PCCh representa a la élite capitalista ultrarrica del país y se encuentra encima de una bomba de tiempo social, entre intentos fútiles para apaciguar a Washington y una peligrosa carrera armamentista cuyo único resultado es un desastre para la humanidad. Es totalmente incapaz de realizar cualquier llamado a la única fuerza social que puede detener la marcha hacia la guerra: la clase obrera internacional.

El deslizamiento acelerado hacia una guerra mundial sin duda provocará oposición entre los trabajadores y jóvenes de todo el mundo. Esta oposición necesita forjarse en un movimiento unificado internacional de la clase obrera contra la guerra sobre la base de un programa socialista y dirigido a derrocar el sistema capitalista y abolir su caduca división del mundo en Estados nación rivales. Esa es la perspectiva por la que lucha el Comité Internacional de la Cuarta Internacional.

(Publicado originalmente en inglés el 17 de julio de 2020)

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