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Perspectiva

Trump incita violencia de vigilantes contra protestas pacíficas en Wisconsin

En la semana desde que un atacante fascistizante amenazó a dos manifestantes en Kenosha, Wisconsin, e hirió gravemente a un tercero, el Gobierno de Trump y sus aliados en la prensa y la élite política han defendido los asesinatos y al asesino.

Las acciones de Kyle Rittenhouse, un simpatizante de Trump de 17 años que había asistido previamente a mítines del mandatario, es el resultado directo de las incitaciones de su propia Administración. Ocurrió en la semana de la Convención Nacional Republicana, donde un orador tras otro agitó contra la “izquierda radical” y exigió la restauración de la “ley y el orden” en respuesta a las protestas sobre el tiroteo policial contra Jacob Blake en Kenosha el domingo pasado.

Durante el fin de semana, cuando le preguntaron sobre los asesinatos, Trump se rehusó a condenarlos. Repitió una declaración previa de que estaban “bajo investigación” y que el Gobierno estaba “examinándolo muy de cerca”. Sin embargo, Trump añadió que los manifestantes son los culpables, alegando que Wisconsin “no debería tener que aguantar lo que ha vivido”, refiriéndose a las protestas.

Otros dentro y en torno al Gobierno han sido más explícitos al aclamar a Rittenhouse. Donald Trump Jr., el hijo mayor del presidente, retuiteó una publicación del comentarista derechista Tim Pool declarando que Rittenhouse “es un bueno ejemplo de por qué decidí votar por Trump” y aclamándolo por decidir “ir y proteger los negocios y ofrecer asistencia médica [a] la gente”.

La semana pasada, el presentador de Fox News, Tucker Ccarlson, aplaudió a Rittenhouse por intentar “mantener orden cuando nadie más lo hacía”. Hablando en CNN el domingo, el senador republicano Ron Johnson de Wisconsin se rehusó repetidamente a condenar a Rittenhouse, denunciando en cambio la “violencia” y la “destrucción económica” en la semana desde que Blake fue baleado.

Los acontecimientos en Wisconsin han sido seguidos por una campaña creciente del Gobierno de Trump a favor de la represión militar-policial en Portland, Oregón. Varios grupos derechistas, incluido Patriot Prayer, que tiene lazos con la policía de Portland, han estado patrullando las calles de la ciudad en la última semana, disparando gas pimienta y armas de paintball contra los manifestantes y periodistas.

Después de que un miembro de Patriot Prayer fue asesinado a tiros el sábado, Trump exigió el despliegue de la Guardia Nacional en la ciudad y tuiteó, “¡¡¡Ley y orden!!!”. Refiriéndose a las pandillas fascistizantes, Trump escribió que “la gran reacción… no puede ser inesperada tras 95 años de mirar y [ sic ] el incompetente alcalde admita que no sabe lo que hace”.

No hay nada espontáneo sobre el desfile de grupos de vigilantes en Kenosha, Portland y otras ciudades. No tienen menos coordinación con la Casa Blanca que las protestas de los grupos fascistizantes armados en los capitolios estatales en Michigan, Virginia, Minnesota y otros estados en abril y mayo, exigiendo finalizar las restricciones que buscaban detener la propagación de la pandemia de coronavirus.

La estrategia del Gobierno de Trump es emprender la campaña electoral durante los próximos dos meses bajo condiciones de violencia, despliegues militares y policiales y la amenaza de una guerra civil. Desarrolla su campaña de “ley y orden” al tiempo en que está provocando violencia y represión.

Lo que está ocurriendo es una intensificación de los esfuerzos de Trump para desarrollar un movimiento ultraderechista, fascistizante, basado en la policía, secciones del ejército y organizaciones de tipo paramilitar. Las últimas diatribas se producen después de su amenaza el 1 de junio de invocar la Ley de Insurrecciones para desplegar el ejército contra las protestas, efectivamente intentando un golpe de Estado militar, y el despliegue en julio de las fuerzas de choque paramilitares del Gobierno federal para detener y atacar a manifestantes que protestan la violencia policial.

Las acciones de Trump no provienen de una posición de fuerza, sino de una posición de temor y desesperación. La clase gobernante es inmensamente sensible hacia el crecimiento del enojo social en la clase obrera.

La semana pasada, la Convención Nacional Republicana se centró en denuncias histéricas contra el “socialismo”, el “marxismo”, el “comunismo” y la “izquierda radical”. En su propia diatriba fascistizante el jueves por la noche, Trump declaró que la elección es un referendo que “decidirá si salvamos el sueño estadounidense o si permitimos que una agenda socialista derribe nuestro destino atesorado”.

La pandemia de coronavirus ha expuesto las horrendas consecuencias de la subordinación de todas las necesidades sociales al afán de lucro de la oligarquía capitalista. La cifra oficial de muertes es de más de 187.000, y las proyecciones indican que podría superar las 300.000 para diciembre.

Decenas de millones de personas están desempleadas y les han quitado las prestaciones federales por desempleo. Los billones de dólares entregados a Wall Street, con un apoyo bipartidista de los republicanos y demócratas, se costearán obligando a los trabajadores a regresar a sus empleos, aumentando la explotación e implementando recortes masivos a los programas e infraestructura sociales.

Incluso cuando sigue aumentando la cifra de muertes, el Gobierno de Trump está encabezando la campaña para obligar a los niños a volver a las aulas para que sus padres puedan volver a trabajar en condiciones inseguras.

El movimiento cada vez mayor de la clase obrera debe unificarse con base en un programa socialista y revolucionario claro.

El peligro central es la subordinación de la oposición al Partido Demócrata. Existe una división de trabajo en la clase obrera. La facción de Trump está intentando abiertamente crear un ambiente que legitime la violencia de vigilantes. Sin embargo, los demócratas representan a otra facción de la élite gobernante que no es menos hostil a los intereses de la clase obrera.

Durante los últimos cuatro años, los demócratas han buscado encarrilar la oposición de masas contra Trump —la cual estalló inmediatamente tras su inauguración— detrás de la campaña antirrusa y la oposición de secciones del aparato militar y de inteligencia a ciertos elementos de la política exterior de Trump. Atemorizados y opuestos a cualquier movimiento de la clase obrera contra Trump, los demócratas han perseguido su conflicto con la Casa Blanca utilizando los métodos de un golpe palaciego, culminando en la debacle del juicio político que acabó en febrero.

En respuesta al estallido en mayo de las protestas masivas contra la violencia policial tras el asesinato de George Floyd, los demócratas y sus aliados políticos se han dedicado a secuestrar las manifestaciones y dirigirlas a lo largo de líneas racialistas. Insisten en que EE.UU. no está dividido entre la clase obrera y la oligarquía, sino entre “los EE.UU. blancos” y “los EE.UU. negros”, una afirmación que alimenta los esfuerzos del propio Trump para desarrollar un movimiento fascistizante basado en el racismo y el atraso.

Esto ha culminado en la nominación demócrata de Biden y Harris, el embustero cómplice de Wall Street y la exfiscala. La campaña electoral de los demócratas no avanza un programa que atienda la pandemia y la masiva crisis social. Están buscando cada vez más explícitamente desviar la oposición popular a Trump en dirección de una campaña a favor de operaciones militares contra Rusia y también China. Su orientación es hacia las agencias militares y de inteligencia, Wall Street y una sección del Partido Republicano.

La clase obrera es una enorme fuerza social objetiva. Pero el poder de la clase obrera tiene que dirigirse y guiarse por una perspectiva política consciente. La respuesta a los ataques de Trump no es subordinar la oposición a Biden, sino desarrollar un movimiento independiente de la clase obrera que se libre de la camisa de fuerza política que representa el Partido Demócrata.

Mientras Trump aúlla sobre el espectro del socialismo, se necesita construir un verdadero movimiento socialista. El Partido Socialista por la Igualdad avanza un programa que satisface las necesidades de la clase obrera, no los de la élite corporativa y financiera.

La riqueza de los milmillonarios debe ser expropiada. Los varios billones de dólares obsequiados a Wall Street necesitan ser reclamados y redirigidos para atender las urgentes necesidades sociales, incluyendo asistencia para los desempleados, atención médica universal y un programa de emergencia para detener la pandemia de coronavirus. Se necesitan frenar todos los desahucios. Se deben detener las campañas de regreso al trabajo y regreso a las aulas, y todos los trabajadores y padres afectados deben recibir ingresos plenos hasta que la pandemia sea controlada.

No existe ni una sola problemática social que se pueda resolver sin un asalto frontal contra el propio sistema capitalista. La pandemia de coronavirus, el desempleo y pobreza masivos, el impacto devastador de los incendios forestales y los huracanes, el peligro cada vez mayor de una guerra mundial y la marcha hacia la dictadura, todo esto deja en claro la urgente necesidad del desarrollo de un movimiento político consciente por el socialismo.

El PSI y nuestra campaña electoral están encabezando la lucha por llevar un programa socialista a la clase obrera en Estados Unidos e internacionalmente. Estamos luchando por organizar todas a todas las secciones de trabajadores contra la política homicida de las élites gobernantes. Llamamos a todos los que estén de acuerdo con esta perspectiva a tomar la decisión de unirse al Partido Socialista por la Igualdad.

(Publicado originalmente en inglés el 31 de agosto de 2020)

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