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Los incendios de California: el desastre del capitalismo y el calentamiento global

El lunes 5 de octubre, los incendios incontrolables de los bosques y las praderas de California establecieron un doble record. Primero, se anunció que el incendio August Complex (un conjunto de varios incendios en el noroeste del estado) ahora sobrepasaba las cuatrocientos mil hectáreas (un millón de acres); segundo, que en total todos los incendios de California en esta temporada sobrepasaban los 1,6 millones de hectáreas.

En total, los 42.000 incendios en el oeste de Estados Unidos han quemado 2,7 millones de hectáreas, mayormente en California y Arizona. Esta temporada de incendios durará al menos hasta fines de noviembre.

Un bombero combate el incendio North Complex en el parque nacional Plumas, California, el 14 de septiembre de 2020 (AP Photo/Noah Berger)

El Centro Nacional de Agencias de Incendios en Estados Unidos había cautelado el 14 de agosto de que existía un grave peligro “mayor que normal” de incendios en 2020 en Estados Unidos. A pocos días de ese aviso, una serie de tormentas eléctricas desató los incendios que formarían el August Complex y el SCU Lightning Complex el 16 de agosto, seguidos por el LNU Lightning Complex el día siguiente; estos tres incendios se convirtieron en tres de los más grandes en la historia de California.

El Los Angeles Times señaló esta semana que el enorme August Complex —amalgama de 38 incendios individuales— sigue ardiendo en siete condados del noroeste de California, donde viven más de 400 mil personas.

El Guardian habló con Scott McLean, portavoz del Departamento Forestal de California (Cal-Fire), quien declaró que “Es inexplicable haber llegado a los 4m (1,2 millones de hectáreas); nos abruma la mente y corta el aliento”. McLean señaló que esa cifra crecerá ya que el August Complex, por ejemplo, seguirá creciendo; solo está controlado en un 60 por ciento. Según Gavin Newsom, gobernador de California, el August Complex por sí solo es más grande que todas las combustiones que ocurrieron en California entre 1932 y 1999.

La actual ola de incendios se está extendiendo hacia zonas muy pobladas a lo largo de las costas del océano Pacífico, norte de la bahía de San Francisco y este de los Ángeles, donde cientos de miles han sido desalojados.

Tres condiciones ambientales coincidieron en esta temporada de incendios: ráfagas de vientos, temperaturas récord y un ambiente extremadamente seco. A éstas se debe la rapidez de los incendios, que se extienden más que nunca antes.

En California los incendios anuales ahora queman ocho veces más terreno que en la década de los 1970. Los 1,2 millones de hectáreas incendiadas este año son más del doble que el record anterior, del 2018, de 800 mil hectáreas.

En el 2006 se publicó en la revista Science el resultado de una investigación que determinó que “el aumento a gran escala de los incendios forestales en el oeste estadounidense, se debe principalmente a cambios climáticos recientes en un área relativamente extensa”.

En un artículo del 2016, investigadores de la Universidad de Idaho, señalaron que la mayor parte de la variación anual en terreno quemado, se debe a la “aridez de combustibles”, productor de más altas temperaturas y de menor humedad en el verano y que “el cambio climático causado por la humanidad provocó más de la mitad del aumento en aridez de combustibles desde la década de 1970 y el doble del área total de quemas desde 1984”.

Los incendios forestales de 2019-2020 en Australia quemaron más de 18 millones de hectáreas, destrozaron 5.600 edificios y mataron a 34 personas. Se estima que murieron en esas quemas más de 500 millones de mamíferos, aves y reptiles; probablemente causó la extinción de especies en peligro. Este agosto, el gobierno de la provincia australiana de Nueva Gales del Sur publicó el resultado de una investigación de los incendios, determinando que la temporada de incendios 2019-2020 había sido “extremadamente inusual”, aunque avisó que “está claro que debemos anticipar que volverán a ocurrir temporadas de incendios iguales o peores que la de 2019-2020”.

Por todo el mundo se están propagando actualmente incendios forestales en Angola y la República Democrática del Congo, en el África subsahariana; en Borneo, en Indonesia, en las tierras húmedas del Pantanal, en el sur de Brasil, y en las llanuras argentinas. Virginia Iglesias, investigadora de la Universidad de Colorado dijo al New York Times: “las condiciones de excepcional sequía en el centro de Argentina, y en muchas otras partes de ese país, crean condiciones propicias de incendios perfectas, una vez que aparezca material combustible”.

El New York Times informó recientemente que las muy altas temperaturas, sin precedentes históricos, combinadas con poca nieve acumulada, han provocado incendios forestales en Siberia, Rusia, produciendo grandes cantidades de dióxido de carbono —tanto como produce Noruega anualmente—.

Un artículo en la edición de enero de Science Advances señala que los cambios en la variación climática son probables causas de graves incendios en la región ártica. Estos “incendios zombis”, que arden sin fuego debajo de las nieves y hielos invernales para después reaparecer cuando aumenta la temperatura, están transformando las condiciones en esas regiones, cargando la atmósfera con gases de efecto invernadero.

Al igual que los incendios de California, los de otros lugares también crean nubes de humo que ponen en peligro la salud del público.

En agosto y septiembre, el Índice de Calidad de Aire para la capital estatal de Sacramento, y sus suburbios, reveló que hay regiones definitivamente insalubres. Hubo anuncios al público y se aconsejó evitar estar al aire libre, debido al incendio Camp.

Eric Guerra de la Junta de Calidad de Aire de Sacramento cauteló: “Los niños y ancianos deben permanecer en casa, igual que todos los que tengan problemas respiratorios”. Guerra señaló que las mascarillass en uso contra el virus COVID-19 no protegen contra las muy pequeñas partículas que producen los incendios.

En el 2018, una investigación de la revista Journal of the American Heart Association sobre la temporada de gripe del 2015 determinó que respirar el humo de los incendios forestales estaba ligado a muchas enfermedades cardiovasculares, tales como cardiopatías isquémicas (que poder resultar en ataques cardiacos), arritmia, ataques cardiacos, embolismos pulmonares y episodios cerebrales, especialmente entre los que han cumplido más de 65 años.

A pesar del creciente peligro de los incendios forestales, el presupuesto federal de control de vegetación se redujo entre el 2001 y el 2015 de 240 millones a 180 millones de dólares.

En un discurso del 2017, Sonny Perdue, secretario estadounidense de Agricultura, se refirió a esta falta de fondos, destinados a combatir incendios, del Servicio Forestal de Estados Unidos: “Nos toca guardar todo el dinero para prevenir incendios, porque tememos que vamos a necesitarlo para en verdad combatirlos. Eso significa que no podemos llevar acabo recomendaciones de quemas controladas, o de control de insectos para prevenir una sobrecarga de combustibles que incendios futuros pueden utilizar”.

Desde entonces, el gobierno del presidente Trump ha recortado, una y otra vez, el presupuesto para prevenir incendios. El presupuesto de 2020 propuso recortar 948 millones de dólares del Servicio Nacional de Bosques. Desde 2019 el presupuesto del fondo federal para combatir incendios ha sufrido recortes de casi 600 millones. El Programa Conjunto de Ciencia de Incendios que ha sufrido un recorte tras otro desde comienzos de este siglo, bajo el gobierno Trump ha perdido la mitad del presupuesto que tenía en el 2017; el propósito es acabar con ese programa.

El Partido Demócrata, que domina políticamente los estados de California, Oregón y Washington, también rechaza proveer suficiente dinero para prevenir y combatir incendios y han permitido que se construyan casas en zonas de alto riesgo. La empresa periodística McClatchy señaló en el 2019 que más de 2,7 millones de californianos viven en zonas muy vulnerables a incendios.

Los incendios forestales del oeste norteamericano son solo los más recientes ejemplos de las consecuencias catastróficas del cambio climático, que a diario empeora las inaguantables condiciones de vida de los sectores más vulnerables de la sociedad.

En septiembre 2019 la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) calculó que a medida que el calentamiento global afecta negativamente la agricultura global, 821 millones de personas en el mundo corren el riesgo de morirse de hambre; 3,2 mil millones de personas viven en zonas donde será imposible sobrevivir en los próximos diez años.

Un informe del Congreso de Estados Unidos de septiembre 2020 intitulado “The Urgent Need for Climate Action” (La necesidad urgente de acción climática) calcula que en California 555 mil muertes prematuras se podrían evitar si el calentamiento global se mantiene debajo de los 2 grados Celsius. Ese informe también indicó que al limitar el calentamiento se evitarían aproximadamente 400 mil visitas a salas de emergencia y hospitalizaciones por causas cardíacas o respiratorias, que le costarían al Estado 4,5 billones de dólares.

Un informe del 2016 del Programa de Desarrollo de la ONU indica que el costo de la actual estrategia climática que ha permitido que las temperaturas mundiales aumentaran 2,5 grados Celsius ascenderá a 33 billones de dólares anuales hacia el 2050. Es muy probable que esa última estadística sea conservadora.

Sin embargo, fuera de algunos acuerdos cosméticos sin hacer nada, no existen serios compromisos para confrontar esta inmensa crisis ambiental. La manera en que los gobiernos capitalistas del mundo entero responden a la amenaza de cambio climático es evidencia contundente de que a las elites política nada les importa una crisis que amenaza a millones de personas.

La Agencia Internacional de Energía informó este julio que, aunque pasar a fuentes de energía bajas en carbono le costaría al mundo 44 billones de dólares entre ahora y el 2050, esa cantidad sería costeada por menores gastos energéticos. En términos relativos, un informe reciente de la empresa investigativa RAND estima que entre 1975 y 2018 el 90 por ciento más pobre de la población estadounidense perdió 47 billones de dólares en ingresos, como consecuencia de la creciente desigualdad social. O sea que, esta riqueza extraída de los trabajadores estadounidenses por parte de la clase gobernante en los últimos 45 años es suficiente para lograr la transición a la energía limpia. En cambio, esta tremenda riqueza social es utilizada para forrar los bolsillos de los 600 megamillonarios de este país.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 9 de octubre de 2020)

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