Estados Unidos cruzó el hito horrendo de 200.000 muertes oficiales por coronavirus, más del total de estadounidenses fallecidos en la Primera Guerra Mundial, la guerra de Corea y la de Vietnam juntas. La cifra real, medida por “muertes en exceso” por encima del promedio en los últimos años, ya supera el cuarto de millón. A nivel global, las muertes reportadas superarán el millón antes del final del mes.
Ante esta horrible pérdida de vida humana, el presidente estadounidense Donald Trump declaró el lunes que “prácticamente nadie” se ve afectado por el virus. En un mitin de campaña en Toledo, Ohio, afirmó:
[El coronavirus] afecta a las personas de mayor edad, las personas mayores con problemas del corazón y otros problemas. Si tienen otros problemas. Eso es lo que realmente afecta. Eso es… Por debajo de los 18 años, como a nadie. Tienen un sistema inmune fuerte, ¿quién sabe? Vean… Quítense el sombrero para felicitar a los jóvenes porque tienen un gran sistema inmune. Pero prácticamente no afecta a nadie. Es algo increíble.
Trump concluyó su declaración con la demanda de que reabran las escuelas: “Abran sus escuelas. Todos, abran sus escuelas”.
Como una cuestión de hechos, la afirmación de Trump de que la pandemia solo afecta a “las personas de mayor edad” es totalmente falsa. Como el mismo lo reconoció en marzo, en una de las grabaciones publicadas por Bob Woodward a principios de este mes, “Ahora sucede que no son solo los viejos” los afectados por el virus. El veinte por ciento de aquellos que han fallecido en EE.UU. o más de 40.000 de ellos tenían menos de 65 años.
El impacto a largo plazo y las consecuencias de salud adversas para los que contraigan el virus y sobrevivan siguen sin conocerse. Más allá, se espera que la cifra de muertos supere los 400.000 para fines del año, haciendo que la pandemia afecte “prácticamente a todos” en la forma de muertes o enfermedades serias de un familiar, amigo, maestro o compañero de trabajo.
Incluso para Trump, alguien de quien no se espera casi nada, la indiferencia con la que habla sobre las muertes de cientos de miles tiene un aspecto escalofriante. Sin embargo, percibir esto en términos individuales, como un reflejo de una personalidad particularmente sociópata del ocupante actual de la Casa Blanca, no captura su significado esencial. Trump no habla solamente en nombre propio sino en nombre de toda una clase.
La voluntad de aceptar muertes masivas, particularmente entre la población de mayor edad, tiene una base socioeconómica subyacente. En su evocadora obra Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, Marx, escribiendo en el albor del capitalismo industrial, explicó que la actitud del capitalista hacia la vida del trabajador está acondicionada completamente por su capacidad para generar ganancias, es decir, por su trabajo.
No bien salga del proceso laboral y de generación de plusvalía, escribió Marx, el obrero
No tiene un trabajo, consecuentemente tampoco un salario, y dado que carece de su existencia se limita a la de ser un obrero y no un humano, puede ir y sepultarse solo, morirse de hambre, etc. En relación con la economía capitalista, las necesidades del trabajador se reducen a una sola: mantenerlo vivo mientras trabaje y en la medida en que sea necesario para prevenir que la raza de trabajadores [se extinga]. (De: “Antítesis del capital y el trabajo: propiedad de la tierra y capital”)
Esta observación teórica asume, más de 175 años después, una vigencia asombrosa. El trabajador que ya no pueda trabajar es menos que inútil, desde el punto de vista de la clase gobernante. No solo no está generando ganancias, sino que los recursos dedicados a la salud de los adultos mayores constituyen una fuga de riqueza que, de lo contrario, podría ir a apuntalar los mercados o financiar la máquina de guerra.
Estas consideraciones han impulsado la respuesta de la clase gobernante a la pandemia. Las implicancias de la actitud hacia la pérdida masiva de vidas son escalofriantes. Después de todo, fueron los nazis los que iniciaron la práctica de eutanasia médica, justificada según el concepto de “vida indigna” (lebensunwertes Leben), es decir, los segmentos sin derecho a vivir y cuya muerte era un bien positivo.
Para ser francos, desde el punto de vista de la clase gobernante, el impacto desproporcionado del virus para los adultos mayores y enfermos siempre ha sido como un beneficio. Antes de que apareciera la pandemia, incontables reportes de los centros de pensamiento de la clase gobernante señalaron los costos crecientes en salud por el aumento en la esperanza de vida y el hecho de que los trabajadores están viviendo varios años y frecuentemente décadas tras retirarse. Hablaron del impacto en las finanzas públicas y el gasto militar.
Los Gobiernos de todo el mundo han mostrado un nivel criminal de indiferencia hacia el peligro que corren los adultos mayores ante el coronavirus. El mes pasado, el New York Times, publicó una exposición sobre la respuesta de Bélgica, cuya tasa de muertes per cápita es una de las más altas, evidenciando que los hospitales de hecho rechazaron a los adultos mayores a pesar de que sus hospitales nunca se llenaron a capacidad. Casi seis mil residentes de hogares de ancianos fallecieron en el país.
En Suecia, pionera de la estrategia de “inmunidad colectiva” supuestamente para concentrarse en proteger a los adultos mayores, las víctimas no obstante se han concentrado en los hogares de ancianos, particularmente en Estocolmo. La ministra de Salud y Asuntos Sociales, Lena Hallengren, se vio obligada a admitir a principios de abril, “Hemos fracasado en proteger a nuestros adultos mayores. Eso es verdaderamente serio y un fracaso para la sociedad en su conjunto”.
En Reino Unido, donde se espera que los casos aumenten a 50.000 por día como producto de las políticas de “inmunidad colectiva” implementadas por el Gobierno de Johnson, el Queen’s Nursing Institute documentó la horrenda afectación en los hogares de ancianos en los meses de abril y mayo. Un reporte en el Independent en agosto señaló que los hogares de ancianos “fueron sometidos a una presión ‘constante’ de aceptar a pacientes con coronavirus mientras les negaban regularmente cuidado en los hospitales y [doctores generales] para sus residentes que se enfermaron en el pico de la crisis de COVID”.
En Estados Unidos, mientras Trump encabeza la política homicida de “inmunidad colectiva”, cuenta con el apoyo de toda la élite política, desde los demócratas y el New York Times (cuyo columnista Thomas Friedman introdujo la frase, “La cura no puede ser peor que la enfermedad”), hasta la revista Jacobin, afiliada con los Socialistas Demócratas de Estados Unidos, que se alinearon con la política de Trump en un artículo publicado el fin de semana.
El corolario de la política de “inmunidad colectiva” es la exigencia de “normalizar la muerte” a una escala masiva. En marzo, el World Socialist Web Site definió la respuesta de la clase gobernante a la pandemia como “negligencia maligna”: la decisión deliberada de minimizar la respuesta del Gobierno ante el virus para permitir su transmisión generalizada. En los últimos seis meses, esta política se ha convertido en algo aún más siniestro que podría catalogarse de “eutanasia social”.
El origen de la pandemia puede ser biológico pero la respuesta de los Gobiernos está siendo impulsada por intereses sociales y necesidades políticas. El intento inicial de restarle importancia al peligro, la utilización de la pandemia para organizar una transferencia masiva de riqueza a los ricos, la campaña para obligar a que los trabajadores regresaran a las fábricas, la reapertura de las escuelas y toda la política general de “inmunidad colectiva” no son simplemente el producto de Trump, sino del sistema capitalista.
Los trabajadores están comenzando a resistir. Los maestros, trabajadores automotores y otros sectores de la clase obrera están formando comités de seguridad de base en Estados Unidos e internacionalmente. Una actitud de enojo y rebelión ha impulsado manifestaciones masivas contra la violencia policial. El grueso de la población está girando hacia la izquierda. Lo que la clase gobernante está haciendo no ha pasado desapercibido.
Todo desemboca en esto: la clase obrera está luchando por la vida y la clase gobernante representa la muerte. Frente a la política de eutanasia social de la clase gobernante, la clase obrera necesita responder y responderá con una revolución socialista.
(Publicado originalmente en inglés el 23 de septiembre de 2020)