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Perspectiva

Las traiciones del UAW y el surgimiento de milicias derechistas en Michigan

Menos de una semana después del arresto de 13 hombres por conspirar para secuestrar y matar a la gobernadora de Michigan e incitar una guerra civil en vísperas de las elecciones presidenciales de EE.UU., el asunto ha sido en gran medida barrido bajo la alfombra por los medios de comunicación y el Partido Demócrata.

Los demócratas, aterrorizados por cualquier cosa que provoque un movimiento social desde abajo, están encubriendo el significado más amplio del complot y su conexión con la estrategia política del Gobierno de Trump para avivar la violencia fascista en el período previo a las elecciones. Para ello cuentan con la ayuda de la federación sindical AFL-CIO (siglas en inglés) y varios sindicatos, que no hacen nada para alertar ni mucho menos movilizar a los trabajadores, quienes son el principal blanco de los esfuerzos de Trump para derrocar la Constitución de los EE.UU. e imponer una dictadura presidencial.

En esta fotografía del 15 de abril, varios manifestantes cargan armas fuera del capitolio en Lansing, Michigan (AP Photo/Paul Sancya, archivo)

Los Teamsters, la Federación Estadounidense de Maestros (AFT), la Asociación Nacional de Educación (NEA) y la mayoría de los sindicatos han guardado silencio sobre la trama golpista de Michigan. La AFL-CIO y el sindicato automotor UAW han emitido comunicados de prensa superficiales. Haciéndose eco de la línea de los demócratas, el presidente de la AFL-CIO, Richard Trumka, declaró que la amenaza de la extrema derecha podría ser contrarrestada “votando por la esperanza y la unidad” y eligiendo “a Biden a la Casa Blanca y a los odiosos de vuelta a la irrelevancia”.

El presidente del UAW, Rory Gamble, publicó una breve declaración señalando que lo que se descubrió fue un “complot muy real para desestabilizar el Gobierno de Michigan y para avivar una guerra civil extremista en nuestro país”. Sin embargo, no propuso que los trabajadores hicieran algo al respecto, y centró su comentario en gran medida en agradecerle al FBI y a “nuestros hombres y mujeres de azul” por haber “salvado nuestra democracia”.

Históricamente, la lucha contra la influencia de la extrema derecha siempre se ha centrado en la lucha del movimiento obrero para unir a los trabajadores como clase contra los demagogos fascistas y sus patrocinadores en la gran patronal, que tratan de debilitar y dividir a los trabajadores con su agitación antisemita, racista y nacionalista. El UAW y otros sindicatos industriales fueron creados en la década de 1930 a través de las luchas de los trabajadores de mentalidad socialista por desarrollar una conciencia de clase e inocular políticamente a los trabajadores contra el veneno fascista vendido por gente como el sacerdote Coughlin en Michigan y el partidario de los nazis Henry Ford.

Pero lo que quedaba del “movimiento obrero” en los Estados Unidos murió hace mucho tiempo. El UAW, en particular, no es más que una organización corporativista. Muchos de sus ejecutivos han sido sometidos a cargos por aceptar sobornos de las empresas y robar el dinero de las cuotas de los trabajadores. El principio del fin fue la subordinación política de los sindicatos al Partido Demócrata y a través de los demócratas al sistema capitalista. Esto incluyó las purgas anticomunistas de finales de las décadas de 1940 y 1950, lideradas por el presidente del UAW, Walter Reuther, así como el respaldo al imperialismo estadounidense, que fue el centro de la fusión de la AFL y la CIO en 1955.

En la década de 1980, cuando la clase dirigente estadounidense emprendió una política de guerra de clases en respuesta a la pérdida de su posición dominante en el mundo, el UAW y otros sindicatos adoptaron el punto de vista corporativista de la asociación obrero-patronal y colaboraron en la derrota de las huelgas, el recorte de salarios, el cierre de fábricas y la pérdida masiva de puestos de trabajo. Esto se avanzó de la mano de la promoción del chovinismo bajo la consigna “Compre Productos Estadounidenses” y las acusaciones racistas contra los trabajadores en Japón y otros países como chivos expiatorios por “robar empleos estadounidenses”.

No es una concesión a los elementos fascistizantes involucrados en la trama golpista de Michigan el notar que la devastación económica en ese estado y otros centros industriales de los Estados Unidos, una devastación presidida por los sindicatos, ha creado las condiciones para que la extrema derecha reclute y encuentre apoyo.

Los perfiles de los 13 conspiradores golpistas revelan que varios de ellos eran pequeños empresarios, exsoldados o empleados mal pagados que vivían en pequeños pueblos y zonas suburbanas en las afueras de las ciudades económicamente devastadas. La mayoría de ellos estaba enfrentando importantes problemas económicos y sociales, como la pérdida de un empleo e ingresos y la presión de pagar impuestos vencidos.

El movimiento miliciano en Michigan se inició en el decenio de 1990, cuando la desindustrialización, llevada a cabo con la connivencia del UAW, provocó el cierre de cientos de fábricas en ciudades como Detroit, Flint, Pontiac, Grand Rapids y otras zonas. Entre 1999 y 2009, otros 460.000 empleos manufactureros fueron eliminados en Michigan, según la Oficina de Estadísticas Laborales. El salario medio de un trabajador de una fábrica de Michigan hoy es de 16,03 dólares por hora, un tercio menos que los 24 dólares por hora en dólares ajustados a la inflación que tal trabajador ganaba en 1972.

El año pasado, los ingresos de Michigan finalmente superaron los niveles previos a la Gran Recesión después de casi 12 años, antes de que la pandemia golpeara, lo que hizo que bajaran de nuevo. Casi el 26 por ciento de los residentes del estado informaron que es probable o muy probable que sufran un desalojo o ejecución hipotecaria en los próximos dos meses, según una encuesta semanal de la Oficina del Censo de los Estados Unidos a fines de agosto.

Las actividades de las milicias de Michigan, Pensilvania y otros estados industriales muy afectados se redujeron después del atentado con bomba perpetrado en abril de 1995 en Oklahoma City contra el edificio federal Alfred P. Murrah, en el que murieron 168 personas, entre ellas 19 niños. Antes del atentado, Timothy McVeigh, hijo de un antiguo miembro del UAW en la zona occidental de Nueva York, económicamente deprimida, asistió a las primeras reuniones de la Milicia de Michigan, una de las predecesoras de los Wolverine Watchmen que planeaban matar a la gobernadora Gretchen Whitmer.

Sin embargo, las milicias cobraron nueva vida a raíz de la devastación económica que se produjo durante los ocho años de la Administración de Obama, que supervisó la continua destrucción de los empleos y los niveles de vida de los trabajadores, al tiempo que orquestaba el rescate de Wall Street de 2008-2009.

La victoria de Trump en Michigan, Pensilvania y Wisconsin en 2016 no fue producto del “racismo” de los trabajadores blancos, como afirmaron la campaña de Hillary Clinton y otros apologistas del Partido Demócrata. En cambio, fue un giro de un sector de los votantes de la clase obrera, incluidos muchos que habían votado por Obama, a favor Trump o de terceros, que llevó a la derrota de Clinton, que no ocultó su desprecio por la clase obrera.

Las afirmaciones del presidente Trumka de la AFL-CIO de que el peligro de la violencia fascista desaparecerá milagrosamente si Biden logra entrar a la Casa Blanca son evidentemente falsas. Por el contrario, si Biden gana las elecciones y es ayudado a llegar a la oficina por secciones del ejército, como los demócratas esperan, se comprometerá a un programa de austeridad despiadada para pagar los 4 billones de dólares del rescate de la Ley CARES y un militarismo más agresivo. Esto sólo creará las condiciones para el crecimiento de la extrema derecha.

Habiendo creado las condiciones para el ascenso de la extrema derecha a través de sus políticas corporativas y nacionalistas y su subordinación de la clase obrera al Partido Demócrata, los sindicatos no están haciendo nada para movilizar a los trabajadores contra la política homicida de la élite gobernante en respuesta a la pandemia. Las luchas de los trabajadores que han estallado –incluidas las huelgas de los trabajadores del sector automotriz en marzo, durante el primer pico de la pandemia— se organizaron independientemente de estas organizaciones antiobreras y en oposición a ellas.

Los grupos fascistas que están detrás del complot de Michigan no tienen todavía un seguimiento de masas. Sin embargo, los estragos económicos causados por la pandemia –el desempleo masivo, los desalojos, las quiebras y el cierre de pequeñas empresas y la eliminación de los ahorros— pueden alimentar el crecimiento de la extrema derecha si no se contrarrestan con un movimiento de la clase obrera, movilizando detrás tras ella a sectores más amplios de la clase media.

Esto requiere la formación de comités independientes de fábricas, lugares de trabajo y vecindarios para unificar a los trabajadores de todas las razas y orígenes étnicos en defensa de los empleos, la salud, la seguridad y los derechos sociales y democráticos.

Las medidas para combatir la pandemia deben combinarse con políticas que aseguren los medios de vida e intereses de todos los afectados por ella. Esto solo puede hacerse mediante una lucha contra el capitalismo y una redistribución radical de la riqueza de los multimillonarios que la acumulan a los trabajadores que la producen.

Lo que ha ocurrido en Michigan es una advertencia. Pase lo que pase en las elecciones, la clase dominante está girando hacia formas de gobierno autoritarias y dictatoriales. La lucha contra el peligro del fascismo debe librarse a través de la organización de la clase obrera en un movimiento político contra el capitalismo y por el socialismo.

(Publicado originalmente en inglés el 13 de octubre de 2020)

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