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Perspectiva

El acuerdo de Trump sobre Oriente Próximo y el callejón sin salida del nacionalismo burgués

El espectáculo obsceno del Gobierno de Trump en el jardín sur de la Casa Blanca el martes, reuniendo a dos dictaduras monárquicas árabes, los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin, con Israel para firmar los pretenciosamente llamados “Acuerdos Abraham” representa otro vínculo en las décadas de traiciones de la burguesía árabe.

Los “Acuerdos Abraham”, a lo largo de todos sus cinco párrafos, logra repetir “Donald J. Trump” cuatro veces, para que nadie olvide quién es el paladín de la paz en Oriente Próximo en medio de su campaña de reelección, la cual amenaza con empujar a EE.UU. al borde de una guerra civil.

Para el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, el viaje a Washington fue una apreciada distracción de la crisis fuera de control en Israel, sumido en un fuerte rebrote de coronavirus, una crisis económica cada vez más profunda y protestas de masas, mientras que incluso el mandatario enfrenta una imputación inminente bajo cargos de fraude y sobornos.

En cuanto a los firmantes reales árabes, sus reverencias a Trump fueron el precio que estuvieron más que dispuestos a pagar para recibir una mayor asistencia en seguridad de EE.UU. y la oportunidad de comprar equipos militares avanzados, incluyendo aviones de combate F-35.

Los “acuerdos” proclaman que “inician un nuevo capítulo de paz” en Oriente Próximo. ¡Qué farsa! La formalización de los lazos entre los jeques petroleros suníes del golfo Pérsico e Israel es parte de la estrategia de Washington de forjar un eje contra Irán, como preparativo para una guerra potencialmente mundial y catastrófica para cambiar el régimen en Teherán y hacer retroceder la influencia de China y Rusia en la región.

En cuanto a la paz en Oriente Próximo, esta se había basado históricamente, al menos de manera formal, en la resolución de la situación crítica d ellos palestinos, incluyendo a los 4,75 millones que viven bajo ocupación israelí, los casi dos millones que viven como ciudadanos de segunda clase dentro del propio Israel y los millones más en los campos de refugiados de los países árabes vecinos y la diáspora más general.

Lo que el acuerdo israelí-emiratí-bareiní deja claro es que, para el imperialismo mundial y los regímenes árabes burgueses, la cuestión palestina ya no tiene nada de importancia. Se ha desecho la ficción, codificada por el llamado Plan de Paz Árabe redactado por Arabia Saudita, el cual indicaba que la “normalización” de las relaciones entre los Estados árabes y Tel Aviv dependía de que Israel se retirase de los territorios ocupados en la guerra de 1967 y permitiese la formación de un Estado palestino: la llamada “solución de los dos Estados”. Sin duda, cuando los representantes palestinos propusieron que la Liga Árabe adoptase una resolución condenando el acuerdo de los EAU con Israel, fueron desestimados sin rodeos.

Este proceso de “normalización” tiene una historia larga y amarga. La farsa de “paz” de Trump el martes, busca evocar los previos acuerdos mediados por EE.UU., incluyendo los Acuerdos de Camp David de septiembre de 1978, firmados por el presidente egipcio Anwar al-Sadat y el primer ministro israelí Menachem Begin, asegurándole a Israel la neutralidad e incluso colaboración directa de la mayor nación árabe del mundo en sus conflictos con los palestinos.

Esto fue seguido 15 años luego por los Acuerdos de Oslo, firmados en el jardín de la Casa Blanca por el líder de la Organización de Liberación Palestina (OLP), Yasser Arafat, y el primer ministro israelí Yitzhak Rabin en septiembre de 1993. Arafat aceptó reconocer a Israel y garantizar su seguridad, mientras renunciaba a la lucha armada por la liberación palestina, con la cual el OLP había sido identificada por tanto tiempo.

Esto inauguró un “proceso de paz” de casi tres décadas que ha servido como una cubierta para una expansión vasta de los asentamientos israelíes y el robo de tierras palestinas en Cisjordania, así como sangrientas guerras sucesivas y un bloqueo punitivo contra los 1,8 millones de palestinos atrapados en la prisión a cielo abierto de Gaza.

Bajo los Acuerdos de Oslo, la OLP tomó control de la monstruosidad política conocida como la Autoridad Palestina (AP) en un proceso que involucró la muerte inexplicada de Arafat en 2004. Su sucesor, Mahmud Abás, ha servido como presidente no electo de la AP por 15 años, a la cabeza de un régimen que sirve para enriquecer a una capa fina de la burguesía palestina a partir de sobornos en torno a la ayuda internacional, mientras proveen una vital fuerza policial auxiliaría para reprimir a la población de Cisjordania a instancias de Israel y el imperialismo.

Esta transformación de la OLP —el más radical de los movimientos burgueses nacionalistas, que contó con decenas de miles de palestino en su combate desigual contra Israel, fue testigo de incontables sacrificios y asesinatos de sus líderes, e inspiró a las masas de oprimidos por todo Oriente Próximo— fue parte de un proceso universal.

Todos los movimientos nacionales que obtuvieron prominencia entre los años cincuenta y setenta —desde el nasserismo y el bazismo en Oriente Próximo, al panafricanismo y el peronismo, castrismo y sandinismo en Latinoamérica— avanzaron la liberación nacional como una etapa separada de desarrollo, alcanzable a través de la supresión de cualquier intervención revolucionaria independiente de la clase obrera en lucha por el socialismo, ha demostrado ser un callejón sin salida. Este también es el caso de los proponentes estalinistas, maoístas y revisionistas pablistas de los movimientos de liberación nacional basados en la pequeña burguesía y el campesinado, como un sustituto a la resolución de la crisis de dirección revolucionaria en la clase obrera.

La rendición y transformación de la OLP fue preparada durante un periodo prolongado de traiciones sangrientas, engendradas por acuerdos faustianos de sus dirigentes con varios regímenes burgueses árabes y la burocracia estalinista en Moscú. Su apoyo limitado y tan poco fiable estuvo determinado por la renuncia de la OLP a cualquier llamado revolucionario a las masas de trabajadores y oprimidos del mundo árabe.

El resultado fue una serie interminable de apuñaladas en la espalda por parte de los patrocinadores árabes y “hermanos” de los palestinos. Esto se produjo desde la masacre del “Septiembre Negro” de 1970 de palestinos a manos de la monarquía jordana, hasta el respaldo sirio de la masacre falangista libanesa de los palestinos en los campos de Karantina y Tel al-Zaatar en 1975, y la complicidad de Siria y todos los regímenes árabes en permitir la invasión israelí, respaldad por EE.UU. de Líbano para expulsar a la OLP en 1982.

Los intentos de la OLP para asegurar su supervivencia por medio de maniobras entre los distintos regímenes árabes y aprovechando los conflictos de la Guerra Fría entre Washington y la burocracia estalinista en Moscú se vieron socavados por los profundos cambios del capitalismo mundial que coincidieron con su derrota militar.

La invasión de Líbano en 1982 fue parte de una contraofensiva global posibilitada por las traiciones y derrotas de las luchas de masas mundiales de los años sesenta y setenta. Mientras tanto, la creciente integración global de la producción capitalista eliminó la relación de fuerzas sobre la cual dependía la OLP. La política de restauración capitalista de la burocracia estalinista y al final la liquidación de la Unión Soviética estuvieron acompañadas por un giro marcado de los regímenes supuestamente nacionalistas árabes hacia una colaboración cada vez más estrecha con el imperialismo, que fue consumada en el apoyo de muchos estos regímenes a la guerra estadounidense de 1991 contra Irak.

Este proceso estuvo acompañado por el estallido de la primera intifada, una rebelión espontánea de trabajadores y jóvenes en los territorios ocupados. Esta revuelta se desarrolló de manera independiente y en oposición a la dirección de la OLP, que temía que tal lucha desde abajo menoscabará fatalmente su proyecto de establecer un Estado independiente burgués en colaboración con el imperialismo.

Este proyecto nacionalista burgués ha llegado a su callejón sin salida final. En los años desde la firma de los Acuerdos de Oslo, los “hechos en el terreno” israelíes han incluido un crecimiento sin tregua de los asentamientos en los territorios ocupados, la división como muros, calles de seguridad e incontables puestos de control de lo poco que queda de Cisjordania fuera del control directo israelí, y su separación de Gaza y Jerusalén. La concepción de que rejuntar un Estado “independiente” cual Bantustán mejorará las condiciones desesperadas de las masas de palestinos es hoy manifiestamente absurda.

En julio de 1939, poco más de un año antes de su muerte a manos de un asesino estalinista, el gran revolucionario ruso León Trotsky escribió con presciencia sobre el principal movimiento nacionalista, el Congreso Nacional Indio (cuyo nombre sería tomado por el Congreso Nacional Africano de Nelson Mandela en Sudáfrica):

La burguesía india es incapaz de liderar una lucha revolucionaria. Está estrechamente vinculada con y es dependiente del capitalismo británico. Tiemblan por temor de perder su propiedad. Viven atemorizados de las masas. Buscan concesiones del imperialismo británico sin importar el precio y adormecen a las masas indias con esperanzas de reformas desde arriba. El líder y profeta de esta burguesía es Gandi. Un líder falso y un falso profeta.

Esta característica de los movimientos nacionalistas burguesas en los países coloniales expuesta por Trotsky en los años treinta se ha visto corroborada por los acontecimientos posteriores, y en muchos casos trágicos, en Oriente Próximo, Asia, África y Latinoamérica.

La experiencia histórica, incluyendo las más recientes traiciones de la burguesía árabe, ha ofrecido una confirmación irrefutable de la teoría de la revolución permanente de Trotsky, la cual guio la Revolución rusa en octubre de 1917. Estableció que, en los países oprimidos y aquellos con un desarrollo capitalista tardío, las tareas democráticas y nacionales que en una época histórica anterior estuvieron asociados con el surgimiento de la burguesía solo pueden ser llevadas a cabo, en la época del imperialismo, a través de la movilización independiente y revolucionaria de la clase obrera con base en una perspectiva socialista e internacionalista.

La liberación del pueblo palestino y el final de las guerras imperialistas que han cobrado las vidas y mutilado a millones en Oriente Próximo no se lograrán nunca por medio de negociaciones de “paz” negociadas por el imperialismo ni la fantasía de la “solución de los dos Estados”. El único camino a seguir reside en la movilización independiente y la unificación de los trabajadores árabes, judíos e iraníes en una lucha común por una Federación Socialista de Oriente Próximo, como parte de la lucha por poner fin al capitalismo en todo el mundo.

(Publicado originalmente el 18 de septiembre de 2020).

El autor también recomienda:

Permanent Revolution and the National Question Today
[16 mayo 1998]

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